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Reportaje:Primer plano

Paracaídas dorados para premiar el fracaso

Los gestores de las firmas de Wall Street se aseguraron generosas indemnizaciones

Ramón Muñoz

Los ciudadanos de McAllen, una ciudad tejana en la frontera del río Bravo con México, vivían felices en 2006. Casi todos inmigrantes mexicanos, habían cumplido el sueño americano. Al calor del acuerdo de libre comercio de su país de origen con Estados Unidos, su municipio había crecido como la espuma. Cientos de familias pudieron acceder a una vivienda en propiedad. Los bancos no pedían muchas garantías para conceder los préstamos. Los ilusionados habitantes de McAllen no sabían que, en realidad, no habían comprado casas sino hipotecas subprime, y que sus títulos de propiedad serían empaquetados y vendidos por todo el planeta en forma de fondos de inversión y otros derivados financieros por las principales firmas de Wall Street.

Corcóstegui, del Santander, batió el récord mundial al recibir 108 millones
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En 2007 comenzaron los problemas. Muchos trabajadores dejaron de pagar la hipoteca. Hoy McAllen es el municipio estadounidense con mayor índice de hipotecas basura. Garantías, un 26% del total. Sus humildes peticionarios y los responsables de los bancos que decidieron concederles las hipotecas y titulizarlos van camino de acabar con el sistema financiero mundial.

La diferencia es que los inmigrantes chicanos de McAllen apenas ganaban mil dólares mensuales, mientras que los ejecutivos de Wall Street se embolsaban esos mil dólares pero por cada hora de trabajo. Unos perdieron su trabajo y vivienda; los otros se marcharon a casa con indemnizaciones multimillonarias. Según la cadena de televisión norteamericana CNBC, sólo los 12 altos ejecutivos que dirigieron a la gran banca estadounidense en las vísperas y durante el hundimiento de Wall Street vieron premiado su fracaso con unos paracaídas dorados de alrededor de quinientos millones de dólares.

Stanley O'Neal, que se convirtió es el número uno de esta lista, recibió 161 millones de dólares como gratificación de despedida, después de que la entidad financiera registrara pérdidas por importe de 7.777 millones de dólares. No obstante, su sucesor en el cargo, John Thain, le superó en pericia al negociar un contrato blindado de 200 millones de dólares para él y los dos antiguos ejecutivos de Goldman Sachs que reclutó para que le acompañaran en caso de despido o de recorte de sus funciones.

Charles Prince, presidente de Citigroup, cobró 105 millones de dólares pese a que su salida se produjo una vez que el banco anunció depreciaciones de activos por 11.000 millones. Asimismo, Angelo Mozillo, tras 40 años en la hipotecaria Countrywide, percibió 56 millones de dólares.

Otros ilustres beneficiarios han sido Kerry Killinger y Alan Fishman, de Washington Mutual (44 y 19 millones de dólares, respectivamente, como gratificación de despido); Ken Thompson, de

Wachovia (42 millones); Richard Fuld, de Lehman (24 millones); Richard Syron y Daniel Mudd, ambos dirigentes de Freddie Mac (16 y 8 millones de dólares, respectivamente), y James Cayne, de Bear Stearns (13 millones de dólares).

En España, los máximos ejecutivos también se han apuntado a la moda. De hecho, el ex consejero delegado del Banco Santander, Ángel Corcóstegui, batió un récord mundial al cobrar en 2002 un total de 108 millones de euros por dejar el banco. José María Amusátegui, ex copresidente de la entidad tras la fusión con el Central Hispano, se llevó 56 millones de euros en 2001. Peter Erskine, consejero delegado de la compañía de telefonía móvil O2, adquirida por Telefónica, se embolsó más de treinta millones. Alfonso Cortina, ex presidente de Repsol se llevó 19,50 millones y Manuel Pizarro dejó la presidencia de Endesa con 12 millones bajo el brazo. -

James Cayne: No molesten al campeón de bridge durante la partida

En julio del año pasado, los inversores de Bear Stearns comenzaron a reclamar el dinero de dos fondos de alto riesgo destapando los problemas de liquidez de la firma. Mientras sus ejecutivos negociaban una solución a la desesperada, su consejero delegado, James Cayne, estaba jugando un torneo de bridge en Nashville, a cientos de kilómetros de distancia. No cogía el móvil ni aceptaba e-mails. Y tan sólo accedía a comunicarse una vez al día por conferencia telefónica.

