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Reportaje:ALBANIA

El patio trasero de Europa

Jesús Rodríguez

Stalin resucita ante nuestros ojos una mañana de febrero en Tirana. A través de una estrecha rendija en la pared del almacén se adivina en la penumbra su silueta con el brazo derecho alzado al infinito y la cabellera encanecida por centenares de cagadas de paloma. Hace años que nadie accede a este depósito municipal. A cambio de cinco euros, el funcionario responsable de su custodia accede abrirnos el portón. Dentro, entre montones de polvo y basura, reposan los últimos símbolos esculpidos en bronce del último y más opaco régimen comunista de Europa: un completo inventario de estatuas de los camaradas Lenin, Stalin y el líder albanés Enver Hoxha confinadas en esta ruinosa nave industrial de las afueras de Tirana en 1991 tras la caída de la dictadura. Una imponente imagen de Lenin fue serrada por la cintura para encajarla en este espacio. Sus piernas amputadas surgen solitarias de un socavón. Un enorme busto de Stalin con gorra de plato reposa en equilibrio sobre la nariz. El conjunto ofrece un aspecto entre trágico y cómico.

Esas estatuas presidieron los enclaves estratégicos de la capital de Albania durante décadas. Eran el ejemplo a seguir. Los guías de la patria. Fiscalizaban desde su atalaya cada movimiento de los ciudadanos. Los mismos que las arrancarían de cuajo años más tarde. Nadie las recuerda. Tampoco aquella sociedad en blanco y negro; aislada, blindada, paranoica y sin dios por decreto; en la que cada vecino era un espía y un sospechoso; sin coches, teléfonos ni más información que la propaganda. Sin propiedad ni vida privada. Con entrenamiento militar desde los 12 años. Los albaneses prefieren no hablar de su pasado. Aún duele. Cuando termina nuestra visita, el guarda cierra satisfecho el depósito y se aleja chapoteando en el barro de un paisaje urbano desolado. Descarga un aguacero sobre Tirana. Cuando llueve, la ciudad se vuelve intransitable. El polvo se transforma en un lodo grasiento. Los coches adoptan un aspecto plomizo. Los atascos desbordan las calles. Unos metros más allá se alza un mísero poblado de chabolas habitado por gitanos. Los más pobres en una sociedad muy pobre. Un niño pe¬¬queño llena de agua una cazuela en una mugrienta boca de riego. Nos sonríe.

No estamos en el Tercer Mundo. Esto no es Haití. Aunque a veces lo parezca. Estamos en la vieja Europa. A una hora de avión de Roma o Múnich. En Albania. Cruce de caminos entre Oriente y Occidente; entre el islam y la cristiandad. Montañosa, primitiva e inaccesible. Ruta obligada del tráfico de heroína y seres humanos. Uno de los vértices del avispero de los Balcanes. Donde las reglas tribales son la ley. Y un Kaláshnikov duerme en cada desván. En torno a tres millones y medio de habitantes. En realidad, nadie sabe cuántos: no hay Registro Civil. Ni documento de identidad. A esa cifra hay que añadir un millón en la emigración. Y varios millones más de albaneses étnicos salpicados por los Balcanes, principalmente en Kosovo, que acaba de proclamar su independencia de Serbia. Kosovo sale todos los días en las noticias del mundo. Nadie pregunta a los albaneses qué opinan de sus primos del norte, los albanokosovares. Se encogerían de hombros. Bastantes problemas tienen para cargar con los del prójimo.

Albania es el estado más desconocido y posiblemente el más pobre del continente, con la décima parte de la renta por habitante de un español. También uno de los más torturados en su historia. Invadido y ocupado durante siglos. Sin un respiro del feudalismo turco a la dictadura del proletariado. Con los intermedios del fascismo de Mussolini y la ocupación de Hitler. Por aquí pasaron de largo la Ilustración y la revolución industrial. No se vislumbró la democracia. A comienzos de los noventa, el régimen comunista fue expulsado del poder tras 45 años de poder absoluto. Su caída a plomo supondría el colapso de las instituciones del Estado. La bancarrota de la economía. Y la anarquía total. Durante los siguientes 15 años, la violencia, la corrupción y el crimen organizado se harían con los mandos de un país a la deriva. Y decenas de miles de personas lo abandonarían en mercantes rumbo a Italia. Empezando por los profesionales más brillantes.

