_
_
_
_
_
Reportaje:

El naturalista universal

Alejandro de Humboldt, naturalista, viajero y explorador, ha pasado a la historia como el precursor de una nueva forma universal de ver la naturaleza, embrión de la actual ecología. Joven, rico, humanista y filósofo, emprendió en 1799 un viaje por España y América que abrió nuevas vías científicas.

Pocos científicos se han anticipado a su época tan claramente como lo hizo el viajero y explorador de la naturaleza Alejandro de Humboldt. Conocidos naturalistas, historiadores y filósofos se refieren hoy a él como el primer ecólogo de la historia y el hombre que con su concepción del mundo fue precursor de la actual mundialización; incluso le califican, caso del filósofo alemán Ottmar Ette, de "pionero de la edad de la Red". Sin embargo, Humboldt es prácticamente un desconocido, un olvidado en gran parte del mundo globalizado al que se adelantó, incluyendo su Alemania natal -el escritor Hans Magnus Enzensberger, empeñado en recuperarle, reedita su obra- y España, país que le permitiera, a finales del siglo XVIII, realizar su gran viaje de más de cuatro años por tierras americanas. En él alumbraría Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo y su famosa, Geografía de las plantas en los países tropicales, donde se entrelazan las disciplinas más variadas -botánica, geología, matemáticas, historia, zoología- y surge un método empírico de hacer ciencia con conciencia universal que se definiría en adelante como "ciencia humboldtiana". Una ciencia en la que encajan a la perfección dos adjetivos muy actuales: global e intercultural.

"Busca la idea de libertad en los seres humanos y en la naturaleza"
"En el volcán Chimborazo ríen como locos y casi caen a un barranco"
"Le encantaba que le pintaran. No hay otro con tantos retratos"

Cuando Humboldt llegó a España, en 1799, era un joven de 30 años, guapo, rico, intrépido y vitalista, deseoso de conocer y ampliar en la práctica sus conocimientos científicos. Tenía detrás una excelente educación en ciencias y letras nada habitual en la época, pero que él, procedente de la nobleza prusiana, había recibido en el castillo familiar de Tegel -"el castillo del aburrimiento", en sus palabras-. Había dejado atrás un ambiente estrecho y rígido que le asfixiaba -"mi habitación me parecía una tumba abierta"-, pese a contar entre sus amigos a escritores como Goethe y Schiller, con los que él y su hermano Wilhelm mantenían frecuentes encuentros, y un trabajo de inspector de minas que, por su preparación técnica, le rendiría excelentes resultados en sus viajes posteriores.

Éste es el personaje que, después de pasar por París y alternar con la flor y nata de los ilustrados y revolucionarios franceses -para siempre sería ya un defensor a ultranza de las ideas de la Revolución Francesa-, llega a Madrid bien provisto de los instrumentos científicos más avanzados de la época y acompañado de su amigo el naturalista y médico francés Aimé Bonpland. Su sueño: llegar a África o encaminarse a tierras americanas.

Un famoso viajero, Joseph Towsend, ya recomendaba para viajar por España, en época de Carlos III, "una buena constitución física, y llevar dos buenos criados, cartas de crédito para las principales ciudades y recomendaciones para las mejores familias del país", como recuerdan Miguel Ángel Puig-Samper y Sandra Rebok, estudiosos de la figura de Humboldt y a punto de concluir un libro sobre su estancia en España. Cuando Humboldt llegó a Barcelona cumplía gran parte de estas sugerencias. "Presentaba una apariencia física inmejorable, y la resistencia de su constitución había quedado demostrada tanto en las experiencias galvánicas -con descargas eléctricas- probadas en su propio cuerpo como en su trabajo como inspector de minas. El segundo consejo sólo se cumplía parcialmente, ya que venía a España acompañado únicamente de su amigo Bonpland, considerado un criado o a lo más un secretario por las autoridades españolas. Y respecto al tercer asunto, Humboldt no tenía problemas, ya que tras la muerte de su madre había heredado una gran fortuna que pensaba invertir en su viaje".

