_
_
_
_
_
Entrevista:DOS HISTORIADORES HABLAN SOBRE LA ESPAÑA ACTUAL | DIÁLOGO

Borja de Riquer: "Lo de las dos Españas es un tópico bien alimentado"

Ramón Villares: "Las lecciones del pasado no deben ser armas arrojadizas"

Juan Cruz

Estos dos historiadores colaboran en una iniciativa de las editoriales Crítica y Marcial Pons, que sacarán al mercado a partir de este mes, con los volúmenes La época del liberalismo, de Josep Fontana, y República y Guerra Civil, de Julián Casanova, una colección de 12 entregas que trata de poner en perspectiva la historia de este país. Ramón Villares colabora con Fontana en la dirección de la serie, a la que contribuye con un estudio sobre la Restauración, y Borja de Riquer es el encargado del volumen sobre la dictadura de Franco.

EL PAÍS. La derecha acusa al presidente Zapatero de dividir España. ¿Es verdad? ¿Hay razones para pensar que tal como ha planteado el Gobierno la legislatura ha reabierto heridas? ¿O las cierra?

De Riquer: "Nuestra función no es buscar la verdad, sino la explicación de por qué ha pasado lo que pasa"
Villares: "No creo que haya un riesgo grave de confusión política ni de destrucción de la democracia"
De Riquer: "La Iglesia ha olvidado el espíritu de la transición y reclama un predominio que no le compete"
Villares: "Se vive el peligro de la demagogia, y eso lleva al desentendimiento de la política"

Ramón Villares. Yo creo que el pesimismo sobre el momento en que estamos viviendo lo plantea la derecha, que se encasquilla en la transición y en la Constitución como un valladar, como si no fuera posible avanzar más... El mejor conocimiento del pasado, que se ha abordado como necesario en los últimos tiempos, puede ayudar cívicamente a restaurar la verdad histórica y puede permitirnos seguir, con mayor impulso cívico, social, político. La cerrazón de la derecha ante estas iniciativas de restauración de la memoria histórica trata de camuflar su propia responsabilidad. Lo malo es que aquí el debate está en manos de los políticos, no en manos de historiadores o intelectuales españoles.

Borja de Riquer. Aquí no se ha producido ese debate; lo que ha ocurrido es que una serie de divulgadores han abordado un planteamiento de la temática de la República y de la Guerra Civil para que esos periodos quedaran a puerta cerrada y no se trataran. Como si este país empezara con la transición, como si la democracia naciera en la transición y, por tanto, nadie tuviera pasado.

EP. El ruido que se percibe al hablar del pasado, ¿impide esperar que algún día, con sosiego, se pueda hablar de la memoria histórica? ¿O ésa es ya una tarea imposible?

B. R. En el año 1977 se decía que era demasiado pronto, y ahora, en 2007, nos dicen que es demasiado tarde. No se puede progresar en una sociedad que se niega a sí misma un debate de esas características, abordándolo con todos los instrumentos y con todos los datos que ya están a nuestra disposición.

R. V. Yo creo que la sociedad española está un poco confusa ante lo que pasa: por una parte, tiene demandas de información, lee libros de historia, novelas sobre aquellos episodios, y sin embargo tiene miedo a enfrentarse con todo lo que ocurrió... Nosotros vamos a proponer un tipo de debates que destierre toda tentación maniquea.

EP. ¿Ya no habrá dos Españas?

B. R. Es un tópico bien alimentado. Hemos llegado a un periodo de tranquilidad democrática del que debemos disfrutar, y construir a partir de él; debemos valorar lo que tenemos, teniendo en cuenta además que se produce después de un periodo extremadamente conflictivo, después de un régimen, el franquista, que duró un tiempo excepcional...

R. V. A lo que debemos aspirar es a que las lecciones del pasado sirvan para alimentar nuestro propio debate intelectual y no para justificar, con armas arrojadizas, decisiones políticas.

EP. ¿En qué momento histórico vive la política?

