_
_
_
_
_
Reportaje:EL DIÁLOGO CON ETA

Relato de un diálogo truncado

Testimonios y actas. Reconstrucción del proceso fallido

Luis R. Aizpeolea

A primera hora de la mañana del 30 de diciembre de 2006 habían quedado citados el portavoz de Batasuna, Arnaldo Otegi, y el presidente del PSE e interlocutor del Gobierno con ETA, Jesús Eguiguren, en su lugar habitual de encuentro, el caserío Txillarre de Elgoibar (Guipúzcoa). Cuando llegaron a la cita acababan de enterarse de una tremenda explosión en la T-4 de Barajas sobre cuya autoría, la de ETA, no había dudas.

A primera hora de la mañana de ese día se desconocía la existencia de víctimas -horas más tarde se supo que entre los escombros habían quedado atrapados los inmigrantes ecuatorianos Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate-, lo que permitió a Otegi, nervioso, decir a Eguiguren que el atentado no tenía por qué significar la ruptura del proceso de final dialogado del terrorismo, iniciado oficialmente el 22 de marzo de ese año, con la declaración de tregua permanente de ETA.

La ausencia de Ternera en la delegación de ETA fue un mal augurio para los representantes del Gobierno
ETA pretendió lograr un acuerdo político, previo a la negociación paz por presos. Eso fue el germen de su fracaso
Horas después de que un comando robara un lote de armas en Francia, hubo una "reunión técnica" a propuesta de la banda
El Gobierno propuso a ETA la posibilidad de retomar el proceso si condenabaa el atentado de la T-4. El Ejecutivo no lo consiguió
La banda atentó contra la T-4 para presionar al Gobierno por no aceptar un referéndum de unidad entre Navarra y Euskadi
El proceso le enseñó a Batasuna que la proximidad con ETA ponía en riesgo su proyecto político
El proceso dividió a la cúpula de ETA entre los seguidores de Thierry, jefe del aparato político, y Txeroki, líder militar
Es difícil cuestionar que el alejamiento de Sortu, que marca el fin de ETA, es consecuencia del frustrado proceso
Más información
Una pregunta impertinente
ETA mintió en Argel
"Por el aviso del Faisán hay encausado casi un jefe de seguridad del PSOE"
"Las reuniones deben ser secretas, hay voluntad de seguir"
"Hemos despreciado el poder del Gobierno y al final nos la ha clavado"
El actual jefe de ETA expulsó a los negociadores de la tregua "por cobardes"
El jefe de la oposición obvia pasajes de las actas que muestran que se habló de política
El jefe de la oposición obvia pasajes de las actas que muestran que se habló de política

Eguiguren era más pesimista. Había estado sentado con ETA 15 días antes y estaba convencido de que aquel atentado era el fin del proceso.

Ciertamente, aquel 30 de diciembre de 2006, el proceso estaba en las últimas. Entre el 11 y el 15 de diciembre se habían reunido en un hotel de Oslo representantes del Gobierno y de ETA, protegidos por agentes noruegos y convocados por el Centro de Diálogo Henri Dunant, una organización, formada por exdiplomáticos, la mayoría procedentes de la ONU, especializada en la resolución de conflictos. Con sede en Ginebra, y aunque fundada en 1999, contaba con un amplio historial. Sin vinculación política con ningún Estado, su financiación procede de los países escandinavos, Suiza, Reino Unido y la Unión Europea.

El 11 de diciembre de 2006, el centro Henri Dunant había convocado la tercera tanda de reuniones desde que ETA declaró la tregua el 22 de marzo anterior. Había habido otras dos tandas en junio y septiembre.

Por parte del Gobierno acudieron a la cita de diciembre Jesús Eguiguren y el catedrático de Derecho Penal y hoy vocal del Consejo General del Poder Judicial Manuel Gómez Benítez. Por parte de ETA se presentaron a la cita Javier López Peña, Thierry, jefe del aparato político de ETA; Juan Carlos Yurrebaso, Robert, veterano militante de ETA, e Igor Suberbiola, Jack, un joven de 28 años, encarcelado por orden del juez Garzón en 2001, procedente de la kale borroka, que había huido a Francia tras cumplir condena.