Una figura que nos descubre la exposición Alejandro de Humboldt. Una nueva visión del mundo (4 de octubre a 8 de enero de 2006) se podrá visitar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Cuadros, libros, esculturas, instrumentos, documentos, dibujos, animales, dioramas y enormes fotografías que nos transportan al ambiente de selvas y volcanes, o a la ilustrada biblioteca de Berlín donde el científico pasó los últimos años hasta su muerte, en 1859. Un recorrido por la vida, viajes e investigaciones del naturalista y su época. No hay que olvidar que sólo su obra del viaje americano contiene más de 1.400 grabados de plantas, animales, paisajes, monumentos, piezas de arqueología y códices de las culturas prehispánicas. Fue la publicación científica más voluminosa y cara de la historia financiada por un particular.

"De alguna manera, es la exposición más loca que pueda imaginarse, porque hay pirañas vivas y olivos de los primeros paisajistas, junto con documentos recién recuperados e instrumentos científicos, aunque todo muy bien estructurado", dice su comisario, el historiador alemán Frank Holl. "Humboldt no tiene final, cada día descubro algo nuevo de él. Es un ilustrado, un humanista, un admirador de la Revolución Francesa, un demócrata y un precursor. La libertad es una idea que busca en los seres humanos y en la naturaleza. Él decía que todas las personas están destinadas a la libertad. Fue el hombre más empírico del mundo, pero, pese a que su sistema cabe perfectamente en nuestro mundo global con tantos conflictos, su figura está muy olvidada". Holl recuerda que en Alemania, cuando se cita a Humboldt, la gente se refiere a Wilhelm, su hermano, creador de la universidad que hoy lleva su nombre. "¿Qué pasó? Mi teoría es que Alejandro no era un alemán típico. Fue un cosmopolita ejemplar para todos, pero en la Alemania posrevolucionaria de 1848 hubo un movimiento muy conservador, y Alejandro no encajaba en esa sociedad, así que se olvidaron de él".

Hay algo que sorprende de inmediato al echar la primera mirada a esta exposición: el nombre de Alejandro de Humboldt españolizado. Prácticamente ha desaparecido cualquier referencia al nombre genuino del científico, Alexander, algo ciertamente chocante. Tiene una explicación. El propio Humboldt, igual que en algún momento manifestó su deseo de que no le llamaran barón -aunque usó el título nobiliario eventualmente-, también traduce su nombre en cada país que visita. Así, en Francia firma como Alexandre de Humboldt, y en España o América, como Alejandro de Humboldt. "Llegamos a la conclusión de que era mejor utilizar el nombre españolizado, según su deseo, que dejó muy claro en algunas cartas cuando dice 'quiero españolizarme del todo' o 'siento mucho tener que desespañolizarme', a su vuelta de América", dice Holl.

La exposición, la décima de las montadas por Frank Holl y Cecilia Estrada por distintos países del mundo -China acaba de solicitarla-, está distribuida cronológica y temáticamente. Empieza con la juventud de Humboldt y termina con su muerte. Cada país o lugar que visita tiene su sala dedicada a un tema. Por ejemplo, Venezuela, a "la investigación de ríos y selvas", y recoge su visión de la ecología, de la armonía de la naturaleza, del intercambio de las fuerzas de la naturaleza y los seres humanos; Cuba, a la esclavitud, contra la que Humboldt luchó toda su vida; Nueva Granada (Colombia), a la botánica, y en ella se exponen las acuarelas de José Celestino Mutis e instalaciones que simbolizan las 3.800 plantas que Humboldt y Bonpland publicaron como nuevas -aunque en su herbario recogieron más de 6.000, se quejarían repetidamente de la dificultad para conservarlas-, y también el conocido boceto de Humboldt del volcán Chimborazo, donde relacionó plantas y altitud. El vulcanismo y Ecuador se dan la mano, y vemos los volcanes de México y Ecuador a los que los viajeros ascendieron -en algunos casos arrastrándose entre los conos de lava petrificada-, y Perú destaca el estudio de la corriente marina del Pacífico, que luego se bautizaría como corriente de Humboldt.

