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Reportaje:MÚSICA

Ocho perlas Canadienses

Diego A. Manrique

Viene el lehendakari?". Dos mocetones de la organización charlan en la explanada del Museo Guggenheim de Bilbao. En unas horas, allí tocará Arcade Fire. Y sí, tiene lógica que a su reclamo aparezca Patxi López: el político del PSE es musiquero y, por lo visto, de paladar indie. Ahora mismo no hay banda más incandescente en el universo indie que Arcade Fire. Actuaban en los últimos Grammy y, ante el pasmo general, se llevaron el premio gordo, el Álbum del Año, por The suburbs. Un shock para público e industria. Algún pez gordo pagó un anuncio para denunciar lo que veía como manipulación: esa música, decía, no está pensada para las masas y debía quedar en los márgenes, en los premios menores de la Academia. Lo contrario suponía un insulto a Lady Gaga, Justin Bieber o quien sea el último estajanovista del showbiz.

Así se definen: sonido grande, aliento ambicioso y constantes cambios; cada músico maneja diferentes instrumentos
Arcade Fire no suscribe el modelo "sexo, drogas y 'rock and roll' que suele acompañar al estrellato musical
"¿Cómo íbamos a pensar en competir en los Grammy? Rihanna o Lady Gaga hacen vídeos prácticamente porno"

Pero, amigo, eso era antes, en el antiguo régimen, cuando reinaban las cuatro multinacionales. Con la debacle, todo ha encogido: ya no hay tanta distancia entre el mainstream (la corriente principal, ahora poblada de divas carnales) y el sidestream (lo underground, repleto de chicos chupados). Si sumamos la ampliación de la base de votantes y los impulsos del voto útil, eso explica que, zas, la Virgen se aparezca a estos ocho músicos procedentes de una cantera tan insospechada como Montreal, capital del Canadá francófono.

Bichos raros, además. El cabecilla de la banda, Win Butler, hace honor a su talla gigantesca y desaparece rumbo a una cancha de baloncesto. "No protestes", me consuelan, "tiene un trato difícil". Lástima: quería preguntarle por su abuelo, el legendario guitarrista Alvino Rey. Para hacer los honores a la prensa esperan dos de sus compañeros y, por separado, su esposa, la irresistible Régine Chassagne, de sangre haitiana. Ella sirve de toma a tierra, conectando el fantasioso universo de la banda con ese valle de lágrimas que llamamos Haití: en cada concierto, un puesto de merchandising genera ingresos destinados a Partners In Health, ONG que proporciona cuidados médicos a (una pequeña parte de) los necesitados.

Régine evita hablar de la política haitiana. Su familia huyó a Canadá para dejar atrás el régimen asesino de Duvalier. Pero hoy no tiene nada que decir sobre la vuelta del hijo del dictador o la insólita melomanía de los haitianos: en las últimas elecciones estuvieron a punto de enfrentarse dos cantantes, Wyclef Jean y Sweet Micky (ganó el último). Su argumento: "Con todo, Haití es una democracia. Si criticas el sistema, alguien se aprovechará para derribarlo. ¡Mira lo que pasó con Aristide!". Sigue una amable discusión sobre historia caribeña.

Lo refrescante de Chassagne es su naturalidad. Formada en conservatorios de Montreal, tocaba música medieval y, para vivir, cantaba jazz en locales pequeños. Un día conoció a Butler, un universitario de EE UU. "Me dijeron que tenía una banda indie. Me intrigó hasta que escuché sus canciones. Escribía melodías preciosas pero planas. Mi aportación y la del resto fue enriquecerlo, complicar las orquestaciones, ampliar el abanico, meter fantasía".

Así se define Arcade Fire: sonido grande, aliento ambicioso y constantes cambios; cada músico maneja diferentes instrumentos, a veces en la misma canción. El secreto, dicen, está en la dirección que marca la pareja, Régine y Win, combinada con una metodología de trabajo comunal. Con el dinero de su primer disco largo, Funeral (2004), compraron una iglesia cerca de Montreal, que convirtieron en local de ensayo, estudio de grabación y residencia.

Régine minimiza esa inversión: "No fue un capricho de millonarios. Nos pasamos meses adaptándolo. También creando relaciones con los del pueblo, que no nos vieran como invasores. Somos un equipo muy unido: mi marido está en la banda; su hermano, también; una amiga nos prepara la comida. Para mí, es una prolongación de las familias haitianas, donde cualquier reunión termina con 30 o 40 personas. Al tiempo, tendemos puentes para que el mundo exterior no se sienta excluido. ¡No somos una secta!".

Un corolario de la autosuficiencia de Arcade Fire es el control de su arte. "Las giras son lo que permite que nos tiremos meses trabajando en un disco. Invertimos nuestro dinero y sería estúpido entregar algo tan nuestro a una corporación. Hubo un tiempo en que nos cortejaban todas y decidimos burlarnos. Les avisábamos que no estábamos en venta, pero insistían en invitarnos a grandes hoteles. Era divertido ver cómo se les cambiaba la cara: pensaban que nuestra negativa era una táctica de negociación y se enfadaban cuando entendían que era cuestión de principios".