La ausencia en la delegación de ETA de Josu Urrutikoetxea, Josu Ternera, fue un mal augurio para los representantes del Gobierno porque Ternera, que había acudido a las reuniones de junio y septiembre, era quien conocía la hoja de ruta del proceso. Al Gobierno le constaba que el veterano dirigente etarra, con mucho ascendiente en la banda, pretendía terminar con el terrorismo.

Ternera también estaría ausente del último encuentro entre el Gobierno y ETA celebrado en dos tandas en mayo de 2007, en un hotelito de Ginebra, tras el atentado de la T-4 de Barajas. Celebrado en estricto secreto y negado por sus interlocutores en su momento, fue reconocido meses después por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

Aquel encuentro fue auspiciado por el Sinn Fein irlandés y el entonces primer ministro británico, Tony Blair. Blair convenció a Zapatero de la conveniencia de hacer un último esfuerzo con el argumento de que ETA iba a plantear una propuesta nueva que podía cambiarlo todo. La delegación gubernamental acudió, con mucho escepticismo, al encuentro. En ese momento, el Gobierno estaba empeñado en ganar la batalla de opinión, sobre todo en el País Vasco, y demostrar que era ETA quien se levantaba de la mesa y no el Ejecutivo. La propuesta de ETA fue un fiasco, pero el Gobierno logró su objetivo: nunca hasta entonces, los abertzales vieron con tanta claridad el nivel de fanatismo e intransigencia de ETA. Fue el comienzo del alejamiento entre ETA y Batasuna que hoy augura el fin del terrorismo.

Tanto en el encuentro de diciembre de 2006 como en el de mayo de 2007, que originó la ruptura definitiva de la tregua por parte de ETA, los interlocutores del Gobierno comprobaron que la banda, sin Josu Ternera y con Thierry al frente, tan intransigente como fanfarrón, se saltaba la hoja de ruta en que se basó la tregua de ETA de marzo de 2006, acordada por Josu Ternera y Eguiguren en los meses previos a la misma.

EL INICIO DEL PROCESO

Eguiguren y Josu Ternera iniciaron las conversaciones en junio de 2005 en Ginebra y las continuaron en Oslo en noviembre de ese año. Aquellas reuniones fueron precedidas de un trabajo informal -actuaban a título personal- de Eguiguren y Otegi, iniciado en 2002, en el que coincidieron en la necesidad de acabar con la violencia mediante el diálogo. ETA, al contrario que ahora, disponía de fuerza -en los tres años posteriores a la ruptura de la tregua de Lizarra, en 2000, asesinó a 50 personas- y apostaron por preparar el terreno para un nuevo proceso entre el Gobierno y la banda.

Los contactos de Eguiguren y Otegi se producían, además, mientras en Irlanda del Norte avanzaban las negociaciones de paz de tal manera que culminarían en 2007 con un hecho impensable: el Sinn Fein de Gerry Adams y sus enemigos irreconciliables, los extremistas protestantes del reverendo Ian Paisley, compartiendo Gobierno.

La clave que permitió avanzar a Eguiguren y Otegi y favoreció el inicio de la negociación entre Gobierno y ETA fue el análisis crítico de los fracasados procesos conocidos: el de Argel, con Felipe González como presidente del Gobierno, y el de Lizarra, gobernando José María Aznar.

Ambos procesos habían fallado por el intento de ETA de mezclar negociación política con negociación técnica -paz por presos- porque ningún Gobierno estaba dispuesto a negociar políticamente con una banda armada y porque ETA quiso su tutela.

Cuando Eguiguren y Otegi comprobaron que tenían base suficiente, lo notificaron: el primero, a través de intermediarios, a Zapatero, que acababa de ganar las elecciones de 2004; y el segundo, a ETA.

