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Tribuna:Laboratorio de ideas
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La gran frustración

Ángel Ubide

Hay una frase en inglés que básicamente sugiere que hay aspectos de la vida real que serían prácticamente imposibles de imaginar -en inglés, you can't make this up-. Por desgracia, la realidad está superando con creces a la ficción, y la evolución y la gestión de la crisis de la deuda soberana europea han conseguido alcanzar este tipo de caracterización. La cantidad de errores cometidos y ocasiones perdidas para enderezar la crisis y evitar males mayores es tan larga que es imposible enumerarlos. Haber conseguido que, a fuerza de desconocimiento de los mercados, tozudez y miopía política y egoísmo de las minorías, la crisis de la deuda haya destruido la credibilidad de los mercados de renta fija europeos y afectado de manera violenta a Italia es algo realmente difícil de explicar. Algunos de los gestores de esta crisis pasarán a la historia, y no precisamente por su destreza.

Los inversores están hartos de la falta de capacidad de gestión de las autoridades europeas

La situación actual, que ha generado un aumento violento de los tipos de interés en España y en Italia en las últimas semanas, se deriva de la terrible incapacidad de las autoridades europeas para decidir la financiación del nuevo paquete de rescate griego. Recordarán que hace unas semanas los mercados pasaron varios días en vilo ante las dudas generadas por la votación del nuevo paquete de medidas de ajuste fiscal en Grecia. Al final, las dudas se despejaron y Grecia aprobó la legislación necesaria. Misión cumplida, se diría. Pues no, no tan rápido. Una vez que Grecia cumplió con las condiciones impuestas en el nuevo programa, quedaba por acordar cómo se iba a distribuir la financiación del mismo. Y aquí las autoridades europeas llevan encalladas varios meses, debatiendo la necesidad y las modalidades de la contribución del sector privado a dicha financiación.

La tragedia de dicho debate es que se ha centrado no en alcanzar una solución que fuera óptima para Grecia, sino en alcanzar una solución que fuera óptima para las necesidades políticas de algunos de los países prestatarios. En un contexto en el que las decisiones se deben tomar por unanimidad, la tiranía de la minoría se convierte en un elemento de gran frustración. De ahí las posiciones extremas adoptadas por algunos países exigiendo, por ejemplo, acciones que llevarían a Grecia a una situación de default -definido como una situación donde los tenedores de bonos, al expirar, no reciben todo su dinero, sino un modo de pago alternativo o una cantidad inferior a la esperada-. Eso sí, cuando las agencias de rating se han atrevido a llamar al default por su nombre, algunos de esos mismos políticos se han dedicado a atacar a las agencias de rating. Política en estado puro.

La decisión de Moody's hace un par de semanas respecto a Portugal y esta semana respecto a Irlanda hay que entenderla en ese contexto. Tras varios meses de debate sin acuerdos sobre la financiación del paquete griego, Moody's llegó a la conclusión a la que hubiera llegado cualquier persona que simplemente leyera los periódicos todos los días: que las autoridades europeas ponen como condición necesaria para una posible extensión de las ayudas que el sector privado contribuya a través de una quita o extensión de plazos. En otras palabras, las autoridades europeas ponen como condición para la extensión de la ayuda que se genere una situación de default. Por tanto, como la probabilidad de que Portugal no tenga acceso a los mercados durante los próximos tres años -como asume el programa- es positiva, la probabilidad de que se produzca una quita o extensión de plazos obligada por las autoridades europeas es también positiva. Y esto genera una rebaja del rating del país en cuestión. Lógico. Pero a las autoridades europeas no les gustó este lógico razonamiento y se han dedicado a atacar a las agencias de rating. ¿Cuál es el mensaje de Moody's? Que, por desgracia, independientemente de los esfuerzos de ajuste del país, la probabilidad de default generada por las acciones de los países prestamistas es positiva y, por tanto, el programa de ajuste, desde el punto de vista de recuperar el acceso a los mercados, está condenado al fracaso.

La cacofonía de la gestión de la crisis de las autoridades europeas ha generado tanta desconfianza entre los inversores internacionales que han decidido ya abandonar algunos de los mercados. Italia era vista con buenos ojos hasta hace un par de semanas. Pero una serie de incidentes, que en cualquier otra situación hubieran pasado desapercibidos, generaron una señal de alarma que, en este contexto de altísima desconfianza, provocó una salida en estampida del mercado de deuda italiana. No olvidemos, Italia es un país del G-7 que está siendo tratado como un mercado emergente (como le ha pasado a España), y el violentísimo aumento de los tipos de interés a largo plazo sufrido en los últimos días pasará a la historia.

El mensaje está claro: o la Unión Europea decide de una vez cómo va a gestionar el nuevo programa griego, o el riesgo de que los inversores internacionales de verdad abandonen los mercados de renta fija europeos aumenta de manera significativa. La reunión del Eurogrupo del lunes se limitó a una declaración de intenciones que no bastará si no va acompañada, rápidamente, de acciones concretas. Los líderes europeos deben tener la lucidez y la capacidad de gestión para acordar rápidamente una flexibilización y un aumento de la capacidad del fondo de estabilidad europeo, que sirva para diseñar un programa de recompra de la deuda griega, que reduzca su stock de deuda de manera significativa y que ponga punto final a esta triste saga. Esta es la solución que debería haberse adoptado a principios de año y que se descartó por la oposición de una minoría. Y esperemos también que clarifiquen que ni Irlanda ni Portugal serán tratados como Grecia, o los mercados permanecerán cerrados, endureciendo así también las condiciones de financiación del sector privado. Se han acabado las oportunidades. Los inversores están hartos de la falta de capacidad de gestión de las autoridades europeas. Los programas del FMI típicamente generan una recuperación de la confianza en 12-18 meses. Han pasado ya 12 meses desde el inicio del programa griego y la situación no ha hecho más que empeorar debido a los titubeos europeos. Además de convertirse en el hazmerreír de la comunidad internacional, el coste de esta mala gestión, en función de riqueza y crecimiento para Europa, puede ser significativo y duradero. El nivel de frustración es altísimo y plenamente justificado.

Ángel Ubide es investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington.

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