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KATHARINE HEPBURN
Columna
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¡Cómo se puede llorar así!

Cuando tengo que llorar en un rodaje, me acuerdo de Historias de Filadelfia. Pocas actrices me emocionan como Katharine Hepburn: se le van llenando los ojos de lágrimas poco a poco; no hay cambio de plano, no se echa gotas, no finge. ¡Cómo se puede llorar así! Casi treinta años después, en Adivina quién viene esta noche, se le nota que tiene que contener el Parkinson para llorar. Ahí hay más mujer que actriz… la naturalidad absoluta.

Hepburn representa la modernez. Era una avanzada, no solo en su manera de interpretar: hoy, con su forma de maquillarse, de peinarse y de vestir, saldría en la portada de Vogue. No necesitaba artificios ni prótesis; está en el grupo de Cary Grant, de Gary Cooper, que nunca se disfrazaron de nada y fueron siempre creíbles.

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Rebosaba personalidad. Interpretaba papeles que por edad le correspondían. En Damas del teatro hace de la pija progre que quiere triunfar: las actrices jóvenes tendrían que ponerse esa película y copiarla. En Locuras de verano, con su moñito y su falda tableada, se encuentra en Venecia con Rossano Brazzi… y brilla, como siempre en comedia.

Creo que en su vida la anuló un poco Spencer Tracy (las mujeres a veces hacemos eso por amor). Pero después de que muriera, ella rodó El león en invierno. Ahí se ve que como actriz no necesita más que su talento.

Reconozco mi debilidad por Shirley McLaine, porque baila y yo soy bailarina. Pero para mí Hepburn es la más grande. Por su personalidad arrolladora: cómo se sobrepuso a la muerte de su hermano, cómo se dedicó al cine contra la voluntad de su familia, cómo montó en bicicleta hasta el último momento… su autobiografía es uno de mis libros de cabecera. Hay gente que me dice: "¿Por qué no cuentas tu vida como hizo ella?". Hombre… ¡a mí no se me ha aparecido Spencer Tracy por la calle!

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