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Reportaje:Primer plano

¿Nos fiamos de Hungría?

El país asegura tener raya el déficit y la deuda, pero afronta problemas graves

Cristina Galindo

Es difícil llamar tanto la atención en tan poco tiempo. Apenas una semana después de llegar al poder, el nuevo Gobierno húngaro hizo tambalearse a los mercados financieros mundiales. Dos dirigentes del Fidesz, el partido conservador y con tentaciones populistas que ganó las elecciones en abril pasado, afirmaron que la economía centroeuropea podía convertirse en la próxima Grecia, insinuando que las cuentas públicas habían sido manipuladas por el antiguo Ejecutivo y que, en realidad, el país estaba al borde de la bancarrota. Y todo el mundo miró hacia Budapest. ¿Qué pasaba en la economía ex comunista? ¿Estaba al borde del abismo financiero?

Hungría no es Grecia. En eso coinciden políticos del Gobierno y de la oposición en Budapest, analistas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea, dos instituciones que desde octubre de 2008 supervisan con lupa las cuentas húngaras. En realidad, Hungría tuvo su drama griego mucho antes que el país mediterráneo. "En 2006 sufrimos nuestra crisis de deuda y se tomaron medidas de ajuste para reducir el déficit", explica Istvan Madar, analista de Portfolio.hu, la web de información financiera más prestigiosa de Hungría. "Ahora estamos a salvo", asegura.

El juego político estaba detrás del aviso de que el país iba hacia la quiebra
Hungría ya tuvo su propia crisis de la deuda en el año 2006
El nuevo Gobierno ha logrado calmar a los mercados con un plan de ajuste
Las medidas de austeridad no han generado protestas en las calles
Más nacionalismoHungría ha perdido competitividad frente a Eslovaquia y a otros vecinos
La recesión quedó atrás en el primer trimestre, con un crecimiento del 0,9%
Para evitar la catástrofe, recurrió a créditos del FMI y la Unión Europea
En dos años se introducirá un tipo único del IRPF del 16%
La crisis ha rebajado el entusiasmo de los húngaros por integrarse en el euro
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Hay diferencias clave entre ambas economías. El déficit público de Hungría se situó a finales del año pasado en el 4,2% del producto interior bruto (PIB) y la deuda pública está en torno al 78% del PIB, muy lejos del déficit del 13,6% de Grecia, que además tiene una deuda del 130% del PIB. Hungría no se enfrenta a necesidades de financiación a corto plazo. Sus mayores citas con los mercados de deuda este año son el 12 de julio, cuando expira un paquete de bonos de 30.000 millones de yenes (180 millones de euros); septiembre, cuando tiene que hacer frente al pago de 1.000 millones de euros, y, finalmente, agosto y octubre, cuando expiran dos emisiones de bonos en florines húngaros equivalentes a poco más de 1.000 millones de euros.

Mientras, la línea de crédito de 20.000 millones de euros que le otorgaron el FMI y la Unión Europea reduce cualquier posibilidad de riesgos de liquidez. De los 20.000 millones concedidos, solo se han retirado 14.000 en varias tandas (la última vez, en abril de 2009).

La estructura económica es otro elemento determinante. "Antes del derrumbe del comercio mundial el año pasado, que afectó a todos, Hungría exportó a la UE cinco veces más que Grecia; y dos terceras partes de esas ventas al exterior fueron de alta y media tecnología", explica Andras Inotai, economista del Instituto para la Economía Mundial en Budapest. Grandes grupos automovilísticos como

Audi, Mercedes, Suzuki y

Opel cuentan con plantas en este país, mientras que, gracias a empresas como la finlandesa Nokia, Hungría es uno los grandes exportadores de móviles del mundo.

El analista Lars Chistensen, experto en las economías del Este de Danske Bank, destacaba recientemente en un comentario otro factor: "El florín no está sobrevaluado y, por tanto, Hungría no se enfrenta a la misma necesidad de mejorar la competitividad a través de los precios y la reducción de salarios como Grecia. De hecho, Hungría tiene superávit en su cuenta corriente, no como Grecia, que tiene un significativo déficit". A diferencia de Grecia, las medidas de austeridad tomadas en Hungría no han generado grandes protestas en las calles.

