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Reportaje:ARTE

El triple salto del Reina Sofía

Una veintena de obreros encalan paredes sin cuadros, ascienden a las alturas en plataformas hidráulicas, pintan los techos de blanco y se gritan órdenes incomprensibles unos a otros. En el centro de una agitada galería del Museo Reina Sofía, el director, Manuel Borja-Villel, alza la voz por encima del ruido y el polvo blanco que se adhiere a las pestañas. "¡De aquí hacia allá van los años treinta!", exclama con un movimiento del brazo que indica el sur.

Al otro lado del tabique provisional, el Guernica, siempre el Guernica, congrega a una masa de hipnotizados asistentes. Un gentío, el de una tarde cualquiera, que vive ajeno al fragor de las obras de renovación de más allá del muro e imantado por el icono del siglo XX, acaso el único merecedor de ese nombre.

Según el director,"o somos capaces de aportar una visión propia o caeremosen la irrelevancia"
Manuel Borja-Villel: "El museo era una historia lineal de nombres propios. Casi un diccionario"
El protagonista de las compras ha sido el arte de las últimas tres décadas, asignatura pendiente de la colección

Mientras, unos turistas italianos descifran el plano para llegar a la "sala sette" sin saber que les guía un mapa con los días contados. El viejo Reina Sofía está a punto de quedar inservible. Desde hace algo más de un año, el museo está viviendo "la mayor transformación" de sus dos décadas de historia. Un replanteamiento de la colección permanente que se ha venido trabajando así, cerrando unas salas y abriendo otras. Recolocando obra, exhumando tesoros del almacén, buscando nuevas adquisiciones por las bienales y galerías del mundo. Escribiendo, en suma, el relato de otra historia del arte del siglo XX, pero desde la óptica local y la ambición global de la España del XXI.

En total se han dejado irreconocibles los 6.000 metros cuadrados de 39 salas repartidas entre las plantas segunda y cuarta del viejo edificio Sabatini y el nivel cero y uno de la reciente ampliación. El trabajo recibirá su bautismo oficial el próximo jueves. Entonces, y por esta vez no es un cliché, otro museo se desplegará ante los ojos de los visitantes.

Borja-Villel, curiosa mezcla de hombre teórico y tipo de acción, lo explica en su despacho de la quinta planta, desde donde domina por unas enormes cristaleras la ampliación, con el patio, la apabullante cobertura y el cielo enmarcado en rojo, que Jean Nouvel firmó en 2005. Siempre tiene un escrito listo para aquilatar un concepto y dibuja apresurados diagramas con los que se hace entender. Echa mano de un papel y garabatea una sucesión de rectángulos en fila. Así se mostraba la colección permanente hasta antes de su llegada a principios de 2008, dice. "Primero venía Picasso, todas las épocas de Picasso. Luego, Julio González. Miró, desde el principio hasta el final… Era una historia de nombres propios. Lineal. Casi un diccionario". Y entonces muestra un galimatías que se asemeja a un sistema planetario. Esferas unidas por líneas como temblorosas órbitas. Tres astros superan en tamaño al resto: "Los años treinta, los sesenta y 1989, año de la caída del muro", descifra Borja-Villel. "La historia no es homogénea. Una visión de ese tipo no nos favorecería. Porque contamos con lagunas en arte pop o expresionismo abstracto que ya son irresolubles. Nunca podremos competir con la colección del MOMA, por ejemplo. O somos capaces de aportar una visión propia o caeremos en la irrelevancia".

En las tres dimensiones, el modo "rizomático" de organizar los fondos del museo resulta menos intimidador para el profano. Quizá porque el nuevo recorrido se iniciará en Goya. En la teoría y en la práctica. Hace unas semanas, la inclusión de obra del pintor aragonés en la colección permanente del Reina Sofía acabó en la primera plana del periódico. Tradicionalmente, y salvo excepciones, todo el arte anterior a 1881 es ajeno al museo y terreno exclusivo del vecino Prado. Es cierto, el equipo que ha llevado a cabo la remodelación contravino una ley al solicitar un par de docenas de grabados de las series Los caprichos, Los desastres de la guerra y Los disparates, pero lo hizo con el consentimiento de Miguel Zugaza, director del buque insignia del arte español. De modo que cuando terminen los cambios en el Reina Sofía, los visitantes serán recibidos en la sala uno por la negrura de Goya, más que una etapa del pintor, un estado mental. En el nuevo centro servirá de mojón para comenzar a contar la modernidad.

Lo que sigue a partir de ahí es una organización de los fondos en la que los conceptos son más importantes que las rigideces cronológicas; donde la proyección de una de las célebres danzas psicotrópicas de Loie Füller de finales del siglo XIX convive perfectamente con obras maestras del posterior orfismo, y para la que no rige la permanencia, pues todo está sujeto a mutaciones y reconsideraciones. Fuera del mundo de las ideas, de nuevo, los cambios son tangibles; los obreros de las órdenes incomprensibles han renovado las salas y cambiado la iluminación. Y, sorpresa, una ligera elevación de los puntos de luz dota a los espacios de una inesperada gracilidad.