En los 10 meses posteriores a esa crisis, el quinto mayor banco de inversión de EE UU ha pasado de valer más de 21.000 millones de dólares a poco más de 200 millones, precio al que fue adquirido por

JPMorgan en marzo pasado. Cayne se llevó 38 millones, a los que habría que sumar los 60 millones por la venta de sus acciones. No está mal para un antiguo vendedor de fotocopiadoras.

Stanley O'Neal: De símbolo de la negritud a icono de la avaricia

Stanley O'Neal, de 57 años, fue uno de los primeros despidos de oro por la crisis de las hipotecas. Dejó Merrill Lynch hace un año y no podría prever que la firma que le aupó al Olimpo de Wall Street desaparecería ahogada en deudas.

Cuando le echaron, O'Neal era el segundo ejecutivo mejor pagado de las firmas de inversión. En su caso, tenía doble mérito, puesto que había llegado a ese puesto con mucho esfuerzo. Hijo de un jornalero negro de Alabama, logró estudiar gracias a una beca que le concedió la General Motors, en una de cuyas cadenas de montaje trabajó en su juventud.

Presidente de Merrill desde 2002, simbolizaba el ascenso social de la población negra. Pese a hundir la firma de inversión, que acabó siendo adquirida por Bank of America, no perdonó ni un solo dólar de la indemnización de 160 millones. Y es que la avaricia no entiende de razas.

Charles O. Prince: Despidos para ahorrar costes y pagar mi bonus

En abril del año pasado, el presidente de Citigroup, Charles O. Prince, anunció el despido de 17.000 empleados y el traslado de otros 9.500 puestos de trabajo a países con menos costes.

Prince prometió a los analistas e inversores que ahorraría 10.000 millones en costes. Por eso, había dado orden a sus directivos de eliminar todos los costes organizativos que "no aporten nada a nuestra capacidad de dar un servicio eficiente a la clientela". Es decir, de presentarle una lista negra de trabajadores prescindibles.

Sus medidas no surtieron el efecto deseado y la acción siguió cayendo. El 4 de noviembre Prince no tuvo más remedio que dimitir. Entre los recortes de coste no había incluido el de su indemnización. Cobró 105 millones de dólares. Una buena recompensa por hinchar el balance de la firma con activos tóxicos por valor de más de 11.000 millones de dólares. -

Martin J. Sullivan: Un caballero inglés con sentido del riesgo

Martin J. Sullivan era todo un lord inglés. En 2007 fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico. Su flema inglesa no le impedía gobernar el mayor grupo asegurador del mundo, American International Group (AIG), con espíritu aventurero.

Desde que tomó las riendas de la firma en 2006, se metió de lleno en productos financieros como los credit default swaps, seguros que protegen a los clientes ante la posible quiebra de empresas donde tuvieran inversiones. En 2007 se multiplicaron las quiebras y a AIG le costó miles de millones de dólares.

Sullivan dejó AIG en junio pasado llevándose 22 millones de dólares, pese a causar un agujero contable que tuvo que tapar la Reserva Federal inyectando 85.000 millones de dinero público. Tuvo suerte. Su sucesor en el cargo, Robert Willumstad, también destituido, ha tenido que renunciar a la indemnización. -

Kerry Killinger: Un hombre sincero para sembrar el pánico

Washington Mutual (WaMu), la mayor compañía de ahorros y préstamos de EE UU, despidió el pasado mes de septiembre a Kerry Killinger tras 18 años en la compañía. Su política de apostar por las hipotecas subprime causó a la empresa 6.300 millones de pérdidas durante los tres últimos trimestres y la caída del 90% del valor de las acciones en el último año.

Durante su última presentación de resultados ante la prensa y los analistas, Killinger no se cortó para anunciar que las pérdidas para el conjunto del año serían de 19.000 millones de dólares, sembrando el pánico de miles de pequeños ahorradores que habían depositado en la entidad un total de 143.000 millones de dólares.

