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Reportaje:

Rajoy o la guerra

Carlos E. Cué

Es la noche más importante de su vida política, pero Mariano Rajoy parece un hombre solo, absorto en sus pensamientos. Acaba de perder unas elecciones, las segundas, y ha fracasado en un empeño por el que lo dio todo; pero él, siempre obsesionado por los datos pequeños, sólo tiene ojos para su pantalla de ordenador. "Fíjate, fíjate, lo de Orense es tremendo. Nos va fatal", dice como para sí mismo, aunque habla alto. Rajoy, enemigo de los viajes, se había ido en diciembre hasta Buenos Aires, donde viven 20.444 paisanos de esa provincia, para tratar de amarrar ese diputado por Ourense, pero no pudo ser.

Al fondo de la sala, en su despacho de la planta séptima de la calle Génova, Esperanza Aguirre trata de darle la vuelta a la tortilla: "Fíjate en Madrid, Mariano, ya verás, seguro que llegamos a 10 puntos [de diferencia con el PSOE]". El presente y el futuro inmediato del PP pasa por esos dos nombres. Aguirre, la gran vencedora, con unos resultados extraordinarios, demostrando que, incluso sin Alberto Ruiz-Gallardón en las listas, el PP es lo que es gracias a Madrid, y Madrid es del PP. Rajoy, el perdedor, con una derrota digna, pero derrota, retrocediendo en Galicia, su tierra. A partir de ese momento, entre los dos se inicia una guerra sorda que acaba, al menos de momento, el martes, cuando Rajoy anuncia que, pese a todo y pese a todos, se presentará al congreso que convocará en junio para seguir al frente del PP y volver a intentarlo en 2012.

Los barones regionales llamaron asustados a Rajoy al ver la operación contra él en 'El Mundo', la Cope y Telemadrid
Rajoy mostró su enfado con Aguirre con un discurso irónico que parecía un traje a medida para la presidenta
Varios dirigentes coinciden en que el trayecto será durísimo porque Zapatero aprenderá de sus errores
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Testigos mudos de esa escena en las alturas de Génova son dos hermanos del líder, Enrique y Mercedes, con sus parejas, y algunos amigos de Pontevedra, como Tomás Iribarren, que ya le acompañó en los debates televisivos. Dicen que le da confianza.

José Luis Rodríguez Zapatero sigue el recuento en el despacho de José Blanco, con los dirigentes del comité de estrategia, sin amigos ni familiares, sólo con su esposa. Rajoy no. Se rodea de los suyos mientras Ángel Acebes y Eduardo Zaplana se quedan en el despacho del secretario general con los demás políticos, que sólo a ratos, cuando su secretaria, Valle, les autoriza, se asoman a la guarida del jefe.

A las 21.40, todos saben que perderán. Se lo cuentan sus fuentes en Indra, la empresa que hace el recuento y tiene un sistema infalible con las 100 primeras papeletas de miles de mesas estratégicas. Se equivocaron en un solo diputado. A Rajoy, que siempre creyó en la victoria, según todos los que le rodean, le cuesta entender cómo ha perdido. Con los casi 10,3 millones de votos que él consigue, Aznar logró la mayoría absoluta. El PP sabía que tenía movilizados a los suyos e incluso robaba voto al PSOE por el centro, pero ni en la peor de las pesadillas se imaginó que el hundimiento de ERC e IU-ICV le daría al PSOE, de nuevo, más de 11 millones de votos.

Para sorpresa de todos, Rodríguez Zapatero sale muy pronto a celebrar la victoria -lo habitual es que comparezca antes el derrotado-. Cuando se repone, y después de hablar con el presidente y con el Rey, Rajoy sale de su despacho con la derrota en la cara, pero entero, según varias de las decenas de personas que circulaban por ahí. Pedro Arriola, su asesor principal, le ha improvisado unos papeles para que los lea ante miles de militantes que, impenitentes y pese a los datos que ven en la gran pantalla instalada en la calle Génova, siguen gritando: "¡Rajoy, presidente! ¡Zapatero, dimisión!". El líder está tranquilo. Tiene claro lo que quiere decir. Tan relajado está que se acuerda de pedir que le maquillen, como cada día antes de los mítines, porque va a salir en la tele y quiere evitar los odiosos brillos del sudor.

