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Entrevista:JOSEP BORRELL | PRESIDENTE DEL PARLAMENTO EUROPEO | ENTREVISTA

"Europa es profundamente hipócrita con la inmigración"

Andreu Missé

Josep Borrell (Pobla de Segur, Lleida, 1947) dejará la presidencia del Parlamento Europeo dentro de 40 días. Durante sus dos años y medio de mandato, la Eurocámara ha incrementado su influencia en la UE y ha subrayado el perfil de la Cámara en la defensa de los derechos humanos. Recientemente, Borrell se enfrentó verbalmente con el presidente ruso, Vladímir Putin.

Pregunta. ¿Qué le llevó a decir que Europa en sus relaciones con Rusia no debía cambiar derechos humanos por energía? ¿Cree que el deterioro de los derechos humanos en el mundo, tras Guantánamo, los abusos en Abu Ghraib y la legalización de la tortura en EE UU, es un proceso que se está extendiendo?

Respuesta. Los occidentales, los europeos, somos una excepción porque vivimos en democracias desarrolladas y consolidadas. Pero parece que no nos damos cuenta de que en nuestro propio seno aparecen los fantasmas que creíamos superados. Reaparecen la homofobia y la agresión a las minorías étnicas, en el corazón de Europa. Vuelven los síntomas de los demonios de no hace tanto tiempo; hace 50 años nos hicieron vivir el Holocausto y la eliminación masiva de seres humanos por su origen racial. Es muy fácil soplar sobre las cenizas del odio, de la segregación social; lo que pasó en Yugoslavia nos lo demostró, y por eso la defensa de los valores democráticos sobre los que se basa Europa y el intento de que se extiendan al resto del mundo adquiere tonos de epopeya.

"Si los europeos no nos unimos para actuar juntos, acabaremos siendo una residencia de la tercera edad"
"En Europa no hemos sido capaces de actuar de forma coherente frente a la apertura de las fronteras internas"
"Europa es un poder moral y eso es algo que hay que desarrollar mucho más, evitando dobles lenguajes"
"El proyecto europeo sufre una triple crisis de legitimidad, de dimensión y de eficacia, es decir, una crisis de identidad"
"La defensa de los valores democráticos sobre los que se basa Europa adquiere tonos de epopeya"
"China podrá ser la fábrica del mundo, pero India será un día la sociedad de la información, la oficina del mundo"
"Europa podría desarrollar las energías renovables si pone la carne en el asador y hace una política de precios"

P. ¿Cómo reaccionan los demás países?

R. Cada vez que he visitado un país de fuera de la UE he llegado con la tablilla de la carta de peticiones de la falta de respeto de los derechos humanos. La tablilla era larga y extensa en muchos sitios. Cuando a un gobernante le decía: oiga, mire usted, al Parlamento Europeo le preocupa esto y aquello, a veces me contestaba: "Mírese usted primero la viga en su ojo antes de hablar de la mía".

P. ¿Son muy grandes las vigas en los ojos de Europa?

R. Europa es un poder moral, y eso es algo que hay que desarrollar mucho más, evitando dobles lenguajes, evitando lo que ponemos de manifiesto con la presunta colaboración de algunos gobiernos con la CIA, evitando dobles varas de medir, tratando a los cubanos de forma distinta que a los vietnamitas, por ejemplo. Y sobre todo superando la permanente tentación a conductas hipócritas.

P. ¿Qué le respondió Putin cuando le echó en cara la preocupación del Parlamento por el asesinato de la periodista Ana Politkovskaia y el deterioro de las libertades en Rusia?

R. La verdad es que fue una respuesta que pasará a los anales de la ciencia política por esquivar el asunto y plantear que España no estaba cualificada para plantear esas cuestiones, puesto que en España a los alcaldes los metían en la cárcel masivamente por corrupción.

P. Pero usted no representaba a España en la cumbre de Lahti.

R. Así es. Además, es cierto que en España tenemos problemas de corrupción urbanística, pero también es cierto que tenemos sistemas judiciales que permiten hacerles frente a estos problemas. La peste no justifica el cólera.

P. ¿Qué papel debe jugar la UE en este nuevo mundo? ¿Debe ser un instrumento para que los mercados funcionen mejor o hay un modelo más profundo ante la globalización?

R. Todos esperábamos que Hampton Court fuera el pistoletazo de salida de un debate sobre la respuesta europea a la globalización. Pero este debate ha sido escamoteado. Ha habido otras prioridades, como la lucha contra el terrorismo. Pero éste es el gran tema. O sea, qué más queremos hacer los europeos juntos para tener una respuesta con la que hacer frente al mundo globalizado. Porque ningún país europeo, ni siquiera el más grande y el más fuerte, será capaz de hacerlo solo.