"El peso de España en esta exposición es notable porque está llena de libros maravillosos, primeras ediciones, documentos, cuadros, piezas que vienen de sus propios museos", señala la mexicana Cecilia Estrada, que explica la razón de las numerosas pinturas. "Lo importante no es que sean cuadros bonitos, sino que Humboldt modificó la pintura del paisaje. Él criticó a los paisajistas por su concepción del paisaje, y sobre todo porque pintaban plantas que no se correspondían con la realidad. Mantenía que a la naturaleza hay que reflejarla como es. A partir de entonces hay una serie de pintores que van tras sus huellas y tienen cuidado de lo que pintan, y en los cuadros empiezan a aparecer elementos esenciales como el agua o la montaña".

El biólogo Puig-Samper, director del departamento de publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y estudioso de la historia de la ciencia española e iberoamericana y de sus expediciones, afirma que siempre se ha considerado que las desatendidas eran nuestras propias expediciones y que Humboldt estaba estudiado de forma exhaustiva. "Yo pensaba que ya estaba todo dicho sobre él, pero en 1998 me pidieron un trabajo sobre Humboldt en España y me puse a indagar un poco, y lo que vi me sorprendió. El propio Humboldt agradece de modo vehemente, en la introducción de su obra, la aprobación de su viaje por Carlos IV, pero de una forma leve, aunque luego habla bastante de Canarias. Me revisé toda la biografía, y, efectivamente, escribió de todo lo humano y lo divino menos de España. Fue una sorpresa, así que empezamos a investigar en distintos archivos".

Puig-Samper y Sandra Rebok, investigadora contratada del CSIC (a punto de publicar en Alemania su tesis doctoral sobre la percepción de Humboldt), descubrieron cosas bastante sorprendentes, más allá del curioso comentario del ilustre viajero sobre la situación geográfica del palacio de San Ildefonso -"ningún otro monarca europeo tiene un palacio en la región de las nubes"-: "Hay dos partes importantes que se reflejan en la exposición. Una, todo el proceso de interacción con la comunidad científica y política española en la preparación del viaje. Eso lo valoramos mucho. Y dos, la propia estancia de Humboldt y la reconstrucción de su itinerario desde que atraviesa la frontera por Barcelona, sigue a Valencia y de allí a Madrid por La Mancha, y finalmente a La Coruña, donde se embarca, y que curiosamente no se sabía. También hemos podido determinar cuál fue su actividad científica en España".

¿Qué hizo realmente Humboldt en España? ¿Tuvo su estancia algún interés en relación con su viaje y obra posterior? Parece que, sobre todo, le sirvió para experimentar con los instrumentos traídos de París y tomar longitudes y latitudes de distintas ciudades, incluyendo Madrid. "Además de observaciones astronómicas, hace el descubrimiento científico de la meseta. Suponemos que de una manera más popular y empírica se conocería, pero es sorprendente que hasta 1799 no se hubiera percatado nadie de tal hecho, de una manera científica y tan precisa como él hace al levantar un perfil topográfico de la Península. Luego, en la estancia canaria, un poco más descrita, hemos podido precisar hasta qué punto su ascensión al Teide influye en su Geografía de las Plantas; la idea de asignar a las plantas por niveles de vegetación altitudinal, que luego desarrolla en el Chimborazo. Y desde el punto de vista geológico, en el Teide empieza a comprender cómo el vulcanismo tiene una importancia enorme en la formación de la corteza terrestre, del relieve geológico. Entonces, Canarias supone un punto de inflexión en su pensamiento geológico".

Los investigadores se han sorprendido de las pocas impresiones personales que Humboldt deja en su diario de viaje a su paso por España, sobre todo cuando se compara con sus anotaciones americanas e incluso con los apuntes de su hermano Wilhelm, que viajó a España poco después y escribió un interesante diario con amplios comentarios sobre la población, vestimentas y hábitos de los españoles.