Todo parece normal. Su mujer está mucho más tocada, pero él aguanta. Sin embargo, ahí comete un grave error. En vez de bajar en ascensor, Rajoy y los que le rodean deciden hacerlo por las escaleras. Casi un cuarto de hora le costó llegar al balcón. Y en ese rato, los abrazos, las palmetadas y sobre todo las caras de desánimo que va viendo en los cuadros medios y trabajadores de la casa terminan de hundirle. Cuando sale al balcón, con su mujer al lado, un Ángel Acebes con sonrisa forzada, un Manuel Pizarro hundido y Soraya Sáenz de Santamaría aún más afectada, Rajoy tiene dificultades para hilar un discurso coherente. Los papeles de Arriola no sirven para nada.

Unos minutos antes de que llegue, Aguirre, convencida de que ella también va a salir al balcón, se maquilla, según narran quienes estaban junto a ella. Cuando Rajoy llega a la primera planta, las luces se apagan para generar un impacto visual mayor en su salida. Nadie sabe si no la vio o no quiso verla, pero lo cierto es que el líder no sacó a Aguirre al balcón. De nuevo, el choque entre los dos personajes claves del PP les distancia un poco más. Aguirre se quedó apoyada en un banco largo, detrás del balcón, junto a otros dirigentes claves que tampoco salen, como Eduardo Zaplana. Rodrigo Rato, que sí salió en 2004, tras la otra derrota, estuvo más de una hora en la séptima planta, repartiendo sonrisas de consuelo, pero después se marchó.

Algunos entusiastas, como José María Michavila, recorren los pasillos destacando el batacazo que se habían dado los ministros Rubalcaba y Bermejo. Pero la mayoría de los dirigentes están hundidos, incluso llorosos. "Eso no es IU. Es el PP. No nos conformamos con un resultado digno. Lo único que vale es ganar", sentencia un barón.

El balbuceo de Rajoy, su enigmático "adiós" y sobre todo la cara de su esposa, Elvira Fernández, Viri, desatan todas las alarmas. Cuenta la leyenda del PP que en 1993, tras la segunda derrota de Aznar, fue Ana Botella la que tuvo que animar a su marido. Ella no salió al balcón, como prueban las fotos. Pero el carácter de Viri no tiene nada que ver con el de la explosiva Botella, y toda España la ve hundida abrazando a su marido. "Yo llevo 20 años en esto. Todos tenemos una familia. Y a esa mujer la vimos todos. Y los que sabemos cómo es una derrota, sabemos que esa mujer le estaba diciendo: 'Mariano, vámonos", cuenta un experimentado diputado.

Rajoy rechaza tranquilizar a nadie. Ni esa madrugada, ni el lunes. No se deja fotografiar, no acude a la reunión del Comité de Dirección, manda a Ángel Acebes a enfrentarse a la prensa, y éste ni siquiera es capaz de confirmar que el líder seguirá. "Pregúntenselo a él mañana", se limita a responder. El PP es un hervidero. Todos los que hablan con él extienden la misma idea: Mariano lo deja. Y no es que se lo dijera a nadie, pero tampoco lo contrario. Es su estilo. A quien le llama para pedirle que siga, sólo le dice: "De acuerdo, entendido, vale, muchas gracias".

Todos se temen lo peor. Incluso los que más le conocen. "Se equivocaría si se va", dice uno de ellos el lunes. "Es una decisión personal muy difícil, le entiendo, pero debería quedarse", sentencia otro. Los marianistas, mayoría entre los dirigentes regionales -sobre todo los de menor peso político- y en la sede de Génova, contemplan con estupor la operación puesta en marcha por El Mundo y la Cope, a la que se suma el presentador de Telemadrid Fernando Sánchez Dragó, para reclamar su dimisión. Todos ven detrás a Esperanza Aguirre, que controla la televisión pública y siempre recibe el apoyo de los dos medios privados, uno de ellos propiedad de la Conferencia Episcopal. "Sabemos que lo de Sánchez Dragó le ha sentado muy mal a Rajoy. Pero es que es un verso suelto. A veces los adláteres van mucho más allá que el jefe. No ha habido consigna. No funciona así. Sabemos que todo lo que haga El Mundo o la Cope se lo van a atribuir a ella, pero es que no funciona así", corrige uno de los defensores de Aguirre.

La descarnada batalla comercial entre El Mundo y Abc, con la Cope y Telemadrid como grandes aliadas del primero, ha marcado la gestión de Rajoy al frente del PP. Cada acción, cada decisión, desde el 11-M hasta los estatutos de autonomía, implicaba molestar a unos y agradar a otros. Una crisis todos los días, y en los medios que leen y escuchan la mayoría de los votantes, y sobre todo los militantes del PP. Pocas cosas, tal vez sólo el terrorismo, han concentrado tanto la atención de los diputados y las discusiones de las reuniones, comidas, cenas y cónclaves de todo tipo.