P. ¿Dar respuesta a la globalización es la prioridad de Europa?

R. La razón de ser de Europa ya no es neutralizar los antagonismos de los países europeos entre sí. Esto ya lo hemos hecho. Ya hemos neutralizado los antagonismos entre Alemania y Francia.

P. ¿Y con Reino Unido?

R. También lo hemos neutralizado, en el sentido de que no se nos ocurre resolver el problema a garrotazos. Ya no somos antagónicos en el sentido militar del término. Ahora el problema es si somos capaces de construir una respuesta común a los problemas de un mundo global. Si somos capaces de evitar una nueva bipolaridad China-EE UU, por ejemplo, que sustituya a la anterior. Los problemas demográficos y, en consecuencia, los de emigración; los problemas energéticos y los medioambientales; los problemas de competitividad y los sociales, no los podrá resolver un país solo.

P. ¿Por qué en sus análisis de la mundialización da cierta preferencia a India frente a China?

R. Primero porque quizá se habla demasiado de China, y olvidamos que dentro de poco India tendrá muchos más habitantes que China, que será vieja antes de ser rica y no es una democracia. En cambio, India es un país con una demografía pujante, el país más joven del mundo, democrático, profundamente anclado en la cultura política occidental y con una capacidad de innovación tecnológica muy grande. Uno de cada tres ingenieros informáticos que trabajan en California son indios. China podrá ser la fábrica del mundo, pero India será un día la sociedad de la información, el centro de gestión de la información mundial, la oficina del mundo.

P. Uno de los grandes efectos de la globalización es el aumento de los flujos migratorios. Europa tiene su política estancada y acaba de presentar una política común ante África.

R. En principio, la tenemos: somos los que más hacemos por el desarrollo de África.

P. Sí. Pero con las subvenciones agrícolas europeas y estadounidenses impiden a los países africanos que exporten y levanten cabeza.

R. Las subvenciones norteamericanas son mucho mayores que las nuestras. Malí está destruido no por los europeos, sino por los presuntos liberales americanos. Creo que el problema se exagera.

P. ¿Dónde están los problemas, entonces?

R. El problema de África debería ser nuestra gran prioridad; pero a la inmigración nos acercamos los europeos y los africanos con mentalidades radicalmente diferentes: nosotros vemos la inmigración en términos policiales, el control de fronteras, de dumping social; y ellos lo ven como una tradición. En Malí, la gente cotiza para mandar al más capaz de todos ellos, y cuando está en el país de destino, envía recursos que permiten vivir a mucha gente; y si no consigue pasar la barrera policial de llegar a Europa no puede volver a su pueblo, porque se le considera un fracasado. Son lenguajes radicalmente distintos. El resultado es la inmigración ilegal basada en una oferta de trabajo ilegal: no habría inmigrantes ilegales si no hubiese trabajo ilegal. Europa es profundamente hipócrita porque, por una parte, lamenta la existencia de inmigrantes ilegales, y por otra parte, el efecto llamada no es la regularización; es decir, que la llamada es una oferta de trabajo ilegal. En Finlandia no hay inmigrantes ilegales, pero a nadie se le ocurre darle trabajo ilegal a un inmigrante, por eso no los hay. Estos lenguajes, que están en las antípodas uno del otro, se salvan a través del desarrollo de las mafias de tráfico de seres humanos que están obteniendo ya más dinero que con el tráfico de drogas. En Europa no hemos sido capaces de actuar de forma coherente frente al fenómeno de la apertura de las fronteras internas y trasladarlo a una política exterior en materia de inmigración.

P. La energía es el otro gran desafío de la UE. La dependencia exterior y el cambio climático ¿no urgirían una posición común?

R. Europa tiene que ser pionera en energías renovables y medio ambiente. Son dos caras de la misma moneda. Y yo diría una tercera cara, que es la geopolítica. En Europa nos hemos comprometido en objetivos en materia ad cambio climático que está por ver si somos capaces de conseguir sin recurrir a la energía nuclear; y cuando digo eso no me estoy declarando a favor de la energía nuclear, simplemente digo que tenemos que echar las cuentas, tenemos que saber si somos capaces o no de cumplir con compromisos de descarbonificación sin recurrir a otra fuente de energía que tiene también problemas ambientales enormes. ¿Somos capaces o no? Europa podría desarrollar las energías renovables si pone toda la carne en el asador y hace una política de precios para controlar la demanda.