En agosto de 2004, la banda envió una carta a Zapatero y el Ejecutivo no la respondió hasta que tuvo algunas garantías. La más importante fue que ETA llevaba casi dos años sin matar. Pero, además, Otegi había proclamado públicamente, en una asamblea de Batasuna, en noviembre de 2004, la separación de ETA del diálogo político.

También contaba el efecto mimético en Batasuna del proceso irlandés, del que Zapatero era informado por Tony Blair, que, implicaba, además, que ETA quedaba como banda terrorista residual en Europa, compitiendo con Al Qaeda.

El proceso de conversaciones entre Ternera y Eguiguren se materializó en una tregua de ETA en marzo de 2006 y en una hoja de ruta. Esta estaba inspirada en el Pacto de Ajuria Enea de enero de 1988, acordado por todos los partidos democráticos vascos, y se actualizó con una resolución del Congreso de los Diputados, en mayo de 2005, que contó con el aval de todos los partidos representados, a excepción del PP. Esta decisión del PP dañó el proceso al situarse el primer partido de la oposición, con un gran apoyo mediático, abiertamente en contra.

La iniciativa la tomó el portavoz del PSOE en el Congreso, Alfredo Pérez Rubalcaba, que un año después, en abril de 2006, sería designado por Zapatero ministro del Interior, desde donde supervisó el proceso. También había estado al tanto de los pasos previos de Ginebra y Oslo.

La hoja de ruta estableció dos carriles. Por un lado, el Gobierno y ETA se responsabilizaban del binomio paz por presos. Y, por otro, el PSE y Batasuna impulsarían una mesa de partidos para resolver el futuro político de Euskadi desde la legalidad, con la previa asunción por Batasuna de la Ley de Partidos. Esta renunciaba a imponer el derecho a la autodeterminación y la exigencia sobre Navarra, mientras el PSE y PNV estaban dispuestos a una reforma del Estatuto de Gernika. Eran carriles distintos e independientes entre sí, según las bases acordadas.

Pero aquel proceso que se inició oficialmente con la tregua de marzo de 2006, y se ajustaba a la legalidad, no llegó a arrancar. El Gobierno intentó desde el comienzo avanzar en el compromiso de ETA con el fin de la violencia a cambio de negociar la situación de los presos. Pero las pretensiones de ETA fueron otras: lograr un acuerdo político, previo a la negociación paz por presos. Ahí estuvo el germen de su fracaso.

PRIMER ENCUENTRO GOBIERNO-ETA

JUNIO DE 2006

Se comprobó desde el primer encuentro tras la tregua, celebrado los días 22 y 23 de junio en Ginebra y Lausana. La cita la fijó el centro Henri Dunant y acudieron por parte de ETA Ternera y Juan Carlos Yurrebaso. La representación gubernamental corrió a cargo de Eguiguren y Javier Moscoso, exdiputado de UCD, exministro de la Presidencia con Felipe González, exfiscal general del Estado y exvocal del Poder Judicial.

La reunión estuvo dominada por las quejas de ETA por los incumplimientos del Gobierno. Entregaron un documento con el número de detenciones de etarras y protestaron por las dificultades de Batasuna para ejercer su actividad. El Gobierno respondió que la actividad judicial era independiente.

Según los documentos incautados a ETA, las denominadas actas de las reuniones, reveladas esta semana por EL PAÍS, la delegación de la banda se quejó por la detención de los miembros de una presunta red de apoyo a la extorsión de ETA en torno al bar Faisán, de Irún. La respuesta de la delegación gubernamental fue en clave negociadora. Dijo que no habían podido pararlo porque era una decisión judicial. Uno de los negociadores gubernamentales asegura que Ternera desconfiaba de esa red porque creía que en ella había confidentes policiales.

