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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Para que la economía vuelva a funcionar

Antón Costas

De qué depende el éxito de una política de austeridad como la que ha anunciado el presidente del Gobierno? Fundamentalmente, de tres factores. Dos son responsabilidad del propio país, y un tercero, de la UE y en particular de Alemania. Pero antes de entrar en esos factores preguntémonos cuál es el sentido de la austeridad.

Tengo la impresión de que algunas personas piensan que la austeridad hay que valorarla por el simple hecho de que se formule. La ven como si fuese un cilicio necesario para disciplinar las pasiones consumistas de los más débiles. En esta visión, la austeridad funcionaría como señal de la "valentía" de un líder político para someter a sus ciudadanos a "sangre, sudor y lágrimas", al margen de su mayor o menor eficacia económica.

Nadie puede atribuir desde la honestidad a funcionarios y pensionistas ser causa del déficit. Son los damnificados

Me parece un planteamiento moralista y seudoreligioso, no económico. La austeridad por la austeridad es aberrante, moral y económicamente. Debe ser juzgada en función de su eficacia para corregir a corto plazo el desequilibrio fiscal y para sentar las bases de una nueva etapa de crecimiento. Es decir, para lograr que la economía vuelva a funcionar.

Desde esta perspectiva, veamos cuáles son los tres factores que determinan el éxito de las medidas de austeridad.

El primero es el grado de comprensión que la población tenga de la necesidad de esas medidas, así como su percepción acerca de la justicia en el reparto de la factura de la crisis. La teoría de la política económica democrática es concluyente: medidas percibidas como injustas acaban no teniendo eficacia económica y, por el contrario, agudizan los problemas sociales y políticos.

Las medidas anunciadas hasta ahora por el presidente del Gobierno no gozan aún de comprensión por el conjunto de la sociedad, ni muchos menos se benefician de una percepción de equidad. Como señalé en otra ocasión (Zapatero, el lobo y la factura de la crisis, EL PAÍS, 14 de mayo), reparten mal la factura de la crisis. Además, por así decir, "criminalizan" a algunos segmentos de trabajadores (no sólo a los funcionarios, puestos a los pies de los caballos como "privilegiados", sino a los empleados del sector público en general, muchísimos de ellos con empleos temporales, mal pagados y sin derecho a indemnización en caso de despido). Pero nadie con un mínimo sentido de la honestidad intelectual puede atribuir a los funcionarios o a los pensionistas ser causa del déficit. Son los damnificados.

Nadie discute, sin embargo, que hay que pagar la factura. Se trata de evitar que la mala solución que la UE dio al caso griego -en el que sí hay un problema de deuda pública de difícil pago- acabe contaminándonos, haciendo que los que nos dejan dinero para financiar el déficit, las empresas y la banca, dejen de hacerlo.

Pero ¿qué lleva a los inversores a castigar a la deuda pública española? No es tanto su monto, que es relativamente baja, como las malas expectativas de crecimiento. Una economía que no crece no puede pagar sus deudas, ni la pública ni la privada. Pero sin crecimiento, la austeridad es como pan para hoy y hambre para mañana. De ahí que el segundo factor para el éxito de una política de austeridad sea venir acompañada de una perspectiva cierta de crecimiento y de empleo. Aquí el Gobierno aún ha de explicar qué propone hacer para lograrlo.

¿Cuál es el mecanismo usualmente empleado en las políticas de ajuste para promover el crecimiento a corto plazo? La devaluación. Así ha sido en España en 1992-1994, en 1983-1985 o en 1977-1978. Y así ha sido también en otros países de nuestro entorno.

Ahora bien, la devaluación no es posible dentro del euro. ¿Cómo estimular, entonces, el crecimiento? Fortaleciendo un modelo productivo orientado a la exportación. O exportamos, o malvivimos. Por dos motivos. Porque la demanda interna permanecerá deprimida como consecuencia de la propia austeridad y de que familias y empresas y bancos tendrán que reducir su sobreendeudamiento. Porque aumentar las exportaciones es la forma de corregir el otro desequilibrio de la economía: el déficit comercial. El crecimiento basado en las exportaciones soluciona el déficit público y el déficit comercial. Se matan dos pájaros con la misma política.

Pero los esfuerzos por exportar más serán muy magros si no aparece el tercer factor: una política de expansión de la demanda desde la UE, en particular desde Alemania. De lo contrario, el sistema del euro acabaría funcionando como una camisa de fuerza, tal como hizo el sistema patrón oro en los años posteriores a la I Guerra Mundial, que llevó a Europa a la ruina económica, social y política. Ahora, la austeridad sin crecimiento llevaría a la miseria, al malestar social y al desorden político.

Por tanto, para que la economía española vuelva a funcionar necesita de sí misma, pero también de la UE. Ahora bien, suponiendo que la UE acabe haciendo sus deberes, ¿tiene la economía española mimbres para basar su crecimiento en las exportaciones? Los tiene.

Una buena noticia. Aun bajo el yugo del euro y la presión exportadora asiática, España ha sido el país de la OCDE que, a excepción de Alemania, mejor ha sabido mantener su cuota en los mercados mundiales, incluido el año 2009. Esta es una buena noticia que hay que rescatar de ese sentimiento creciente de fracasomanía que parece invadirnos.

No se trata, por tanto, de crear ex novo un nuevo motor para la economía española, sino de mejorar sus prestaciones. Pero para ello, el Gobierno debe dejar de fomentar una economía insostenible, basada en el estímulo indiscriminado a las inversiones en obra pública y en la subvención especulativa a las energías renovables. Se trata de desplegar una nueva política industrial estratégica, colaborativa, productivista y favorable a la exportación. De esto hablaré en siguientes artículos. -

Antón Costas Comesaña es catedrático de política económica de la UB.

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