En la orilla del Danubio, que une las dos grandes ciudades del antiguo imperio austrohúngaro (Viena y Budapest), grupos de turistas que visitan la capital húngara aprovechando el calor de junio observan la crecida que ha experimentado el río por las intensas lluvias de la semana pasada. La amenaza de desbordamiento coincidió con las declaraciones del vicepresidente del Fidesz, Lajos Kosa, que afirmó tajante el pasado 3 de junio que Hungría tenía "una posibilidad muy pequeña de evitar una situación como la de Grecia" y que la economía estaba en "una situación mucho peor" de lo que su partido esperaba antes de llegar al poder, el pasado 29 de mayo, con lo que sería imposible cumplir el objetivo de acabar el año con un déficit presupuestario del 3,8%. En cuanto Peter Szijjarto, portavoz del primer ministro, Viktor Orban, confirmó esas palabras al día siguiente -hablar de bancarrota "no es una exageración", dijo-, la Bolsa se hundió, el coste de la deuda se disparó y la divisa nacional, el florín, cayó a mínimos de un año.

La duda se extendió rápidamente por los mercados internacionales: ¿había maquillado el Gobierno anterior (socialista) las cuentas? La Comisión Europea salió de inmediato a negarlo para calmar a los mercados. El director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, también defendió a la economía húngara, calificando su situación de "bastante buena" y añadiendo que no veía "realmente ningún problema". Incluso el nuevo Gobierno tuvo que salir a la palestra para rectificar y confirmar su compromiso con la reducción del déficit, que alcanzó un máximo del 9,3% en 2006 y cerró 2009 en el 4%. "El pasado es el pasado; ahora solo nos interesa el futuro", dijo Orban en su primera intervención en el Parlamento tras las polémicas declaraciones.

El juego político estaba detrás de todo, a juicio de los analistas. Los comentarios de los dirigentes del partido fueron un error. El Fidesz arrasó en las elecciones de abril -obtuvo mayoría absoluta- gracias a promesas que, una vez en el poder, no puede cumplir e intentó culpar al anterior Gobierno de la situación para justificar medidas impopulares, afirma Andras Inotai. "El presupuesto de 2009 estuvo totalmente controlado por el FMI y la UE, y el de 2010 se hizo con la aprobación del Fondo, todo ello como condición para mantener la línea de crédito de 20.000 millones de euros. Aquí no hay espacio para maniobras cosméticas. Lo que puede suceder es que al final se tenga que revisar el objetivo del déficit porque por la evolución económica no se pueda cumplir, como hacen muchos países, pero como mucho alcanzará el 5% del PIB, todavía uno de los más bajos de la UE", opina el experto.

Para otros analistas, el anterior Gobierno no manipuló las cuentas, pero sí fijó un objetivo de déficit poco realista si no se tomaban más medidas de austeridad. "En la situación actual parece más realista hablar de un déficit del 4,5% o 5% del PIB, pero el FMI y la UE insisten en que debe ser del 3,85%, y sin medidas adicionales no es posible alcanzar esa meta", explica Eva Palocz, directora de la firma de encuestas y estudios económicos Kopint-Tarki. Aun así, sin esas medidas adicionales, el Banco Central húngaro prevé que el año se cierre con un déficit del 4,5%. "La situación fiscal del país es miserable, y la responsabilidad política es, por tanto, del anterior Gobierno", afirma el politólogo Zoltan Kiszelly.

El anterior Ejecutivo niega cualquier manipulación o maquillaje de los datos. "Siempre dijimos que habría que tomar más medidas para cumplir el objetivo", afirma en su despacho Attila Mesterhazy, jefe del grupo parlamentario socialista. "Lo que ha sucedido es que el Fidesz hizo promesas imposibles durante la campaña electoral y ahora no puede cumplirlas; por eso intenta culparnos, para justificar sus medias de ajuste", añade en su despacho en el edificio cercano al Parlamento reservado para los despachos de los diputados y que fue la sede del comité central del partido comunista húngaro. "Espero que se hayan dado cuenta de que esto no es una partida de póquer y que los mercados internacionales no están para bromas", concluye. EL PAÍS intentó, sin éxito, entrevistar a un portavoz del Gobierno actual.

"El caos generado por las declaraciones del Ejecutivo duró dos días y hemos dejado atrás este incidente", afirma, quitando hierro al asunto, Peter Akos Bod, profesor de economía de la Universidad Corvinus de Budapest, considerado más cercano al Fidesz. Sin embargo, el mal ya estaba hecho. El país puede tardar meses en recuperar la confianza de los mercados financieros. Por mucho que los datos macroeconómicos apelen a la calma, siempre queda la duda. "Uno de los retos será mantener la confianza de los inversores e impulsar el crecimiento y la competitividad. Y en el ambiente actual, en el que los mercados están básicamente fuera de control, esto no va ser fácil", afirma Dorothee Bohle, analista política de la Universidad Centroeuropea en Budapest.