Tras la reunión, el Gobierno intentó suavizar la tensión acelerando la hoja de ruta. Cuatro días después, Zapatero oficializó el proceso en el Congreso, en una declaración -contaba con el apoyo previo de una resolución parlamentaria-. A la semana siguiente, una delegación del PSE -Patxi López y Rodolfo Ares- se reunió en San Sebastián, públicamente, con otra de Batasuna -Otegi, Rufi Etxeberria y Olatz Dañobeitia-.

La esperanza del Gobierno, al llegar el verano, era que Batasuna cumpliera con los requisitos de la Ley de Partidos y se legalizara y, a la vez, lograr que las conversaciones con ETA avanzaran en el cese definitivo de la violencia. Todo ello estaba previsto en la hoja de ruta acordada por el Gobierno y ETA con la declaración de la tregua.

Pero no pasó nada de eso. Ni Batasuna acudió al registro de partidos -luego se supo que ETA se lo impidió- ni la banda quiso reunirse con el Gobierno. El 16 de agosto ETA reconoció la crisis del proceso a través de un comunicado.

ETA, como ha podido conocerse después, pretendía cambiar la hoja de ruta y tratar de lograr un compromiso político con los partidos y el Gobierno previo a cualquier avance en el cese definitivo de la violencia.

SEGUNDO ENCUENTRO SEPTIEMBRE

Lo reflejó con claridad el segundo encuentro entre el Gobierno y ETA, convocado por el centro Henri Dunant en Lausana entre el 26 y 28 de septiembre, donde aparecen por vez primera Gómez Benítez, por parte del Gobierno, y Thierry, por parte de ETA. Esta reunión figura en las actas de ETA.

Las reuniones fueron un cúmulo de reproches de ETA a la delegación gubernamental por la continuidad de las detenciones. Los terroristas llegaron a amenazar con la ruptura del proceso. El Gobierno no logró su objetivo: empezar formalmente el proceso para hablar de paz por presos.

Cuando se celebró esa reunión, el PSE, el PNV y Batasuna acababan de iniciar contactos para avanzar en un precuerdo que pusiera en marcha la futura mesa de partidos. El Gobierno se resistía a la petición del Partido Socialista de Euskadi, pero cedió cuando sus dirigentes de este partido le comunicaron que el proceso se rompía.

Entre el 20 de septiembre y el 10 de noviembre, PSE, PNV y Batasuna llegaron a un preacuerdo político, con base legal, tras reunirse intensivamente en un local de la basílica de Loyola (Guipúzcoa), que les cedieron los jesuitas. Pero cuando Batasuna pidió tiempo para consultas se encontró con el rechazo de ETA. La banda exigía a Batasuna la constitución de un Estatuto único para Navarra y País Vasco en dos años, lo que el PSE y el PNV rechazaron. La actitud de ETA no tenía que ver con lo que había acordado en la hoja de ruta. Esto quedó claro para el PSE y PNV, pero, también, para Batasuna.

Antes, el 27 de octubre, al día siguiente de que ETA realizara un robo de pistolas en la localidad francesa de Vauvert, se celebró una "reunión técnica", a propuesta de ETA, en Ginebra. Las actas de ETA la reflejan y admiten la queja del Gobierno por el robo de pistolas. La réplica de ETA introduce un reproche por las detenciones del bar Faisán. La representación del Gobierno respondió, según las actas, que "había un alto policía encausado y casi el jefe de seguridad del PSOE por dar el aviso".

Eguiguren ha manifestado públicamente que del chivatazo del caso Faisán se enteró, como los demás interlocutores, por los medios de comunicación y que la respuesta a ETA en la mesa fue la clásica de una negociación, planteada como una partida de mus, en la que unos tratan de engañar a otros.

TERCER ENCUENTRO / DICIEMBRE

En esas condiciones, el centro Henri Dunant convoca la tercera tanda de reuniones entre el Gobierno y ETA, del 11 al 15 de diciembre, en Oslo, en la que ya no aparece Josu Ternera. La delegación gubernamental sabía que, tras lo sucedido en Loyola, el proceso estaba casi roto.