Aguirre no abre la boca el lunes. Pero un hombre de su absoluta confianza, Francisco Granados, pide autocrítica y reflexión por los resultados en Cataluña, una comunidad en la que el PSOE ha sacado la friolera de 17 escaños al PP. Rajoy empieza a recibir todo tipo de mensajes. Le llama hasta José María Aznar, que no estuvo en Génova en la noche electoral. Sus hombres de confianza, que ven al líder a punto de dimitir, le piden que siga. Sus amigos, también. Pero mucho más importante que eso, según coinciden varios dirigentes del entorno del líder, es la llamada de los líderes regionales. Galicia, Cantabria, La Rioja, Baleares, Murcia...

Uno tras otro, van dejando claro que ellos no quieren a Esperanza Aguirre como lideresa, que prefieren que se quede. Y entre ellos, el más importante, Francisco Camps, el valenciano, tan vencedor como Aguirre, tan fuerte internamente como ella, aunque con menos poder mediático. Por si hubiera dudas, Camps, que es muy joven y puede esperar un momento más propicio para dar el gran salto, es el único que habla en público para defender que Rajoy tiene que seguir. Al líder le basta, pero recibe además la llamada de Javier Arenas, el andaluz, que controla una federación clave para un congreso, ya que tiene un porcentaje elevadísimo de los compromisarios. La distancia entre Aguirre y Arenas, más cercano a Gallardón, es conocida por todos.

La presidenta de Madrid está sola. Rajoy lo ve claro. Eso, sumado a su obsesión por la independencia del PP -esto es por no darle un gusto al periódico que le pedía que se fuera-, termina de decidirle. Ella es prácticamente la única dirigente regional que no le llamó el lunes. Lo hizo el martes por la mañana, cuando en Génova ya se corría la voz de que Rajoy había cambiado de idea.

Aguirre siempre ha tenido enemigos -el bloque formado por los moderados Arenas, Josep Piqué y Alberto Núñez Feijóo apoyaba una posible operación Gallardón si Rajoy lo autorizaba-, pero su última maniobra, que le llevó a poner encima de la mesa incluso su cargo de presidenta de Madrid, marcó su soledad casi definitiva. "En ningún partido, en éste tampoco, se pueden aceptar chantajes. Gallardón se equivocó al reclamar públicamente un puesto en el Congreso, pero todos sabíamos que la maniobra de Aguirre no iba a quedar impune", sentencia un ex ministro.

Rajoy comprueba que su marcha podía generar una guerra civil dentro del partido que acabara en un congreso a cara de perro. "Ha quedado en evidencia que Aguirre no tiene más respaldo que el de su propia organización. Se iba a montar un gran lío", asegura un dirigente de Génova. "Rajoy ha querido evitar el follón interno. Los dirigentes regionales teníamos miedo de que hubiera una crisis tipo Almunia. La decisión evita el follón. Cuando estaba Aznar había dos sucesores, Rajoy o Rato. Ahora no es así, sobre todo porque ninguno de los posibles está en el Congreso, y eso lo complica todo. Tener cuatro años al jefe de la oposición fuera del Congreso es un problema grave", sentencia otro de los barones más relevantes.

"Más allá de Madrid, todo es provincia, como decía Ortega. Pero es que más allá de Madrid, el partido también tiene mucha fuerza. Y Aguirre sólo tiene Madrid", sentencia otro diputado. Un ex ministro recuerda que en 1987, cuando el madrileño Miguel Herrero de Miñón, un hombre que presumía de ser interlocutor del Papa, parecía destinado a ser el líder natural de la derecha, con el apoyo del aparato, "llegó un paleto cordobés", Antonio Hernández Mancha, y se hizo con el partido, aunque después fracasara. "Fue una prueba de que las provincias cuentan, y mucho. Lo que sucedió el lunes ha vuelto a demostrarlo". "Lo determinante es el apoyo territorial. Esto es un partido, y la gente de peso le convenció de que siguiera", concluye otro diputado marianista. "La verdad es que el lunes los barones hablaron más en contra de Aguirre que a favor de Rajoy", conceden los defensores de la presidenta.

