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El lenguaje de la piel

Todo un escaparate de las emociones; de las buenas y de las malas. Incluso de las reacciones químicas que se producen en el cerebro. La piel es el órgano más extendido por el cuerpo humano y habla más de sus conflictos de lo que parece

"El dermatólogo no te mata, pero tampoco te cura", replica con sorna María José G., de 50 años, con un largo historial de brotes de psoriasis que van y vienen. Efectivamente, no la matan, pero tampoco la abandonan. Lo ha probado todo; lo último, las pociones de "un chino avispado". Un año después y 500 euros menos, con los brotes en su total esplendor y las manos enfundadas en guantes en pleno verano, María José recala otra vez en la consulta del dermatólogo. "Ahora me dice que lo que tengo es nervioso".

Ella reconoce que sus manos han empeorado mucho en las épocas en las que ha colgado el cartel de gabinete de crisis en su vida: temporada de exámenes, mudanzas varias, un divorcio y, recientemente, la salida de los hijos de casa. A esta mujer le cuesta achacar a la mente, al espíritu o al alma algo tan palpable y objetivo como unas manos llenas de escamas que no se curan ni con lo humano ni con lo divino. La sugerencia llegó deslizada veladamente por el especialista: "Vamos a consultar con el psiquiatra". La guinda que faltaba para rematar el pastel de esta mujer.

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Los propios dermatólogos reconocen la resistencia de los afectados a pasar por la consulta del psiquiatra o del psicólogo por unos picores o manchas. A la vez, y según reconoce el doctor Antonio Rodríguez Pichardo, miembro del grupo de dermatología psiquiátrica de la Academia Española de Dermatología, los médicos suelen preferir una lectura "organicista" de los problemas de la piel. "Se agotan primero todas las posibilidades de tratamiento con medicamentos, como si las personas fueran sólo aminoácidos con un poco de agua y nada de espíritu".

Sin embargo, está comprobado que en épocas de guerra la gente pierde el pelo, o que tras un atentado terrorista el estrés postraumático puede salir literalmente por los poros en forma de erupciones o como pequeñas calvicies redondas que los dermatólogos llaman alopecia areata. El amor puede desencadenar el rubor púdico, y el examen de la autoescuela, una sudoración descontrolada de las manos. La piel habla más de nuestras angustias y alegrías de lo que suele creerse. Y se estima que casi el 50% de los que entran por la puerta de una consulta de dermatología tiene un malestar psicológico o un trastorno psiquiátrico asociado a su lesión.

Poco a poco, la gente empieza a aceptarlo. "La medicina va por modas", explica Carmen Brufau, dermatóloga del Hospital General Universitario Reina Sofía de Murcia. "Hace unos años se llevaban las alergias y la gente les atribuía todos sus males. Ahora preguntan con más frecuencia: 'Doctora, ¿esto no será de los nervios?".

Lo cierto es que la piel, además de ser el escudo protector más grande del cuerpo humano, cubre un área de dos metros cuadrados y pesa alrededor de seis kilos. Funciona también como un gran escaparate de las emociones. ¿O es esto mucho decir? Para la doctora María José Tribó Boixareu, de la unidad de Psicodermatología del hospital del Mar en Barcelona, la frase es acertada. "La piel puede ser circunstancialmente un indicador visible del estado anímico de una persona. La cara se ruboriza por vergüenza, júbilo o estrés y sufre palidez con la ira o el pánico. La humedad manifiesta de las manos cuando las estrechamos es un signo que, al igual que los otros, denota ansiedad", señala la doctora.

Del cerebro a la piel y de la piel al cerebro. Las últimas investigaciones realizadas en Holanda y Estados Unidos sugieren que una situación de estrés libera neurotransmisores que alteran la producción de hormonas y provocan, por ejemplo, un empeoramiento del acné o una caída del pelo muy localizada. Según Jorge Ulnik, profesor de Enfermedades Psicosomáticas de la Universidad Abierta Interamericana y uno de los primeros psiquiatras en abrir una clínica con un servicio de Psicodermatología, el proceso inverso también se ha probado en los laboratorios. "La piel puede desencadenar la liberación de sustancias que actúan sobre los neurotransmisores que intervienen en las emociones. Por ejemplo, un abrazo o una caricia generan la producción de sustancias en el cerebro y hacen que la gente se sienta mejor y protegida".

La doctora Brufau recuerda que la piel y el sistema nervioso surgen de una misma hoja embrionaria llamada ectodermo. Un origen común que quizá explique la fuerte relación entre la piel y lo que ocurre en nuestras neuronas.

Cuando un adulto siente vergüenza su cara enrojece, se le enfrían las manos y empiezan a sudar; un adolescente tiene un acné muy severo y se retrae, no sale de casa, se deprime; una mujer tiene manchas en las piernas y deja de ponerse faldas y se tapa como si fuera una enferma. El doctor Rodríguez Pichardo asegura que algunas enfermedades de la piel, como los líquenes inflamatorios, son frecuentes en las cercanías de una mudanza o en el duelo tras una separación sentimental.