La reunión, tormentosa, aparece recogida en las actas de ETA. Thierry denunció los incumplimientos del Gobierno y rompió abiertamente con la hoja de ruta del proceso al señalar que la mesa de partidos era el gerente mientras el Gobierno y ETA eran sus garantes. Con ello, ETA se arrogaba la representación política del proceso. Así se lo hizo saber la delegación gubernamental, con lo que el centro Henri Dunant suspendió la sesión en medio de mucha tensión.

No obstante, al día siguiente, 12 de diciembre, la delegación gubernamental, en un intento de recomponer la situación, planteó que si ETA estaba dispuesta a un cese definitivo de las armas, el Gobierno estaría dispuesto a acercar presos de ETA al País Vasco y estudiar el caso de los enfermos -se puso sobre la mesa un listado de siete- y de las presas que son madres.

Thierry pidió en ese momento la retirada de la Ley de Partidos, algo que nunca, hasta entonces, había puesto ETA sobre la mesa. Al interrumpirse la reunión, al mediodía, Thierry pidió un encuentro por separado con Eguiguren.

Almorzaron en las proximidades del hotel de Oslo en que se celebraban los encuentros y les atendió un camarero valenciano que no se enteró de quiénes eran. Eguiguren preguntó a Thierry por la ausencia de Josu Ternera y el nuevo jefe político de ETA no contestó. Aclaró que él asumía todo el poder y no le dio importancia a la denuncia de Eguiguren de que había roto la hoja de ruta pactada en Ginebra y Oslo.

Thierry era un personaje que nada tenía que ver con Josu Ternera, según fuentes de la negociación. Mientras este último era discreto y serio, Thierry era fanfarrón, un auténtico bocazas, que pasaba de la mayor afabilidad a la mayor irritación.

La conversación con él era imposible. Si la delegación gubernamental le planteaba las enormes dificultades que había para adoptar beneficios penitenciarios para los presos, respondía que para ETA tenía preferencia el que había matado sobre el que había quemado un autobús.

Thierry, ya sin tapujos, pretendió un acuerdo político con el Gobierno como condición previa, consistente en un Estatuto único para Navarra y el País Vasco. La delegación del Gobierno le dijo que no. Aún hubo reuniones el 14 y 15 de diciembre. Thierry insistió en el acuerdo político. La delegación gubernamental contraatacó con la propuesta de realizar movimientos de presos si ETA avanzaba en el cese definitivo de las armas. Pero era un diálogo de sordos.

Pero, curiosamente, el centro Henri Dunant, al acabar las reuniones, hizo una valoración que sorprendió a todos, a la delegación gubernamental y a la de ETA. Calificó el encuentro de "positivo" porque las posiciones habían sido claras, se habían tocado todos los temas y había habido propuestas concretas. Henri Dunant citó a las dos delegaciones para enero, con la "esperanza de avanzar en una visión compartida".

En esta visión esperanzadora del centro Henri Dunant radica, posiblemente, el panorama optimista del proceso que ofreció Zapatero en la rueda de prensa ofrecida en La Moncloa el 29 de diciembre, un día antes al atentado de la T-4. "Dentro de un año estaremos mejor que hoy", dijo entonces.

Otegi también tuvo una visión pesimista de esa reunión. La información del proceso procedente de Thierry estaba teñida por alguien que apostaba por la ruptura. Lo que también se refleja en sus actas.

ATENTADO DE LA T-4 Y ÚLTIMO INTENTO

Tras el atentado de la T-4 y, al conocer que había dos víctimas mortales, el Gobierno dio por roto el proceso. Pero ETA no. Ni Batasuna. Sabían que se abría una batalla de opinión sobre la responsabilidad de la ruptura de un proceso que había suscitado muchas esperanzas de final del terrorismo.