R. V. Yo creo que estamos viviendo en un momento de tentativa de revisión de la transición, esto me parece claro. Y sin que esté claro adónde se quiere ir... Es un momento de fuerte revisión de la política. Porque aquí llevamos 30 años de ejercicio cotidiano y regular de la vida política desde que tenemos partidos y Parlamento, pero son sólo 30 años, la gente aún no disfruta de la distancia adecuada. No quiero ser agorero ni tampoco pesimista, pero se está produciendo esa revisión. Y se ha sustituido la obsesión por la modernización con una obsesión por la transición, por lo que ya se hizo, por aquello que debería servir de base para la construcción de un mundo distinto. Y debemos tener cuidado con la resurrección de asuntos relativamente puntuales, como el de Iñaki de Juana Chaos, que parece que se toma como una declaración de guerra. ¿Por qué sucede? Porque apela a los sentimientos y a las pasiones, y en política eso es lo más incontrolado que puede haber.

B. R. No debemos dejarnos obsesionar por las coyunturas. Tenemos que tener una perspectiva de longue durée , como dicen los franceses... Ahora hay problemas educativos, económicos, que no aparecen entre los grandes temas que nos deben preocupar. Y si no acudimos a ellos se puede producir un distanciamiento de amplios sectores de la población con respecto a las formas políticas de la democracia actual, en forma de abstencionismo, de desprestigio de la política, considerando que todos los políticos son iguales, lo cual es preocupante. Creo que las maquinarias que hacen la política, los partidos, son rehenes de un sistema que han creado y que es de difícil transformación, porque se retroalimentan y viven de él, y no sé si son conscientes de esos déficit que ellos mismos han creado...

R. V. Se vive el peligro de la demagogia, y eso lleva al desentendimiento de la política. Y la política ha de afrontar eso diciendo no, y decir no es muy duro.

EP. Ese debate tan emocional sobre el terrorismo, que se ha reintroducido en la polémica nacional, ¿es también un asunto de larga duración?

B. R. Pues sí, es de longue durée.

EP. ¿Qué riesgo tiene este momento que parece de extrema crispación?

R. V. Grave, ninguno. Quiero pensar eso. Y no creo que haya un riesgo grave de confusión política, ni de que haya una destrucción de la democracia. Creo que hay que mantener la calma y que no hay que pensar en riesgos. En parte, creo que ésta es una guerra de papel, y no creo que esté en la sociedad... Claro que todo esto se puede retroalimentar y pueden pasar cosas que han pasado ya. En la República, por ejemplo, en los pueblos, un señor iba a la barbería de izquierdas y otro iba a la barbería de derechas, y uno iba al médico de izquierdas mientras el vecino iba al médico de derechas. Esta situación puede terminar generando esto, pero de momento no hay atisbos de que pase... Es un debate antiguo, el debate que tiene su punto de origen en la violencia de ETA, motor inmóvil de discursos nacionalistas alternativos. Estamos un poco presos de esa dinámica perversa, de esa fábrica de discursos.

B. R. Creo que has señalado bien la responsabilidad de los medios de comunicación en todo este clima, porque son los instrumentos de intoxicación. La sociedad, en realidad, no está ni tan enfrentada ni tan fragmentada, ni vive cada día con esto. Por la calle la gente no habla de ello; con estos temas nos machacan cotidianamente los medios de comunicación. Está pasando un poco a la inversa de lo que sucedía en los años treinta. Entonces la sociedad estaba bastante fragmentada, pero los medios de comunicación no lo aparentaban tanto como la sociedad. Y, en cambio, ahora vemos que el enfrentamiento que aparece entre ciertos mass media no se corresponde con la sociedad.

EP. Banderas, obispos, discursos nacionalistas, líderes mediáticos que alimentan a las audiencias con sus propias exageraciones... Hay gente, de todos modos, que dice que estamos en un momento peligroso. ¿Ustedes creen que esto se parece o se quiere hacer parecer a otro periodo histórico?

R. V. ¿A la República?

EP. Sí.

R. V. La tentación es bastante clara; incluso el revisionismo histórico que se está tratando de imponer va en ese camino... Hay otro punto parecido a lo que sucedió en la República, que es más genérico, pero más grave, que es la falta de confianza en los instrumentos clásicos de la política. Es decir, cuando la Conferencia Episcopal o los medios de comunicación, y los partidos, apelan a la calle o al sentimiento popular, sustituyendo al Parlamento, yo creo que se está jugando una batalla de muy largo alcance. Y hay que prevenir esto en términos políticos. Puede que haya alguna analogía con el proceso ocurrido en los años treinta, pero yo de momento no la veo plenamente.

