_
_
_
_
_
Reportaje:VIVIR EN TRES SIGLOS

Buscando piso con 116 años

La mujer más anciana de España vive en un barrio de chabolas de Sevilla. Le ofrecen una buena vivienda, pero no la quiere porque su familia no podría ocuparla cuando falte

Se abre una puerta. Se asoman cuatro personas. De la misma familia y de distinta generación. El menor, Manuelito, tiene seis años. Su bisabuela, 116. Sí, 116. El pasado 4 de enero celebró su cumpleaños en la casa prefabricada en la que vive. Sin aseo y sin agua caliente. Enfrente, montañas de basura y ratas. Es El Vacie, un asentamiento chabolista a diez minutos del centro de Sevilla.

La abuela de España se llama María Díaz Cortés, y le dicen la negra porque tiene la piel muy oscura. Acaba de desayunar un vaso grande de leche con magdalenas, y aunque son las doce de la mañana, está en camisón. Un desgastado camisón blanco con motas de colores. Su hija Dolores se lo levanta constantemente para demostrar "lo bien cuidaíta" que está:

EL 'Guinness' registra como la mujer más anciana del mundo a Edna Parker, con 115 años, uno menos que María

-Mirad los pañales que le he puesto, ¿eh? Está más limpita que todas las cosas, ¿a qué sí?

A sus 72 años, la hija menor de María luce un amplio escote rojo, donde guarda un paquete de Fortuna. Contrastan con su pelo negro un colgante y unos pendientes dorados. Muy grandes. En sus manos, un cigarro sucede a otro.

La persona más anciana del país apenas oye, se siente débil y hace tres años que no puede andar. Pero aún saca fuerzas para decir algo, fuerte y rotundo:

-Mal encuentro tengan esos payos; que nos den una casa de una vez y no nos engañen más.

La familia explica que la abuela no acaba de echar una maldición. "Es que los gitanos hablamos así".

María lleva "muchísimos años", según la familia, reclamando una vivienda a la Junta de Andalucía y al Ayuntamiento de Sevilla. Para ella y su numerosísima familia. El gobierno andaluz les ofreció una residencia de ancianos, pero esto resultó ofensivo:

-Nosotros nunca abandonamos a nuestros mayores, es nuestra cultura.

La última oferta consiste en un piso por el que no tienen que pagar alquiler y cuyo valor en el mercado es de 600.000 euros, de tres habitaciones, con un contrato de seis meses prorrogables. Se trata de un alojamiento de "emergencia social" que podían haber disfrutado desde el pasado jueves. Pero la familia lo ha rechazado.

-¿Pa qué queremos un piso de lujo, un palacio incluso, si después nos van a echar? En el contrato pone sólo seis meses, y si la abuela se muere, Dios no lo quiera, nos quedamos en la calle. Aquí en el barrio no nos van a guardar la vez y lo perderemos todo.

En ocasiones, "la abuela de El Vacie" -como la conocen en Sevilla- siente tanto agotamiento que no reconoce a sus hijos y descendientes, muchos de los cuales viven con ella. "A veces somos 30", se ríe Loles, una de las nietas. La chica, de 25 años, es altísima y extremadamente delgada. No sabe leer ni escribir. Tampoco trabaja, aunque ha hecho varios cursos que no le sirven "de nada". Como su abuela y su hijo, aún está en pijama: "Voy a vestirme bien", dice por sorpresa. Sonríe y se va a una especie de cuarto de chapa que hace las veces de dormitorio. Como no hay agua caliente, no habrá ducha.

El carné de María la ubica en Granada, en el siglo XIX [exactamente en 1892]. Ese mismo año nacían el torero Juan Belmonte y el dictador Francisco Franco. De niña se trasladó con su familia a Sevilla y vivió en las chabolas del barrio de Triana. "Se quedó sin marido joven", explica la nieta, "y cuidó a sus siete hijos sin hombre que la ayudara".