Las desgracias no habían hecho más que empezar. En los primeros meses de 1997, la situación de anarquía se agravaría aún más tras la crisis de las pirámides. Un atípico conglomerado de entidades de inversión, sin ningún tipo de regulación ni vigilancia oficial, que arrastró en su caída los ahorros de más de dos millones de ingenuos albaneses, a los que habían prometido rentabilidades de hasta el 100% anual, además de provocar la caída del Gobierno y una guerra civil de baja intensidad que se cobraría al menos 2.000 vidas. Todavía quedaría el capítulo de los cientos de miles de kosovares buscando refugio en Albania a finales de los noventa.

A partir de 2000, las cosas comenzarían a calmarse. Hoy, la construcción y las remesas de los inmigrantes tiran de la economía. Y la gran esperanza es ingresar en la OTAN y la UE. Regresar a Europa, al Mediterráneo. Con el apoyo incondicional del amigo americano. Como en su momento fue el amigo chino y antes el amigo soviético. El aliado inevitable. En 2006, Albania firmó con la UE el Proceso de Estabilización y Asociación, que supone una relación preferencial de la UE con Albania y ciertas ayudas económicas a cambio de reformas políticas, económicas y legislativas. El proceso de adhesión se prevé largo. Más fácil parece el ingreso en la OTAN dado el control que ejerce del amigo americano en esta organización. El Ejército albanés ya ha comenzado a destruir su arsenal de origen chino y soviético y sus armas químicas y ha pedido consejo al Gobierno español para acabar con el servicio militar obligatorio.

Queda un largo camino. Todo está por hacer. Todo. "Albania, más que un Estado en transición, como España tras la muerte de Franco, es un Estado en fundación. Está todo por crear; desde el padrón hasta el catastro; desde una judicatura independiente hasta unas listas electorales fiables. Aquí no hay sentido de Estado, de comunidad. Tras 45 años de colectivización, nadie quiere saber nada del espacio público. Cada uno va a lo suyo. Hay un individualismo muy fuerte. Está todo por hacer porque Albania realmente no es un Estado", explica un di¬¬plo¬mático europeo destinado en el país.

En Albania aún existe una mentalidad heredada de la larga dictadura que hay que borrar. Incluso en el vocabulario. Por ejemplo, el término voluntariado está totalmente desacreditado. Aquí nadie quiere ser voluntario. "Durante la dictadura, todos éramos voluntarios. Y eso suponía que te ponían los domingos a recoger maíz para el Partido o a poner los búnkeres a punto por si nos invadían. Eso era voluntariado. Hacer algo por otros a cambio de nada. Por eso, las ONG están teniendo un éxito escaso y nulo apoyo del Gobierno. Y lo misma pasa con la palabra colectivo. Aquí es como hablar del diablo", explica un político de la oposición. "No hay un solo proyecto común más allá de la UE".

Un argumento con el que coincide Edi Rama, alcalde de la capital desde 2000 y actual líder de la oposición socialista, que define Tirana como una no-ciudad. "Tras la caída del régimen, la ciudad se convirtió en un bazar caótico. Donde cada uno ocupaba el espacio público y comerciaba donde quería. Cubierto de edificios construidos ilegalmente. Una no-ciudad sin parques ni aceras; sin transporte público. Con los coches inundando cada rincón y un aluvión de personas procedentes del éxodo rural llegando a diario en busca de oportunidades. Y estamos transformando ese bazar en una ciudad".

-¿Cómo?

