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Reportaje:ESPECIAL VERANO | VIAJE

Un oasis y 100 sensaciones

Jesús Ruiz Mantilla

Cuentan los folletos, las webs y los mulás que Marraquech es la tierra de Dios. Pero eso que a todas luces resulta imperceptible salvo en las llamadas a los rezos de las mezquitas parece lo de menos. Porque esta ciudad, roja por el color de sus fachadas, verde por el manto de los árboles y la vegetación que le da sombra al calor y blanca por los rizos de sus antenas, es algo más sensual y más táctil que mística.

Marraquech es el olor de las piedras de incienso mezclado con el cuero curtido con excremento de paloma y la esencia del aceite de argán que aplican en sus masajes. También es la visión de las torres de sus mezquitas -imponente la de Kutubia, con la más alta de la ciudad-, que rozan el cielo del Atlas con la misma intensidad de las parabólicas. Por no hablar de los colores de sus especias, el humo de los puestos de comida acariciando el agua de los charcos, donde también se reflejan los velos y las chilabas si cae un chaparrón.

"Marraquech, fundada en 1062 por los almorávides, es un puro festival de los sentidos"
"Inaugurada en 1923, fue cuna de leyendas de la contracultura. De Winston Churchill a The Rolling Stones o la generación 'beat"
En el 'hammam', Ibrahim restriega la espalda con un estropajo: "así le arranco la piel muerta", dice"

La ciudad, fundada en 1062 por los almorávides, es puro festival de los sentidos: olor, sabor, caricia, aire, esencia, música, ritmo, misterio, humo, tajín, pescado, dulces de miel, hojaldre y frutos secos y té a la menta. El contraste perpetuo. A mitad de camino entre la vieja medina y la nueva ciudad se encuentra el hotel La Mamounia, un oasis ajeno a todo, donde apenas llegan los rumores de la ciudad. El vestíbulo en penumbra atempera con incertidumbre la impresión de recogimiento previa a la explosión que supone la llegada a sus jardines. Entre las murallas trepa la buganvilla y se multiplican las plantas, las flores. Los olivos adquieren la singular altura de algunos robles, las palmeras dan cobijo a pájaros con poca vocación migratoria, que prefieren con muy buen criterio una estancia de lujo al pie de la cordillera que el frío de las montañas.

La Mamounia, inaugurado en 1923, fue cuna de leyendas contraculturales y alta política. Allí se refugiaron desde Winston Churchill hasta los Rolling Stones o lo más granado de la generación beat. Hoy es hacienda de artistas en retiro, mandatarios con necesidad de paz previa a las batallas y millonarios de todas partes del mundo dispuestos a pagar los 8.000 euros por noche en uno de sus riads, tres casas apartadas en sus jardines y con acceso especial para quienes no son de este mundo y creen que no tienen por qué verse mezclados con clientes que solo sueltan 1.000 euros.

Pero allí, unos y otros pueden disfrutar de todo un alarde de cobijo dentro y fuera de sus muros. En el interior, gracias a una imponente mezcla de cristal, mármoles, maderas y cueros dispuestos entre sorprendentes juegos de luz y sombra diseñados en la última reforma del hotel -tres años de obra- por el arquitecto Jacques García. En el exterior, por la amable invitación al paseo entre las pistas de tenis, el césped blando y la gravilla, pero también por la impagable sensación de aislamiento apartada de cualquier órbita que producen sus moreras, pinos y sus plátanos, los rosales, los cactus, los naranjos y limoneros, las chumberas y los geranios que mezclan sus colores intensos y rayan la nariz con sorpresas de nuevos aromas cada metro pateado en un ataque sensorial perpetuo.

Entre sus anchos pasillos en cruz, uno atraviesa el agua azul intenso del spa y agarra el camino hacia las catacumbas, donde se encuentran las termas del hammam. Allí, Ibrahim invita a recogerse 15 minutos sobre los propios sudores y con la difusa sombra de la humedad como toda compañía. La oscuridad se impone y la entrada a la sauna te obliga a penetrar dentro de ti.

El mármol quema, tumbarse requiere atemperar la incomodidad del calor en la punta de los pies con una toalla. Poco a poco vas sintiéndote derretir. La solidez y la aspereza de los labios se transforman en materia líquida. Uno parece un bombón helado al sol con el riesgo de que queden completamente fulminadas sus almendras interiores y exteriores.

En el enésimo cambio de postura, Ibrahim te invita a salir. Unta tu cuerpo con un jabón negro hecho de esencias de olivo y demás y luego te aplica una ducha intensa. Una vez tumbado, restriega tu espalda con una especie de estropajo: "Así le arranco la piel muerta", dice.

