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La firma invitada | Laboratorio de ideas
Columna
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De empresarios, banqueros, sindicatos...

Hace unos días, en una animada charla con Iñaki Gabilondo, este avezado periodista nos daba las claves que, a su entender, explicarían la situación económica en la que nos encontramos actualmente. Según su diagnóstico, que comparto plenamente, nuestro verdadero problema es que no hemos sabido administrar bien la prosperidad, entendiendo por prosperidad lo acontecido en los últimos años, en que hemos gozado de un destacado crecimiento económico.

Como nuevos ricos, al albur del boom inmobiliario, nos hemos dedicado a gastar y a endeudarnos por encima de nuestras posibilidades, en la equivocada creencia de que podríamos vivir siempre en esta boyante situación, que, por otra parte, no benefició a todos por igual y trajo consigo importantes problemas para algún que otro sector de la población, sobre todo los jóvenes, que vieron cómo, duplicándose en pocos años el precio de la vivienda, cada vez se distanciaban más de la posibilidad de acceder en un futuro a ese mercado.

Hubiera sido mejor que el Estado ayudara a los bancos y cajas cubriendo sus posibles pérdidas
Habría sido mejor también que los activos inmobiliarios bajasen hasta unos precios asumibles por el mercado

En general, hay que celebrar ese despegue económico del que hemos sido protagonistas, pero nos ha faltado ser más previsores y no haber aprovechado esos años de abultadas ganancias para diversificar las inversiones en otros mercados y otros sectores diferentes a ese más sencillo, el inmobiliario, del que provenían buena parte de los beneficios de esta etapa de malograda exuberancia.

Y es verdad que la mecha de nuestro actual desasosiego prendió en Estados Unidos, pero nosotros ya habíamos echado suficiente leña al fuego como para ser ahora uno de los países que con mayor intensidad estamos sufriendo las consecuencias de la crisis.

Cuando culpamos a las hipotecas subprime americanas de la actual crisis económica, nos olvidamos de que aquí también tenemos nuestras subprime. Los enormes créditos que tan generosamente se concedieron a los promotores inmobiliarios son nuestras propias subprime.

Ahora, ante el desplome de la actividad inmobiliaria, los bancos y cajas españolas se enfrentan al posible impago de una gran parte de esos créditos. Y para paliar en parte ese problema, las entidades financieras están renegociando los créditos, aplazando los pagos y adjudicándose los inmuebles, a la espera de que el mercado se recupere pronto.

Sin embargo, nada hace prever esa recuperación rápida del mercado, pues ésta sólo se daría si bajasen los precios y se reactivase el crédito a los particulares y a las empresas.

Todo lo contrario a lo que estamos observando; los precios no bajan lo suficiente porque eso representaría enormes pérdidas para la banca, vía provisiones o impagos por quiebras de promotores, y se está intentando diluir ese efecto en varios ejercicios; y el crédito no fluye porque, ante el temor a esas pérdidas, se ha pasado de una evaluación muy laxa del riesgo en la época de la burbuja inmobiliaria a otra radicalmente contraria de adversión al mismo. Además, pudiendo tomar dinero prestado del Banco Central Europeo al 1% y colocarlo en Letras del Tesoro o en bonos corporativos al 3%, a cualquiera se le antoja más ventajoso este negocio que el de prestar dinero con la incertidumbre de no saber si lo van a devolver.

Hubiera sido mejor que el Estado ayudara a los bancos y cajas cubriendo sus posibles pérdidas, como se ha hecho en otros países, y que los activos inmobiliarios bajasen de precio a unos valores asumibles por el mercado. Hace poco, Banesto ponía a la venta su cartera de pisos con unos descuentos cercanos al 40%; por ahí deben de estar los precios para que se vuelva a reactivar el mercado.

Días atrás, el Banco de España realizaba un ejercicio teórico calculando a cuánto ascendería la pérdida en los balances de los bancos en el supuesto de que se produjera una depresión máxima del 40% en los préstamos que tienen concedidos a los promotores y particulares relacionados con la actividad inmobiliaria, cifrándola en 130.000 millones de euros (sobre un pasivo total de la cartera inmobiliaria de 329.000 millones de euros), que afectaría de manera heterogénea a cada entidad, en función de su deuda, sus provisiones, la gestión que realice de su morosidad, etcétera. Dependiendo de la depreciación real del mercado inmobiliario, nos acercaremos más o menos a ese 40% extremo. Hasta ahora se están evitando esas pérdidas o asumiendo una parte pequeña de las mismas, esperando que el mercado se recupere, con el inconveniente añadido de que el crédito no fluye con normalidad a las familias y a las empresas.

Sería bueno recordar que el mercado bursátil se hundió en el verano de 2008 y sólo comenzó a recuperarse en marzo de este año; entre tanto, perdió en capitalización cerca de 350.000 millones de euros, casi la mitad de lo que valía al principio de ese periodo. Gracias a esa caída, en tan sólo un año empezó la recuperación. En plena burbuja, los precios de los inmuebles subieron más de lo deseable, y ahora, en una etapa depresiva, bajan menos de lo necesario.

Con un 20% de paro en 2010 y con un mercado inmobiliario estancado, que es el que absorbe más empleo, no parece que vayamos a recuperarnos a corto plazo. Sólo cuando los empresarios sean capaces de desplazar sus inversiones a otros sectores y mercados (fundamentalmente internacionales), donde crean que pueden hacer negocio, empezaremos a salir de la crisis. Y ese desplazamiento depende de miles de decisiones individuales que son prácticamente imposibles de prever hacia dónde se dirigirán.

Este mes se estrena en todo el mundo una película española de animación con el mayor presupuesto de la historia del cine de nuestro país, unos 70 millones de dólares. Planet 51, que es el título de la película, ha tardado casi ocho años en elaborarse y en ella han trabajado unos 500 profesionales. Quién podría pensar entonces que alguien iba a realizar tamaña inversión con el riesgo de esperar ocho años para ver su resultado. Lo han conseguido dos hermanos, jóvenes emprendedores que convencieron a primeras marcas mundiales para que apoyasen el proyecto.

Necesitamos muchos emprendedores como ellos que tomen riesgos y se apasionen con su visión empresarial. Todo lo contrario a lo que pasó en la época de la burbuja inmobiliaria, que era muy fácil ganar dinero sin arriesgar casi nada (haciendo que lo arriesgaran los bancos). Se fomentó la industria del ladrillo y se desincentivaron otras actividades más complejas, pero más productivas y sostenibles a largo plazo.

No se puede vivir de subvenciones y con una sociedad esclerotizada por el dramático desempleo que nos atenaza. Las subvenciones han de servir de estímulo sólo momentáneamente hasta impulsar la reactivación económica. La mejor ayuda, personal y profesional, que puede recibir una persona en paro es que encuentre trabajo en poco tiempo, y para ello son necesarias nuevas inversiones y nuevos proyectos empresariales.

El modelo productivo no se cambia con una ley de economía sostenible como pretende el Gobierno. Se cambia con esas miles de decisiones incontrolables de los emprendedores que buscan nuevos horizontes para sus empresas. El Gobierno sólo puede y debe facilitarles el camino, y si es de común acuerdo con los sindicatos y la oposición, mucho mejor.

José Boada Bravo es economista y presidente de Pelayo Mutua de Seguros.

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