-Para empezar, hemos demolido 5.000 edificios ilegales; las excavadoras sacaron 123.000 toneladas de viejos bloques de viviendas que ocultaban la vista del río Lana. Y ahora se trata de modernizar las instituciones. Aprender a recaudar mejor. Porque no tenemos un sistema fiscal eficaz. Lo que lleva a la corrupción es la falta de modernidad. Un Estado, cuanto menos moderno, más corrupto. Si la Administración no te presta servicios, si no te da respuestas, los buscas en la corrupción. Si la puerta delantera está cerrada, vas por la de atrás, que siempre está abierta. Contra la corrupción se lucha modernizando, no con medidas autocráticas, como está haciendo el actual Gobierno de derechas de Sali Berisha.

Edi Rama, de 43 años, es un tipo alto, carismático y arrogante en el que algunos ven al futuro líder del país. Él se deja querer. Artista formado en París y Estados Unidos; siempre con el aura de no haber militado en el Partido del Trabajo de Enver Hoxha, el partido único durante el comunismo (al contrario que los dirigentes de las dos grandes formaciones políticas del país: el Partido Socialista y el Partido Democrático); líder estudiantil contra el comunismo en 1990 y ministro de Cultura con los socialistas entre 1998 y 2000, su golpe de efecto como alcalde ha sido decorar con colores brillantes decenas de cenicientos bloques de viviendas construidos por el comunismo. "Como no teníamos dinero, nos pusimos a pintar". El resultado es muy desigual. Al menos ha aportado una dosis de alegría al mustio perfil de Tirana, una no-ciudad que contaba en 1990 con 230.000 habitantes y hoy supera los 700.000. Y sigue creciendo. Sólo hay que acercarse a las zonas de chabolas que circundan la miserable estación del tren que parece sacada de Doctor Zhivago, de la Rusia de 1917.

Desde su teatral despacho de alcalde pintado al fresco, en el que destacan una fotografía con Hillary Clinton y una ristra de ajos para ahuyentar los malos espíritus (los albaneses son un pueblo enormemente supersticioso), se domina el corazón de la ciudad: la plaza del héroe nacional Skënderbeg. Un Cid Campeador a la albanesa. La plaza, escenario de las grandes concentraciones de afirmación al régimen con Enver Hoxha, es hoy un espacio frío, anodino, de paso; un pastiche mellado rodeado de edificios públicos heredados del fascismo, fuentes que no funcionan y fríos mazacotes racionalistas legado del comunismo. El tono cálido lo presta la bella mezquita Et'hem Bey, del siglo XVIII, desde cuyo minarete se llama a la oración cinco veces al día ante la general indiferencia de los transeúntes. A esa misma hora tañen las campanas de la cercana catedral católica presidida por un infantil mosaico de la madre Teresa de Calcuta, la heroína nacional. Y demonio personal de Hoxha, que la llamaba "la callejera".

En el centro de la plaza, un grupo de hombres cambia divisas por lek albaneses; algunos visten a la usanza de la dictadura: sombrero, traje gris de la era Jruschov y gabán. Alguno se mueve en bicicleta. Se rumorea que son antiguos aparatchik comunistas y ex militares reciclados en cambistas. En otro grupo se venden viejos teléfonos móviles. "Todo lo que se descarta en Europa llega aquí". Los hombres y mujeres de más edad tienen un aspecto rural y desastrado; la gente joven es clónica a la de cualquier barrio popular de España. Un gitano pasea un oso tiñoso sujeto con una cadena, y un par de discretas prostitutas deambulan por la parada del autobús. No es lo normal; al contrario de otras capitales del Este, en Tirana la prostitución es invisible. No hay mercado para esta práctica en un país donde el 25% de la población es pobre, hasta el 60% se sitúa en torno a la línea de la pobreza y el paro supera el 20%. "Aquí no hay mercado para la prostitución y la droga; las exportamos; lo único que podemos exportar es gente", rezonga uno de los cambistas. Según informes internacionales, más de 30.000 mujeres albanesas practicarían la prostitución en la Unión Europea. Más allá, las ma¬¬fias de este país controlarían el mercado de la heroína y la prostitución en Italia y Grecia y extenderían sus tentáculos hasta el Reino Unido.