Principios que mantienen en todo. "Como estábamos invitados a tocar en los Grammy, muchos pensaron que todo estaba calculado para entregarnos el premio principal. La verdad es que ni siquiera nos planteamos esa posibilidad, hay unos pasos previos para comunicar que eres un candidato con posibilidades. Nosotros dimos alguna entrevista, pero poco más. Además, estamos en otra onda. ¿Cómo íbamos a pensar en competir? Rihanna o Lady Gaga hacen vídeos que son prácticamente porno. No nos tomamos aquello demasiado en serio". En directo, la encantadora Régine es una bola de energía. Cuando canta, exhibe la alegría y la coreografía de una cheerleader enloquecida. Provoca ese pasmo de niña excéntrica y feliz que distinguía a Björk, antes de que se transformara en Apabullante Artista Multimedia.

Antes de llegar a Bilbao, me hablaron de los caprichos de Arcade Fire, expresados en el rider (exigencias técnicas y caprichos para camerinos). Pero no se aprecian lujos: esperan en una tienda inmensa, con un bochorno abrumador. Salgo a respirar. Caramba: están rondando ertzainas. Tal vez sea verdad que el lehendakari acudirá al concierto. Pero no pregunto: me intimidan sus perros policía. Lo comento luego con el baterista Jeremy Gara y el bajista Tim Kingsbury: "Sí, sí... un perro policía es como un traidor a su raza. En Montreal, los antinarcóticos tenían uno. Iban de redada a un bar, te tiraban al suelo y pasaba el bicho olfateándote. Muy humillante."

Arcade Fire no suscribe el modelo de "sexo, drogas y rock and roll" que suele acompañar al estrellato musical. "No es algo que esté grabado en piedra, cada uno tiene libertad de comportamiento. Pero no somos fanáticos. Ni siquiera Win [Butler], que creció en una familia mormona. Esas actitudes tienen consecuencias. Si no duermes, luego tocas en piloto automático, y eso es una desconsideración para tus compañeros". No obstante, lo religioso parece una preocupación. Su segundo disco se llama Neon bible (2007) en referencia a la novela primeriza de John Kennedy Toole. "Fue coincidencia, todos habíamos leído el libro. No es una historia particularmente cristiana: el chaval termina matando al predicador. Nos impresionó que Toole tuviera 16 años cuando la escribió. Te baja los humos que alguien a esa edad tenga tal capacidad para narrar una historia de iniciación y describir el ambiente cerrado del sur profundo [de EE UU]. También que no hiciera nada por publicarlo". Ellos también son muy cuidadosos con lo que editan. Su proceso creativo es orgánico, largas temporadas dando forma a canciones. "Sí, podríamos lanzar versiones experimentales, con un sonido menos pulido y muchos momentos vanguardistas. Pero hemos decidido que Arcade Fire debe mantener esta forma y ambiente...".

Con el Grammy y un año encabezando carteles en espacios tipo Hyde Park, deben estar preparados para el rechazo, la sospecha, las críticas automáticas al triunfador, especialmente en un mundillo tan descentralizado como el del indie. "¿Que si nos hemos vendido? Bueno, lo dicen ya desde el primer disco, cuando Wake up sonaba de ambiente antes de que U2 saltara al escenario. Son cosas que no te deben martirizar. Sí, cuidamos todo lo que está a nuestro alcance. No cedemos canciones para anuncios. Pero tampoco somos unos celotes, hemos dado permiso para su uso en retransmisiones deportivas y luego donamos el dinero".

El cineasta Spike Jonze ha dirigido un mediometraje inspirado en The suburbs (2010). "Es más un proyecto de Win y su hermano. Como canadienses, deploramos muchas características de la sociedad estadounidense. Ellos sí vivieron en suburbios residenciales. Hollywood nos vende ese mito de los suburbios como sitios aburridos que alojan rebeldes buenos. Spike le da una vuelta e imagina un futuro donde la obsesión por la seguridad lleva a cada suburbio a blindarse contra los otros".

Algo de ese ambiente ominoso permanece en el espectáculo en directo. Tres pantallas combinan inquietantes filmaciones con imágenes del concierto. Esta es una banda claramente confortable con las multitudes, que entra por los ojos y los oídos. Hasta Win demuestra sentido del humor: "En este grupo todos hemos tonteado con el arte. El mensaje es que si insistes, un día te dejaran tocar junto a un museo". Al final, Patxi López no apareció (o si lo hizo, se resguardó en alguna terraza). Una pena: sumergido entre el público, comprendes que Arcade Fire irradia euforia. Una euforia vigorizante.

'The suburbs' ha sido reeditado por Universal, con dos temas extras y un DVD que incluye la película 'Scenes from the suburbs', de Spike Jonze.

Éxito inmediato

Cuenta Régine: "Hubo un tiempo, al principio, en que teníamos mentalidad de sitiados: grupos de Montreal que cantábamos en inglés... Los nacionalistas desconfiaban, como si fuéramos una quinta columna para la cultura anglo. Afortunadamente, tuvimos éxito inmediato, y eso nos legitimó de cara a los quebequenses". En la imagen, entusiasmo del público en un concierto en Portland (Oregón, EE UU) en 2010.

Bien unidos

La dirección de la banda, muy heterogénea, pero muy unida -compuesta por rockeros y músicos de formación clásica-, es esta pareja: el estadounidense Win Butler y Régine Chassagne, de sangre haitiana. "Para desahogarnos podemos crear grupos paralelos o tocar con otros, y para resolver conflictos tenemos a Markus, el productor. Cuando llevas días con una canción, él conserva la idea básica en la cabeza, sabe dónde están grabados los mejores momentos".

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