Rajoy pasa todo el lunes con esa buscada soledad del jefe, sin confiarse con nadie, sin tranquilizar a nadie. Sólo con sus dudas, se marcha a su casa, el lugar donde trabaja siempre que puede, donde preparó los dos debates televisivos con Pedro Arriola. El lunes del susto y la revuelta de los capitanes pasa, y llega el martes decisivo. De nuevo, los dirigentes desayunan con el mismo periódico reclamando lo mismo, la misma radio y la misma televisión pública presidida por el ex jefe de prensa de Aguirre, que esta vez ha organizado una encuesta ¿Debe seguir Mariano Rajoy al frente del PP?

En los mentideros populares comienza a correr la idea de que el líder ha cambiado de opinión. Aunque nadie lo tiene del todo claro. Y menos cuando, a las cinco, empieza la reunión en Génova. La cara de Rajoy es un poema. El equipo de prensa siempre organiza dos turnos de los llamados mudos al empezar un cónclave. Primero entran los fotógrafos, que ven y captan rostros de derrota sin paliativos. Pero después llegan las cámaras. Como un resorte, muchos dirigentes se ponen a aplaudir. ¡Sólo para las cámaras! Hasta el punto de que los fotógrafos se enfadan, porque ellos también quieren la foto del aplauso.

El líder está enfadado. "Su intervención fue más explícita y desafiante que otras veces", recuerda uno de los que mejor le conocen. La mayoría cree que el jefe cambió de opinión. Sin embargo, algunos de los suyos quieren ver en la actitud de Rajoy al Rey Lear de Shakespeare, que le pregunta a sus tres hijas cuánto le quieren para decidir cómo reparte su reino. Pero Rajoy, corrigen, es gallego y no británico. Por eso, en vez de optar enseguida por los más aduladores de entre sus herederos y equivocarse, como Lear, espera en silencio. "Dejó que todo el mundo se retratara", cuenta uno de sus próximos, y al final entra a matar con un discurso durísimo, pese a la ironía, que todos en el partido han interpretado como un traje cortado a medida para Esperanza Aguirre. "En política he conocido a gente de primera y algún personaje pintoresco. Os muestro a todos mi agradecimiento. La intesidad os la dejo a cada uno", llega a decir frente a todos los barones y la gente que pinta algo en el partido.

Está agresivo, incluso chulesco, utilizando una retranca que domina y que ha ido aumentando en intensidad hasta acercarse al desaire. Deja a todo el mundo planchado con un estilo particular que lleva el suspense al límite. Hace pensar a todos que se marcha, hasta que al final sorprende: "Por cierto, yo me voy a presentar". "Cogió con el pie cambiado a más de uno, que ya se estaba repartiendo los restos", asegura uno de los barones.

Todos entienden sus dagas nada sutiles contra Aguirre, sobre todo ella. Y contra su entorno mediático. El líder gallego llega a decir: "Me presento porque el PP es independiente, también de algunos que se creen muy influyentes y se ha demostrado que no lo son tanto, digan lo que digan, aunque sea desde televisiones públicas". Nunca había sido tan explícito contra Telemadrid.

Pero no se queda ahí. También dice: "Hoy no voy a hablar de Romanones". Es otra referencia clara a Aguirre. El día que a Rajoy le tocó presentar la biografía autorizada de la presidenta de Madrid, en la que se dedican 50 páginas a criticar a Gallardón, el líder del PP contó que, cuando le explicaron la polémica, salió de su despacho en el Congreso, se topó con el busto del conde y se acordó del "¡Joder, qué tropa!" que pronunció Romanones cuando se enteró de que, a pesar de que varios miembros de la Academia le habían prometido su voto, no había obtenido finalmente ni un solo respaldo.

Las pullas contra Aguirre continúan en la rueda de prensa. ¿Se siente incómodo ante la posibilidad de que Aguirre se enfrente a usted en el congreso de junio?, le preguntan. En vez de negar esa posibilidad y recordar que la presidenta de Madrid le acababa de ofrecer públicamente su apoyo, Rajoy entra al trapo para lanzarle otro dardo chulesco: "A estas alturas de mi vida me siento incómodo con muy pocas cosas". Por si fuera poco evidente la distancia y el enfado general con la presidenta, en la reunión, en la que Aguirre habla la última, no recibe ni un solo aplauso, a pesar de mostrar sin matices su apoyo al líder.