El señor Abendit tiene una edad indeterminada, entre 60 y 80 años; sonríe sin parar. A veces la mueca se convierte en una extraña carcajada. Lleva una cazadora de cuero sintético y una camisa de franela cerrada hasta la nuez. Era el encargado en la dictadura de la emisión de las licencias de conducir. Durante 40 años, los albaneses no pudieron tener coche. Sólo los jerarcas del Partido. Con su risa particular, Abendit confiesa que en 1985 tenía registrados en Tirana 600 permisos de conducir. En todo el país se contabilizaban 7.000 vehículos, incluidos tractores y camiones. "No había semáforos", dice entre risas. "¿Las cosas han cambiando, eh?".

22 años después de la muerte del dictador, a las puertas del Club Taiwan, la terraza de moda en Tirana, entre tacones de aguja y trajes italianos, se agolpa una completa escudería Mercedes último modelo. Es el coche oficial del país más pobre de Europa. Hay más coches per cápita de esa marca en Tirana que en ninguna otra capital del mundo. Desde los más viejos modelos llegados de Alemania, con cientos de miles de kilómetros en sus ballestas, capaces, según los albaneses, "de soportar las terribles carreteras albanesas", hasta los últimos modelos provenientes muchas veces del mercado europeo de coches robados y que aquí circulan sin papeles. Muchos son, directamente, el resultado del lavado del dinero sucio que llega de otros países. Un caso similar se vive con el boom de la construcción. La locomotora de la economía gracias a las remesas de los inmigrantes y también del lavado de dinero negro de la región. "Es imposible saber de dónde sale esa gente con tanto dinero en un país donde un maestro cobra 270 euros y donde un tercio de los niños viven con menos de dos dólares al día", explica la profesora Milva Ekonomi. "Ves esos coches y esos pisos de lujo y no sabes de dónde pueden salir. En Albania hay dos economías. Una está lavando dinero de fuera".

Milva Ekonomi es una de las fundadoras del grupo cívico Mjaft (Basta), el más sólido del país, cuyo líder, el mediático Erion Velliaj, se plantea su próximo salto a la política. Mjaft nació a comienzos de 2000 para combatir la corrupción, la pobreza y la ignorancia. Para dar un impulso ético al país. "Queremos decir ¡basta! a la violencia, el tráfico ilícito, la contaminación y la política inmoral e indiferente. ¡Basta! a los sistemas de educación y salud en deterioro", explica uno de sus miembros. Hoy es la organización más odiada por los capos de la corrupción y por la derecha que gobierna desde 2005 el país.

La ciudad portuaria de Durres, a orillas del Adriático, puerta de salida de Albania hacia Italia, es el mejor reflejo de la fiebre inmobiliaria que afecta al país; los grandes bloques de apartamentos han hurtado sin contemplaciones centenares de metros a la playa. Se construye sin licencia. Mientras, el puerto aparece inactivo; algunos esqueletos de viejos mercantes están a punto de hundirse. En muchos de ellos huyeron como sardinas en lata 60.000 albaneses hacia Italia tras el colapso del régimen comunista, en 1991. El Estado era el dueño de los barcos; el Estado era dueño de todo. Hoy, la flota mercante albanesa está considerada la segunda más peligrosa del mundo, tras la de Corea del Norte. El último paraíso comunista.

A la entrada del puerto, un enorme cartel anima a los ciudadanos a denunciar a los corruptos; forma parte de una campaña institucional que, según el director del puerto, Agron Çopja, "busca abrir la mente de la gente para que si necesitan un permiso, una licencia, una aduana, no deben pagar nunca por debajo de la mesa. No podemos aceptar más la corrupción. Nos lo exige Europa, el Banco Mundial y el FMI. Es nuestro futuro".

Acabar con la corrupción fue el órdago electoral del actual primer ministro, Sali Berisha, del Partido Democrático. La oferta que llevó al viejo cardiólogo del dictador a la presidencia. Al parecer, con muy escaso éxito en estos casi tres años. La corrupción es un auténtico Estado paralelo en Albania. La economía sumergida, el sector gris, se cifra en más del 50% del PIB y resta unos ingresos cada año a las arcas del Estado de 1.000 millones de euros, una cifra equivalente a las remesas que envían cada año los inmigrantes.

