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Tentaciones
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COMUNICACIÓN

No vuelvas hasta 2028

A propósito del estreno de X files: creer es la clave, el siempre lúcido Scott Brown se preguntaba en las páginas de la revista Wired si acaso era posible encontrar una fórmula matemática que nos permitiese determinar los ritmos de la nostalgia. Brown quería saber, en definitiva, qué es lo que convierte a un determinado fenómeno cultural en carne de revisitación, mientras otros de pareja (o mayor) importancia acaban cayendo en el olvido. Y, también, cuál es el prudente margen temporal para resucitar iconos o modas del pasado. Teniendo en cuenta conceptos tales como el índice de Probabilidad de Flojedad y el Tiempo, el articulista proponía una Teoría de la Velocidad Popular que acababa determinando la fecha de 2018 como óptima para la revitalización de una franquicia como Expediente X. Lástima que, para entonces, Mulder y Scully no estarían ya para demasiados trotes.

La Teoría de la Velocidad Popular quizá tenga cierta fiabilidad: todo el mundo parece estar de acuerdo en que el rescate de los agentes Mulder y Scully ha sido o bien precipitado, o bien una de las peores ideas en la reciente historia del reciclaje cultural. Al mismo tiempo, los ciclos de la nostalgia parecen estar moviéndose en los últimos años sin un patrón definido. Recién inaugurado el año 2000, algunos locales nocturnos anunciaban sesiones con un eslogan que sonaba a elaborado chiste: ¡Vuelven los noventa!. Toda una declaración de principios que parece hablarnos de un futuro donde un mismo día podrá llegar a generar nostalgia de sus diferentes fases horarias. Lo que sigue es una somera enumeración de algunas de las más particulares mutaciones de la nostalgia en una era que no se avergüenza en reciclar cualquier materia cultural sin necesidad de consultar su fecha de caducidad.

EL PÍXEL PODRIDO

UNA MODERNIDADINVERSA

Toca el ukelele, luce aspecto de ingenua del cine mudo (o, si somos maliciosos, de algo rancia tía Amparo) y recrea, sin atisbo de ironía, perlas del cancionero americano de principios de siglo (los años treinta son su límite). Hija de un animador de vanguardia y nieta de un mago, la californiana Janet Klein es una de las estrellas más extremas y radicales en el contemporáneo paisaje de la nostalgia. Suele actuar en viejos cines de Los Ángeles en compañía de su grupo, los Parlor Boys: antes de cada concierto, el historiador cinematográfico Jerry Beck programa una selección de cortos de cine mudo y animación vintage. Janet Klein es un auténtico fenómeno en un país tan abierto a las tendencias futuras como Japón: en el fondo, esta anómala estrella no es una antigua, sino una moderna a la inversa. Su manejo de la nostalgia por unos tiempos que no vivió pues nació en los setenta revela que, en ocasiones, el (falso) tradicionalismo extremo es una forma de esnobismo que avanza en dirección inversa, pero a tanta velocidad como el futuro mismo.

'SPECTRUMS' DEL PASADO

En la cultura de los videojuegos, la velocidad de la nostalgia no parece ser un problema: los avances tecnológicos aceleran las fechas de caducidad y hacen que cualquier producto con una antigüedad de cinco años parezca ya una reliquia. Hay quien añora los gráficos del Spectrum el mismísimo Leonardo DiCaprio encarnará en un biopic a Nolan Bushnell, fundador de Atari, y clásicos como Space invaders son adaptados para móvil o vitaminizados en su versión Nintendo DS. El consumidor de videojuegos añejos suele ser un treintañero que vivió esos tiempos en primera persona y disfruta recordando lo distintas que eran las cosas no hace tanto, apunta John Tones, redactor jefe de Superjuegos Xtreme, la única en su especialidad que cuenta con una sección de videojuegos retro. Tones también ha sido el motor del muy interesante libro Mondo Píxel, Vol. 1 (Tébar), recopilación de ensayos culturales sobre el videojuego donde no falta una brillante disección de las diversas personalidades de los enemigos de Pac-man: Los videojuegos primigenios eran muy sencillos a la fuerza y, por eso, hoy nos fascinan por su componente simbólico. La acción sucedía en entornos abstractos, sin decorados: sólo aparecían el protagonista y su enemigo; las referencias a lo real eran inexistentes, señala Tones.