P. El debate sobre la energía nuclear con todas sus consecuencias de seguridad, medio ambiente y proliferación armamentística lo suscitaron el alto representante, Javier Solana, y los primeros ministros de Finlandia y Bélgica.

R. Por supuesto que hay que hacer este debate. La energía pondrá a prueba la democracia. La democracia tendrá que dar una respuesta asumida de los ciudadanos frente al modelo de sociedad en el que quieren vivir, que tiene mucho que ver con la forma en que vamos a producir y consumir energía.

P. Este momento de incertidumbre coincide con un grave estancamiento de la construcción europea tras los noes de Francia y Holanda a la Carta Magna en 2005. ¿Cree que la Constitución Europea está muerta, como sostienen algunos líderes?

R. Depende del sentido que se dé a las palabras. Este texto concreto no entrará en vigor porque no será ratificado por todos los países. Es una evidencia, aunque algunos se resistan a reconocerlo. Pero yo ya llevo tiempo asumiéndola y verbalizándola. Esto no quiere decir que la Constitución no fuera necesaria o que los grandes consensos que contenía tengan que ser olvidados para intentar construir otros, no. La Constitución no era un capricho estético de quienes querían tener recogidos en un único texto medio siglo de desarrollo comunitario. Es muy instrumental lo que se proponía y no creo que sea fácil, ni siquiera posible a corto plazo, construir un consenso muy diferente.

P. Para salir del marasmo se planteó un proceso de reflexión, y el resultado ha sido pobre.

R. Desde luego, el proceso de reflexión no ha conducido a resultados operativos, pero yo no le llamaría pobre. He participado intensamente en la reflexión y debate en los países europeos. Ahora no ha conducido de forma estructurada a un resultado de forma que permita volver a poner mañana el proceso en marcha, pues no. Pero sin duda ha enriquecido el conocimiento de lo que es posible hacer. Hay que dar tiempo al tiempo.

P. ¿El proyecto europeo sufre una crisis de identidad, como ha dicho usted?

R. Yo he dicho que tiene tres crisis. Crisis de legitimidad, de dimensión y de eficacia. Y las tres se pueden resumir como una crisis de identidad. El problema de Europa es que se ha conseguido hacer todo lo que se propuso hacer. Pero la reunificación con el Este, la complejidad de aplicar reglas pensadas para seis a 27 y la distinta visión del mundo que tienen hoy los distintos países, hace que nos preguntemos qué más queremos hacer juntos.

P. Para encontrar un consenso sobre la Constitución, la canciller Angela Merkel, que en enero presidirá la UE, propone añadir un protocolo social.

R. Yo creo francamente que ésta no es una solución operativa. Es lógico que se haya planteado en un momento determinado que si Francia ha rechazado el texto por no ser suficientemente social, le pongamos un componente social. Pero no creo que un texto soporte muchos añadidos.

P. ¿Y la propuesta de minitratado del ministro del Interior francés, Nicolás Sarkozy?

R. Sarkozy utiliza la expresión mini-Tratado, fundamentalmente, para rebajar la dimensión política del proyecto, para evitar un segundo referéndum. Lo importante es el contenido de las cosas. Un Tratado que reformara las instituciones no sería precisamente mini, porque llevamos intentándolo desde hace 10 años. Hay que reformar la Constitución y esto es urgente. Hay que reformar las instituciones para que la máquina no se pare.

P. ¿Eso es lo que usted llama la dichosa unanimidad?

R. La unanimidad con 27 es la parálisis. Imagínese cualquier comunidad de vecinos de la que todos somos miembros, que tuviesen que tomar sus decisiones de la vida cotidiana del inmueble por unanimidad: nunca la habría, siempre habría algún vecino que no estaría de acuerdo con los demás en algo o por algo. La unanimidad con 27 es la condena a la parálisis, y eso se ha demostrado ya con la política de inmigración, y me temo que se demostrará con la política de energía. Por otra parte, la unanimidad es un incentivo a la no negociación, es decir, a la no comunitarización: si uno puede esconderse tras el burladero de su veto, ¿para qué negociar?

P. ¿Cómo ha sido su vida política durante estos últimos años?

R. Apasionante. La etapa más enriquecedora; mucho menos conflictiva que la de secretario de Estado de Hacienda, o que la efímera de candidato a la Presidencia del Gobierno. Ha sido una inmersión en política internacional y una gran suerte vivir esta experiencia.

P. ¿Cree más en Europa?

R. Creo mucho más en la necesidad de que los europeos nos unamos más, hagamos más cosas juntos. Dentro de poco los europeos seremos el 5% de la población mundial: si no nos unimos para actuar juntos, podemos convertirnos en una residencia de la tercera edad instalada en un museo al aire libre.

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