Las raíces de las poderosas mafias albanesas se encuentran en organizaciones subterráneas que ya existían durante el sistema comunista y obligaban a pactos secretos a sus miembros a cambio de sobrevivir a las sangrientas purgas de Hoxha. Esas organizaciones, que dominaban el contrabando, se reciclaron a partir de los noventa, en torno a la droga, el tráfico de seres humanos (niños, mujeres, inmigrantes ilegales), de órganos para trasplantes, armas y coches robados. Hoy cuentan con ejércitos privados. Y su poder se extiende a todas las esferas de la sociedad, aunque de una forma más discreta que hace unos años. La cuestión es ingresar en la UE. Y eso lo saben también los delincuentes. Y hay que ser más discretos.

Esas mafias albanesas se han beneficiado en su enorme y rápido desarrollo de los códigos de sangre que dictaban la ley en las zonas rurales del país. Especialmente en el norte; "los montañeses". El far west. El código más extendido es el Kanum, un centenario conjunto de reglas que ordena las relaciones familiares, las herencias, las venganzas y hasta las transacciones comerciales en amplias zonas del país. Siempre al margen de los poderes del Estado. Hoxha prohibió el Kanum. Como hizo con la religión a partir de 1967. Miles de iglesias y mezquitas fueron cerradas. Los religiosos, perseguidos y en¬¬carcelados. En Albania sólo se podía rendir culto al líder. Y el Kanum era considerado propio de los enemigos del régimen. Siguió funcionando en la clandestinidad. Tras la caída del régimen comunista, la debilidad del Estado provocó su rebrote. Hoy, las mafias acuden a sus sentencias para justificar los ajustes de cuentas. Y los maltratadores, sus asesinatos. Se habla de un millar de muertos cada año víctimas de esa legislación tribal. Cuando una pareja se casa, el padre de la novia entrega a su yerno una bala; podrá hacer uso de ella libremente si la mujer le deshonra. 180 mujeres murieron víctima de la violencia machista en Albania en 2006 frente a 80 en 2005. Muchas mujeres viven hoy aterrorizadas por el Kanum.

Porque, paradójicamente, el fin del co¬¬munismo provocó un repentino retroceso del papel de la mujer en la sociedad albanesa. "Con Hoxha, la mujer, la proletaria, la madre, tenía unos derechos otorgados; era parte de la revolución; y, de pronto, con la democracia, tenía que ponerse a luchar por ellos", resume la profesora Milva Ekonomi. Con el comunismo, el hombre y la mujer eran iguales. En el sistema postotalitario, las cosas iban a cambiar. Suponía la vuelta de la ley islámica entre muchos musulmanes y del Kanum entre muchos campesinos. Y la aparición del fenómeno de los malos tratos. Eralda Methasana, catedrática, profesora y presidenta de la ONG Femjet Sot, explica: "Con el comunismo, la policía sabía todo; tenía los oídos en todos los sitios y si tenía noticia de que pegabas a tu mujer, podías terminar en la cárcel. El Gobierno interfería en las relaciones familiares como un árbitro y avergonzaba públicamente al maltratador. Ya no existen esas estructuras de control y las que se han creado, judiciales y policiales, no son fuertes. No dan miedo a nadie".

-¿Hay una ola de islamismo radical en estos momentos en Albania?

-No, tras 50 años de sociedad laica, la gente pasa mucho de religión. Hay muchos matrimonios mixtos. No se ve ni un velo. Las muertes de esas mujeres tienen mucho más que ver con el machismo que con la religión.