El sincero Killinger no renunció a los 44 millones que le correspondían por su contrato blindado. Días después, JPMorgan Chase compró activos de WaMu por 1.900 millones.

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Angelo Mozilo: Mis amigos, mi mujer y mis senadores, primero

Si se hiciera una serie de televisión sobre los directivos que causaron la crisis, Mozilo debería tener un papel protagonista. Su biografía reúne todos los requisitos: orígenes humildes (hijo de un carnicero), envuelto en escándalos de tráfico de influencias y, sobre todo, una avaricia sin límites rayana en la mezquindad.

A sus 68 años, el presidente de Countrywide Financial, el principal prestamista hipotecario estadounidense, había anunciado su retiro en 2006. Pero en plena burbuja inmobiliaria decidió prolongar su estancia en la compañía, durante tres años más. Consideraba que su salario era bajo. Sólo había cobrado 200 millones de dólares en cuatro años. Así que contrató a una empresa asesora para que renegociará su contrato. No sólo lo consiguió sino que cargó los honorarios de su asesor a la propia Countrywide.

La empresa corría también con los gastos de un club de campo y dos clubes de golf de los que su sexagenario presidente era socio. Aún así, Mozilo se sentía maltratado porque el consejo le pidió explicaciones por el hecho de que viajara con su esposa en el jet privado de la empresa. "No es justo ni sabio exigir que mi mujer use un vuelo comercial".

Mozilo era generoso con sus amigos, siempre que pagara la empresa. Medió directamente para conseguir hipotecas a bajo interés para políticos y hombres de negocios, entre ellos, dos senadores demócratas: James Johnson, asesor de campaña de Barack Obama, y Franklin Raines, un alto cargo bajo la Administración Clinton.

Countrywide fue adquirida por Bank of America en julio pasado tras sufrir pérdidas de 704 millones de dólares y caer un 80% en Bolsa. Mozilo se fue a casa con 56 millones de dólares en efectivo y 140 millones si se suman las opciones. -

Richard S. Fuld: 17.000 dólares a la hora por acabar con 150 años de historia

Richard S. Fuld, de 62 años, era el ejecutivo más veterano de Wall Street. Apodado El Gorila por su aspecto de descargador de muelles y sus bruscos modales, entró en Lehman Brothers en 1969 y alcanzó la presidencia en 1994. Entre sus logros está el de ser el último presidente de la firma de inversión más antigua de Wall Street, ya que Lehman, fundada en 1850, se declaró en quiebra el pasado 15 de septiembre.

El periodista de The New York Times Nicholas Kristof le concedió el premio simbólico Michael Eisner Award al peor ejecutivo del año, tras calcular que Fuld ganaba 17.000 dólares a la hora. Pero dos años antes, Barrons, el semanario económico más prestigioso de EE UU, le otorgó el galardón de directivo más reputado.

Cuando compareció esta semana ante la comisión de investigación del Congreso de EE UU, Fuld afirmó que se fue de Lehman con un dolor que sentiría el resto de su vida. No se marchó únicamente con dolor; se llevó también una indemnización de 53 millones de dólares, a los que habría que sumar los 480 millones que ha ganado desde el año 2000. "También he perdido yo; pude vender todas mis acciones y no lo hice", se excusó ante la comisión, tras echar la culpa de la crisis a los periodistas.

Geoffrey Raymond, un artista neoyorquino, pintó un retrato de Fuld y lo dejó a las puertas de la sede de Lehman, en Times Square. Los brokers de la firma, a los que no permitía quitarse nunca el traje y la corbata, le dejaron perlas como "sanguijuela", "chulo" o "nos jodiste". Fuld no comprará su pintura porque tiene gustos más exquisitos. Su mujer, Kathy Fuld, vicepresidenta del Museo de Arte Moderno de Nueva York, acaba de vender su colección de arte expresionista por 20 millones de dólares. Tal vez la familia Fuld tenga también problemas de liquidez. -

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Sobre la firma

Ramón Muñoz
Es periodista de la sección de Economía, especializado en Telecomunicaciones y Transporte. Ha desarrollado su carrera en varios medios como Europa Press, El Mundo y ahora EL PAÍS. Es también autor del libro 'España, destino Tercer Mundo'.

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