El plan de ajuste presentado el martes pasado por el nuevo primer ministro, y que logró calmar a los mercados, persigue cumplir el objetivo del 3,8% del déficit para 2010. En dos años se introducirá un tipo único del IRPF del 16% (ahora hay dos: 17% y 32%) y se reducirá del 19% actual al 10% el impuesto de sociedades para las pequeñas y medianas empresas (con ingresos anuales inferiores a dos millones de euros). El Gobierno confía en recuperar la pérdida de ingresos con un nuevo impuesto sobre los beneficios de la banca con el que este año prevé recaudar 200.000 millones de florines (unos 700 millones de euros), una buena tajada -poco realista para algunos- de los 350.000 millones de florines que prevé ganar el sector en su conjunto en 2010.

Además, el plan prevé un ahorro de 426 millones de euros a través de severos recortes en el sector público, incluida una reducción del 15% de la masa salarial y de altos cargos en las empresas estatales. "Ha llegado el momento de reemplazar lo antiguo por lo nuevo, también en la economía", afirmó Orban durante la presentación del plan, que fue acogido con alivio por los analistas, aunque advierten que hay que esperar a ver todos los detalles.

"La creación de un tipo único del impuesto de la renta solo beneficiará a las familias más ricas", opina Attila Mesterhazy, el líder socialista. "Los que ahora pagamos el 30%, solo tendremos que pagar el 16%, pero los que ganan menos y pagaban hasta ahora el 17%, seguirán pagando el 16%; eso es inadmisible", añade el dirigente, que echa en falta un plan potente para reducir la tasa de desempleo, ahora en el 12,7%. "Son medidas más o menos realistas, aunque habrá que ver los detalles", considera la analista Eva Palocz.

Que Hungría no sea Grecia no significa que no sea altamente vulnerable. El país, con una economía pequeña, abierta y tradicionalmente dependiente de las exportaciones como motor de crecimiento, no consigue dejar atrás la peor crisis que vive en 18 años. Las causas hay que buscarlas en el Gobierno socialista, que estuvo en el poder entre 2002 y 2006, cuando el déficit público llegó a alcanzar el 9% del PIB en dos ejercicios y acabó creando un lastre difícil de soltar. "La deuda de Hungría pasó en pocos años del nivel de países de su entorno, como Polonia (en torno al 50% del PIB), a niveles de países más avanzados como Bélgica, del 80% del PIB. Pero la diferencia es que nosotros éramos y somos mucho más vulnerables, y esa deuda cuesta mucho financiar", explica el profesor Peter Akos Bod.

Así que en 2006 empezaron a aplicarse medidas de ajuste basadas en recortes sociales. La economía no volvió a crecer hasta finales de 2007, cuando empezó a salir del túnel, aunque muy ligeramente. "La crisis financiera mundial llegó en octubre de 2008 y todo lo conseguido se fue a pique", recuerda el economista Istvan Madar, de Portfolio.hu. El país tuvo que recurrir a una línea de crédito del FMI y la UE para evitar la quiebra. Tras otra tanda de medidas de austeridad (bajada de pensiones, congelación de los salarios de los funcionarios, incremento de la edad de jubilación...), en el primer trimestre de este año salió de la recesión con un crecimiento del PIB del 0,9%, casi todo por el aumento de las exportaciones. Las previsiones oficiales apuntan a que la economía cerrará 2010 con un crecimiento del 0,5%, tras caer un 6,3% en el conjunto de 2009. El FMI pronostica, sin embargo, una ligera contracción.

La lista de problemas de la economía húngara no es corta. La reciente caída de la divisa nacional -sobre todo frente al franco suizo- ha incrementado la vulnerabilidad del país, ya que ha encarecido los préstamos que el 60% de los hogares y el 55% de las empresas tienen contratados en francos suizos. Los analistas temen que la nueva tasa sobre la banca repercuta en los clientes, con restricciones del crédito o bien con mayores comisiones.

Otro punto débil es la conexión de la banca húngara con los Balcanes, especialmente Bulgaria. "Aquí vemos un claro enlace con Grecia, que también posee un sector bancario muy expuesto en Bulgaria y otras economías de la zona", dice Lars Christensen, de Danske Bank, que advierte del peligro que supone para la recuperación económica del país su nuevo Gobierno, "más nacionalista y populista".

Las empresas públicas son otra de sus flaquezas. La compañía aérea, la de ferrocarriles, la de autobuses... todas están altamente endeudadas. Las subvenciones que reciben absorben un punto del PIB, según calcula el profesor Peter Akos Bod, que cree que es urgente privatizarlas. "En general son necesarias reformas estructurales urgentes, sobre todo en el sector agrario, el de la alimentación", añade. "También habría que hacer políticas de apoyo de las pequeñas y medianas empresas, que tienen más dificultades que las grandes para conseguir financiación, participar en los concursos públicos y salir al extranjero, porque el anterior Gobierno primó a las grandes compañías", concluye.