"El artículo de Humboldt, publicado en la revista alemana Hertha en 1825, sobre el perfil topográfico de la Península, es muy científico. Su manera de acercarse a la realidad es a través de instrumentos de medición; apenas encontramos comentarios sobre otras facetas. Sólo, en una carta, se queja un poco de que la gente no le deja realizar sus experimentos porque considera que hace cosas raras, y eso le obliga a hacer sus mediciones por la noche. Hay gran diferencia en cómo se acerca a la realidad en España y en América. España es una idea más ilustrada, mientras que en América el enfoque cambia, hay aspectos más románticos; comienza a describir la naturaleza, a las gentes, a los indígenas…", dice Rebok, quien señala que también hay que diferenciar entre los escritos publicados por Humboldt y las apreciaciones que se pueden encontrar en cartas a amigos o colegas, mucho menos controladas. "En los diarios pueden verse comentarios que no encajan con la imagen que él quiere dar de sí mismo. Ejerce una especie de autocensura".

Desde el siglo XIX, explica Puig-Samper, los investigadores de historia de la ciencia en Alemania habían venido buscando el documento, que suponían un gran memorial, que Humboldt había presentado al rey Carlos IV como proyecto del viaje a América, y que nunca aparecía. "Yo pensé que, aunque Humboldt era prusiano, la persona que más le había ayudado en España a la promoción de su viaje era el barón de Forell, el embajador de Sajonia, que tenía con Carlos IV, hijo de la princesa María Amalia de Sajonia, una relación muy estrecha. Así que investigamos el fondo de Sajonia del Archivo Histórico Nacional, mirando papel a papel hasta encontrar, por intuición y tozudez, el famoso documento memorial dirigido al rey, que es bastante cortito, está en francés y presenta lo que desea hacer en territorio americano. El memorial iba acompañado de una especie de currículo, una autobiografía, y es curioso porque en ella se presenta como un experto en minas, lo que es importante para la Corona española, que está intentando reformar la minería de Almadén y la americana. Sin embargo, en la presentación se define como un científico naturalista interesado por los fenómenos universales, como la configuración de las capas geológicas o el estudio de la relación de los seres inanimados y los orgánicos. Pero lo más interesante es ver que el viaje a América se deriva de las facilidades que encuentra en la corte para viajar a aquel continente".

Así que Humboldt consigue su pasaporte para América y a cambio se compromete a hacer envíos para las colecciones del Real Gabinete de Historia Natural y del Real Jardín Botánico. Es su único compromiso y lo cumplirá. Hace envíos de plantas, de semillas, al Real Gabinete y al Botánico, y se queja de que las instituciones españolas nunca le responden. Se sabe que parte de las colecciones que envió se perdieron en un naufragio. "Él cumple, pero también tiene la habilidad de volver del viaje por Francia, con lo que no tiene que dar explicaciones… Y hemos pensado que muy hábilmente, porque cuando sale de España por La Coruña dedica su último pensamiento a Alejandro Malaspina, que, tras su gran expedición alrededor del mundo, estaba preso en el castillo de San Antón por una conspiración política…", dice Puig-Samper.

Rebok señala que durante toda su vida, Hulboldt se mostró, en su obra y cartas -escribió unas 50.000- muy agradecido con España. "En muchos momentos expresa su deseo de volver, y también destaca las investigaciones hechas por españoles, algunas no publicadas. Y al citarles en sus obras les da un reconocimiento internacional. Menciona con frecuencia al jesuita José de Acosta, diciendo que en él está el germen de su concepto global de América".

