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Reportaje:Primer plano

'Eso' puede ocurrir aquí

El Gobierno descarta la deflación, pero varios expertos ven riesgos cada vez mayores

Claudi Pérez

Pregunte a tres economistas su opinión sobre cualquier cosa y obtendrá al menos tres respuestas distintas casi con toda seguridad. Si uno de los tres es Keynes, entonces habrá no menos de cuatro respuestas diferentes: Winston Churchill decía que Keynes siempre hacía dos aportaciones. Eso es exactamente lo que pasa cuando se pregunta por la deflación, una de esas palabras desagradables que utilizan los académicos para referirse a una caída generalizada y prolongada del nivel de precios que si no se aisla -y eso es algo tremendamente difícil- puede provocar años de doloroso estancamiento económico, paro y problemas en el sector financiero.

La Gran Depresión de los años treinta y la década perdida japonesa de los noventa del siglo pasado son las dos referencias históricas más claras de un fenómeno extraño, antónimo de la inflación, el aparentemente inexorable incremento de los precios de bienes y servicios que los bancos centrales de todo el mundo llevan décadas combatiendo. Pero entre los académicos ni siquiera hay un acuerdo claro en la definición o en la aplicación práctica de esa definición. Ni en la posibilidad de que eso ocurra, o esté ocurriendo ya, en España y en el mundo.

"Sin el tipo de cambio, la trampa japonesa no se puede descartar"
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- Es la deflación, estúpido. Más o menos la mitad de los economistas piensan que la crisis actual derivará en una fuerte inflación en cuanto la economía empiece a recuperarse. Pero los expertos están entre el fuego y el hielo: la otra mitad, encabezada por el Nobel Paul Krugman, opina que el principal riesgo, el dragón que acecha, es la deflación -o al menos un estado de ánimo deflacionista-, que ha afectado durante meses a Francia, Alemania y EE UU y que tiene aún entre sus garras a economías pujantes, como Brasil, y a los países más afectados por el pinchazo de sus burbujas, Irlanda y España. Amén del inevitable Japón, que lleva prácticamente 20 años entrando y saliendo de un fenómeno económico que si no es una deflación se le parece mucho.

Hay un par de trabajos de referencia para saber si estamos o no en deflación. Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal (el banco central estadounidense, la Fed) y gran experto en la Gran Depresión, dio una conferencia en 2002 -en plena explosión de la burbuja puntocom- con un título esclarecedor: "Deflación: eso no va a ocurrir aquí". Aludía a que llegado el momento de enfrentarse a esa amenaza, EE UU dispone de una tecnología infalible: la máquina de imprimir dinero. Al grano: definía deflación como una "caída general de precios, con énfasis en la palabra general". "Ocurre cuando índices de precios de base amplia, como el índice de precios de consumo (IPC), registran caídas sucesivas", añadía. El IPC español, por ejemplo, lleva ocho meses en negativo. En la práctica, la Fed sigue al dedillo la evolución del índice de precios sin alimentos y energía (la denominada subyacente, otra palabra imposible), y el deflactor del PIB del consumo (más de lo mismo).

Bernanke apuntaba además que es mejor prevenir que curar la deflación. Y que las causas suelen ser un colapso de la demanda "tan severo que obliga a las empresas a reducir precios para buscar compradores", con efectos peligrosísimos: recesión, paro y la llamada "deflación de deuda": el coste real de las deudas se vuelve prohibitivo, lo que puede ocasionar un aumento de impagados y bancarrotas.

Cuando era economista jefe del FMI, Kenneth Rogoff firmó un estudio que da algunas pistas más sobre lo que significa una caída "prolongada" de "un buen número de precios, el IPC o el deflactor del PIB". "Uno o dos trimestres técnicos de deflación no son problemáticos", decía. Pero si la caída continúa -y en España se acerca ya a los tres trimestres-, empieza a ser preocupante "por la incertidumbre que lleva asociado ese fenómeno".

Rogoff ha llegado a proclamar recientemente que la obsesión de los bancos centrales con la inflación es una de las causas de la crisis actual. Y que una de las vías de salida de la recesión -y una forma de evitar la caída en la siniestra deflación- es fabricar una inflación notable, en torno al 6%, para impedir que la economía global se congele.

- La anorexia y otras trampas. La causa más habitual de una deflación es una caída importante de la demanda agregada "resultado, por ejemplo, del pinchazo de una burbuja o del aumento de la incertidumbre por motivos geopolíticos", según el servicio de estudios de La Caixa. Con los tipos de interés en el 0%, se puede convertir en una "trampa de la liquidez", en la que el mejor activo para invertir es el efectivo, sin riesgo y con alta rentabilidad real.

Pero el gran problema llega cuando se instala en las expectativas de los consumidores, que dejarán de comprarse un coche -o una vivienda, si se piensa en clave española- si creen que en el plazo de unos meses el precio de ese coche va a bajar notablemente. Un proceso que el economista Antón Costas suele comparar con la anorexia, una especie de desgana por consumir. En ese caso, el reto para los bancos centrales es "prometer de forma creíble que va a ser irresponsable", según Paul Krugman. Es decir, ponerse a imprimir billetes y tirarlos desde un helicóptero si es necesario, confiando en que la gente gaste. Una metáfora que en realidad consiste en inundar de liquidez los bancos a la espera de que empiecen a dar crédito de una vez, en lugar de usar el dinero, como ahora, para limpiar los balances.