LAS BATALLITAS DEL AYER

En los tebeos Bruguera ya se hablaba de los peligros de la nostalgia: las batallitas del abuelo Cebolleta han vivido una radical evolución a través de la subcultura del re-enacting, aparatosa mutación del juego de rol que reúne a grupos de aficionados en la recreación minuciosa de acontecimientos históricos en buena medida, acciones bélicas sobre el terreno. Los detractores del re-enacting ven en el fenómeno sospechosas ambigüedades ideológicas: en otras palabras, ¿puede reivindicarse un uniforme de, pongamos, las SS, como fetiche de una nostalgia inocente?

EL PASADO COMO ESPEJO UTÓPICO

¿Por qué en los ochenta se pensó tanto en los cincuenta? Hagamos memoria: los Smiths y sus maneras tan free cinema, la resurrección de los teddy boys y el rockabilly, los tebeos de Yves Chaland, las hombreras como enseña estética y, sobre todo, Regreso al futuro (1985), de Robert Zemeckis, la película capaz de aportar la clave para interpretar todo esto. En un presente marcado por la percepción de un apocalipsis inminente eran los años de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y El día después (1983), por si hace falta recordarlo, los años cincuenta fueron recuperados como una suerte de Arcadia perdida, una utopía de confort y pureza que emergió cuando se disiparon los nubarrones de la posguerra. Los cincuenta fueron, en definitiva, el parque temático en el que cualquier individuo de los ochenta hubiese deseado perderse. En Regreso al futuro 2 fue el propio Robert Zemeckis quien aportó una interesante vuelta de tuerca: en el futuro, Marty McFly visitaba un bar temático consagrado ¡a la nostalgia de los ochenta (en la imagen)! En suma: no hay infierno presente que no sea susceptible de ser reciclado en un futuro peor.

REVIVALS QUE NADIE PIDIÓ

El retorno de John Rambo, los calentadores de los ochenta, la música disco italiana (en la imagen, Sabrina) Cada uno puede completar la lista. También es posible confesarse en cuestión de placeres vergonzantes. El articulista predica con el ejemplo: tras haber despreciado a Rambo en los ochenta, su crepuscular regreso tocó una fibra sensible inesperada.

¡LO ANTIGUO ES MEJOR!

Éste es el lema de la Musical Geographic Society, unión de tres sibaríticos arqueólogos musicales Murky, Serenidade y Galactus que, desde hace poco más de un año, organizan en diversos puntos de la Península discoforos de reliquias musicales agrupadas alrededor de un tema monográfico: las mujeres, la comida, los animales, las fantaciencias ocultas o las drogas. Sus herramientas de trabajo son viejos discos de pizarra y una amena selección de diapositivas: cualquier melodía facturada después de los años cincuenta ya no les interesa. Lo nuestro no es nostalgia, subraya Galactus, sino descubrir algo nuevo yendo hacia atrás. Cuando descubrimos canciones de la isla de Pascua o vieja música de Tahití sentimos la misma sensación que cuando, años atrás, nos comprábamos un single punk. Lo suyo no está tan lejos de esa pasión fetichista por los viejos discos olvidados que obsesionaba a Seymour, el personaje encarnado por Steve Buscemi en Ghost world (2001) e inspirado en la insigne figura de otro militante retro: el genial Robert Crumb. Lo antiguo puede ser excitante, divertido y nuevo en unos tiempos en que la música y sus soportes son de usar y tirar, añade Galactus.

¿SUEÑAN LOS ANDROIDES DIGITALES CON 'MANCHURRONES' ANALÓGICOS?

Hizo falta muy poco tiempo para que los músicos introdujesen en el inmaculado sonido del CD samplers que rememoraban el viejo fragor (de huevo frito) de la aguja surcando un gastado vinilo. El fenómeno se repite en el cine: cuando Robert Rodríguez y Quentin Tarantino se unieron para el proyecto Grindhouse, rayaron la imagen digital para que simulase heridas de celuloide. Cuando el cine digital aún está en su fase preescolar, los nuevos cachorros añoran el tiempo en que las lentes desen¬focaban y se perdían relevantes rollos de camino a la cabina de proyección.