En los años setenta, María se mudó a El Vacie. Fue canastera y vendedora ambulante. "Se iba con el cesto de claveles, la fruta, lo que fuera... para podernos criar. También cosía manteles y delantales", se enorgullece Dolores, cuya historia es un duplicado de la de su madre: "Yo me quedé sola también, de un marido alcohólico que ya se murió". Loles es la tercera generación. Y la tercera repetición. "Nosotras no necesitamos hombres aquí", asegura mientras enciende un cigarro en el brasero. Manuelito la observa. Se saca el chupete, se tumba en sus rodillas y le susurra al oído: "Mami, ¿cuándo se va la gente? Quiero ver una película".

Régimen o dieta son palabras que la abuela de España no conoce. "Yo como lo que tor mundo", razona. Dolores, la encargada de cocinar, detalla uno de sus menús: muslito de pollo, patatas fritas y "cualquier cosilla más". Otras veces prepara "algo suave", como pescaíto hervido, "con su cardito, su cebollita, sus patatas y un poco de limón por encima". Nada de comidas fuertes. "Después le doy un yogurcito y a dormir".

La anciana cada vez pasa más tiempo en la cama. "Antes paseaba mucho, y al volver colgaba una toalla para darse sombra en la cabeza y se sentaba horas y horas al sol". Hace tres años, María "tuvo un bajón", y ahora no mueve las piernas. Se toma todos los días la pastilla de la tensión, que es, hasta hoy, "lo único que tiene mal". Cuando la sacan de la cama ve la televisión, pero no parece que le guste nada en especial. Prefiere mirar por la puerta, entreabierta, a la gente que pasa. La gente de El Vacie.

En la barriada viven unas 150 familias, que se dedican a la chatarra, a la venta ambulante "y a lo que salga". Se reparten entre los barracones y las chabolas. Cada mujer tiene seis o siete hijos de media, por lo que suman casi mil habitantes que sobreviven entre el olor a cloaca y las ratas, "que son como gatos de grandes".

Loles se trasladó con su madre y su abuela porque su casa -también en el asentamiento - "salió ardiendo un día". Había ido al médico, a ver qué le pasaba a Manuel. Cuando llegó a la chabola se la encontró en llamas. "Me quedé en la calle con lo puesto". En sus manos, como única posesión, un certificado médico con el diagnóstico del niño: epiléptico. "Es por eso que no va al cole", se entristece. "Me da miedo".

Una mujer ayuda a los gitanos de El Vacie desde hace 17 años. Gratuitamente. Problemas con la cárcel, las drogas, la marginación. Es Asunción García Acosta y pertenece a la Asociación Pro Derechos del Menor de Andalucía. Muchos la llaman la Asu y salen a abrazarla cuando la ven llegar. Otros, como Dolores, la dicen Artu y la definen como "una criatura muy buena, que nos ayuda mucho". La voluntaria empezó atendiendo sólo a los niños, asegurándose de "que estuvieran limpios, que fueran a la escuela"; pero ahora echa una mano a "todo el que la pide". Por la barriada, muy lento, pasa un coche enorme con la música a todo volumen: el vehículo, un BMW; la música, flamenco tecno.

El Libro Guinness de los récords tiene registrada como la mujer más anciana del mundo a Edna Parker, de Illinois (EE UU), con 115 años. Obviamente, no tienen constancia de la existencia de "la abuela de El Vacie". A María "esas historias" no la interesan. Está cansada de las televisiones y los periódicos. "¿Yo qué soy, un divertimento na más?", protesta.

Son las dos. Aunque es la hora de comer, la abuela María decide volverse a la cama. "Estoy cansada y se me va la memoria", se disculpa. Su hija y su nieta la cogen en volandas. Es tan menuda que apenas les cuesta levantarla. Antes de desaparecer mira desconfiada a la visita: "¿Qué dice esa paya? ¿Qué me van a dar la casita o qué?", pregunta ceñuda. Manuel se acerca a su bisabuela, con su chupete en la boca, y ella, desde arriba, le mira fijamente. "Pero qué guapo está mi niño", presume a gritos. Entonces la preguntan que cómo se siente ella. Y María sentencia, resuelta: "Pues, igual de jodía que siempre, hija. ¿Cómo voy a estar?". -

María Díaz Cortés, en us casa prefabricada de El Vacie, en Sevilla.
María Díaz Cortés, en us casa prefabricada de El Vacie, en Sevilla.PÉREZ CABO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_