En abril, ETA pidió por carta a Zapatero reanudar el diálogo. No hizo caso. Pero, al poco, el centro Henri Dunant, el Sinn Fein y el propio Tony Blair informan a Zapatero de que ETA tiene una nueva propuesta que puede ser importante.

La estrategia del Gobierno pasa, en ese momento, por ganar la batalla de la opinión a ETA, sobre todo en el País Vasco. Quiere dejar claro que ha sido ETA quien ha roto y no el Gobierno, sabiendo, además, que existe un gran malestar en las bases abertzales contra ETA por el atentado de la T-4.

En esas condiciones, acepta el encuentro que el centro Henri Dunant convoca del 14 al 16 de mayo en un hotelito de Ginebra, que recoge las actas de ETA. La cita tendría una segunda parte celebrada entre el 18 y 21 de mayo. Además de las representaciones del Gobierno y ETA, las mismas que de diciembre, así como de Batasuna y el PSE, que se reunieron aparte, acudieron a la cita un asesor de Blair, Jonathan Powell, experto en el proceso de paz irlandés, y un representante del Sinn Fein, Gerry Kelly.

La propuesta de ETA fue un fiasco. Lo que pretendía Thierry fue que la representación del Gobierno asumiera un referéndum sobre el estatuto único para Navarra y el País Vasco en el plazo de dos años. ETA puso sobre la mesa la misma propuesta que había roto las conversaciones de Loyola. ETA debía pensar que ante la inminencia de las elecciones municipales -que se celebraban la semana siguiente-, el Gobierno cedería. Thierry hizo referencia, incluso, a la fuerte oposición del PP al proceso que, para esos momentos, ya había convocado cinco manifestaciones callejeras para protestar contra el mismo. Pero la representación gubernamental se negó en redondo.

Antes, el Gobierno propuso a ETA la posibilidad de retomar el proceso bajo dos condiciones: que condenara el atentado de la T-4 y se comprometiera públicamente al cese definitivo de la violencia. No lo logró.

Al final fue ETA la que se levantó de la mesa al presentar un manifiesto con el que trataba de justificar la ruptura. Dos semanas después, una vez celebradas las elecciones municipales, el 5 de junio, ETA declaró oficialmente la ruptura de la tregua.

CONSECUENCIAS DE LA RUPTURA

Para la delegación gubernamental, el proceso fracasó desde el comienzo. Ni siquiera arrancó como tal porque Batasuna y ETA llegaron con visiones distintas al proceso. Y se rompió en el verano de 2006, aunque se formalizara en junio de 2007, porque se impuso en ETA la posición contraria al proceso que lideraba Thierry contra Ternera.

Esta tesis la corroboró el propio Thierry en sus papeles, incautados por la policía. Thierry fue crítico con la gestión inicial que hicieron del proceso Otegi y Josu Ternera, a los que acusó de no haber priorizado con claridad los acuerdos políticos. Además, la hoja de ruta pactada entre el Gobierno y ETA fue un procedimiento y no un pacto político cerrado, como pretendía Thierry.

Todo ello, según los escritos incautados a Thierry, dio pie a que el Gobierno planteara el proceso en términos de paz por presos. Thierry admite que por eso rompió ETA y señala que la banda terrorista atentó contra la T-4 para presionar al Gobierno al no aceptar este la propuesta de un referéndum de unidad entre Navarra y País Vasco en el plazo de dos años. El dirigente etarra confiesa las disensiones con Batasuna en las conversaciones de Loyola y cómo el atentado de la T-4 supuso una desafección en la izquierda abertzale respecto a ETA.

DIFERENCIAS ETA-BATASUNA

Tras la ruptura de la tregua, ETA abrió un proceso asambleario entre el otoño de 2007 y junio de 2008, que culminó con la decisión de seguir con los atentados. ETA, en su delirio, concluyó que una de las causas del fracaso había consistido en no sentarse "con muertos en la mesa de negociación".

Pero Batasuna siguió otro camino. Abrió una reflexión para abandonar la violencia porque el proceso le enseñó que por esa vía no tenía futuro y que su proximidad con ETA ponía en riesgo su proyecto político.

