Agonía o rescate rápido
La dimisión del primer ministro portugués, José Sócrates, y la necesidad de convocar unas nuevas elecciones llega en un mal momento para la economía portuguesa, en pésimo momento para la solvencia de su deuda (es insostenible seguir pagando una rentabilidad del 8,44% por las emisiones y en el primer semestre se acumulará un número considerable de vencimientos) y en un momento inoportuno para las autoridades de la eurozona, que tienen pendiente de aprobación la ampliación del Fondo de Rescate hasta 440.000 millones efectivos. Portugal es un caso de fatalidad. Por razones estrictamente políticas, entre las que cabría incluir la torpeza de Sócrates al no negociar los planes de estabilidad del país con la oposición, el Parlamento rechazó el jueves el Programa de Estabilidad y Crecimiento (PEC), cuarta versión de los recortes presupuestarios y de rentas que preparó el Gobierno de Sócrates para acabar con la agobiante presión de los mercados contra la deuda del país. El Gobierno que salga de las urnas tendrá que aplicar un plan similar o más drástico que el rechazado.
Una vez ratificada la percepción de que el desastre político aboca a Portugal a una intervención del Fondo de Rescate similar a las aplicadas en Grecia e Irlanda, las cuestiones pendientes tienen que ver con la conveniencia o no de que Portugal acuda rápidamente a pedir auxilio financiero y los efectos de una intervención sobre los países que ahora quedan en primera línea de inundación, España entre ellos. Sobre la primera cuestión, no hay muchas razones para prolongar la agonía portuguesa. El Gobierno (en funciones) se resiste a aceptarlo, quizá porque a ningún partido le agrada rendir parte de su soberanía a una instancia supranacional. Pero la situación irá empeorando en progresión geométrica durante los próximos meses (entre abril y junio vencen 10.000 millones de euros), de forma que nadie reprocharía a Lisboa que se apuntase a la línea de los 75.000 millones de euros (eso es lo que calcula la UE que costaría el rescate), siempre que las condiciones sean mejores que las del mercado.
Ahora bien, en el Eurogrupo, en Berlín, en París y en el BCE ya deberían saber que, tal como están organizados, los rescates financieros parecen más un mecanismo perverso para hundir al rescatado que una boya salvadora en medio de la tormenta. Los ajustes presupuestarios jibarizan las inversiones públicas y las llamadas reformas estructurales, necesarias, suelen deprimir la demanda. Si a eso se suma la obligación de devolver escrupulosamente las ayudas y el agobio constante de las agencias de rating deprimiendo un poco más los activos del intervenido con el pretexto de que no tiene expectativas de crecimiento (¿y cómo habría de tenerlas?), se cae en la cuenta de que el Fondo de Rescate es el inicio de una larga fase expiatoria y recesiva, de bajo crecimiento en el mejor de los casos.
En las últimas horas se repite el mensaje de que España no es Portugal y que la presión asfixiante sobre la deuda portuguesa no tiene por qué trasladarse a los mercados. Cierto. En 2009 Portugal tampoco era Grecia o Irlanda. Tan absurdo resulta creer a pies juntillas que estamos ante una sucesión ciega y sin fin de crisis nacionales como suponer que los favorables diferenciales de rentabilidad lo serán para siempre. España no será Portugal si no repite sus errores políticos y presupuestarios. -
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