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Manual para reformadores sensatos

Antón Costas

Solo en contadas ocasiones un país se para a reflexionar sobre su futuro. Tales ocasiones acostumbran a coincidir con periodos de declive y crisis. En esos momentos se pone a prueba la capacidad de la nación para reconsiderar pasadas decisiones y rejuvenecerse. Hoy España está experimentando su más seria crisis desde los años treinta. Cómo se salga de la crisis marcará el futuro del país para las próximas décadas. Cuál será esa salida es aún una cuestión abierta.

Ciertas condiciones son favorables: España es una sociedad rica, el sistema democrático está bien establecido y los ciudadanos han demostrado en el pasado ser capaces de combinar sentido común con visiones acerca del futuro. Pero otras condiciones son desfavorables. Los problemas básicos emergieron ya hace años, pero han ido a peor con el paso del tiempo. Esos problemas reflejan una compleja mezcla de agudos problemas coyunturales y problemas estructurales crónicos. No es, por tanto, posible resolver la crisis solamente con la aplicación de medidas de corto plazo. Además, los problemas económicos tienen en buena parte su origen en decisiones políticas del pasado, de ahí que sea necesario analizar tanto el sistema económico como el político.

Reformas laboral y de las pensiones, salarios y recorte de gastos sociales castigan a clases medias y trabajadoras

Estos dos párrafos parecen escritos para España. Pero no es así. He hecho trampa. Donde he puesto "España", ustedes deben leer "Suecia". Son los dos primeros párrafos del informe que elaboró la Comisión de Expertos Independientes nombrada por el Gobierno de Suecia en diciembre de 1992 para sugerir medidas que sacaran a la economía y al llamado "modelo sueco" del marasmo en que se encontraba en la crisis de esos años.

Pero no me negarán que cuadran como anillo al dedo para la situación de España. Tenemos problemas coyunturales agudos y problemas estructurales crónicos. Tenemos, sin embargo, condiciones favorables. La economía muestra una envidiable capacidad exportadora; España no es rica, pero sí acomodada; el sistema democrático está bastante consolidado; la sociedad española ha demostrado varias veces en los últimos 25 años tener sentido común y visión de futuro, para sacrificarse y remar para salir de las situaciones duras, como ocurrió en las crisis de 1977, de 1982 y de 1992.

Hoy, de nuevo, como han demostrado los funcionarios, los españoles están dispuestos a sacrificarse y remar esforzadamente para no hundirse. El problema es que no saben hacia dónde remar, ni para qué. El Gobierno no sabe, la oposición no contesta, las patronales no pueden (entre otras cosas, por un déficit de liderazgo con problemas serios de ejemplaridad moral), los sindicatos están en la cultura del "no" (esa es la percepción pública, y, como dice el teorema de Thomas, lo que se percibe como real es real en sus consecuencias).

Lo único que se escucha es que hay que ser austeros y hacer reformas. Pero los costes les tocan a los mismos. La reforma laboral, los salarios, la reforma de las pensiones, los recortes en los gastos sociales o los impuestos a los supuestos "ricos" pegan sobre el mismo carrillo: el de las clases medias y trabajadoras. El resultado puede ser una desigualdad que nos haga retroceder décadas y una salida en falso que genere un malestar social difuso, poco propicio al cambio y al esfuerzo colectivo.

En este clima ha aparecido, cual mosquitos en verano, una plaga de reformadores compulsivos que, poco respetuosos con la democracia, ven al Gobierno como un dictador benevolente, que tendría no solo el deber, sino también el derecho de imponer a la población reformas que esta no entiende. Y sin entender no puede apoyar.

Hace falta una visión a largo plazo y una estrategia compartida de salida. Es decir, un manual para reformadores con sentido común. Y es aquí donde pienso que el informe de la Comisión de Expertos suecos, presidida por el economista liberal Assar Lindbeck, es buena una guía (Turning Sweden Around, The MIT Press, 1994).

Mi humilde propuesta es que, aprovechando el cambio de rumbo, el Gobierno (o, en su caso, el Parlamento) siga el camino del Gobierno sueco y ponga en marcha una iniciativa que, generando un amplio debate sobre nuestros problemas, logre un diagnóstico con un elevado acuerdo. Y proponga medidas orientadas a: 1) Identificar las debilidades de la economía y sugerir políticas y reformas que aumentando la estabilidad económica, la eficiencia y el crecimiento, respeten los objetivos comúnmente aceptados de disponer de una red de seguridad social y tengan en cuenta los efectos en la distribución de la renta; 2) Proponer cambios en el sistema político, orientados a crear un buen entorno económico para familias y empresas, y 3) Plantear estrategias de salida que minimicen y repartan los costes de transición entre el corto y el medio plazo.

Minimizar y repartir los costes es muy importante para salir del túnel. Los reformadores y las autoridades han de tener en cuenta que las reformas a largo plazo -por ejemplo, en el sistema de Seguridad Social- tienen efectos a corto, especialmente si son inesperadas. Es importante proceder con gradualismo, tanto para evitar destruir las expectativas y planes a largo plazo de los individuos y familias (induciéndoles, por ejemplo, a ahorrar más de lo necesario) como para evitar llevar a la economía a una recesión prolongada por un corte drástico en el gasto público.

De hecho, ese manual para reformadores sensatos ya lo tenemos. Es el que aplicó el profesor Enrique Fuentes Quintana en la elaboración y puesta en marcha de los Acuerdos de la Moncloa, en la crisis de 1997. ¿Se acuerdan? Y funcionó. Habría que recuperarlo. Si no, el hacer reformas compulsivas, que descargan los costes sobre los mismos, puede llevarnos a confundir la luz de la salida del túnel con la luz del convoy que viene de frente.

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la UB.

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