LA IDENTIDAD GENERACIONAL COMO ARGUMENTO DE VENTA

Loquillo y Mayra Gómez Kemp (en las imágenes) se han encontrado sobre la mesa de despacho de un creativo publicitario con la misma arbitrariedad que ese paraguas y esa máquina de coser de las que habló Lautreamont se citaron sobre una mesa de disección. Cuando la educación sentimental de uno de la sintonía de La abeja Maya al pelazo rubio de Richard Cleyderman aparece embutida en un spot televisivo, no hay que sentirse viejo: sólo significa que uno (y los de su quinta) han accedido al mayor estatus de respetabilidad que proporciona una sociedad consumista. Es decir: ser, por fin, deseable target de mercado.

RECUERDOS DEL FUTURO

¿Qué es lo más susceptible, entre el paisaje cultural del presente, de protagonizar una recuperación nostálgica en el futuro? He aquí una lista de sugerencias para irse preparando.

El iPhone

Será considerado la prehistoria tecnológica de una nueva era, un objeto tan definidor de cambios sucesivos como la imprenta de Gutenberg, la cámara cinematográfica o el ordenador personal. El coqueto juguete de Steve Jobs fundó una cultura de la pantalla táctil que, en el futuro, será redescubierta como fetichismo. Por entonces, la información llevará tiempo descargándose en los circuitos neuronales sin necesidad de interfaz.

Lo aparatoso

El cine disfrutado en grandes salas, los macroconciertos, los imponentes volúmenes de obras completas y los ruidosos proyectores domésticos de Super 8 serán ese tipo de placeres exquisitos que sólo estarán al alcance de unos pocos. Se organizarán eventos puntuales para contemplar, en selecta incomodidad, a bandas clónicas de los Rolling (o quien sea) entre el sudor de la muchedumbre. Cuando todo será micro, sólo las élites podrán disfrutar de las mortificaciones de lo macro.

Perdidos

La gran seña de identidad generacional y, como Star Trek en su momento, toda una oficina de reclutamiento permanente de nuevos fieles y conversos. Ese capítulo final que lo puso todo en orden y asombró al planeta hizo olvidar, de un plumazo, las bondades del dorado catálogo de series de la HBO (algunos de cuyos clásicos serán objeto de mofa futura). La testa rasurada John Locke o la barba de Jack gozarán de permanente garantía de sex appeal. Los fans más pudientes podrán someterse a cirugía ocular capaz de reproducir al detalle la mirada de insecto de Benjamin Linus.

La comedia americana de principios del milenio

Will Ferrell, Mike Myers, Ben Stiller (en la imagen, póster de su Zoolander) y Adam Sandler serán tema de tantas conferencias y tesinas como Charles Chaplin, Buster Keaton, Harry Langdon y Harold Lloyd. Menospreciada en su momento por un público que reía sus gracias, pero se avergonzaba de reconocer sus bondades, la comedia fue el género que mejor sobrevivió a la avalancha de caspa que los avances tecnológicos lanzaron sobre las películas de acción, terror, aventuras y ciencia-ficción de los primeros años de la revolución digital.

Amy Winehouse

Y Pete Doherty, y Britney, y Lindsay Lohan En general, toda estrella que en el pasado ejerciese el malditismo, la politoxicomanía y la impudicia. Fue, también, a comienzos del milenio cuando Hannah Montana instituyó el molde canónico de la personalidad pop futura: sobria, casta, muy familiar y eternamente adolescente. Cuando todas las discotecas sirvan bebidas sin alcohol y las únicas drogas de consumo sean tan inocuas como la gaseosa, la Winehouse (en la imagen) será adorada sin maldades, ni ironías. Por otro lado, a todo el mundo le costará recordar que una tal Duffy se postulaba como alternativa buen rollo a la diosa Amy.

El reaggeton

En otras palabras, el blues del futuro. Paradójicamente considerado en su día como coctelera de mestizaje y

batidora de pirotecnias de mesa de producción, el reaggeton será revisado como esencia purísima en un futuro marcado por la hibridación promiscua e imprudente de toda tendencia musical. Por cierto: la vida media de cada tendencia musical será, por entonces, de unas doce horas más o menos.

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