Para deshacerse del pellejo condenado sería deseable tomar un hammam al menos una vez por semana. Es de suponer que con esa periodicidad, uno logra la piel del bebé que fue. Sería también deseable recuperar la inocencia. Pero eso no lo aseguran con el tratamiento. Uno expira y expulsa malas vibraciones, pero también nota removerse sensaciones extrañas que le pueden sorprender en solfa. Tierra y arena son los siguientes habitantes de tus poros. Cuando desaparecen, el cuerpo ha recuperado una tersura desconocida. Una nueva piel.

Pero dentro, los organismos apenas han notado influjos que repelan el hambre o la sed. Así que toca darse un homenaje en el restaurante francés que, junto al marroquí y el italiano, componen la oferta gastronómica de La Mamounia.

Los menús son de gran calidad, y por poner peros, se me ocurre criticar el cruasán del desayuno. Aquella mañana un tanto fresca y amenazada por nubes parecía más un bollo que un delicado hojaldre: un tirando a más basto cruasán español en vez de un digno símbolo de la repostería francesa. El jefe de repostería se excusa: "La mantequilla que recibimos esta mañana estaba muy seca. Estoy seguro de que no volverá a ocurrir". Así fue. En los días posteriores, la textura del cruasán mejoró hasta alcanzar la armonía con la suntuosa espesura fresca de sus zumos, que entran solos junto a la tersa lona acuífera de su piscina.

Pero fuera del oasis, la vida apela. Aunque apenas se percibe el rumor de las llamadas al rezo, las bocinas de los carromatos y los escapes de las motos, atravesar la frontera es una experiencia.

Por la mañana, la plaza de Yemaa el Fna, fascinante carrusel de mundos extraños conectados a la vista, el olfato, los pies y las manos del viajero, aparece tranquila. Pero a partir de las seis de la tarde es el centro del mundo. Los charlatanes compiten en los corros con los dueños de los puestos de comida. Hay que tener cuidado de no pisar las serpientes, las de juguete y las de verdad. Un mendigo imita como poseído por el diablo a Charlot y los guías parecen ceder educadamente a la amable expresión "no, gracias", sin insistir demasiado.

Penetrando por la medina, Fátima, una atractiva mujer de la que solo es posible dar cuenta de sus ojos negros, trata de vender pulseras de plata a granel. Regateando, se deshace de tres por 10 euros y de paso nos coloca en la plaza de las especias. Allí, Kamal se esmera en vender ginseng: "Con esto, pum pum, toda la noche guerra de las galaxias". Jura y perjura que es mejor que el viagra. Aunque como sustituto de la píldora también ofrece una receta infalible para la potencia sexual mezcla de cardamomo, almendras, miel, ginseng y jengibre".

Pero quien mejor conoce los remedios del farmacéutico es Zacharias, en su botica Rosa Huile, a dos pasos del puesto que tiene Kamal: "Tenemos crema para quien sufre en silencio [las hemorroides], para verrugas y varices. Para hongos, psoriasis, herpes, acné... Crema para la plancha: antimanchas, antiarrugas...".

Cae la luz y aumenta el delirio. Unos adolescentes se calzan guantes de boxeo en la plaza, mujeres vestidas con camisetas toman té junto a sus madres cubiertas, las parejas se difuminan en la oscuridad de los parques y Marraquech va diluyendo el rojo, el verde y el blanco al sol por los pardos efectos con los que la viste la noche.

&#39;Spa&#39; azul intenso. Entre arcos de herradura, en un ambiente de pura Alhambra, el agua del <i>spa </i>de La Mamounia deslumbra por sus tonos intensos. El <i>hammam </i>arranca la piel muerta y los masajes convierten el descanso en una experiencia extrasensorial.
'Spa' azul intenso. Entre arcos de herradura, en un ambiente de pura Alhambra, el agua del spa de La Mamounia deslumbra por sus tonos intensos. El hammam arranca la piel muerta y los masajes convierten el descanso en una experiencia extrasensorial.CÉSAR LUCADAMO
Artesanos de Marruecos. La decoración del nuevo La Mamounia es obra de diferentes artesanos marroquíes. Escayolas, metales, maderas, crean un ambiente propio de la arquitectura Al Andalus ideado por el decorador Jacques García.
Artesanos de Marruecos. La decoración del nuevo La Mamounia es obra de diferentes artesanos marroquíes. Escayolas, metales, maderas, crean un ambiente propio de la arquitectura Al Andalus ideado por el decorador Jacques García.CÉSAR LUCADAMO

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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