_
_
_
_
_
Reportaje:ECOLOGÍA

Islandia contra Islandia

La construcción de una gigantesca presa para una multinacional de EE UU divide al país nórdico

Islandia, un país sin fuerzas armadas desde la reciente retirada militar de los estadounidenses que se fueron a finales de septiembre, está en guerra consigo misma. Medio país está indignado por lo que considera una agresión sistemática al patrimonio natural de su tierra, y amenaza con armar el lío más grande contra el Gobierno desde la conquista noruega de 1262.

Lo curioso es que este despertar político, en un país somnoliento por tradición, ocurre cuando se podría esperar que se celebrase la primera retirada militar estadounidense de la era de George W. Bush. A finales de septiembre, Estados Unidos cerró su base militar en Islandia, un Guantánamo nórdico que existía desde 1951, y la devolvió a la soberanía islandesa.

El abanderado del ejército verde de Islandia es un periodista y piloto de 70 años, Omar Ragnarsson, que vive en la presa, en un barco que llama 'El Arca'
Los ecologistas consideran que la presa de Kárahnjúkar es una peligrosa cicatriz en la mayor franja natural impoluta de Europa

La mala noticia para algunos, incluidos muchos de los islandeses que solían manifestarse contra la presencia de la base aérea y naval de Keflavik, es que, cuando apenas se han ido los estadounidenses, ya están de vuelta. Esta vez, en forma de una multinacional, la mayor empresa fabricante de aluminio del mundo, Alcoa, para cuyo uso exclusivo el Gobierno islandés ha construido una gigantesca presa hidroeléctrica de mil millones de dólares.

La campaña para frenar la presa de Kárahnjúkar, considerada una peligrosa cicatriz en la mayor franja natural impoluta de Europa por ecologistas de todo el mundo, se ha convertido en un enfrentamiento de corte clásico entre la gran empresa y el medioambiente, entre el beneficio a corto plazo y la amenaza a la tierra. El Gobierno de Islandia está a favor de construir la presa, y tiene planes para construir al menos cuatro más para el suministro energético de la industria del aluminio, porque considera que es una necesidad nacional. Las otras dos fuentes de riqueza natural del país, la pesca y la agricultura, se están agotando, según el portavoz del Ministerio de Industria, y sólo queda la opción de generar energía eléctrica -"limpia y renovable"- aprovechando la abundancia de agua que posee el país. En cuanto al daño ecológico, el Gobierno dice que se ha exagerado mucho.

Una buena parte de la población, casi la mitad según los sondeos más recientes, no se lo cree. A principios de este mes, 12.000 personas salieron a las calles de Reikiavik, la capital (100.000 habitantes), para manifestarse en contra de lo que consideran un daño irreversible a la extraordinaria belleza natural de su país y contra la estrategia del Gobierno de seguir construyendo estas gigantes presas para empresas internacionales.

El abanderado del ejército verde es un periodista y piloto de 70 años, Omar Ragnarsson. En parte Don Quijote, en parte Noé, con una generosa dosis de Almirante Nelson, Ragnarsson vive en la presa, en un barco que llama el Arca, desde que empezaron a llenarla de agua, hace algo más de un mes. La presa, de 800 metros de diámetro y 200 metros de altura, está al norte de Vatnajokull, el mayor glaciar de Europa, en un vasto y desolado paisaje de mesetas volcánicas, cubiertas de musgo y salpicadas de cascadas y ríos salvajes.

Ragnarsson, muy conocido en Islandia, está dedicando el otoño de su vida a luchar contra la presa, y ha invertido todos sus ahorros en ello. Ha recibido a innumerables visitantes de todo el mundo, a los que ha llevado a sobrevolar gratis en avioneta la zona en cuestión, y ahora rueda un documental desde su barco, para dejar registrada, dice, la excepcional vida vegetal y animal que la presa sumergirá hasta causar su extinción.

Al preguntarle hasta dónde está dispuesto a llegar en defensa de su causa, Ragnarsson (que habla desde su arca por teléfono móvil) responde: "Mi actitud es similar a la orden del día que dictó Nelson antes de la batalla de Trafalgar: 'Inglaterra exige que cada uno cumpla con su deber'. Ya he consagrado todo mi tiempo, energía y dinero a la batalla para lograr la presencia de los problemas ambientales en los medios de comunicación de este país, y estoy preparado a llegar hasta el final". Está dispuesto a dar su vida por una causa que, en su opinión, tiene consecuencias de largo alcance no sólo para Islandia, sino para todo el planeta. "Mi misión ha sido ayudar al pueblo islandés a aprender de los errores de otros países", dice Ragnarsson, que ha estudiado lo que llama los múltiples fiascos perpetrados en nombre de la energía hidroeléctrica en los últimos 40 años. "Temo que vayamos camino de destruir la buena imagen de nuestro país como una isla con una naturaleza excepcional. Nosotros no somos los dueños de esta isla, somos los custodios de un lugar que es un valioso patrimonio del mundo y que debemos defender y conservar intacto para futuras generaciones".