A la tesis de que Rajoy pensó seriamente en dejarlo y cambió de opinión al ver la guerra que dejaba contribuye una confesión propia, hace menos de un mes, en la revista Telva. El líder del PP contó que en 2004, tras una humillante e inesperada derrota de un partido que venía de la mayoría absoluta, pensó en dejarlo. "Me planteé si era bueno o malo que siguiera al frente del PP. Para aclarar mis dudas hablé con mucha gente: todos me pedían que siguiera. Estoy muy contento de haber decidido seguir".

No era la primera vez que se planteaba estas cosas en su vida. Rajoy lleva en política desde 1981, pero siempre dice que no la necesita para vivir. Es registrador de la propiedad, y desde hace 20 años le espera su puesto en Santa Pola (Alicante). Era septiembre de 1987. Rajoy, a sus 32 años, llevaba un año y tres meses como vicepresidente de la Xunta. Pero el carácter pausado del líder del PP chocó con un torrente colérico e imprevisible llamado Manuel Fraga. Se pelearon, y él decidió, por primera y única vez en su vida política, mandarlo todo al cuerno. Reclamó su plaza de registrador y se fue a vivir a Santa Pola. Quedó claro entonces que él no necesitaba la política para vivir. Pero sí para disfrutar. No aguantó ni nueve meses. En mayo de 1988 ya estaba otra vez en Galicia como secretario general de AP en esa comunidad. Francisco Álvarez Cascos, que buscaba jóvenes talentos por toda España para construir el nuevo partido a las órdenes de José María Aznar, le fichó, y en 1990 se convirtió en vicesecretario general del PP.

El mismo Fraga que le hizo mandar todo al garete al principio de su carrera, se sentó a su lado el martes, 21 años después; le escuchó pacientemente, y cuando terminó de contar que se quedaba, le habló como un padre: "Mariano, te agradecemos mucho la decisión que has tomado, aunque sabemos que el cuerpo te pedía otra cosa".

Aguirre no tiene ninguna intención de presentarse contra Rajoy en el congreso de junio. Sería suicida, porque él tiene todos los resortes del poder territorial. Ella tenía una estrategia preparada para un congreso contra Gallardón -que se ha colocado enseguida junto al líder-, no contra Rajoy, asumen en su entorno. Pero muchos dirigentes dentro del PP coinciden en que el camino que le queda por delante a Rajoy, tanto dentro como fuera del partido, promete ser durísimo.

"Va a ser un infierno. Cada vez que falle en algo, la Cope y El Mundo le van a recordar que tenía que haberse ido. Y dentro hay más marejada de la que parece", sentencia un barón. Otro dirigente histórico cree que el líder puede haber pecado de egoísmo o exceso de optimismo. Su valoración en las encuestas, recuerda, no es buena, y por mucho que quiera responsabilizar de todo a la imagen de Ángel Acebes y Eduardo Zaplana -el segundo ha anunciado que será diputado raso, en un gesto reconocido por todos sus compañeros-, es probable que Zapatero aprenda de sus errores -aunque tendrá que enfrentarse a una crisis económica, matizan-, mientras Rajoy, en la oposición, tendrá mucho más difícil recuperarse. Nadie sabe responder a la pregunta clave: ¿será realmente el candidato en 2012? "Cuatro años son muy largos. Si empieza a perder debates del estado de la nación y las encuestas nos van fatal, ya veremos; pero él parece decidido a seguir", sentencia un veterano diputado.

¿Qué está pidiendo entonces Rajoy a los suyos? ¿Un suicidio? No, dicen en su entorno, está tratando de evitar el caos, y reclamando fidelidad máxima y unidad total para tratar de ganar en 2012. ¿Cómo? "Ha habido muchas personas, sobre todo en Cataluña, que más que votar al PSOE han votado para que no gane el PP. Hay que trabajar para convencerles de que no lo vuelvan a hacer", explicó el líder el martes. Ésa será la clave de su tercer intento.

Eso, hacia afuera. Porque para reflejar lo que le está pidiendo al partido, la fidelidad absoluta, algunos recuperan un momento mítico en la historia de las aventuras. Es el anuncio que publicó Ernest Shackleton en los periódicos británicos reclamando voluntarios para una expedición a la Antártida en 1914: "Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito".

Ángel Acebes, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón y eduardo Zaplana escuchan un discurso de Mariano Rajoy el pasado diciembre.
Ángel Acebes, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón y eduardo Zaplana escuchan un discurso de Mariano Rajoy el pasado diciembre.BERNARDO PÉREZ

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