Incorrectos
Entre el pasado lunes, que le dieron a Little Britain el Emmy internacional, y el pasado sábado, que emitieron en Canal + otro capítulo de la serie políticamente incorrecta de la BBC, ocurrieron cosas sobre las que conviene meditar. El Ente se transformó en Corporación, un buen gag, y también a Buenafuente le dieron esta misma semana un Ondas a su comicidad políticamente incorrecta, es decir, por defender contra viento y marea un tipo de humor que no trabaja ese muy pelmazo centralismo de lo político que en estos momentos tan ideológica y estúpidamente maniqueos es la insoportable doxa de la corrección mediática española.
Los guionistas de Buenafuente, como los de Little Britain, saben que también existen vida y humor que no tienen que masticar todo el tiempo esa papilla política correcta, tipo antiguo colegio mayor, columnista o tertuliano ingenioso, de reírse con la boca llena con el binomio Zapatero/Rajoy o duetos por el estilo. Es cierto que Little Britain es heredero de dos tradiciones que aquí no existen: los feroces sketchs de los Monty Python y una larga tradición británica que considera auténtica grosería hablar de política e ideologías todo el tiempo. Aunque también es cierto que el último Ondas nada tiene que envidiar al último Emmy en cuanto a personajes políticamente incorrectos, desde el Neng hasta La Niña de Shrek. Pero lo que todas las noches españolas, a altas horas, hace Buenafuente tiene mucho más mérito que los divertidos gamberros de la BBC.
Sin ninguna tradición tipo Python, a pelo Shrek o Neng, nos demuestra que el humor políticamente incorrecto de este país consiste sobre todo en no hablar ni rumiar otra vez más esa temible y dominante política politiquera a base de guiños ideológicos, codazos de cine-club y colegio mayor que tanto nos abruma y aburre por tierra, mar y columnas. Un día le dije a Buenafuente que muchas gracias por no haber caído a esas horas catódicas en la doxa rosa y amarilla. Hoy le felicito por haber incurrido en esa insólita heterodoxia nacional que consiste en no reír ni columnear politiqueramente, ese coñazo.