Sin embargo, nada más caer el comunismo, Albania se convirtió en blanco predilecto de los predicadores de todas las religiones del mundo. Las grandes y las pequeñas. Tres millones y medio de ciudadanos sin dios como clientes. Un terreno virgen y fértil para los extremistas de todo signo. Los católicos construyeron su catedral en 2002 en pleno centro de Tirana; los ortodoxos están a punto de concluir la suya junto al Taiwán, el bar de moda. Y los petrodólares del Golfo han financiado la construcción de mezquitas por todo el país. Doce mil chicos albaneses han sido becados para estudiar en madrasas de Estados árabes. Siempre bajo la mirada atenta de los servicios de información occidentales. En especial de Estados Unidos, que considera Albania su portaaviones en los Balcanes. Y teme un rebrote fundamentalista. Sin embargo, el laicismo es la práctica religiosa más extendida. Miles de coranes con remite de Arabia Saudí se pudren abandonados en el patio de la bella mezquita de Fushe Cruje, cerca de Tirana. En esa misma ciudad compartimos raki, el poderoso aguardiente turco, y cigarrillos locales con varios lugareños. Todos son musulmanes. Cae una botella tras otra.

La religión fue sustituida durante décadas por la superstición y la ley de la tribu. El mismo dictador acudió a los ancestrales códigos de sangre para justificar sus fines. Lo explica Kujtim Çashku, viejo luchador por los derechos humanos y director de la escuela de cine Marubi, en Tirana: "Hoxha mezcló en su ideología la lucha de clases con los mecanismos tribales. Mezcló el Kanum con el comunismo. La base del Kanum es vengarse del que haga mal a la familia. Eso, aplicado al régimen comunista suponía combatir a muerte al que hace daño al Partido; si haces daño al Partido, haces daño al clan y sufrirás nuestra venganza. Así logró Hoxha perpetuarse cuatro décadas en el poder eliminando al que no le convenía".

Cuando se derrumbó el comunismo, se vino abajo ese inestable andamiaje. Albania dejó de existir. Nada era de nadie. No existía la propiedad privada. Nadie tomaba decisiones. Los despachos quedaron vacíos. El ejército y la policía, sin dirección. "Nadie sabía para qué ni para quién trabajaba. Hasta entonces vivíamos en un sistema económico cerrado, irreal. Se producía lo que se consumía. Pero nadie sabía cuánto se producía ni cuánto se consumía", relata la politóloga Milva Ekonomi. "Y, de pronto, la productividad era lo más importante de nuestra economía. Producir más y más barato. Competir. Capitalismo salvaje. Y nuestro sistema se vino abajo. Y arrastró a los servicios públicos y al sistema educativo. Hoy, en este país no está ni siquiera garantizado el derecho de la mujer a parir en condiciones sanitarias aceptables".

El experimento del comunismo había fracasado. No había recambio. Ni plan B. Los obreros abandonaron en masa durante aquellos días de 1990 y 1991 sus puestos de trabajo en las empresas públicas; muchos robaron los equipos. Las granjas colectivas de maíz, viñedo y cítricos, que autoabastecían al país, quedaron desiertas. Hoy son terrenos baldíos en el extrarradio de Tirana.

La estatua de Stalin que descubrimos abandonada en el viejo almacén de Tirana presidió durante años el orgulloso Combinado Textil Iósif Stalin, a las afueras de la capital. Un impresionante complejo fabril que reunía en su interior desde hilaturas hasta empresas manufactureras que realizaban las prendas. Y contaba incluso con su propia central térmica. El glorioso pedestal del padrecito Stalin es hoy un monolito desnudo, ennegrecido y sin sentido. A su alrededor, los centenares de hectáreas del complejo se han transformado en un cementerio industrial tomado al asalto por familias gitanas que malviven en su lóbrego interior. No es un sitio recomendable para pasear. Otro ejemplo de la decadencia industrial de Albania es el glorioso Combinado de Acero del Partido, en el valle de Elbasan, a un par de horas en coche de Tirana. Construido en secreto en los años sesenta con ayuda de la China de Mao, ocupa una inmensa superficie inactiva. Sus chimeneas están mudas. Las máquinas, cubiertas de óxido. Su legado es haber hecho de Elbasan la ciudad más contaminada del país.