Hay incluso trastornos con nombres curiosos, como el eritema púdico, un enrojecimiento de la piel que sufren algunas personas cada vez que se sienten expuestas en público, o la calvicie súbita, relacionada con traumas vitales, como accidentes o la muerte de un ser querido. Para el profesor Ulnik, la queja ante el dermatólogo materializa muchas veces un sufrimiento más profundo: "Es la evidencia física de que realmente lo estoy pasando mal". Algo que la doctora Brufau ha podido comprobar en su consulta: "Muchos vienen por lesiones banales o describen vagamente sus síntomas. En lugar de decir 'me duele' o 'me pica', comentan: 'Tengo una sensación como si me fuera a doler', y en realidad buscan una excusa para que le traten otro asunto más allá de la piel".

La polémica del origen psicológico de las enfermedades de la piel no está ni mucho menos resuelta. Incluso los especialistas que han apostado por la Psicodermatología, una disciplina que estudia el impacto de las emociones de un individuo sobre su piel, reconocen que en la psoriasis o el acné -enfermedades en las que está totalmente aceptado el componente psíquico- es complicado diferenciar la causa de sus consecuencias.

"No sería exacto decir que el malestar emocional sea ni causa ni efecto de las enfermedades de la piel", tercia la psicóloga Isabel Larraburu. Y agrega: "Lo que sí puede afirmarse es que entre un 30% y un 40% de las consultas de dermatología están asociadas con estados emocionales alterados debidos al estrés". Según esta experta, está probado que una gran proporción de los pacientes dermatológicos padecen también depresión clínica.

Psiquiatras, psicólogos y dermatólogos tiran por la calle de en medio. En las unidades de Psicodermatología, que en España todavía no han superado la categoría de novedad, cuando los dermatólogos identifican a un paciente que necesita ayuda psiquiátrica para curar su piel, le doran la píldora. Cualquier estrategia es mejor que escribir: "Remisión al psiquiatra".

La mezcla de los antídotos para el cuerpo y la mente parece estar dando resultados y ya se empiezan a recetar por igual cremas emolientes, ejercicios de relajación y técnicas para reducir el estrés. El psicólogo estadounidense Ted A. Grossbart, de la escuela de Medicina de Harvard, manda a sus enfermos de vacaciones por prescripción médica para aliviar los brotes del acné o del eczema. "Todos notan una mejoría cuando cambian de ambiente y creen que hay algo que les produce alergia en su casa o en la oficina. Pero es el estrés. Con sólo alejarlos de su generador diario de ansiedad mejoran, porque el estrés altera el sistema autoinmune y dispara las inflamaciones de la piel", asegura.

El doctor Rodríguez Pichardo establece que los motivos más comunes por los que la gente va a su consulta son, por este orden: considerar que se tienen muchos pelos, el mal olor corporal, sudar demasiado o tener alguna cicatriz. "¿Hasta dónde podemos los médicos ser cómplices del mercado global de la belleza?", se pregunta este especialista con más de 30 años de ejercicio que se escandaliza cuando algunas revistas recomiendan a las mujeres ponerse botox a partir de los 28 años. "El botox se ha convertido en una señal de identidad, en un símbolo de estatus, en lo que representaba hace unos años el visón".

De la ciencia al 'marketing'

"Llegan las cremas de la felicidad". Así se vende la última generación de cremas antiedad, que prometen mucho más que hidratar o nutrir el cutis. Su argumento y su acción son mucho más profundos. Unas protegen la piel de los mensajes negativos que pueda enviarle el cerebro, otras estimulan la producción de endorfinas y las terceras consiguen mejorar la percepción que uno tiene de sí mismo. El objetivo final es la piel, pero la acción actúa -o quiere hacerlo- directamente sobre las neuronas. Buscan el bienestar para acabar con los entrecejos arrugados y las malas caras. Son el fruto de una disciplina de nueva creación llamada neurocosmética, que asegura que el mejor aliado de la piel no está en ningún otro sitio que no sea el cerebro.

Hipocondría de la belleza

Una chica entra a la consulta del dermatólogo con su novio. "Doctor, se me está cayendo el pelo a trozos". El médico examina el cuero cabelludo y le dice que tiene una mata de pelo. El novio está de acuerdo. Su chica no ha perdido ni un pelo. ¿Qué está pasando? El doctor Pichardo enmarca esta historia en un apartado que él mismo ha bautizado como 'Hipocondría de la belleza'. "Hay que establecer diferencias entre lo que el paciente te cuenta y lo que tú ves", explica. "Estas personas no suelen tener nada anormal; a veces, alguna lesión inapreciable, una cicatriz difusa o unos pequeños capilares en la cara, pero están comparándose constantemente con un modelo estético perfecto". Más que cualquier problema en la piel, padecen una dismorfofobia, algo similar a lo que le ocurre a una anoréxica cuando se mira en el espejo y se ve gorda. "Estas personas nunca van a estar satisfechas con el tratamiento que les puede poner un dermatólogo", señala Pichardo. Quizá porque su trastorno sale por la piel pero está en otro sitio. Pichardo también reconoce que incluso las personas normales sin este tipo de distorsión de su imagen tienen cierta incapacidad para aceptar que ya están curados. "Mientras se vean la sombra de una mancha, reclaman y se siguen sintiendo enfermos. Es la locura de la estética".

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