Hay una especie de leyenda negra de Humboldt en su relación con los científicos españoles. Una de las acusaciones que le hace la historiografía más tradicional es que se aprovechó, consciente o inconscientemente, del conocimiento histórico y científico español. "Eso es muy discutible. Es verdad que él va recopilando material hecho, en su base, por científicos criollos y peninsulares españoles; pero el mérito está luego en darle forma, analizar, sistematizar, sintetizar y darlo a conocer a la comunidad científica europea. Y eso lo hace Humboldt", dice Puig-Samper, quien señala que el científico frecuentó a naturalistas como José Clavijo y Fajardo, Felipe Buzá, José Cavanilles y el creador del Archivo de Indias y cosmógrafo mayor del reino, Juan Bautista Muñoz.

Sabemos que en su estancia madrileña, Humboldt hizo vida social y frecuentó tertulias como las de la condesa de Montijo y el duque de Parma -casado con la infanta María Luisa-, al que calificó de "flor exótica en el desierto" por tratarse de un ilustrado que realizaba experimentos científicos. Y también que estaba obsesionado con ir a pasear y pescar a la Casa de Campo, entonces coto real, hasta el punto de pedir disculpas por su insistencia en ello. "Tuvimos la fortuna de hallar un documento donde le conceden el permiso para pasear con sus acompañantes por el coto", dicen los investigadores.

Algunos coetáneos como Schiller, y su propio hermano Wilhelm, criticaron en ocasiones a Humboldt, al que calificaron de "vanidoso y superficial" (Schiller llegó a decir cosas mucho peores de él) por su incansable actividad, que no despreciaba ni el buen comer, ni el baile, ni las salidas nocturnas parisienses. "Es un personaje difícil de descubrir en su intimidad", señala Holl. "Los diarios de su viaje nunca eran personales. No era un romántico, porque los románticos expresan su emoción cuando ven la luna; él mide la luna, pero no expresa sus sentimientos… Aunque hay ocasiones en las que dice estar totalmente feliz; por ejemplo, cuando él y Bonpland suben al Chimborazo y ríen como locos, tiran piedras y casi caen a un barranco… Eran dos jóvenes un poco locos, que viajaron sin barco propio, sin cocineros, sin equipo, sin dibujante, y que en cada país contrataban a gente de la región. Humboldt aprendió perfectamente el español, tenía una memoria prodigiosa y parece que dormía sólo cuatro horas. Era un hombre con endorfinas propias… Disfrutó de la vida, pero no se le conocieron mujeres. Se ha especulado bastante con su tendencia homosexual".

El escritor Hans Magnus Enzersberger escribe refiriéndose a esta faceta de Humboldt: "Tímido y solitario, repasa en su memoria los muchachos que le agradaron, solían ser tranquilos y necesitados; él les ayudó y calló". Una frase sugerente y cuidadosa. "Yo tengo la misma opinión. Seguramente tuvo sentimientos homosexuales, siempre ha existido esta sospecha; pero Bonpland no era homosexual, tuvo muchísimas mujeres en su vida, incluso se dijo que había tenido una relación con la emperatriz Josefina. Yo creo que su viaje fue como una compensación de un deseo que nunca dejó aflorar. Viajó para escapar de un mundo muy cerrado, de una madre muy fría, y se esforzó en probar que era un hombre fuerte; subía a los volcanes, nunca se quejaba. El que sufría mucho era el pobre Bonpland, que era quien se enfermaba…", relata Holl.

A su vuelta en París, después de gastar su fortuna en el viaje, vivía de forma muy modesta en una pequeña habitación y sólo tenía dinero para el café. Su cuñada le reprochaba que siendo un hombre tan famoso llevara la chaqueta con los codos rotos, pero a él no parecían importarle estos detalles. Sin embargo, al mismo tiempo ejercía de estrella científica. Tenía su autógrafo en litografía, y cuando le visitaban en su cuarto de trabajo lo repartía generosamente. "Le encantaba que le pintaran, no hay otro científico con tantos retratos como él… Era vanidoso, pero de una manera simpática. Cuando tenía más de 80 años, un periodista norteamericano le visitó y, tímidamente, cuando le vio en su biblioteca tan anciano y con su pelo blanco, le dijo: 'Ahora veo una pirámide'. Y Humboldt le contestó: 'Usted ve una ruina'… Tenía sentido del humor y era contradictorio, pero su idea de la democracia, de la libertad, estaba por encima de todo", dice Holl.

