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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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El onanismo como amor propio

Manuel Rodríguez Rivero

De un tiempo a esta parte, me he aficionado a las subastas de libros. No soy un bibliófilo empedernido, de manera que mis pujas son modestas, pero a veces mi prudencia se ve recompensada con el éxito. No siempre. En la última ocasión, me interesé por un volumen en octavo, encuadernado en pasta española y con pie de 1831 de la imprenta de Pedro Sanz. Me atrajo su título: Estravíos secretos ó el onanismo en las personas del bello sexo. Antes de la subasta (en la que fue adjudicado a otro comprador por más de 200 euros), tuve ocasión de ojear el libro, traducción del célebre manual francés de Doussin-Dubrenil, y de leerlo parcialmente. En el prólogo, el traductor expresa su deseo: "¡pluguiera a Dios consiguiese disminuir el vicio que tantas vidas inmola diariamente, y que contribuye tanto a la degeneración de la especie!". El resto es, en el fondo, un mero tratado en forma epistolar (y abundante en sádicas torturas) en el que se dan consejos e instrucciones para combatir el "hábito secreto". El libro se difundió entre educadores y padres en la España del romanticismo, junto con el aún más citado Enfermedades de los nervios, producidas por el abuso de los placeres del amor y excesos del onanismo, del suizo Samuel Auguste Tissot (traducción de 1807). El de Doussin-Dubrenil está pensado como ariete ideológico y moral contra la masturbación, esa práctica que el añorado Cabrera Infante caracterizaba irónicamente como la máxima expresión del amor propio. Algo que, como señalaba Vargas Llosa en un reciente artículo, no puede regularse ni enseñarse, se descubre en la intimidad y constituye "uno de los quehaceres humanos que fundan la vida privada". Una vida privada que, en el caso de las mujeres, suponía -y aún supone en ciertos lugares- una amenaza para el dominio de los varones. En cuanto a la medicalización (además de la estigmatización) de la intimidad femenina, lo cierto es que no hay que remontarse tan lejos en el tiempo. Por tu propio bien, un libro ya clásico de Barbara Ehrenreich y Deirdre English que acaba de publicar Capitán Swing, señala las consecuencias de la irrupción de los "expertos" (varones) en ámbitos tradicionalmente gestionados por la mujer: desde el embarazo y el parto al cuidado de los hijos y del hogar. Un libro que vuelve a demostrar que la "ciencia" no siempre es neutral. Al menos en lo que a los sexos se refiere.

Vademécum

Lo afirma el viejo gurú Jason Epstein en Publishing: the Revolutionary Future, un artículo publicado por The New York Review of Books que debería ser de lectura obligatoria para todos los del métier: la actual resistencia de los editores al imparable futuro digital surge "del comprensible temor a su propia obsolescencia y a la complejidad de la transformación digital que les espera, y en la que buena parte de su tradicional infraestructura y, quizás también ellos mismos, serán redundantes". Algunos apocalípticos se representan el libro de papel del ciclo Gutenberg como víctima de una monstruosa, amenazante y polimórfica Gorgona digital. La verdad es que últimamente los editores están necesitados de una buena dosis de optimismo. El artículo de Epstein puede suministrarla, a condición de que se esté dispuesto a mirar al futuro sin ponerle puertas al campo. Optimista es también The Future of Publishing, created by DK, un juego de imagen y sonido que puede verse en YouTube: si quieren comprobar cómo el pesimismo más abisal puede convertirse en su contrario, no se lo pierdan. Mientras tanto, en la 30ª edición del Salon du Livre, que se está celebrando en París, las ausencias y boicoteos subrayan la situación de crisis (descenso del 7% en la facturación de las librerías) del mercado del libro en Francia. Y también tienen un fondo alarmantemente defensivo las declaraciones de Antoine Gallimard, al que lo único que se le ocurre decir acerca del difícil futuro del salón es que "resulta esencial conservar una manifestación que celebra la magia del libro físico, en el momento en el que el libro digital está en boca de todos". Esa "magia del libro", por cierto, es la que celebran, con un toque desarmantemente elegiaco, los dos lujosos volúmenes (1.184 páginas, 5,6 kilos) que componen The Oxford Companion to the Book, un imprescindible vademécum editado por Michael F. Suarez y H. R. Woudhuysen, con más de 40 ensayos (el correspondiente a la historia del libro en la península Ibérica corre a cargo de María Luisa López-Vidriero, directora de la Real Biblioteca) y 5.000 entradas alfabéticas, redactados por 400 especialistas. En él encontrará lo que usted siempre quiso saber acerca del libro en todos sus avatares: de la tableta de arcilla mesopotámica a la tableta electrónica de Amazon. Sí, el precio es un poco elevado (195 libras), pero este libro tradicional y exquisitamente editado (Oxford University Press) es una referencia única para la cultura escrita.

Socialrealismo

Sostiene Roberto Calasso en La locura que viene de las musas (Sexto Piso, 2008) que "junto con la roulette y las cocottes, fundar una editorial siempre ha sido, para un joven de noble cuna, una de las maneras más eficaces de despilfarrar su fortuna". No hay duda de que el director de la exquisita Adelphi tiene una concepción decididamente elitista (y, al parecer, también falócrata) del oficio. Afortunadamente, se equivoca: basta frecuentar librerías para comprobar que muchas pequeñas editoriales (no fundadas necesariamente por jóvenes de noble cuna) se mantienen con dignidad en este gaseoso mercado post (¿post?) crisis. El último sello independiente del que he recibido muestras es Ático de los Libros, que irrumpe con una serie narrativa alimentada con recuperaciones más o menos "exóticas". Su primer libro es Kanikosen, el pesquero, una reivindicativa novela socialrealista publicada en 1929. Su autor, Takiji Kobayashi (1903-1933), militante comunista, murió de resultas de la paliza que le propinaron miembros de la Tokkó, la temible policía imperial japonesa. Reeditada en 2008, se convirtió rápidamente, al socaire de la ansiedad social provocada por la crisis, en un meteórico best seller del que se han vendido millón y medio de copias. Es como si, de repente, la estupenda novela El blocao (1928), de Díaz Fernández (Viamonte), o La turbina (1930), de César M. Arconada (Cálamo), se encaramaran a nuestras listas de superventas obteniendo la difusión que nunca lograron. Kanikosen refiere en estilo directo y didáctico las penalidades y luchas de un grupo de pescadores que faenan en el inhóspito mar de Kamchatka y que se rebelan contra la explotación a la que los somete un armador sin escrúpulos. Todo ello en un horizonte de solidaridad internacionalista y reivindicación proletaria. Por lo demás, si esta crisis se prolonga mucho tiempo no me extrañaría que presenciáramos otras gloriosas resurrecciones de (presuntos) muertos literarios. Por si acaso, ya he rescatado de la polvorienta fila interior de mi biblioteca La madre, de Gorki, y otros relatos proletariamente edificantes. No vaya a ser que la ola socialrealista me coja (re)leyendo a Nabokov, mientras le hago vudú a Díaz Ferrán, esa roca inamovible.

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