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PALOS DE CIEGO
Columna
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La novia póstuma

Javier Cercas

Durante el presente mes de abril se anunciará en el Reino Unido la concesión de un premio literario muy original, porque es la primera y última vez que se concede y porque se conoce de antemano el nombre del ganador, que además está muerto. He aquí los antecedentes. El Man Booker Prize es quizá el galardón literario más prestigioso que se concede en el Reino Unido. Premia a la mejor novela del año escrita por un ciudadano de la Commonwealth o de Irlanda con una recompensa de 50.000 libras, un considerable reconocimiento público y un aumento considerable de las ventas. Sobra decir que se trata de un premio a obra publicada. (Sobra decirlo porque, salvo en España, no hay que yo sepa un país donde se concedan premios literarios a obras no publicadas, es decir, premios a los que el autor debe presentar una obra inédita: en España no se puede ganar un premio comercial, como el Planeta o el Nadal, sin presentarse a él; sin presentarse a él, en España sólo se puede ganar un premio institucional, como el de la Crítica o el Nacional. No todo el mundo conoce esa diferencia decisiva -ni sabe que los premios comerciales son una anomalía española-, lo que esperemos que baste para justificar este paréntesis intolerablemente largo). Beryl Bainbridge nunca ganó el Booker pero fue finalista del premio en cinco ocasiones; Bainbridge no es muy conocida en España, donde se han traducido algunas de sus 17 novelas, pero es una escritora con un prestigio bien ganado en Inglaterra. Falleció de un cáncer el verano pasado, a los 77 años, y este año los organizadores del Booker han pedido a los lectores que voten por una de las novelas de Bainbridge que quedaron finalistas del premio; la que obtenga más votos recibirá el Man Booker Best of Beryl. El director del Booker, Ion Trewin, ha elogiado en declaraciones a The Independent el buen perder de la cinco veces perdedora, y ha añadido: "Ninguna cena del Booker estaba completa sin ella. Puede haber sido la eterna dama de honor del Booker, pero, con este premio creado en su honor, estamos encantados de poder coronarla por fin como la novia del Booker". La familia de Bainbridge también parece encantada con el premio. "Beryl tenía muchas ganas de ganar el Booker, a pesar de que dijera lo contrario", asegura su hija, Jojo Davies. "Estamos muy contentos de que deje de ser la dama de honor y se convierta en la novia".

"¿No es humillante recibir un premio de consolación cuando uno ya no puede cobrarlo?"

No pude leer la noticia de la creación de este premio sin experimentar dos sentimientos consecutivos: primero el premio me pareció muy inglés y muy bien; luego me pareció muy universal y muy mal. Me pareció muy inglés y muy bien porque imaginé que sólo un premio británico sería tan civilizado como para admitir que podía haber cometido un error y que, si un novelista había llegado a la final en cinco ocasiones, quizá en alguna de ellas merecía el premio. Además, me acordé de una conversación que, según Bioy Casares, Borges y él mantuvieron el 3 de octubre de 1963. Aquella noche Borges contó que en un College de Oxford hay un memorial de guerra que registra en mármol los nombres de sus estudiantes muertos en la II Guerra Mundial; entre esos hombres figuran al parecer no sólo ingleses que lucharon contra Alemania, sino también alemanes que lucharon contra Inglaterra. Borges y Bioy coinciden en que eso sería imposible en Alemania, en Francia, en Argentina. ¿Y qué es eso? "Una natural pasión de los ingleses por la imparcialidad", observa Borges. "Son fair minded, lo contrario de fanáticos". Así que el premio póstumo a Bainbridge me pareció una manifestación más de la imparcialidad inglesa, el reconocimiento de que quizá el Booker había cometido un error con ella y la forma de compensarla por él.

Pero después pensé que había una manera menos halagüeña de ver el asunto. Porque, si los responsables del Booker eran tan fair minded y tan imparciales como yo suponía y pensaban que se habían equivocado con Bainbridge, ¿por qué no repararon la equivocación mientras estaba viva? ¿Por qué esperaron a que muriera? ¿No es un poco humillante recibir un premio de consolación y encima cuando uno ya no puede cobrarlo? ¿No es en el fondo una forma de perdonarle la vida a Bainbridge? ¿No suena, más que a reparación, a puro recochineo? ¿Y si es verdad que, como ella misma le decía a su hija -hay que ver lo fácil que es desmentir a los muertos-, Bainbridge ya no quería ganar el Booker? ¿Y si no tenía tan buen perder como aparentaba y estaba tan harta de que no le diesen el premio que había llegado a odiarlo, a él, al jurado y a sus organizadores, y por eso no se perdía ni una sola cena del Booker, para poder odiarlos a todos personalmente y con toda su alma? Entonces este premio tan original no sería un acto de reparación sino una falta total de respeto a la memoria de Bainbridge. Y una ocasión de oro para recordar el consejo de nuestras abuelas: guárdate de que todos hablen bien de ti, porque eso significa que estás muerto.

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