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Entrevista:ALAN DEYERMOND

El inglés que habla con el Cid

Es un respetadísimo experto en la Edad Media española que ha estudiado a fondo 'El Cid', 'La Celestina' y el 'Libro de buen amor'. Sus comparaciones con la época actual le llevan con frecuencia a ser escéptico sobre la evolución social. Injusticias como Guantánamo no las ve ni en la Inquisición.

Juan Cruz

Este hombre enjuto, delicado, educadísimo se ha pasado su vida, que empezó en Egipto hace 73 años, mirando qué pasó en la Edad Media española, y es casi un pariente de los personajes de El Cid o de La Celestina. Al contrario de lo que pueda pensarse, este sabio no es un genio despistado y perdido en aquel mundo de nubes de colores que él identifica con el medievo, sino que es un ciudadano actual, un liberal británico (militante del Partido Liberal Demócrata, aunque últimamente se olvidó de pagar las cuotas) que anda preocupado por las consecuencias de algunos desastres mundiales, entre ellos la invasión de Irak. Cuando fuimos a verle, en la recoleta e histórica ciudad inglesa de St. Albans, el taxista que nos condujo, un musulmán, supo que íbamos a entrevistar a un personaje que sabía mucho del pasado de España, y nos dijo: "Ah, la Inquisición". Cuando le contamos la anécdota a Alan Deyermond, sentado en medio de sus innumerables libros (pero no en su despacho -"es un desastre, se llevarían ustedes una impresión horrible de mí"-), este catedrático y maestro que ha enseñado hasta hace poco en el Queen Mary College de Londres, vegetariano estricto, maestro de numerosos medievalistas españoles y de todo el mundo, levantó el dedo y señaló, como si se dirigiera al taxista: "Sí, pero España no tiene Guantánamo". La casa de Deyermond es una pacífica vivienda en la que él y su mujer, Anne, también profesora, atesoran recuerdos de una larga vida en común; uno de esos recuerdos, de los más queridos, es Tom, el caniche grande que el profesor llevaba a sus clases, para regocijo de sus estudiantes, y del propio perro. Tom murió hace unos años, y junto al jardín trasero de la casa están sus cenizas reposando después de una vida que les dio alegría a sus ahora nostálgicos dueños. De Tom, precisamente, empezamos a hablar; y no sólo de Tom, sino del Mío Cid, uno de los grandes personajes del elenco de los intereses históricos de Alan Deyermond. Xelo Sanmateu, una de las colaboradoras españolas de este especialista en el Cid y en la Celestina, entre otros personajes de la historia medieval española, nos había advertido de la pasión del profesor por Tom, que en efecto es, como aquellos personajes de la historia, una presencia viva con la que el medievalista también conversa.

"El Cid podría ser hoy presidente del Gobierno. Y la Celestina, directora de una empresa publicitaria o de contactos"
"La Inquisición española fue terrible, hubo mucha injusticia, pero nunca habría tolerado un Guantánamo"

Parece que 'Tom' era todo un personaje, también en clase…

Imagínate. Incluso hacía el papel del león del Cid, porque era un caniche grande…

Y usted le implicaba en las clases…

Sí, le decía: "Tom, quizá esto no te interesa mucho, pero tengo que contarlo". Y cuando no le interesaba algo se dormía, como los alumnos. Un día estaba explicando un episodio del Cid; Tom dormía a mis pies, y le dije: "Tom, márchate", y él se levantó, como si estuviera pendiente de toda la clase, y se fue. Los alumnos lo premiaban, siempre que hacía cosas así, con un aplauso inmenso.

¿Cómo fue su relación con 'Tom'?

Fue como nuestro hijo. Vivió casi 14 años, que es poco tiempo; nuestro segundo perro, también un caniche grande, vivió 15. Nuestro primer perro, un caniche mediano, vivió más de 15. Tom tuvo problemas de salud en los últimos años, y eso le acortó la vida. Nuestro primer perro estuvo con nosotros mucho antes de nacer nuestra hija; era un caniche grande, negro. Creció con ella, y ambos mantuvieron una rivalidad intensa. Un día nuestra hija, que ya tenía ocho años, le dijo a mi mujer, Anne: "A veces siento que aprecias más al perro que a mí". Y Anne le dijo, con toda naturalidad: "¡Cómo puedes decir eso! Sabes perfectamente que no hacemos ninguna diferencia entre vosotros".

