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Tribuna:Primer plano
Tribuna
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'Quo vadis' Alemania

Antón Costas

Tenemos un problema con Alemania. Se ha convertido en un obstáculo añadido a las dificultades propias que ya tienen algunos países para gestionar la crisis. Las dudas, insinuaciones, declaraciones ambiguas y propuestas a destiempo dificultan la gestión de los procesos de ajuste y la recuperación. Y fomentan la especulación contra su deuda.

Para muestra un botón. El acuerdo de Merkel y Sarkozy, adoptado a espaldas de los demás socios en octubre, anunciando la creación de un mecanismo para obligar a que los inversores soporten una parte de las pérdidas de la deuda en casos de rescate fue una señal que utilizaron los mercados para lanzarse a especular contra Irlanda, haciendo pagar a sus ciudadanos una factura mayor por su deuda. Y contagian al resto.

La UEM está coja. Tiene el euro y gobierno monetario, pero carece de gobierno de la política fiscal y financiera Si Alemania no pusiera obstáculos a que el BCE haga más de lo que hace, las cosas mejorarían mucho
Si desde Alemania y la Unión Europea no se ponen cortafuegos, los destrozos aumentarán
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Alemania, año 10; Europa, año cero

Esta conducta está provocando un creciente malestar contra Alemania. Su imagen de nación seria y su reputación de socio leal están siendo seriamente dañadas.

¿A qué responde esta conducta? ¿Cuál es la visión alemana de la crisis de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España (los PIIGS)? ¿De qué otra forma debería actuar? Veamos.

La primera cuestión no tiene una respuesta fácil. Pero tiene mucho que ver con un giro generacional que se ha producido en Alemania después de la reunificación. La nueva clase dirigente que ha accedido al poder después de la retirada de Helmut Kohl ha girado en su compromiso con la idea europea. La "normalización del sentimiento alemán" ha hecho que la Alemania de Angela Merkel vaya camino de ser tan nacionalista como lo fue el Reino Unido de Margaret Thatcher.

La propuesta de Merkel de que los que han facilitado el crecimiento de la deuda privada bancaria irlandesa paguen una parte del rescate tiene un indudable valor moral. No es de recibo que los ciudadanos que nada han tenido que ver con la crisis financiera sean los que paguen los platos rotos con sus impuestos, sus reducciones de salarios y su desempleo. Hay que erradicar las llamadas conductas de "riesgo moral" de financieros e inversores, consistentes en dar crédito sabiendo que su irresponsabilidad la acabarán pagando otros. Por cierto, ese riesgo moral lo practicaron masivamente las instituciones financieras alemanas, como se vio en el caso de Grecia, y ahora con Irlanda.

Pero la solución para acabar con esas conductas no es la que propone Merkel. El que los países puedan imponer una quita a los inversores es equivalente a devaluar su deuda. Esta es por sí sola una invitación irresistible para los especuladores. Es como ir por la calle luciendo un billete de 500 en la solapa. No tardará en notar las consecuencias. Hay que buscar otra forma de acabar con el riesgo moral.

Respecto de la visión alemana de los problemas irlandeses, y por extensión de los españoles, sencillamente es errónea. Cree que son consecuencia del despilfarro fiscal de las autoridades, de la rigidez de sus mercados y de la falta de competitividad de sus ciudadanos. Es una visión arrogante. Y humillante, dado que tiende a ver a los PIGS con el significado que ese acrónimo tiene en inglés. Pero si alguna lección ofrece el desastre irlandés es que esa es una visión equivocada. Irlanda tenía hasta el inicio de la crisis superávit fiscal y su deuda pública era mínima. Cumplió como nadie los preceptos del Pacto de Estabilidad del euro. Y su mercado de trabajo era mucho más flexible que el alemán o francés. Su problema estuvo en otro lado. En los excesos financieros de sus banqueros.

Y viniendo a España, la deuda pública era de las más bajas de la zona euro. Los presupuestos tenían superávit. Y no había, contra lo que parece, un problema de competitividad en la exportación de bienes y servicios, cuya cuota en los mercados mundiales se ha comportado razonablemente bien desde la entrada del euro. El problema del déficit vino por un exceso de inversión. Pero de una inversión improductiva que, sin embargo, pudo ser financiada por las conductas de riesgo moral de, entre otros, la banca alemana. Una inversión improductiva que deja un paisaje lleno de deudas, inmuebles no utilizados y de desempleo.

Ahora, para calmar la ira de ese dios menor que son los mercados financieros, no será suficiente solo con el esfuerzo que están haciendo los ciudadanos de los países endeudados. Es más, puede ser un sacrificio baldío. Los especuladores, como los buitres, van donde huelen destrozos. Y si desde Alemania y la UE no se ponen cortafuegos, los destrozos aumentarán. La experiencia de los primeros noventa es ilustrativa. Allí la especulación fue contra algunas monedas nacionales, pero al final cayó todo el sistema monetario europeo. Ahora la especulación es contra algunas deudas nacionales, pero si no se corta, al final el euro sufrirá.

Por ese motivo, las instituciones europeas tienen que intervenir. Con que Alemania no ponga obstáculos a que el Banco Central Europeo haga un poco más de lo que ya está haciendo, las cosas mejorarán sustancialmente. Paralelamente, tiene que plantearse el permitir a la Unión Europea emitir una pequeña cuota de deuda pública comunitaria. Será una señal de compromiso con el euro. Un compromiso que en el futuro puede llegar a la armonización de las emisiones de deuda de los países del euro. Al final, donde hay una moneda única se necesita alguna suerte de deuda soberana única.

¿Por qué estas demandas de responsabilidad a Alemania? La Unión Económica y Monetaria es aún una unión coja. Es como un Airbus que vuela con un solo motor. Tiene la "M" del gobierno monetario, pero le falta la "E" del gobierno económico. Y ante esa carencia, las miradas se dirigen al socio mayor de la Unión para que no dificulte ese avance. No será fácil.

Pero la experiencia dice que los avances en la UE se producen cuando se llega al borde del precipicio. Y este es el caso. Por tanto, hay esperanza. -

Antón Costas Comesaña es catedrático de Política Económica de la UB.

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