- ¿España japonesa? Hay varios factores en España que recuerdan a la trampa japonesa. "Se generó una burbuja enorme que explotó; el Gobierno ha anunciado una subida de impuestos cuando la economía ni siquiera ha iniciado el despegue; hay un claro exceso de capacidad y un declive de la demanda agravado por el repunte del paro, que aún no ha llegado a su punto álgido, y dificultades para que los empresarios ajusten vía salarios... Sin la posibilidad de usar el tipo de cambio o la política monetaria, la trampa japonesa no se puede descartar", asegura Jordi Galí, de la Pompeu Fabra. "Pero lo más grave es el desplome del índice de precios sin alimentos y energía: raya el 0% y no hay motivos para pensar que se vaya a recuperar", avisa.

Guillermo Calvo dibuja un horizonte tenebroso desde Columbia: "Es difícil ser optimista con España. El crecimiento estuvo muy basado en capital barato y abundante, con poco cambio tecnológico. Las crisis anteriores, como la Gran Depresión y las que golpearon a los mercados emergentes, demuestran que el crédito es una variable que tarda mucho en recuperarse. En consecuencia, es de esperar que el crecimiento se mantendrá bajo mucho tiempo. Si a eso se le suma el aumento de impuestos y la posible alza de tipos, el panorama se oscurece aún más. En mi opinión, la situación es más seria que la trampa japonesa: España no ha demostrado tener una capacidad de exportar comparable a Japón".

La puntilla la puso Krugman hace unas semanas en Argentina. "Odio esto: no me gusta la deflación, pero en España va a suceder. La pregunta es si esperan 10 años de sufrimiento o si el ajuste será rápido. Para eso se requiere una devaluación interna". En plata: un ajuste de precios y de salarios. "España debe regresar a los precios y salarios de 2000 y volver a empezar", ha afirmado el gurú Nouriel Roubini.

- Zombis en la costa. Una de las características de la deflación japonesa fue que el Gobierno permitió sobrevivir a bancos técnicamente quebrados -los llamados zombis-, que seguían operando pero eran incapaces de dar préstamos. El crédito es el lubricante de la economía: sin él nada funciona. Y de momento apenas ha arrancado en España y en Europa. Vicente Cuñat, de la London School of Economics, rechaza que en España haya bancos -o cajas- zombis, "pero sí hay proyectos inmobiliarios zombis dentro de sus balances: están refinanciando deuda para no confesar pérdidas, y eso puede retrasar la recuperación si el nuevo crédito se resiente". Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland, afirma que retrasar la reestructuración bancaria "es una receta fabulosa para un desastre a cámara lenta en España". "A la japonesa", aclara.

- ¿Pero hay o no deflación? "Técnicamente, ocho meses de caídas del IPC son equivalentes a una deflación. Pero no creo que esas caídas de precios se hayan incorporado a las expectativas. Así que no hay deflación real, aunque nos estamos acercando a un terreno de lo más peligroso: cada mes que pasa aumentan los riesgos", resume Santiago Carbó, asesor de la Fed. Juan Ignacio Crespo, de Thomson Reuters, añade que "es un riesgo controlado". "Confiemos en que las políticas monetarias y fiscales expansivas acaben sacando esto adelante en todo el mundo, y España se beneficie de ello", abunda.

- No y no. Juan Carlos Conesa, de la UAB, cree que se ha exagerado: "Sin alimentos y energía no existe tal deflación. Eso prueba que la caída del IPC es resultado de la evolución de los precios de la energía y las materias primas". "La caída actual tiene incluso efectos positivos: cuando no se puede usar el tipo de cambio, la evolución de los precios es la forma de ganar competitividad", sostiene.

"Excluimos ese escenario por completo", repite desde hace meses el número dos de Economía, José Manuel Campa. "Creo que el Gobierno español también negó la crisis con insistencia", ataca Reinhart. "Nunca se debe subestimar la capacidad destructiva de algunos fenómenos", aconseja la autora del magnífico This time is different, un libro que demuestra que hay pesadillas que se repiten. Una y otra vez.

La extensión de una duda

La deflación es un término que el Gobierno insiste en dejar fuera del vocabulario de esta crisis, pese a que algunos datos se empeñan en no cerrar el debate antes de tiempo. Al conocido argumento de que la caída del IPC se debe en exclusiva al comportamiento ciclotímico del petróleo se opone que la inflación subyacente (que no incluye en su cálculo los productos energéticos) estaría ya en territorio negativo si se descontara la subida de impuestos al tabaco.

Y ante el recordatorio de que la academia sólo da certificado de deflación cuando se produce una caída de precios "generalizada y persistente", las estadísticas vuelven a sembrar dudas. Según el índice elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el retroceso en tasa interanual acumula ya ocho meses consecutivos. Y la extensión de las tasas negativas en la cesta de bienes y servicios es, como poco, llamativa. En marzo, cuando el IPC empezó a decrecer, un 30% de las 126 subclases (el máximo desglose que ofrece el INE) estaba ya en números rojos. La proporción ha crecido de forma constante desde entonces hasta alcanzar el 45% de las 126 subclases y de las 57 rúbricas, la categoría utilizada por el INE en sus notas informativas.

El descenso de los precios es generalizado en todo el territorio, con la excepción de Ceuta (un 0,5% de aumento en octubre). Pero la disparidad es, también, digna de estudio: si Canarias roza un retroceso interanual del 2% y Castilla-La Mancha, Murcia o La Rioja superan el -1%, otras comunidades como Cataluña o País Vasco se quedan en el -0,2%.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.
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