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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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La misma canción

Suena tan antiguo, tan rancio.

"La moda andrógina es una opción para las mujeres que tienen el control de su vida y que son decididas". "No existe posibilidad de salir de la crisis sin una flexibilización del mercado laboral". He escuchado con frecuencia estas frases o sus derivadas durante las últimas semanas -en el segundo caso, a lo largo de interminables meses-, pronunciadas por creadores o sicofantes de la moda, las primeras, y por capitostes de la patronal y bolsillos afines, las segundas. Y en los dos casos me han sonado a canción muy vieja.

He visto a los diseñadores y a sus vasallos estrenar con orgullo las colecciones de turno, rodeados de ojerosas muchachas con cara de hambre y ojerosos muchachos con cara de vicio que lucían sus nuevas ocurrencias como si estuvieran a punto de desmayarse, en un capítulo del Satiricón, bajo la irónica mirada de Petronio, quien, pese a ser árbitro de la elegancia -o precisamente por eso: la elegancia es siempre una fuente interior-, no era ningún imbécil.

Sé lo que quieren los unos y los otros. Quieren trabajadores famélicos. Ninguna mujer con buenos pechos y buenas caderas puede subirse a una pasarela para exhibir la moda andrógina, por muy decidida que se muestre y por mucho control de su vida que posea. En general, las modelos ideales para ir triscando por los desfiles con pintas de muchachillo deben de ser tan planas como las fantasías eróticas de los diseñadores y, además, de usar y tirar. Como los empleados a los que hay que enseñar lo que vale una reforma laboral al gusto de los empleadores.

Las grandes estrellas de la moda -maniquíes- se hicieron famosas -de vez en cuando, a alguna le ocurre aún- montándoselo por su cuenta y teniendo atado corto a su diseñador de cabecera. En los buenos tiempos les ocurría a muchas. Desde que en las presentaciones de temporada los creativos mezclan chicos con chicas, lo único que distingue a unas de otros es que ellos muestran el morrillo de la Mona Lisa, aquella que se comió el gato poco antes de que la inmortalizara Leonardo. Siempre se están comiendo el gato, o creen que algún día se lo comerán. Ellas saben que no tienen acceso, y puede que ingieran sustancias para poder competir y aguantar. Las miras y te preguntas: ¿a quién le importan? Hambre para hoy y el olvido, mañana.

Para el mandamás de la CEOE, el ideal de obrero o empleado posreforma no tan inalcanzable (pensemos que han adelgazado tanto los derechos laborales que Chumy Chúmez hoy volvería a triunfar pintando a sus ricachones con sombrero de copa, llevados a cuestas por un siervo) es también plano y carece de fuerzas o de interés para rebelarse.

En el dominio de la moda, la situación resulta tan exasperante que a una le da ganas de arrodillarse cuando contempla a un ser humano extremadamente bello, pero de talla privilegiada normal, como Cindy Crawford, en las páginas de publicidad de las revistas. Claro que a ella ya sólo la usan para anunciar relojes. ¿Y qué decir de Scarlett Johansson? Tan redondita, tan sensual, tan femenina, tan voluptuosa, siempre tumbada y siempre boquiabierta: la utilizan para que expanda las delicias de un champán francés, y los productos de maquillaje de una firma italiana. Jamás habría alcanzado una pasarela, mejor para ella.

La dieta laboral preconizada una y otra vez por quienes controlan los beneficios a su favor y pasan por salvadores de la economía conduce al ayuno más drástico. No estamos aquí tampoco ante esa decisión razonable que todos nos planteamos alguna que otra vez ante el espejo: sobra grasa aquí, no quepo en mis pantalones. Porque capaces de llevarlos, físicamente, somos todas, con o sin culo; y de controlar nuestras vidas como podemos, cuando podemos, y si podemos, también; al menos, de intentarlo. Y de eso se trata, no de que se nos dé la bendición desde los atelieres y las revistas afines.

Porque lo más detestable es el uso de los latiguillos. Ni la moda andrógina tiene que ver con nuestra fuerza ni el despido loco nos sacará de la crisis.

Qué vieja la canción, qué lamentable que aún haya quien se la crea. Qué asco de corifeos.

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