Contribuyó aún a exacerbar esas contradicciones los sucesivos éxitos del Gobierno en la lucha antiterrorista. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, dio la consigna a las Fuerzas de Seguridad de que no bajaran la guardia contra ETA durante la tregua. No quería que se repitiera lo sucedido al romperse la tregua anterior, cuando gobernaba José María Aznar, que ETA protagonizó una campaña de asesinatos en la que mató a 50 personas en tres años.

No solo hubo detenciones sino que siguió intensivamente la labor de investigación policial. Rubalcaba había vaticinado antes del proceso que el Estado ganaba de todas todas: si ETA se hubiera plegado en la mesa de diálogo, bien; y si no, también, porque la ruptura del proceso le debilitaría aún más.

El resultado fue que en dos años las Fuerzas de Seguridad desarticularon a los cinco comandos que ETA tenía preparados para actuar y en tres detuvo a tres cúpulas enteras de la banda. Entre ellos, todos los interlocutores que participaron en las conversaciones con el Gobierno en el proceso de diálogo, con la única excepción de Josu Ternera.

La cadena de detenciones, junto a la decisión de ETA de mantener los atentados, reforzó aún más la posición de la cúpula de Batasuna de distanciarse de la banda. Además, Batasuna sabía que el propio proceso había dividido a la cúpula etarra entre los seguidores de Thierry, jefe del aparato político, y los de Txeroki, jefe del aparato militar, llegando a expulsarse mutuamente.

Batasuna comprobaba que ETA, tras la ruptura del proceso, entraba en estado de descomposición, con una dirección enfrentada y muy debilitada por la presión policial. El problema se le agrava cuando en junio de 2009 el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, al que había apelado tras su ilegalización, ratifica su ilegalización al identificarle con ETA.

En ese momento, Batasuna decide alejarse de ETA, aunque ya había tenido algunos enfrentamientos que había ganado. En las elecciones vascas de 2003 ETA quiso imponer la abstención, mientras Batasuna ganó su apuesta por el voto nulo. Se repitieron las diferencias con las europeas de junio, en que ETA quería una candidatura abertzale y Batasuna impuso la Iniciativa Internacionalista, que encabezó Alfonso Sastre.

Un texto incautado por la policía a ETA a finales de ese año recoge los recelos de la banda terrorista hacia una izquierda abertzale que le disputa la vanguardia del llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco.

Ante la situación creada, la izquierda abertzale relanza una nueva estrategia: un polo soberanista, que agrupe al independentismo y apueste exclusivamente por vías pacíficas, con expreso rechazo de la violencia. Encabezan el movimiento los perdedores políticos del proceso de paz: Arnaldo Otegi, Rufi Etxeberria y Rafael Diez Usabiaga.

Pero los líderes de la izquierda abertzale, basándose en la experiencia del proceso, deciden que sean las bases de la izquierda abertzale las que se pronuncien por el nuevo proyecto de alejamiento de ETA. Entre noviembre de 2009 y febrero de 2010 abren un proceso asambleario que culmina con una votación del 80% a favor del nuevo proyecto. Otegi ha reconocido posteriormente que si hubieran procedido igual en el proceso de paz, este no se hubiera frustrado.

El alejamiento continúa y el nuevo partido, Sortu, presentado el 7 de febrero, que en sus estatutos rechaza con nitidez la violencia de ETA, lo consagra. Y es difícil cuestionar que ese alejamiento, que marca el fin de ETA, sea consecuencia del frustrado proceso. -

El aparcamiento D de la T-4 de Barajas, tras el atentado en 2006.
El aparcamiento D de la T-4 de Barajas, tras el atentado en 2006.CLAUDIO ÁLVAREZ
José Luis Rodríguez Zapatero con el entonces primer ministro británico Tony Blair, en 2006, durante una  visita del mandatario a Madrid.
José Luis Rodríguez Zapatero con el entonces primer ministro británico Tony Blair, en 2006, durante una visita del mandatario a Madrid.ULY MARTÍN

