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Islam político sin petróleo

Después de que la Hermandad Musulmana islamista y el partido salafista Al Nur, todavía más puritano, se quedaran y dejaran a los egipcios con la boca abierta al cosechar más del 60% de los escaños en las elecciones parlamentarias egipcias, estamos a punto de ver una excepcional prueba de laboratorio para Oriente Próximo: ¿qué pasa cuando el islam político tenga que lidiar con la modernidad y la globalización sin petróleo?

Los movimientos islamistas dominan desde hace mucho Irán y Arabia Saudí. Pero tanto los ayatolás en Irán como los salafistas wahabíes en Arabia Saudí han sido capaces de tener su ideología y también los frutos de la modernidad porque poseían una inmensa riqueza petrolífera para costear cualquier contradicción. Arabia Saudí podía infrautilizar a sus mujeres e imponer costumbres religiosas estrictas a su sociedad, sus bancos y sus colegios. Los clérigos de Irán podían desairar al mundo, perseguir la nuclearización e imponer severas restricciones políticas y religiosas. Y ambos podían aun así ofrecer a sus ciudadanos un nivel de vida mejor, porque tenían petróleo.

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Los partidos islamistas de Egipto no van a poder darse ese lujo. Tendrán que abrirse al mundo, y parece que están percatándose de ello. Egipto es un importador neto de petróleo. También importa el 40% de sus alimentos. Y el turismo constituye una décima parte de su producto interior bruto. Con el desempleo por las nubes y la libra egipcia por los suelos, Egipto seguramente necesitará ayuda del Fondo Monetario Internacional, una importante inyección de inversiones extranjeras y una considerable actualización de la enseñanza moderna para proporcionar puestos de trabajo a todos esos jóvenes que organizaron la rebelión del año pasado. Egipto necesita integrarse al mundo. La Hermandad Musulmana, cuyo partido se llama Libertad y Justicia, recibe mucho apoyo de las clases medias y las pequeñas empresas. En el partido salafista Al Nur predominan los jeques religiosos y los pobres del campo y las ciudades.

Essam el Erian, vicepresidente del partido de la Hermandad Musulmana, me decía: "Esperamos que podamos instigar a los salafistas -no que ellos nos instiguen a nosotros- y que las necesidades de la gente nos instiguen a los dos". Dejó muy claro que aunque Libertad y Justicia y Al Nur son partidos islamistas, son muy diferentes y es posible que no se den la mano en el poder: "Como grupo político, ellos son unos recién llegados, y confío en que todos puedan esperar a descubrir la diferencia entre Al Nur y Libertad y Justicia".

En cuanto al tratado de paz con Israel, Erian puntualizaba: "Es un compromiso del Estado -no de ningún grupo o partido-, y hemos afirmado que respetaremos los compromisos contraídos por el Estado egipcio en el pasado". En última instancia, añadía, las relaciones con Israel estarán determinadas por la forma en que los israelíes traten a los palestinos.

Pero hablando en términos generales, decía, las dificultades económicas que afligen a Egipto "nos empujan a ocuparnos de nuestros propios asuntos".

Muhamad Jairat el Shater, vicepresidente de la Hermandad Musulmana y su gurú económico, me explicó, mientras tomábamos un zumo de fresa en su casa, que su organización tiene intención de arrimarse al mundo. "Ya no se puede elegir si uno está a favor o en contra de la globalización", decía. "Es una realidad. Nuestro punto de vista es apoyar una participación lo más amplia posible en la globalización en unas circunstancias favorables para todos".

Nader Bakar, portavoz de Al Nur, insistía en que su partido se moverá con cautela. "Somos los guardianes de la sharía", me comentaba, refiriéndose a la ley islámica, "y queremos que la gente esté con nosotros partiendo de esa base, pero abrimos las puertas a todos los intelectuales de todos los campos". Afirmaba que el modelo económico de su partido es Brasil. "No nos gusta el modelo teocrático", añadía. "Puedo prometerles que no seremos otra dictadura, y el pueblo egipcio no nos dará la oportunidad de ser otra dictadura".

En noviembre, un entrevistador preguntó a Hazem Salá Abu Ismail, un clérigo salafista independiente y candidato a la presidencia, cómo reaccionaría, si fuera presidente, si viera a una mujer en biquini en la playa. "Sería arrestada", decía.

El partido Al Nur aclaró rápidamente que no hablaba en su nombre. La agencia France Presse citaba a otro portavoz de Al Nur, Muhamad Nur, que descartaba los temores provocados por los medios de prensa al plantear la posibilidad de que los salafistas prohibieran las bebidas alcohólicas, que son un elemento básico de los hoteles turísticos de Egipto. "Puede que de 80 millones de egipcios, 20.000 consuman bebidas alcohólicas", explicaba. "Cuarenta millones no tienen agua potable. ¿Cree usted que en el Parlamento me ocuparé de la gente que no tiene agua o de la gente que se emborracha?".

¿Qué conclusiones sacamos de todo esto? Los islamistas egipcios tienen importantes decisiones que tomar. Ha sido fácil mantener un grado elevado de pureza ideológica todos estos años que no han estado en el poder. Pero su repentino ascenso a lo más alto de la política egipcia coincide con la caída libre de la economía de Egipto. Y tan pronto como el Parlamento celebre su primera sesión el 23 enero, los islamistas egipcios serán los principales responsables de arreglar esa economía sin petróleo. (En Túnez se desarrolla un drama similar).

No quieren echar a perder esta oportunidad de liderar, pero quieren ser coherentes con sus raíces islámicas, aunque saben que sus seguidores les han elegido para que les proporcionen un Gobierno limpio, educación y puestos de trabajo, no mezquitas. Será fascinante ver cómo resuelven estos tira y afloja. De qué lado se decantan tendrá un impacto enorme en el futuro del islam político en esta región.

Thomas L. Friedman, dos veces ganador del Premio Pulitzer, es columnista del diario The New York Times. © 2012 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

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