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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Fiasco y rituales de supervisión financiera

Antón Costas

Las élites financieras forman un mundo aparte dentro de la economía. Se puede observar en algunos de sus comportamientos, como la forma de vestir. O escuchando la seguridad con la que hablan hasta de aquello en que se han equivocado. Pero quizá el rasgo más curioso es que su capacidad de aprender de los errores y batacazos es menor que la del resto de los humanos.

Eso está ocurriendo ahora. Hay claros indicios de que no han sacado ninguna lección de esta crisis y que esperan salir de rositas. Algunos bancos ya han anunciado la continuidad de su política de pago de bonus a sus directivos. Las agencias de rating, que han fallado en dar información fidedigna a los inversores acerca de la calidad de los productos financieros, no se han dado por enteradas. Y los reguladores y supervisores quieren hacernos creer que todo ha sido un problema de codicia privada por falta de más regulación.

Hay indicios de que estas élites no han aprendido nada de una crisis de la que esperan salir de rositas

¿Por qué les cuesta tanto aprender?

Al contrario de cualquier otro empresario o profesional, la élite financiera sabe que hay escasa probabilidad de que tengan que pagar por sus errores. Y donde no hay castigo, no hay aprendizaje. Excepto casos puntuales como el de Madoff, ningún financiero ha tenido que asumir responsabilidades por su negligencia o venalidad. Y lo que es más importante, no tenemos una forma creíble para amenazarles con el cierre de sus instituciones sin que a la vez provoquemos riesgo de daño para la economía.

Esta crisis ha obligado a utilizar enormes cantidades de recursos públicos para financiar el rescate de bancos y cajas y los programas de apoyo al sector privado y al desempleo. Como los ingresos fiscales han caído por la recesión, los Gobiernos se están endeudando. Pero he aquí que la misma élite financiera que ha provocado la crisis y ha forzado a los Gobiernos a endeudarse es la que, con deportivo cinismo, está alarmando contra los riesgos de la deuda.

¿Qué hacer para evitar que se vuelvan a dar en el futuro los mismos comportamientos?

Las autoridades políticas y monetarias creen que la solución está en más regulación y en la creación de nuevas autoridades. Tanto la Administración norteamericana como las autoridades europeas han anunciado ya paquetes de reformas en este sentido.

Soy partidario de una mayor regulación y, especialmente, de una mejor supervisión financiera. Pero no creo que la solución esté sólo en más de lo mismo.

Cada vez es más evidente que en el origen de la crisis financiera de 2008 ha habido fallos importantes en la gestión de la política monetaria y en la supervisión. ¿Cómo, si no, existiendo tal cantidad de organismos reguladores, de auditoría y de supervisión del sistema financiero, a cuyo frente están los que se consideran the best and the brightest, nadie advirtió y puso remedio a las más que evidentes conductas de riesgo excesivo que estaban adoptando las instituciones financieras?

La respuesta de las autoridades es que había una laguna en la regulación que permitió a un tipo de banca propensa al riesgo estar al margen de la supervisión. Pero, siendo cierto, esto es insuficiente para explicar lo ocurrido. En nuestro caso, las cajas de ahorro estaban bien reguladas y supervisadas y, sin embargo, muchas de ellas contrajeron un nivel de riesgo inmobiliario a todas luces excesivo, pero que los supervisores no vieron o no consideraron adecuado frenar.

Pienso que para tener una seguridad razonable de que algo similar no se repita son necesarias, al menos, dos cosas:

Primera, que haya un reconocimiento de los fallos en la gestión de la política monetaria y de supervisión financiera, al menos desde del crash de las punto.com en el año 2000. No es necesario una autocrítica al estilo estalinista ni ponerse un cilicio, pero sí alguna señal de que han aprendido de esos errores. Por eso Ben Benanke, presidente de la autoridad monetaria federal de Estados Unidos, se está viendo cuestionado para renovar su cargo, tal como El País Negocios recogía el domingo pasado.

Segunda, es necesario aprender la lección de que, además de una mayor y mejor regulación técnica, se necesitan reglas e instituciones sociales y políticas que ejerzan una labor de contención de la codicia privada y de control democrático de los propios supervisores.

Los 25 años que siguieron a la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial fueron las décadas de mayor crecimiento económico, igualdad social y estabilidad financiera. No sólo porque hubiese una mayor regulación, sino porque al lado de la supervisión tecnocrática existían reglas e instituciones sociales y políticas, como los sindicatos, los partidos socialdemócratas y los medios de comunicación, que sirvieron de control democrático de la codicia y las prácticas financieras irregulares.

Pero en las dos últimas décadas, como consecuencia de varios desarrollos económicos y políticos, esas organizaciones han perdido fuerza como mecanismos de control social. En ausencia de ese control democrático, la regulación financiera se ha convertido en un mero ritual de supervisión, que al final ha acabado en un gran fiasco.

Que en el futuro se consiga evitar nuevas crisis financieras de la magnitud de la que padecemos depende, por tanto, de cómo la crisis afecte a la democracia. Si hay un fortalecimiento de las reglas e instituciones de control social y político, veremos un sistema financiero más estable y una economía más sana. Si, por el contrario, la crisis debilita aún más la democracia, todas esas nuevas regulaciones y autoridades que nos proponen, por muy bien intencionadas que estén, continuarán siendo meros rituales de supervisión técnica que conducirán a un nuevo fiasco.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la UB.

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