B. R. Coincido contigo... La Iglesia ha olvidado el espíritu de la transición e intenta volver claramente a ciertas posiciones para reclamar un predominio social que democráticamente no le compete. Por eso se produce ese activismo eclesial. Hay que recordar que la Conferencia Episcopal todavía no ha hecho autocrítica por haber sido la Iglesia de Franco... ¡Y aún intenta resucitar el tema de los mártires! ¿En qué mundo piensa que estamos?

R. V. En ese sentido, yo creo que en comparación con los años treinta, la jerarquía se ha hecho mucho más beligerante que lo que era entonces. Mientras que el pueblo llano está, en gran parte, ajeno a las prácticas religiosas. Durante la República, las masas populares estaban más cerca de la Iglesia. Lo sentían.

EP. Ahora los historiadores nos están diciendo que durmamos tranquilos, pero a veces el ruido del ambiente hace que pensemos que estamos en medio de una pesadilla...

R. V. Por culpa de datos que inflan los periodistas y los tertulianos.

B. R. Los historiadores, en tanto que intelectuales, tenemos que ofrecer matices y relativizar las cosas para evitar que todo sea en blanco y negro. Nosotros nos resistimos, como intelectuales, a explicar la realidad con maniqueísmos, porque eso nos lleva al no conocimiento. Y la función del historiador no es buscar la verdad, sino al menos buscar la explicación de por qué ha pasado lo que pasa.

El catedrático de Historia de la Universidad de Santiago, Ramón Villares (a la izquierda), y Borja de Riquer, también catedrático en la Autónoma de Barcelona.
El catedrático de Historia de la Universidad de Santiago, Ramón Villares (a la izquierda), y Borja de Riquer, también catedrático en la Autónoma de Barcelona.RICARDO GUTIÉRREZ

Una conversación terapéutica

CUANDO HABLAMOS con

Villares y con De Riquer sonaban en España los clarines de una nueva subida del tono de la crispación. Como si la sociedad pasara de sintonizar Radio De Juana a sintonizar Radio Requeté. Casi todas las espumas del diálogo se habían diluido ese día, y seguía una situación que parecía convocar otros clarines, incluidos los clarines del miedo.

Encerrados entre un rectángulo de cuatro paredes, con el sosiego que da la historia, los dos profesionales del pasado -y del presente, por tanto- se enfrentaron al morlaco de las comparaciones, y desecharon las más gruesas, aquellas que intentan acercar este tiempo al que ya ocurrió en la II República Española, cuando actores parecidos a los que ahora están en el escenario -incluida la Iglesia- repicaban los tambores de su descontento. A lo largo de la charla, los dos catedráticos fueron poniendo la experiencia que da el estudio a la situación que vivimos, y concluyeron que tampoco es para tanto; es más, dijeron, son los medios, los tertulianos y ciertos políticos los que están haciendo lo posible para que la ciudadanía baje a entender que lo que pasó puede seguir pasando. Al término de la charla, salimos a la calle. Unos jóvenes investigadores del Centro de Estudios Constitucionales

-ella, italiana; él, español, de Palencia; traductores ambos, novelista él- cargaban los bártulos del final del día, y se sentaron a tomar una cerveza al atardecer de Madrid, la capital española de la crispación. Hablaron de literatura y de la vida; al final del Campo del Moro, el horizonte velazqueño de la ciudad siguió devolviendo los contornos que han hecho histórica esta zona, cerca del Senado, donde está el centro en el que investigan, y daba la impresión de que lo que se oye y se martillea era sólo una ilusión de la historia, la que no sucede.

"¿Es grave lo que pasa, hay riesgos?", le habíamos preguntado a los historiadores. "Yo quiero pensar que no hay riesgo grave", dijo uno. "Lo grave", dijo otro, "es la culpabilización del otro".

Cuando cerramos el magnetófono nos dieron ganas de contarlo enseguida. De contar que no es para tanto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_