¿Cómo era usted como profesor?

Eso se lo tiene que preguntar a los alumnos… Dar clases ha sido mi vocación… Mi madre fue profesora en la escuela primaria; era muy buena, llegó a directora. Supongo que es algo que heredé.

Y sus profesores también le enseñarían…

Entre mis profesores de Oxford hubo una gama muy amplia. Hubo pésimos, hubo buenos o excelentes, y hubo uno magnífico. En la universidad entré a estudiar francés y español. La parte de francés fue catastrófica. ¡Los idiomas modernos se enseñaban como si fueran lenguas muertas! No había clase de conversación, por ejemplo, ni se obligaba a los estudiantes a viajar en busca de la lengua que aprendían… Además, en el caso del francés, la enseñanza de la literatura era malísima. La del español fue mucho mejor. Por eso me cambié, y me dediqué por completo al español.

Usted ha dicho que el francés tiene en el mundo "una prevalencia ilógica". ¿Está el español infravalorado como lengua?

Hace 50 años era así. Ahora es distinto, ahora la gente se da cuenta mucho más de la importancia del español como lengua mundial, mientras que el francés ha perdido algo de su prestigio.

¿Y qué pasó para que el español haya recuperado terreno?

En parte sospecho que por el aumento de los viajes por avión, y en parte también a la importancia creciente de América Latina. A nivel personal sucedía una cosa: aunque uno no supiera bien el idioma, a los españoles les encantaba que uno intentara hablar su lengua, pero los franceses te despreciaban si no lo hacías bien…

En Inglaterra también ocurre: si usted no habla un inglés perfecto le desprecian…

Eso no lo hace gente que tenga cierta formación… Pero déjeme que le cuente esta anécdota. Hace más de 40 años estaba investigando en Palencia unos documentos en el archivo de la catedral, y me hice amigo del bedel, que me invitó a su casa, a tomar café. ¡Para mí fue un honor inmenso, porque entonces no era común que los españoles invitaran a un extranjero a su casa! La mujer del bedel no leía tanto como su marido, y cuando acabó la visita ella me preguntó de dónde era. Cuando le dije que era de Inglaterra quiso saber qué idioma hablábamos en mi país. El bedel hizo signos de alarma. Pero ella no se arredró y me dijo: "Así que eso que usted nos viene hablando es inglés". "No, señora", le repliqué, "pretendía ser español".

Usted ha estado pendiente de la Edad Media, ¿pero cómo ha visto la evolución cultural y política española de nuestro tiempo?

Fui a España en 1952, aún en los años peores de la dictadura… En la democracia, España ha dado de sí un aspecto magnífico. Culturalmente, el cambio me alegra, aunque veo signos alarmantes en costumbres relacionadas con las drogas o con la promiscuidad sexual, y no sólo en España… Cuando fui por primera vez, la gente tenía miedo de hablarte; ahora puedes tener relaciones amistosas con cualquier español. Me encanta ir a España.

Y ha vivido la evolución española como si fuera un español…

En cierta manera. Voy con frecuencia, seis o siete veces al año. Y vienen muchos españoles a verme y a estudiar conmigo…

Debe de ser gratificante que los alumnos que tuvo quieran seguir aprendiendo de usted una vez jubilado…

No lo había previsto y me gusta mucho. Cuando me jubilé, en el verano de 1997 -porque la jubilación a los 65 años es obligatoria-, te dan un título de catedrático emérito; significa tan sólo que has sido catedrático y que no estás en la cárcel… Pues cuando me jubilé seguí dirigiendo las tesis que ya dirigía, no podía aceptar nuevas… Tuve propuestas para enseñar en California, y eso me permite seguir siendo profesor. Del mismo modo, cada año doy una semana de clases en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid… Es un curso de alta especialización. Es muy enriquecedor para mí.

¿Y usted sigue aprendiendo?

Sí, sobre todo de los jóvenes.

¿Y qué está aprendiendo ahora?

Recopilo nuevos datos bibliográficos, encuentro nuevas maneras de enfocar obras que ya conocía, y trato de conocer obras y escritores que no conocía.

