_
_
_
_
_

Lo infinitamente más dañino

Javier Marías

Raro es el fin de semana en el que uno no se encuentre, al hacer un zapeo televisivo, con alguna batería de periodistas gañanes (ellos y ellas, aunque el término sea masculino) rajando de la difunta Carmina Ordóñez y de su también ya difunta adicción a las drogas. Cada vez que el tema de la droga es tratado por la prensa seria o por la chusca, las diferencias entre las dos desaparecen y parecen todos gañanes, mitad escandalizados, mitad complacidos, en todo caso moralizando y sermoneando con improbable hipocresía: porque son demasiados los reporteros, locutores, tertulianos y columnistas que dan la impresión de estar perpetuamente colocados con alguna mezcla explosiva, a tenor de lo que dicen y escriben. Cuando algún personaje famoso es pillado con drogas, se le impone una penitencia ortodoxa como requisito para ser "perdonado". El personaje en cuestión ha de hacer una autocrítica digna de las purgas de Stalin ("Soy un imbécil, un enfermo, un pusilánime y una piltrafa, he ido con malas compañías que me han corrompido, pero esto va a cambiar, necesito ayuda y no quiero ser un esclavo", es más o menos la letanía) y a continuación debe encerrarse en un centro de "desintoxicación" durante unas semanas, como prueba fehaciente de que está arrepentido y quiere quitarse de lo que tomara y seguramente seguirá tomando porque le da la gana. La sociedad, entonces, se muestra comprensiva con el pecador; lo ve expuesto, humillado, artificialmente contrito y avergonzado -en suma, lo ve castigado-; se reconforta pensando que los ricos y célebres son unos degenerados y que no vale la pena envidiarlos tanto, y finalmente los readmite al rebaño.

Más información
50 años juntos
Abajo la compasión y viva la ofensa

El proceso es tan farisaico y grotesco que no se entiende cómo lo soportan quienes tienen dos dedos de frente. Se trata de un paripé evidente, porque lo que está fuera de duda es que en los países occidentales o "desarrollados" la gente toma drogas a menudo, sea famosa o anónima y se dedique a lo que sea. Unos más, otros menos y la mayoría nada, desde luego, pero los que sí lo hacen son suficientes para que los narcotraficantes de cualquier rincón se cuenten entre los individuos más adinerados del mundo (los jefes, no los camellos). Hace poco se descubrió que un alto porcentaje de los parlamentarios italianos tomaba sustancias prohibidas; hace más tiempo se comprobó que la mayoría de los billetes de banco de varios países conservaban restos de cocaína; los deportistas se chutan de todo, los pobres ciclistas los más visibles; muchos jóvenes son incapaces de salir de farra sin meterse, como mínimo, media pastillita de éxtasis. Y lo que casi nadie se para a pensar, o eso parece, es por qué tanta gente le da a la droga. Los más descerebrados lo hacen por puro y tonto mimetismo o porque creen que así se sentirán más "enrollados". Los más cerebrados, por lo que yo sé, sin embargo, ingieren o fuman o esnifan para aguantar el ritmo extenuante y enloquecido de las vidas que han de llevar por su trabajo, lo mismo que los deportistas se inyectan lo que sea en vena porque cada vez se les exigen resultados y marcas más sobrehumanos. Las sociedades capitalistas, cada día más frenéticas y competitivas, imponen una marcha que los humanos normales rara vez soportan sin recurrir a "algo". En lo que a mí respecta, las ocasiones en que me he tomado "algo" han sido aquellas en las que tenía que hacer un gran esfuerzo o resistir más de la cuenta sin descanso (dar diez entrevistas en un día tras noche en blanco, por ejemplo), por lo que nunca he tenido oportunidad de sentirme "eufórico" ni he alcanzado ninguna "alucinación", por desgracia (ya puestos …). (Sí, confieso haber sido entrevistado "drogado"; o quizá fuera "dopado"; o tal vez "pirado"; pero nadie, me temo, me notó nada de nada, una lástima.) Los Ministros de Sanidad se dicen muy preocupados por la salud de la gente (la nuestra, por cierto, Salgado, en vez de manifestarse contra la obesidad podía engordar un poco, para no dar mal ejemplo a las jóvenes). Pero no parecen caer en la cuenta de que la clandestinidad de las drogas no hace sino fortalecer y enriquecer a individuos sin escrúpulos que ocasionan mucha mayor mortandad (por lo general a tiros, o mediante adulteraciones de su mercancía) de la que causaría un consumo de drogas regulado y en manos de los Estados. Hemos leído que sólo la Camorra napolitana ha asesinado a tres mil seiscientas personas desde 1980. Y las cifras de Colombia y México deben de ser mucho más elevadas.Que las drogas son perniciosas lo sabe todo el mundo, hasta quienes las toman. Pero lo que resulta infinitamente más dañino es que estén en manos de organizaciones corruptoras y despiadadas que cada vez son más poderosas. Hay ya cárteles que poseen submarinos y aviones y ejércitos, y que recaudan al año más que no pocos países modestos. Si la gente quiere algo lo acaba consiguiendo, ha sido así siempre. Así que una de dos: o se les exige menos a nuestros ciudadanos, de manera que no necesiten echar tanta mano de productos químicos para mantener el ritmo, o se les permite y facilita la obtención de esas sustancias, en buen estado y controladas sanitariamente, y de paso se acaba con los desalmados que, gracias a tanta prohibición, persecución y "cruzada", se han hecho de oro, y lo que se harán, Dios mediante.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_