Un par de centenares de kilómetros más allá de Elbasan, entre montañas, lejos de los centros urbanos, por caminos sin asfaltar, cerca de la frontera con Macedonia, llegamos a Gizavesh. Un millar de habitantes. Un búnker en cada huerto: Hoxha construyó 700.000 en todo el país para repeler una invasión que nunca llegó. Hoy no saben qué hacer con ellos. Surgen en cada esquina.

Aquí, en el campo, la situación es mejor y peor. La vida es más digna y autosuficiente; no tiene el tono decadente de Tirana. El paisaje es bellísimo. Pero la pobreza es extrema; los cortes de luz y agua, continuos. Los servicios públicos, nulos. Cada hogar tiene algún miembro en la inmigración. De eso se come. Y de una mínima ganadería y agricultura de subsistencia. Se habla de un tercio de niños malnutridos en estas áreas rurales.

En casa de la familia Buzro, frente a un explosivo café turco, rodeados de varios vecinos del pueblo, se desata un debate sobre el pasado y el presente del país al preguntarles el periodista qué fue lo mejor de la dictadura. El primero en contestar es el cabeza de familia: "Lo mejor es que teníamos tranquilidad y seguridad. Echamos de menos eso. Tenemos miedo a que nos ataquen los ladrones y violen a nuestras mujeres". Le refuta con sorna uno de sus vecinos: "Sí, con Hoxha teníamos la tranquilidad de la prisión y del cementerio". Rebate el defensor de Hoxha: "Y además, antes teníamos las cosas de la vida aseguradas. Ahora estamos todo el día pensando en el dinero". Interviene otro vecino: "Sí, pero es nuestro dinero. Nos llevaban a trabajar y no sabíamos para quién, ni para qué servía. Ahora, al menos, trabajamos para nosotros".

El señor Hoxhaji reconoce rojo como un tomate que tiene armas en su casa. "Por lo que pueda pasar". Una práctica habitual en el país. Con la dictadura había armas para defenderse del invasor. Y tras la muerte de Hoxha, los depósitos del Ejército fueron asaltados por la población. Sin embargo, de lo dicho anteriormente no hay que deducir que los albaneses sean violentos. De ninguna manera. Es un país tranquilo; no se siente inseguridad en la vía pública. Más allá de caer en un socavón. Tirana no es una ciudad agradable; no tiene monumentos ni un comercio sofisticado. Padece continuos cortes de agua y luz. Su transporte público es ineficaz. Y toneladas de basura sin recoger se acumulan en las esquinas y contaminan el curso del río. Pero sus habitantes son amables y educados. Tienen la curiosidad e ingenuidad del que ha estado aislado durante décadas. No rechazan posar para una fotografía. Ni siquiera los policías. Siempre están dispuestos a un rato de charla frente a una copa de raki. La comunicación no es difícil: todos chapurrean el italiano y las élites se manejan en inglés con una soltura de la que carecen los españoles.

Albania es un país amable, pobre, visceral, que tiene todo por hacer y que sabe que su única esperanza es la Unión Europea. Y no quiere perder su última oportunidad.

Ya nada volverá a ser lo mismo en la opaca Albania. El tiempo y la historia pueden correr por fin a su favor. Y en ese sentido, es muy curioso percatarse en el aeropuerto de Tirana cómo los policías del control de seguridad registran hasta el tuétano al nieto mayor del dictador, al príncipe heredero, Shpati Hoxha, de 30 años, un empresario especializado en canalizar inversiones extranjeras. Pelo engominado, traje de Versace, gesto arrogante, tendencia a la gordura, Shpati Hoxha se quita con paciencia los zapatos puntiagudos y deshace su equipaje ante la policía. Nadie sabe quién es. Pero es todo un símbolo.

Durres. Principal puerto de Albania y su salida natural a Europa. De aquí salieron 60.000 inmigrantes en 1990
Durres. Principal puerto de Albania y su salida natural a Europa. De aquí salieron 60.000 inmigrantes en 1990Alfredo Cáliz

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Sobre la firma

Jesús Rodríguez
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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