Ahora son los estudiantes los que le marcan a usted los asuntos pendientes…

Para mí la enseñanza ha sido una calle de sentido doble. Al principio, los alumnos aprendían más de mí que yo de ellos; eso era en la licenciatura. Pero cuando se acercan a la tesis, yo aprendo mucho más de ellos que ellos de mí…

¿Qué le preocupa ahora más de todo lo que ha estudiado como medievalista?

Hay demasiados temas. Paso mucho más tiempo del que quisiera leyendo trabajos de otras personas; soy editor en el sentido inglés, me preocupo de que esos textos sean adecuados… Dos años antes de jubilarme lancé una colección monográfica con lo que salía de mi seminario de investigadores… La colección empezó en 1995, y este mes publicamos el tomo 50. Me obliga a leer la correspondencia con los autores, a leer las pruebas, y a menudo incluso maqueto los libros… Tengo otro proyecto que me ocupa mucho tiempo… La British Academy celebraba su centenario [nació en 1902] y me encargó un tomo sobre los estudios medievales en Gran Bretaña en el siglo XX… ¡Casi 30 capítulos, sobre historia, literatura, arqueología, musicología…! He trabajado con 30 colaboradores y ha sido una pesadilla, en parte por incompetencia mía, en parte por la riqueza y variedad de la naturaleza humana que se ha revelado en algunos colaboradores y en parte también porque a medio camino del proyecto me operaron del corazón, una operación muy dramática, ¡a corazón abierto! Pero, gracias a Dios, ese tomo, de 850 folios, ya está en imprenta. Esto me deja más tiempo para la investigación…

¿Y lo que más le preocupa a usted mismo?

La literatura perdida. Publiqué hace años el primer tomo de mi catálogo sobre épica y sobre romances perdidos. Tengo que publicar tres tomos más de este catálogo de obras perdidas. Y me interesa mucho el bestiario medieval, la seudozoología…

¿Qué ha encontrado en la literatura perdida?

No encuentro obras perdidas; sí estudio fragmentos, alusiones a libros que ya no existen; estudio catálogos de bibliotecas medievales, lo que dicen varios autores de su propia producción…

¿Tenemos nosotros más literatura perdida que los británicos, por ejemplo?

Probablemente sí, pero sólo para la literatura inglesa existe un libro muy bueno -no es un catálogo- que se llama The lost: the literatura made in England; pero en el francés, el italiano, el español o el latín medieval no tenemos los estudios correspondientes, y no hay catálogo de la literatura perdida tampoco en catalán o portugués…

Usted es un hombre de este siglo. ¿Se puede sentir contemporáneo de la Edad Media? ¿Qué le dice ese periodo?

El mensajero, una novela inglesa de hace 40 años, que luego fue película de Joseph Losey, empieza con esta frase: "El pasado es un país extranjero…". Aunque técnicamente para mí España es un país extranjero, no lo es en la medida en que lo pueden ser Rusia, Francia o Italia… Cuando voy a España me siento en mi país, yo soy hijo adoptivo de España… Del mismo modo, la antigüedad clásica es para mí un país extranjero, pero después de haber estudiado tanto la Edad Media, cuando leo una obra medieval no la leo con ojos de hombre medieval, pero sí soy consciente de cómo la habría leído un medieval…

¿Cómo eran los hombres medievales?

Mucho más lógicos de lo que se cree. El gran medievalista C. S. Lewis dice que en la Edad Media la gente sabía más o menos cuándo una idea se había comprobado y cuándo no. Tenían un acercamiento lógico a las ideas, algo que ya no es común.

¿Cómo eran las relaciones personales en la Edad Media, y las relaciones con el poder?

No lo sabemos todo… Las cartas personales, que había pocas, son también un poco oficiales… Se han descubierto cartas, que ahora son famosas, de una familia de Norfolk; casi todas eran de mujeres. Y hay una pequeña colección de una barcelonesa, Seleneta de Tous, que se queja de las ausencias de su marido. Se expresa de manera elocuente, con un espíritu independiente.

Había también en ese tiempo cartas y libros para ayudar, para consolar… Como los libros de autoayuda de hoy…

No era lo mismo. Esos libros de hoy se hacen para un mundo sin Dios. No digo que hagan propaganda del ateísmo, simplemente no tienen en cuenta a Dios. Los manuales de la Edad Media se escribieron y leyeron en un contexto con Dios. Por eso existe el concepto del deber moral. Por resumirlo, diría que en los libros medievales se contestaba a la pregunta: ¿cómo puedo ayudar a mi vecino? Ahora la pregunta es: ¿cómo me puedo ayudar a mí mismo?