Ragnarsson cree que está en juego un principio de consecuencias trascendentales. "Esta lucha es importante para los que tengan que librar futuras batallas semejantes en Islandia y otros países. Cuando los ecologistas se rinden demasiado pronto, transmiten a las autoridades el mensaje de que pueden seguir ganando si organizan guerras relámpago que les proporcionen una victoria detrás de otra". Por su parte, el Gobierno islandés, con el respaldo de las pequeñas comunidades deprimidas de la zona donde se construye la fundición, ha emprendido en los últimos años una campaña para vender Islandia a empresas sedientas de energía eléctrica. Un folleto oficial dirigido a multinacionales lo describe como "el único país de Europa Occidental que aún tiene amplios recursos de energía hidroeléctrica y geotérmica barata y sin utilizar" [...] "un lugar idóneo para establecer industrias con consumo intensivo de energía". Al mismo tiempo, otros ministerios se han desvivido para vender los encantos de Islandia a los turistas y describir la isla como la Patagonia inmaculada del norte. "En otras palabras", ironiza Andri Magnason, un escritor que encabeza el movimiento intelectual contra el proyecto de Kárahnjúkar, "somos puros y bellos: venid a violarnos".

Cuatro fundiciones más

Al pensar en la perspectiva de la construcción de cuatro fundiciones más "para satisfacer la necesidad de latas de refrescos de los americanos", califica lo que denomina la revolución del aluminio como "una toma hostil de Islandia". Le preocupa la transferencia de soberanía que supone la entrega del bienestar el económico y lo que, dice, equivaldría al 90% de la producción energética del país, a unas multinacionales que juzga "despiadadas", y que podrían hacer las maletas y largarse en cualquier momento. Magnason dice también que le inquieta "la fe casi religiosa" que han depositado las comunidades locales en las fundiciones extranjeras de aluminio. "Como si fueran el Santo Grial".

Hasta ahora, la actitud del Gobierno hacia Ragnarsson es despreciativa. El portavoz del Ministro de Industria dijo: "Es un buen reportero y un gran artista, y goza de mucha popularidad. Su actitud respecto al tema de Kárahnjúkar no va a ganarle el afecto de sus admiradores". Si el Gobierno lo ve como un payaso, él mismo prefiere pensar que está siendo consecuente con la tradición heroica de las sagas vikingas del siglo XIII: "La mejor forma de describir mi ánimo es quizá una cita de una de las sagas: 'Más vale caer con honor que vivir con vergüenza".

Las soluciones del 'Noé' Ragnarsson

OMAR 'NOÉ' RAGNARSSON ha ideado una cura mágica para el problema. Dice que habría que vaciar la presa (está previsto que la fundición empiece a funcionar en 2007) y dejarla para la posteridad como un monumento gigante a un periodo en el que la gente estuvo a punto de vender su patrimonio natural a la industria del aluminio. La tierra recobrada se transformaría en un parque que se incorporaría a la lista de los lugares declarados por la Unesco patrimonio de la humanidad. Por supuesto, opina Ragnarsson, Alcoa y los habitantes de la comunidad en la que se iba a construir la fundición tendrían que ser debidamente compensados. Para ello, propone una aportación de cada islandés interesado para alcanzar los mil millones de dólares aproximadamente que harían falta. Con ese dinero, se proyectaría la forma de suministrar la electricidad necesaria para la fundición a partir de la energía geotérmica disponible en el nordeste de la isla.

"El coste equivaldría al de 10 cigarrillos diarios para cada islandés adulto durante cinco años", dice Ragnarsson. "También es posible vender la presa a gente de todo el mundo, vender el derecho a que su nombre aparezca escrito en la presa".

A Ragnarsson no le faltan pasión ni ideas. La de "vender" la presa a personas que simpaticen con la idea es una sugerencia que el escritor Andri Magnason está dispuesto a estudiar. "Significaría encontrar a un millón de personas que donen dinero y cuyos nombres quedarían inscritos en la presa vacía", dice.

Ragnarsson tiene otro plan más: "Podríamos recaudar fondos con el único maratón subterráneo del

mundo, en los túneles vacíos de la presa".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_