La negociación de Lizarra y las actas que Aznar no necesitó desmentir

El 13 de mayo de 1999 se reunió en la localidad suiza de Vellvey una importante representación del Gobierno de José María Aznar -el secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos; el secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, y el asesor presidencial, Pedro Arriola- con otra de ETA, encabezada por Mikel Antza, con Belén González Peñalba-, más la presencia mediadora del entonces obispo de Zamora, el vasco Juan María Uriarte. Aquella reunión fue propiciada por el propio Aznar cuando en noviembre de 1998 expresó su disposición a abrir un diálogo con ETA, que tardó seis meses en materializarse, aunque antes de las Navidades de 1998 hubo otro encuentro entre la misma representación gubernamental y otra de Batasuna, con Arnaldo Otegi y Rafael Díez Usabiaga.

ETA, que había asesinado hasta el mes de junio -el último fue el de un concejal del PP de Rentería- estaba en tregua desde septiembre. Una tregua basada en un pacto soberanista entre todos los partidos nacionalistas vascos, incluido el PNV.

El Gobierno de Aznar, que regaló a ETA una denominación que ningún gobernante ha osado utilizar, Movimiento Vasco de Liberación Nacional, quiso jugar su papel. De ahí que propiciara el encuentro con ETA, cuyo objetivo era lograr paz por presos. Las actas, publicadas en 2000 por ETA, al romperse aquel proceso, no fueron desmentidas por el Gobierno de Aznar. Tampoco le hizo falta porque ningún partido se lo reprochó, incluido el PSOE, cuyo secretario general era entonces Joaquín Almunia. Todos los partidos apoyaron a Aznar en aquel proceso, a diferencia de lo que el PP hizo cuando Zapatero se arriesgó en 2006 con un nuevo proceso. Según las actas de ETA del proceso de paz de 1999, la representación de Aznar dijo a la banda terrorista que no pretendía su derrota: "Hemos hecho un esfuerzo para asumir la lógica del otro y dentro de esa lógica no pensamos que ETA se va a rendir. Sabemos que ETA tiene todavía capacidad mortífera. No pensamos que lo que nosotros les podamos decir sobre la lucha armada, sobre la violencia, pueda modificar actuaciones de la organización. Esa es la lógica de esta interlocución. Hemos hecho un esfuerzo. No venimos a la derrota de ETA".

En otro momento, la representación de Aznar, en contradicción con sus postulados, admite la existencia de un conflicto político en Euskadi: "Si Aznar no admitiera la existencia de un conflicto que es evidente, pues no hay más que ver la historia y las hemerotecas, no estaríamos aquí".

En otro momento abre la puerta a la negociación política cuando, tras descartar el derecho a la autodeterminación, sí admite que "la Constitución española no es inamovible. Tampoco, creo, los estatutos. Existen vías de cambio que no conozco en detalle".

El ex presidente Aznar ha mantenido posteriormente que el papel de la delegación gubernamental que envió para hablar con ETA -de muy alto nivel político en contraste con la de Zapatero- se limitó a preguntar si abandonaban las armas, y que como la representación etarra dijo que no, los representantes de Aznar se fueron.

Las actas no desmentidas no reflejan esa determinación sino todo lo contrario. Pero, además, tras la reunión, el Gobierno de Aznar contaba con otro encuentro con ETA en agosto, como admitieron los interlocutores gubernamentales. Pero, a fines de ese mes, ETA envió una carta anulándolo. Para ese momento flaqueaba el acuerdo de Lizarra con los nacionalistas y la banda terrorista no tuvo interés en seguir hablando con el Gobierno. Aznar intentó, como antes Felipe González y después Zapatero, un proceso de negociación de paz por presos, inspirado en el Pacto de Ajuria Enea, que fracasó como los demás.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_