Usted ha estudiado mucho el 'Libro de buen amor'…

Es casi imposible estudiar bien el Libro de buen amor, es tan enigmático… Las palabras cambian de significado en una parte y en otra del libro… Es más difícil este libro que La Celestina o que Mío Cid.

¿Cómo concebían el amor en el medievo?

De manera no muy distinta; siempre hubo enamorados y desenamorados… Y bueno, las relaciones han cambiado; entonces hubo mucha menos libertad para los jóvenes, excepto para las campesinas…

¿Por qué?

Porque se iban a trabajar fuera de casa, no había manera de controlarlas; la aristocracia vigilaba más a sus hijos…

¿Qué le hizo interesarse por ese mundo?

Supongo que fue casualidad histórica. Fue una revelación leer el Mío Cid y La Celestina. Estaba en el último año de la licenciatura, quise quedarme en la universidad haciendo el doctorado, y esa revelación fue decisiva.

¿Qué le interesó del 'Mío Cid'?

Los personajes, la estructura, el diseño… No me interesaron tanto las descripciones de batallas como la disposición del Cid para evitar la recuperación del amor…

¿Le parece ahora muy español el Cid?

No diría que poco español, pero tampoco me parece muy español. Es un hombre muy especial, muy individual…

¿Qué sería hoy?

¡Uf!, quizá presidente del Gobierno.

¿Sabe que el ex presidente Aznar escogió el Cid como su disfraz antes de unas elecciones generales?

Muy acertado.

¿Y el Cid hubiera sido un presidente conservador o progresista?

El Cid histórico hubiera sido probablemente conservador; el del poema hubiera sido más complejo, más interesante.

La Celestina, ¿sería hoy una mujer despreciable o tendría un puesto noble?

Las dos cosas. Piense que hay mucha gente que tiene un puesto noble que es despreciable… En La Celestina vemos una microsociedad femenina, la casa de la Celestina, que funciona dentro de la macrosociedad masculina y es más permanente que ésta… Al final de la obra no sólo ha muerto Calixto, sino que toda la sociedad está en duelo; mientras que si matan a la Celestina, toda su sociedad va a seguir… Yo pienso que la Celestina sería hoy la dueña o directora de una empresa publicitaria, o de contactos…

¿Se divierte usted con lo que hace?

No sólo me interesa, sino que me divierte lo que hago. Mi mujer me decía el otro día que está muy contenta de que mi trabajo me atraiga como hace 50 años. Me pasa desde que conocí a mi tutor, el profesor Robert Pring-Mill… Mi tutor en el primer año de la licenciatura fue Alberto Jiménez-Fraud, que había sido director de la Residencia de Estudiantes. Un hombre muy simpático, pero tenía poca idea de cómo eran los alumnos de Oxford… En la primera semana de mi segundo año vi anunciada una clase informal sobre Calderón, que iba a impartir el profesor Pring-Mill, y fui. Para mí fue una sorpresa que se pudiera explicar literatura de esa manera. Le pedí que fuera mi tutor. Inspiró todo lo que sé como profesor, dirigió mi tesis sobre La Celestina [Petrarca como fuente de La Celestina], que se transformó en mi primer libro, de 1961…

¿Cómo estaba el medievalismo cuando usted se puso a estudiarlo?

Se publicaban pocos libros, y los instrumentos que teníamos a mano eran del siglo XIX o al menos de 1913. No se había iniciado el proceso de editar los textos medievales. El cantar de Mío Cid se estudiaba prácticamente sólo desde el punto de vista histórico, o en todo caso se hablaba del valor nacional, del valor histórico, y al final se le dedicaba un espacio ínfimo al valor poético del texto.

¿Había mucha relación entre ustedes, los medievalistas ingleses, y los españoles?

Poca. Un día le presenté un investigador inglés del teatro medieval a un veterano colega suyo, español. Cuando éste supo en qué trabajaba su compañero más joven le dijo: "Todo lo que se puede saber sobre el teatro español está en mi libro. Buenos días", y se fue. Es un caso extremo. Ahora, España está llena de medievalistas brillantes, que saben mucho y tienen ideas nuevas, son muy abiertos, generosos; tan generosos que mantienen la impresión equivocada de que yo tengo algo que decir.

