Cuidado con los impuestos
Los antecedentes políticos de este Gobierno dan pie para sospechar que el anunciado aumento de impuestos a "los que más tienen", puesto en escena por el presidente del Gobierno el miércoles pasado, quedará en una pirueta más. De ser cierta esta hipótesis, Rodríguez Zapatero habría querido salir de la presión a la que le someten sus hasta ayer aliados sindicales y algunas fuerzas vivas de su partido, defensores de la idea de que el recorte fiscal "carga el coste de la crisis sobre los que menos tienen", exhibiendo la ocurrencia (por poco meditada) de una subida impositiva para las rentas más elevadas, sin precisar si se trata de una nueva figura y si lo que quiere gravar son las plusvalías, los patrimonios o las rentas de trabajo. Con todo, lo más grave es proclamar con antelación una subida de impuestos; a quien esté en disposición de recolocar sus inversiones o rentas fuera del espacio tributario español se le han concedido todas las ventajas para hacerlo.
Pero, por si el anuncio no es un nuevo ejemplo de decir y desdecirse, el aumento de impuestos merece algunas consideraciones. Cuando se trata de suprimir un déficit público del 11,2% del PIB es inevitable pensar que sólo puede hacerse recortando el gasto público (el Real Decreto Ley aprobado el jueves contiene los recortes mínimos para que el ajuste pueda ser considerado serio) y, además, una subida de los tributos. En contra del aumento de la presión fiscal se suele argüir (sobre todo desde el PP) que los países serios no lo hacen y los economistas (también del PP) esgrimen los manuales de campaña en los que está grabada a fuego la ley de que los ajustes deben ejecutarse bajando gastos y no aumentando los ingresos. Ahora bien, la estructura fiscal española no es normal. En España, los ingresos fiscales se disparan muy por encima de lo que crece el PIB en periodos de boom inmobiliario y se hunden más profundamente de lo que cae el PIB en periodos recesivos. Las políticas económicas verbeneras han contribuido también a este raquitismo fiscal; recuérdese la furiosa frivolidad con que los Gobiernos del PP rebajaron o destruyeron tributos y la facilidad con que los Gobiernos de Zapatero se sumaron a la fiesta.
Si el Gobierno quiere aumentar la presión fiscal, está legitimado para ello; pero tiene que explicar muy bien las razones y calcular con exactitud sus consecuencias. No se debe subir la carga fiscal por la única razón de que "los más ricos paguen más", porque en horas de tributación hay que huir de la excepcionalidad y de imaginar nuevas figuras fiscales. Las subidas fiscales con más éxito son las moderadas y selectivas, aplicadas sobre impuestos conocidos y probados. Las tasas y tributos excepcionales sólo surten efecto si se aplican conjuntamente en toda el área del euro (para evitar dispersiones y fugas) y por razones tasadas. Por ejemplo, una tasa sobre las actividades financieras europeas (y estadounidenses, por cierto) para pagar los platos rotos, presentes y futuros, de la crisis cumpliría con estos requisitos; pero poner un impuesto excepcional a "los más ricos" en España, no.
Tiene todavía el Gobierno un gran recurso para acrecentar sus ingresos: endurecer la persecución del fraude fiscal. Es sorprendente que el Gobierno olvide sistemáticamente este resorte, a pesar de que cumple con las condiciones de redistribución, equidad, mínimo efecto sobre el crecimiento y escaso coste político. -
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