La última pasión

Stefan Zweig consideró "un momento estelar de la humanidad" aquél en el que imaginó al septuagenario Goethe, derrumbado en el coche que lo trasladaba de Karlsbad a Weimar y con el corazón traspasado de amor por la bella Ulrike von Levetzov, de diecinueve años, escribiendo los primeros versos de su célebre Elegía de Marienbad. Goethe había trabado amistad con la muchacha hacía dos años, durante una cura estival en el balneario de Marienbad; pero lo que entonces fue una vaga ilusión erótica veraniega terminó en una pasión tan honda que lo impulsó a pedir su mano. La madre de la joven desestimó el enlace, pero ello no desalentó al autor de Werther, que mantuvo sus esperanzas de ser correspondido por Ulrike, fresca, inocente y platónica.

El escritor alemán Martin Walser (1927) recrea aquel amor en esta entrañable y delicada novela plagada de matices, bien traducida al castellano. El relato está ambientado justo en la época en que Goethe se afanaba por contemplar nubes y pasaba por ser un experto meteorólogo. En poco tiempo, el añejo amante cambió el estudio de las variaciones climatológicas por la contemplación de los sutiles cambios anímicos de Ulrike, expresados mediante la leve variación del color de sus ojos verde-azules. Las juguetonas conversaciones con la amada, las situaciones y los personajes están bien logrados, si bien, más propias de Martin Walser que de Goethe resuenan las numerosas cartas que el poeta le dirige a Ulrike en la última parte de la obra. Entrevemos que en esto es el octogenario Walser quien suplanta a su principal personaje: altera e imagina a su conveniencia algunos hechos y propone pequeños golpes escénicos que aumentan el crédito literario de esta estupenda narración de final tan convincente como inesperado.