Puig-Samper insiste en esa contradicción. "Nosotros le definimos a veces como un revolucionario cortesano, porque él se define como un admirador de la Revolución Francesa, y de hecho es amigo de Forster, uno de los revolucionarios alemanes más importantes y su guía y modelo político. Pero eso choca con su posición tan cortesana en España y su actitud tan reverencial con Carlos IV. Incluso al final de su vida, cuando el rey de Prusia le pide que vuelva a Berlín, vuelve y se convierte en una especie de chambelán del rey… Y luego está esa parte de ser amigo de los grandes próceres de la independencia americana, que como hemos visto en la investigación no siempre se ajusta a la realidad. Sabemos que es simpatizante de la revolución independentista, se escribe con Bolívar y con algunos líderes independentistas; pero curiosamente también descubrimos que se entrevistó con el embajador español en Londres, cuando se estaba produciendo el proceso de emancipación, y recomienda a las autoridades españolas una posición muy reformista para no perder el imperio español. Les dice: 'Reformen las colonias, den más autonomía a sus territorios y así no los perderán'. Actúa de consejero áulico, al tiempo que es amigo de Bolívar y está dando vivas a la independencia…". "Yo interpreto", añade Rebok, "que lo importante para él es la ciencia, y dentro de eso, si hay que hacer concesiones a la situación política, pues las hace".

Contradicciones aparte, hay un consenso general en reconocer que Humboldt se anticipó a su época y nos dejó un legado plenamente vigente. Él inició un modelo de escritura, alejado del racionalismo frío e ilustrado, donde el sentimiento subjetivo cobra importancia, y que pronto tendría seguidores entre los naturalistas del siglo XIX, hasta que el nuevo modelo evolucionista de Darwin se implanta. "Como científico", dice Holl, "tuvo una visión generalista, que funciona como un sistema -hoy se llama teoría de sistemas-, que incluye la filosofía, la biología y el humanismo, que dejó plasmada en su obra Cosmos, a la que dedicó gran parte de su vida".

"Hay un grupo de gente", añade Puig-Samper, "que pensamos que existe una serie de valores universales en la obra de Humboldt que son rescatables, como la reivindicación de los derechos humanos, de la democracia, unos valores de tolerancia hacia otras religiones y culturas sin perder la identidad propia. La visión de un personaje que es científico, pero también filósofo y tiene otras aristas para el pensamiento moderno, y en ese sentido es muy interesante. Es curioso, porque su obra, en sentido estricto, no es original en cada parcela. Pero la visión global, que es lo que le interesaba realmente, la interrelación de fenómenos, las descripciones generales del universo, es lo que queda. Tuvo una visión muy moderna de interacción de las ciencias y las humanidades. Integró la formación científica con la humanística, fue un adelantado en investigación real".

Alfonso Navas, director del Museo Nacional de Ciencias Naturales, se muestra encantado con la exposición. "Será un éxito total, no me cabe la menor duda. La museografía está perfectamente adecuada; las piezas son emblemáticas, originales en su mayoría, y muy representativas. Es una pena que no pueda estar más de tres meses, pero los originales de papel no puede estar expuestos más tiempo. Y es una oportunidad para que los españoles conozcan a una figura que es todo un símbolo, el paradigma de lo que es un naturalista y el inicio de las ciencias naturales modernas".

Humboldt y Bonpland, en su cabaña de la selva, según la recreación del pintor austriaco Eduard Ender. Al científico nunca le gustó por inexacta, pero se ha convertido en su imagen más famosa.
Humboldt y Bonpland, en su cabaña de la selva, según la recreación del pintor austriaco Eduard Ender. Al científico nunca le gustó por inexacta, pero se ha convertido en su imagen más famosa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_