_
_
_
_
_
Tribuna:Laboratorio de ideas
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Más sobre el euro del futuro

Ángel Ubide

Hace varias semanas, tras la reunión de los líderes europeos en febrero, en la que se anunció el primer boceto del programa de rescate de Grecia, discutíamos en esta columna el euro del futuro. En las últimas semanas, este euro del futuro se ha definido de manera más precisa, pero las consecuencias de esta definición están poco claras. Por un lado se ha (aparentemente) consolidado el sentimiento de solidaridad europea -todos para uno, uno para todos- al especificar los detalles del programa de rescate de Grecia. Por otro, está claro que es una solución transitoria que no se puede repetir y que crea un vacío respecto al futuro. En cierta manera refleja una respuesta similar a la de las autoridades europeas durante la crisis financiera en 2008-2009: debido a la ausencia de un sistema de supervisión y de gestión de crisis financieras a nivel europeo, la parte europea de la respuesta global a la crisis bancaria fue siempre una solución improvisada organizada rápidamente por la presidencia de turno. Funcionó mejor de lo que se esperaba, pero la improvisación dejo una sensación de vulnerabilidad significativa y no debería infravalorarse el componente de suerte y fortuna del éxito final.

La estructura de la política fiscal en Europa es simplemente incompleta. La cláusula de "no rescate" (no bailout) de los tratados es incompatible con el concepto político de que ningún país del euro puede suspender pagos. Como en el caso del sistema bancario, hace falta un mecanismo de prestamista de última instancia que sirva tanto para proveer liquidez en una situación problemática transitoria como para gestionar de manera ordenada un problema de solvencia. Sólo así se puede completar el marco de política fiscal europea, de la misma manera que en el ámbito de las instituciones financieras se está discutiendo la creación de un marco de resolución de entidades sistémicas. El paralelismo es evidente.

Los líderes europeos han entendido este problema y, tras la cumbre de marzo, encargaron al presidente Van Rompuy que prepare un grupo de trabajo que presente propuestas antes de final de año. La creación de un sistema permanente de gestión de las crisis fiscales, que sirva para reforzar el brazo preventivo del pacto de estabilidad, sería un paso muy importante para la consolidación de la unión económica de la zona euro. Como se encargó de recordar el presidente del BCE en su última rueda de prensa, la Unión Económica y Monetaria se ha desarrollado mucho en su parte monetaria, pero poco en la económica. El desequilibrio actual, con una política monetaria común y un sistema financiero integrado, pero una política fiscal descentralizada e incompleta, es simplemente insostenible.

Pero esto es algo para el futuro. El presente se centra en la resolución del problema griego de medio plazo, altamente complejo. El BCE ha contribuido de manera notable con la revisión de su sistema de colateral para así garantizar la liquidez de los activos griegos. Pero el problema de la sostenibilidad de la deuda pública sigue presente, a pesar del paquete de rescate, aunque no es imposible de resolver. El precedente de Letonia es ilustrativo. Contra la opinión de la mayoría de los analistas, Letonia ha mantenido el sistema de tipo de cambio fijo y está poniendo en práctica un paquete de ajuste fiscal que está funcionando mejor de lo esperado -eso sí, a cambio de una tremenda recesión con una caída del PIB real de un 13% en dos años-. El secreto ha sido un férreo deseo político de acometer las reformas necesarias, con un claro apoyo social. La gran duda en la mente de muchos analistas es si Grecia será capaz de alcanzar un acuerdo social y político de similar magnitud, que incorpore a la oposición y a los agentes sociales, para adoptar no sólo las medidas anunciadas para 2010, sino las adicionales que serán necesarias en 2011-2012. Grecia es uno de los países más ineficientes del mundo desarrollado, con enormes rigideces y altísimos costes de transporte y de transacción en los mercados de bienes y servicios y de gestión de la actividad tanto empresarial como pública. Un plan agresivo de reforma estructural que reduzca estos costes de manera decisiva podría generar mejoras en la productividad y en la competitividad de la economía griega que proporcionen apoyo al necesario recorte fiscal. Pero esto requerirá acabar con muchos derechos adquiridos en el entramado económico, algo que sabemos requiere mucho coraje político.

Europa tiene un problema con Grecia, pero no sólo con Grecia. Varios países europeos, y no sólo de la periferia, presentan un panorama fiscal altamente inestable. El precedente de Grecia ha aumentado la sensibilidad de los mercados hacia la situación fiscal de estos países, y si estos no adoptan lo antes posible las medidas necesarias para estabilizar la deuda y aumentar el crecimiento, el riesgo de contagio a nivel europeo aumenta de manera exponencial. Las autoridades españolas deben tomar muy buena nota y dejar de perder tiempo con actuaciones secundarias que evitan la resolución de los problemas fundamentales. La estabilidad de la zona euro depende de las acciones tanto de Grecia como de los otros países europeos con problemas -la responsabilidad es común, pero no sólo en la contribución monetaria al rescate, sino en la aceleración de las reformas que estabilicen el panorama económico.

El euro del futuro dependerá de la capacidad y de la ambición de nuestros líderes actuales. Es tedioso repetirlo, pero es necesario porque hay mucho en juego y algunos no parecen tomárselo en serio. Será una moneda de reserva a la altura del dólar o el recuerdo de lo que pudo ser y no fue. La terrible gestión hasta la fecha de la crisis griega y la timidez de las reformas en el resto de los países están creando muchas dudas. Muchos de los mercados emergentes tienen unos fundamentos macroeconómicos mucho mejores que los de los países desarrollados. En algún momento los inversores se olvidarán de la distinción entre desarrollados y emergentes, con consecuencias imprevisibles.

Ángel Ubide es investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_