Cuando fue a España encontraría un país muy medieval…

No exactamente. Era un país del siglo XIX. Bueno, me corrijo: Madrid era muy del siglo XIX. Y el campo era la Edad Media. La primera vez fui en 1952, para una visita a Granada, con estudiantes. Pasamos un día en Madrid. Me encantó desde el primer momento. Era demasiado joven e ingenuo para apreciar España totalmente. Lo que cambió mi relación con España ocurrió a raíz de la invitación que me hizo el profesor Francisco Rico para que me encargara del tomo de Historia y crítica de la literatura española [editorial Ariel] dedicado a la Edad Media… Me di cuenta de que mi relación con el español se hacía cada vez más fluida, y después de eso siempre me he sentido muy cómodo con España y con el idioma…

Seguro que ya España no tiene los rasgos medievales que advirtió en un principio.

No, pero tiene los rasgos naturales e inconscientes que la relacionan con ese periodo. Claro que tiene edificios medievales magníficos. Pero los españoles no han cambiado tanto, se me ocurre. Y siguen siendo igual de generosos. En ningún otro país se crearía un premio como el Lebrija para los que estudian su medievo… Cuando me dieron ese premio en 1994 tuve oportunidad de decirlo: es un verdadero placer sentir esa generosidad que viene seguramente de la Edad Media, y que a mí siempre me ha emocionado mucho.

Muchos años estudiando nuestro país. ¿Ya sabe de dónde viene, adónde va?

No sé adónde va. Pero ahora estoy más de acuerdo que nunca con Américo Castro: España es el resultado de una fusión, de un conflicto, de una convivencia de tres culturas… No se puede recrear esa convivencia en el mundo, parece que es imposible; esa separación entre las comunidades musulmana, cristiana y judía crece. Puede que me equivoque, pero la divergencia crece…

¿Y su país, el Reino Unido, adónde va?

Me preocupa la diferencia entre pobres y ricos; hay personas que ganan un millón de libras al año y otras que no tienen para vivir dignamente. Esa diferencia se acrecienta, y no es buena… Pasó con Margaret Thatcher; pasa con Tony Blair, que es consecuencia del modelo de su antecesora… ¡Un hombre que pasa las vacaciones con Berlusconi! Me preocupa también el antiintelectualismo de esta sociedad. ¡Hasta en los periódicos serios hay más errores que antes! Antes yo llamaba a los diarios para advertirles de los errores, y hace años se sentían consternados. Ahora no les importa nada cuando les llamo.

¿Y los británicos le perdonarán a Blair su participación en la guerra de Irak?

Es posible, pero yo no se lo perdono. Fue una guerra ilegal, un crimen con la ley internacional en la mano. No es que me oponga a toda guerra, no soy tan pacifista; de hecho, la otra guerra contra Irak, cuando este país invadió Kuwait, me pareció justificada, y la guerra contra Argentina por las Malvinas también me lo pareció. Pero no hubo razón alguna para la invasión de Irak.

¿Le hubiera gustado vivir en la Edad Media?

No, no podría vivir sin anestesia, sin calefacción… Los hombres y las mujeres medievales tienen que haber tenido una resistencia increíble a los dolores.

¿Qué tiene esta época que se parezca a la medieval?

La naturaleza humana… A esta época la veo a veces con admiración, a veces con mucha esperanza y a veces con desesperanza… Un optimismo con muchas precauciones.

Cuando venía a verle, el taxista musulmán ha dicho: "Ah, España, la Inquisición".

Sí, una imagen. Pero Guantánamo no está en España. La Inquisición fue terrible, pero trabajó con reglas fijas; hubo mucha injusticia, pero no fue caprichosa, como ocurre en tantos países de ahora que se llaman demócratas… Lo de Guantánamo es intolerable. La Inquisición nunca habría tolerado los encarcelamientos sin investigarlos.

Alan Deyermond, un estudioso de la Edad Media y los 'héroes' españoles.
Alan Deyermond, un estudioso de la Edad Media y los 'héroes' españoles.JOSÉ LASHERAS

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