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Reportaje:LA ESTELA DEL GOLPISTA

Fujimori se reencarna

La hija del ex presidente quiere gobernar Perú e indultar a su padre. Gustavo Gorriti, secuestrado en 1992, cree real la posibilidad de que "el crimen organizado" vuelva al poder

Juan Jesús Aznárez

El periodista peruano Gustavo Gorriti fue secuestrado a las cuatro de la madrugada del 6 de abril de 1992, un día después de que el ex presidente Alberto Fujimori (1990-2000) encabezara el autogolpe que arrebató a Perú el Estado de derecho y lo sumió en la corrupción, el asesinato y la impunidad. "Estuve realmente desaparecido y el objetivo era mi muerte", recuerda Gorriti, convencido de que el fujimorismo, liderado por la hija del reo, Keiko Fujimori, está vivo y dispuesto a retomar el poder para indultar al hombre que imperó en el país andino en mafiosa coalición con los servicios de inteligencia y la cúspide castrense.

"Mi secuestro fue una venganza personal, rabiosa, de Vladimiro Montesinos, una persona con las manos manchadas de sangre a quien yo había investigado desde 1983", agrega Gorriti, de 61 años, columnista de la revista Caretas y directivo del Instituto de Defensa Legal (IDL) de Lima. Por aquellos años colaboraba con EL PAÍS, al que envió la primera crónica de su secuestro, ejecutado por 10 ó 12 sujetos vestidos de civil, pero con porte militar, armados con fusiles y pistolas. Cuando irrumpieron en su domicilio, se temió lo peor: "Les grité que si venían a asesinar que lo hicieran de una vez".

"Mi secuestro fue una venganza rabiosa de Montesinos, a quien investigaba desde el año 1983", dice Gorriti

El paradero de Gorriti, conducido a dependencias de los servicios de inteligencia de Montesinos, era secreto. Supo entonces que cualquier cosa podía suceder. "Después de años de cubrir la guerra interna en Perú conocía de sobra los horrores que suelen seguir a la detención-desaparición". Los horrores continuaron durante la hegemonía del ingeniero agrónomo de origen japonés, y pueden regresar porque "una recurrencia del fujimorismo, con todo lo que esto significa, el crimen organizado en el poder, es, por desgracia, muy real", según el destacado periodista, a quien probablemente salvó la vida la rápida movilización nacional e internacional en exigencia de su liberación.

La alerta sobre el eventual regreso al poder de las huestes del ex gobernante -sentenciado a 25 años de cárcel como autor mediato de dos matanzas y dos secuestros, uno de ellos el de Gustavo Gorriti-, no parece infundada. La candidatura presidencial de Keiko Fujimori, de 34 años, congresista con 602.000 votos, lidera algunas de las encuestas previas a las generales de 2011. El objetivo central de la aspirante es el indulto de su padre, que en julio cumplirá 71 años. "La gente le está muy agradecida", según su hija, casada con un estadounidense, primera dama entre los años 1994 y 2000, tras el divorcio de sus padres, y plenamente inmersa en la vida política desde 2005.

Son legión los clientes agradecidos hacia el hombre que controló la inflación, liberalizó la economía, derrotó a los terroristas de Sendero Luminoso y acaudilló una pirámide delictiva integrada por él mismo, como presidente de la República, la Comandancia General de las Fuerzas Armadas (general Nicolás Hermosa) y el Servicio de Inteligencia Nacional (Montesinos). El triunvirato sometió a la obediencia a todas las instituciones del Estado y demolió todo atisbo de discrepancia susceptible de prosperar políticamente. Los simpatizantes de un legado todavía bajo investigación judicial, con 1.500 procesados, maquinan su reacomodo desde una bancada parlamentaria que cuenta con 13 escaños en un Congreso de 120, pero cuyos votos son fundamentales.

¿Y quiénes son los deudos de Alberto Fujimori? "En primera línea, los empresarios que en sus 10 años de Gobierno hicieron grandes negocios y se volvieron más ricos de lo que ya eran", señala el sociólogo Ricardo Montoya. Después, los propietarios de medios de comunicación y periodistas también enriquecidos; los ex ministros y funcionarios beneficiados por las regalías, los congresistas que le deben el puesto, los dogmáticos "y los que siguen creyendo que es un error creer que los indios y los cholos tienen derechos humanos", agrega Montoya. El Chino es venerado en algunas comunidades andinas, amazónicas, y costeñas, y en barriadas de Lima y de otras ciudades, porque sus habitantes "se sienten sinceramente agradecidos porque con Fujimori tuvieron una posta médica, un teléfono comunitario, una carretera que hacía tanta falta y un local escolar bonito, de material noble".

Pero paralelamente a la posta médica y a la escuelita del altiplano, el tridente Fujimori-Montesinos-Hermosa arremetió contra las libertades. Gorriti recuperó la suya horas después de que su esposa, presente durante el allanamiento domiciliario, tocara a rebato. "Llamó a todo aquel que pudiera hacer algo. Desde Nueva York, mi hija mayor hizo lo propio". A las ocho de la mañana, cuatro horas después del secuestro, el entonces embajador de España, Nabor García, exigió al Gobierno información sobre el paradero del periodista. La Embajada de Estados Unidos y diversos grupos ciudadanos se sumaron al rastreo.

La ejemplar condena del verdugo de Gorriti, con una sentencia que trasciende el ámbito peruano y sienta jurisprudencia internacional, no llena de euforia a su víctima. "La verdad es que no me sentí contento. Tuve esa sensación solemne que te puede provocar la asistencia al ajusticiamiento de un ser humano que tiene una familia que sufre. No hay victoria completa, y todas te dejan una sensación de vacío". El vacío político dejado por un líder entre rejas ha sido ocupado por la militancia agrupada en los partidos Cambio 90, Nueva Mayoría y Sí Cumple, por balcanizados grupos de presión y por falanges ciudadanas.

Keiko quiere ser presidenta, pero aunque lo fuera y quisiera indultar a su padre, no podría hacerlo porque la Ley Antisecuestros del año 2006 lo prohíbe si el preso cumple prisión por ese delito, según el ex fiscal anticorrupción de Perú José Ugaz. El indulto es pues tan improbable como posible el purificado renacimiento de un movimiento nostálgico del poder. No hubo durante aquel decenio negro ámbito público ni actividad privada clave que fueran ajenos a los tentáculos de la pirámide instalada en el palacio de Gobierno de Lima. -

Keiko Fujimori, en un mitin de apoyo a su padre.
Keiko Fujimori, en un mitin de apoyo a su padre.REUTERS

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