Para tanto cambio, Manuel Borja-Villel ha contado con un equipo formado por una decena de asesores, especialistas en las diversas épocas que atraviesa la colección. Junto a ellos fue examinando el tocho de centenares de folios impresos a color que hace las veces de inventario del tesoro del Reina Sofía. Las obras que merecen ser rescatadas saldrán a la luz de las nuevas salas.

Rosario Peiró, conservadora jefa del museo desde agosto, ha tenido un papel destacado en un proceso encaminado a "poner a los artistas en diálogo con otros artistas; crear micronarraciones para explicar el contexto con otros materiales". Es decir, con vídeos y, sobre todo, con fotografías, un formato que "no estaba suficientemente explotado" en el museo y que cobra ahora un protagonismo excepcional.  

Muchas de esas imágenes aguardaban en las catacumbas de los almacenes, una sucesión de frías naves bajo tierra que esta mañana plomiza de primavera están invadidas por un grupo de esas inquietantes esculturas de Juan Muñoz. Pero no todas. Una política extensiva de compras ha acompañado el proceso. En total se han gastado unos 20 millones de euros en obras que se reparten por las galerías distinguidas con un cartelito que dice en rojo "nuevas adquisiciones". Dos obras de Medardo Rosso "para subrayar la corporeidad del arte" por aquí, varios objetos de Marcel Duchamp y unos tàpies por allá. Un recién comprado Marcel Broodthaers frente a uno de los collages de imanes de Öyvind Fahlström. El protagonismo en las compras se lo ha llevado el arte de las últimas tres décadas, una de las grandes asignaturas pendientes de la colección.

El conjunto de rescates, incorporaciones y reubicaciones pretende asemejarse, en el lenguaje metafórico del director, a "una ciudad" llena de contrastes. "Porque una ciudad tiene de todo; grandes avenidas, sí, pero también suburbios, zonas conflictivas y hasta burdeles, como exigían al París del siglo XIX los simbolistas".

Está por ver si tras la inauguración la nueva urbe satisface al público tanto como al equipo encargado de su dibujo. De momento, el museo se presenta tan laberíntico como siempre. Los detractores del urbanismo de Borja-Villel, curtido académicamente en Estados Unidos y fogueado en Barcelona al frente de la Fundación Tàpies y el Macba, le reprochan que es un proyecto demasiado personal, en el que ha cobrado un exagerado protagonismo. Borja-Villel, lejos de temer la polémica, no se siente intimidado por ella. Le estimula la clase de debate intelectual que parece haberse esfumado de la arena cultural española. "Creo que si alguien me rebatiera, tendría argumentos para mantener mi discurso", replica mientras pasea bajo los arcos del viejo edificio Sabatini.

se produzca o no el debate, el equipo piensa trabajar hasta el último día. Una jornada que para Rosario Peiró sólo marcará "el principio del trabajo que queda por hacer". Borja-Villel, desde luego, no parece de los que se toman vacaciones así como así. Es más, las declina con una sonrisa y un inesperado símil futbolístico. "¿Conoces a Dani Alves, el del Barcelona? Es un demonio, corre la banda de arriba abajo. Nunca se cansa. Nunca. Bien, pues yo soy como Dani Alves".

Dos genios españoles sobre los que gira el museo. Goya se unirá a Picasso como principales bazas de la colección. Él será el nuevo hito para empezar a contar la modernidad. Arriba, taller infantil en torno a 'Mujer en azul' (1901) de Picasso; en primer plano, la escultura 'Niño enfermo' (1895), de Medardo Rosso.
Dos genios españoles sobre los que gira el museo. Goya se unirá a Picasso como principales bazas de la colección. Él será el nuevo hito para empezar a contar la modernidad. Arriba, taller infantil en torno a 'Mujer en azul' (1901) de Picasso; en primer plano, la escultura 'Niño enfermo' (1895), de Medardo Rosso.GORKA LEJARCEGI

Diez paradas obligatorias

Éstas son diez obras que Manuel Borja-Villel, director del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, elige como imprescindibles en el nuevo recorrido que él y su equipo han diseñado.

1. 'Niña riendo', de Medardo Rosso.

2. 'Danza serpentina', de Loie Füller.

3. 'La mancha roja', de Joan Miró.

4. 'La fuente de mercurio', de Alexander Calder.

5. 'La guerra ha terminado', de Alain Resnais.

6. 'Azul con cuatro barras rojas', de Antoni Tàpies.

7. '1, 2, 3 (Homenaje a Ockham)', de Dan Flavin.

8. 'The last ten minutes', de Antoni Muntadas.

9. 'Sin título. 156', de Cindy Sherman.

10. 'La celosía', de Cristina Iglesias.

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