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Editorial:editorial
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La burbuja del oro

El miedo suele conducir a los inversores hacia el refugio de las materias primas. En particular, hacia el oro. Esta crisis financiera, irresuelta todavía en España, y la recesión mundial asociada, se expresa por el momento en una profunda desconfianza hacia la inversión en renta variable y, vistos los casos de Dubai y Grecia, tampoco los bonos saldrán muy bien librados. Incluso se da la paradoja de que la probable recuperación económica mundial se analiza a través de la aprensión sobre los males, reales o ficticios, que ocurrirán cuando se retiren los planes públicos de estímulo o las facilidades monetarias de los bancos centrales. Los inversores que antes temblaban por la deflación ahora anticipan el miedo a una inflación futura. Los operadores han tomado posiciones en casi todas las materias primas -excepto los productos agrícolas- y la desconfianza empuja el oro por encima de los 1.200 dólares la onza troy. Detrás de esta explosión se encuentra el viejo truco especulativo de endeudarse en monedas con bajos tipos de interés para comprar activos a los que se les atribuye un largo recorrido alcista. En esta ocasión los protagonistas son el dólar y el oro.

A primera vista, el proceso se parece sospechosamente a una burbuja. La sobrevaloración del oro no responde a lo que los economistas escrupulosos y reticentes a la especulación llaman fundamentales. Por el contrario, semeja una evolución en la que los inversores no prevén otra circunstancia que no sea un aumento continuado de los precios. El cálculo irreal común a todas las burbujas es que la probabilidad de que el precio del bien especulado baje es cero. Por cierta que sea tal presunción a corto plazo, tarde o temprano esa probabilidad de depreciación deja de ser cero y llega un momento en que el riesgo se cumple. Es la hora de la gehenna, del llanto y crujir de dientes. Este espejismo áureo es cierto hoy tanto para los grandes inversores, fondos por ejemplo, como para los pequeños establecimientos que se han lanzado a comprar oro a bajo precio a los particulares afectados por la recesión y mantener un activo que se revaloriza un poco más cada día que pasa. El riesgo de burbuja crece un poco más cuando se considera que los mercados de materias primas industriales y en especial el del oro no están preparados para absorber la avalancha de riesgo que se les viene encima; no pueden articular sofisticadas redes de aseguramiento. Aunque bien sabe Wall Street que tales redes no funcionaron en el caso de las hipotecas basura.

De los antecedentes mencionados se deduce fácilmente que la burbuja del oro empezará a menguar cuando la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) preanuncie una subida de tipos de interés; o si alguno de los bancos centrales que todavía mantienen oro en sus sótanos -por ejemplo, el Banco de Francia, China, la propia Fed- se decida a vender las reservas que ya no se necesitan como respaldo de la moneda. Esa decisión contribuiría a bajar el precio. Pero es poco probable que lo hagan a causa de un exceso de inversión que tiene todos los visos de un recalentamiento pasajero. Al fin y al cabo, la burbuja del oro, por mucho que se hinche, apenas representará una parte ínfima del volumen de inversión negociado en el mundo.

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