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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Falso culpable

Muchas de las críticas que se hacen, especialmente en EE UU, al régimen cambiario chino pasan por alto varios aspectos esenciales. En primer lugar, lo que importa no es el tipo de cambio bilateral del yuan con el dólar, sino su tipo de cambio efectivo (TCE), esto es, ponderado por las monedas de los principales socios comerciales de China. Pues bien, el TCE del yuan ha aumentado el 10% en los dos últimos años y creció el 20% entre marzo de 2008 y marzo de 2009, una apreciación masiva en plena crisis, cuando las monedas de otros países asiáticos estaban cayendo y en un contexto de fuerte disminución de las exportaciones chinas. En todo el debate sobre el yuan conviene no olvidar que el TCE de otras economías asiáticas, como Taiwan, Filipinas o India, ha caído sustancialmente desde el inicio de la crisis global, favoreciendo su competitividad a expensas de la de China. Tampoco hay que perder de vista que las exportaciones chinas se redujeron nada menos que el 16% en 2009 y que se están recuperando lentamente, por lo que es muy difícil que se produzca una apreciación rápida y sustancial del yuan.

Los desequilibrios globales se deben al sobreconsumo con endeudamiento y al déficit fiscal en EE UU
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En segundo término, el superávit por cuenta corriente de China ha mostrado una corrección notable: ha pasado del 11% del PIB en 2007 al 5,5% del PIB en 2010. Esa caída, a la mitad, es superior a la reducción del déficit corriente de EE UU, del 5,2% del PIB en 2007 al 3,5% del PIB en 2010. Esto es, China se está ajustando más rápidamente que EE UU. La razón, claro está, es que la evolución de la demanda interna ha sido muy diferente en uno y otro país. En 2009 creció mucho (el 12,3%) en China y cayó el 2,6%, quizá de manera insuficiente, en EE UU.

En tercer lugar, el tipo de cambio del yuan con el dólar es asunto de dos. Hay economistas chinos que afirman que el dólar está sobrevalorado y que, por tanto, debería caer para ayudar a corregir los desequilibrios globales que subsisten y que seguramente volverán a crecer después de la crisis. En otras palabras, ¿por qué pretender que todo el ajuste cambiario lo haga el eslabón más débil?

Todo eso no quiere decir que el yuan no esté infravalorado. Seguramente lo está, aunque no en la proporción que se suele usar en EE UU, que llega a alcanzar el 40%. Además, una apreciación contribuiría, en China, a reorientar el crecimiento hacia el consumo interno, a reducir el todavía alto superávit corriente, a retomar el control sobre la política monetaria (subcontrata a la Reserva Federal, a través del tipo de cambio fijo vigente desde julio de 2008) y a frenar las presiones inflacionistas. Sin ir más lejos, no tiene mucho sentido que un país en desarrollo, con todavía importante pobreza, tenga excedentes corrientes tan altos, porque eso significa que es prestamista neto con respecto al resto del mundo. Esto es, a China le interesa que su moneda se aprecie, aunque también que lo haga lenta y progresivamente, para perjudicar lo menos posible al sector exportador.

Lo que no está nada claro es cómo una apreciación del yuan afectaría a la economía y al déficit comercial, bilateral y total, de EE UU. Aumentaría el valor de las importaciones y, por tanto, perjudicaría a los consumidores. Podría acelerar la inflación y hacer necesaria una política monetaria restrictiva antes de tiempo. Puesto que buena parte de las importaciones estadounidenses de productos chinos son intrafirma, la apreciación del yuan podría aumentar el déficit bilateral, como ocurrió entre 2005 y 2008. Incluso si cayese éste, el déficit total podría no disminuir, ya que aumentaría el desequilibrio con otros países asiáticos, como Vietnam o India, hacia los que se desplazarían las importaciones.

Tampoco es evidente que EE UU se arriesgue a una guerra comercial con China. Hay un equilibrio del terror financiero entre los dos países. China podría reaccionar a medidas proteccionistas diversificando sus enormes reservas en divisas (2,4 billones de dólares, de los que se cree que dos terceras partes están en la moneda americana) hacia el euro o el yen, provocando una caída desordenada del dólar. Esto es, la posibilidad de destrucción mutua asegurada (MAD en inglés) debería hacer pensar a quienes reclaman en EE UU medidas contundentes contra China.

El problema, por consiguiente, no es el tipo de cambio del yuan. Los desequilibrios globales se deben, sobre todo, al sobreconsumo con endeudamiento y al alto déficit presupuestario en EE UU y, en mucha menor medida, al exceso de ahorro en China (que ha alcanzado un increíble 51% del PIB) y a un crecimiento alimentado con bajos precios de la energía y de otras materias primas. Washington debería pensar en poner orden en casa antes de buscar falsos culpables. Aunque China, por la cuenta que le trae, debe fomentar su consumo interno y propiciar una pauta de desarrollo menos devoradora de recursos. -

Pablo Bustelo es investigador principal (Asia-Pacífico) del Real Instituto Elcano y profesor titular de Economía Aplicada en la UCM. Su último libro es Chindia. Asia a la conquista del siglo XXI (Tecnos).

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