La falta de competitividad es otro lastre. Hungría ha perdido competitividad en los últimos años respecto a Eslovaquia y otros países vecinos. Uno de los motivos es el coste laboral, que, pese a las reformas del anterior Gobierno, sigue siendo uno de los más altos de la UE. "La inversión extranjera siempre ha sido fuerte y debemos incrementarla", opina Laszlo Akar, consejero delegado de GKI Economic Research. "Pese a que los costes laborales siguen siendo una carga, podemos competir en calidad de mano de obra y en la infraestructura. Y, por qué no, en el ambiente de seguridad que reina aquí. Si a un ejecutivo le dices que puede vivir en Budapest o en Bucarest, lo más normal es que elija la primera ciudad, aunque la capital rumana sea un poco más barata", asegura.

Ser una potencia exportadora no es siempre garantía de éxito. La alta dependencia de Hungría de los mercados exteriores convierte a su economía en más vulnerable a la crisis de los demás. Mientras, las industrias autóctonas no acaban de alcanzar un peso significativo en la economía.

Tras años de malos datos económicos y de apretarse el cinturón, los ciudadanos húngaros empiezan a estar cansados. La crisis del euro ha rebajado el entusiasmo por integrarse en la moneda única europea. Se ha abierto el debate sobre qué es mejor, si estar o no en el euro. Por un lado, parece claro que la divisa europea ofrece más estabilidad y seguridad que una pequeña moneda como el florín, que puede ser fácilmente atacada por los especuladores. Por otro lado, los escépticos destacan que estar fuera del euro permite devaluar y llevar a cabo una política monetaria más adaptada a las circunstancias del país.

"Creo que la mayoría de los húngaros sigue estando a favor del euro", opina Laszlo Akar. "Nosotros consideramos que lo mejor sería que el país se preparara para entrar en la zona euro en 2014". La economía lleva camino de cumplir todos los requisitos para conseguirlo, pero lo cierto es que, al menos de momento, no cumple ninguno. No hay una fecha oficial de entrada, ni siquiera una previsión.

"El problema es durante cuánto tiempo la población va a soportar los costes de adaptación que las políticas de austeridad acarrean", advierte la analista Dorothee Bohle. "Creo que muchos países de la UE están a punto de afrontar crisis políticas importantes que pueden llevarles por caminos impredecibles".

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se dirige a sus partidarios durante la campaña electoral en abril pasado. "He aquí el momento", dice el lema.
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, se dirige a sus partidarios durante la campaña electoral en abril pasado. "He aquí el momento", dice el lema.AFP

Más nacionalismo

Comparar Hungría con Grecia no ha sido la única acción controvertida del Fidesz, el partido de centro-derecha que llegó al poder a finales del mes pasado tras ganar con mayoría absoluta las elecciones gracias a, según los analistas, una campaña extremadamente populista.

La aprobación en el Parlamento de dos leyes de marcado carácter nacionalista amenaza con deteriorar las relaciones con sus vecinos. La primera permite conceder la nacionalidad a las personas de etnia magiar que viven en el extranjero, aunque nunca hayan residido en Hungría. Bastará con certificar que tienen antepasados húngaros y conocimiento de su lengua. Esta medida ha provocado inquietud sobre todo en la vecina Eslovaquia, que contestó con la aprobación de otra ley que retirará la ciudadanía a los eslovacos que se hagan con un pasaporte húngaro.

Las relaciones entre ambos países nunca han sido fáciles. Tras la I Guerra Mundial, Hungría perdió gran parte de su territorio, con lo que entre dos y tres millones de personas de etnia magiar acabaron viviendo en otros países, principalmente Eslovaquia, Rumania, Serbia y Ucrania. Con la entrada en la Unión Europea se esperaba que la rivalidad terminara, pero no parece haber sido así, y el nacionalismo resurge una y otra vez (el reciente auge del ultranacionalista Partido Nacional Eslovaco y la formación de extrema derecha Jobbik en Hungría son dos ejemplos).

La otra ley polémica aprobada tras la victoria del Fidesz en abril ha sido la que declara el 4 de junio fiesta nacional, el Día de la Unidad Nacional. El objetivo es recordar el aniversario del Tratado de Trianón, firmado en 1920, que redibujó las fronteras húngaras tras la I Guerra Mundial. Para los críticos, se trata de una provocación y una exaltación del nacionalismo.

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Sobre la firma

Cristina Galindo
Es periodista de la sección de Economía. Ha trabajado anteriormente en Internacional y los suplementos Domingo e Ideas.

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