_
_
_
_
_
LECTURA

Surfeando en las nubes

Son casi una secta. Y cada vez hay más. Los observadores de nubes no se paran en gastos o molestias para satisfacer su pasión. Como la de Gavin Pretor-Pinney, fundador de la Cloud Appreciation Society, autor de la 'Guía del observador de nubes', que Salamandra publicará próximamente

Hace unos años, estaba pasando el rato mirando las fotos de un libro de nubes (lo que supongo que, para el observador, es el equivalente de leer la revista Heat), cuando me encontré con la fotografía de una nube distinta a cuantas había visto hasta entonces. La foto aérea mostraba una nube baja larga y lisa, con forma de tubo, que parecía un rollo blanco de merengue y se extendía de una punta a la otra del horizonte, con cielos despejados por delante y por detrás. Se había formado sobre un terreno de aspecto exótico con ríos tortuosos y manglares. Sabía que se la clasificaría como una "nube ola", una formación particular del género estratocúmulos, pero me pareció casi demasiado sublime para agruparla con cualquiera de las nubes corrientes. El realidad, el pie de foto explicaba que tenía un nombre propio, la Gloria Matutina, que "transmite la sensación de euforia que su paso produce".

Intrépidos pilotos de planeador recorren cada año Australia para encontrar la Gloria Matutina
Esa nube puede extenderse casi mil kilómetros (tanto como Gran Bretaña) y moverse a 60 km/h
"Puedes meter la punta del ala, hacer acrobacias y rizar el rizo de la nube", asegura Rick Bowie
Yo había cruzado el mundo para encontrar esa nube y, por fin, ahí estábamos, cara a cara

Un observador de nubes no debe pasarse la vida mirando libros. Así pues, juré, en ese momento y en ese lugar, que averiguaría dónde había más posibilidades de encontrar una Gloria Matutina, y que iría a ver con mis propios ojos aquella nube tan bonita.

Y entonces leí que sólo se forma en una de las partes más remotas de Australia: la zona del golfo de Savannah, en el norte de Queensland, que es más o menos lo más lejos de donde vivo que se puede llegar. Cruzar el mundo entero en busca de una nube era sin duda una misión demasiado ridícula incluso para el más ferviente observador de nubes. Comprendí que a lo mejor me había precipitado un poco con mi juramento.

Sin embargo, cuanto más averiguaba sobre esa nube, más intriga sentía. Me enteré de que la Gloria Matutina puede extenderse casi mil kilómetros (tanto como Gran Bretaña) y moverse a velocidades de casi sesenta kilómetros por hora. Más aún, un pequeño grupo de intrépidos pilotos de planeador recorren todos los años miles de kilómetros a través de Australia con la esperanza de encontrarla. Esperan, durante los meses de primavera de septiembre y octubre, en el minúsculo asentamiento de Burketown, donde suele formarse la nube, con una sola misión: planear sobre la Gloria Matutina. Se considera una de las experiencias más asombrosas para un piloto de planeador, y sólo puede describirse como hacer surf en las nubes.

De pronto Australia ya no me pareció tan lejos.

Las nubes son la más caótica de las manifestaciones de la naturaleza; cuesta predecir con algún grado de certeza hasta la aparición de las más corrientes. Había oído hablar de pilotos que cruzaban Australia entera para hacer surf en esa nube espectacular sólo para regresar unas semanas después sin que su planeador se hubiera levantado apenas del asfalto.

El doctor Doug Christie, de la Escuela de Investigación de Ciencias Terrestres de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, es un experto en "alteraciones de ondas atmosféricas de gran amplitud" (supongo que alguien tenía que serlo) y se lo considera una autoridad mundial en la Gloria Matutina. (...)

Desde que visitó por primera vez Burketown en 1980, Christie ha realizado numerosos experimentos en esa región y ha dado con la explicación más aceptada para el fenómeno de la Gloria Matutina. Según él, la nube se forma en el centro de una enorme "ola solitaria" de aire, que parece originarse con frecuencia sobre la península del Cabo York, en el extremo nordeste del golfo. Esa ola puede viajar como una cresta independiente, cual versión aérea del macareo en el río Severn, en Gran Bretaña. "Es casi seguro que resulta de una colisión de corrientes marinas de aire opuestas sobre el Cabo York -continúa Christie-. Pero no sé si entendemos realmente los detalles de esas alteraciones, pues hay un montón de características desconcertantes. Por ejemplo, se desconoce por qué hay semejante variedad de glorias: unas son sencillamente una o dos olas solitarias, y otras, una amplia sucesión de ellas; unas se propagan a lo largo de enormes distancias, y otras apenas lo hacen."

Durante todo el día, tuve la sensación de que mi suerte estaba cambiando. Una brisa marina empezó a soplar desde el nordeste y, por la tarde, el camarero del pub me llamó la atención sobre una leve escarcha en sus neveras. Al mirar por la ventana a las cinco de la mañana siguiente vi una línea oscura en el horizonte. Ahí estaba.

Me vestí a tientas y me precipité hacia la carretera desierta delante de la cabaña. Todavía estaba oscuro y un perro ladraba como un loco. Sentí el viento levantarse en torno a mí al llegar la nube al final de la calle.

La luz de la luna llena dotaba de una pátina sedosa y glacial a la impresionante parte delantera de la nube, que se extendía hacia el horizonte en ambas direcciones. Me quedé petrificado viéndola recorrer la calle hacia mí. Bucles y ondulaciones en su cara frontal se elevaban para progresar hacia lo alto y desaparecer, haciendo que pareciera que giraba sobre sí misma. Era inmensa: tapó la luna y la Cruz del Sur al pasar, sumiendo en sombras el pueblo. La parte de atrás tenía un aspecto bastante distinto, como el de una pared de cúmulos que cayera, con sus montículos de coliflor plateados y negros bajo la luz de la luna.

Ahí estaba la nube por la que había cruzado el mundo de punta a punta. Y sin embargo había llegado antes del alba, por lo que sólo era parcialmente visible. Al volver a mi cabaña en busca de una taza de té me sentí como si hubiese acudido a dar caza a un infame tiburón y acabara de vislumbrar su aleta quebrando la superficie del agua. No podía esperar para ver qué aspecto tendría esa bestia a la luz del día.

Me encontré con más pilotos de vuelo sin motor en la pista. Rick Bowie había recorrido los 2.000 kilómetros hasta allí desde Byron Bay, donde organiza vuelos de placer del club local de vuelo a vela. Ése era su tercer año en Burketown y se había llevado consigo un planeador Pik 20E con autopropulsión para el despegue.(...)

La fuerza propulsora con que se puede contar en la cara anterior de la nube proporciona las condiciones ideales para ejecutar las maniobras de vuelo en aeroplano más audaces: "Te encaramas a la cara anterior de la nube y desciendes de ella haciendo surf. -Bowie me mostraba los movimientos del planeador con la palma extendida-. Puedes meter la punta de un ala en la nube y recorrer toda la cara... justo hasta el fondo. Puedes hacer acrobacias, rizar el rizo..." Pero ¿no resultaba peligroso hacer surf en la Gloria Matutina? "Sí, hay que ir con mucha cautela. No sabes qué va a hacer la nube... La fuerza propulsora puede desaparecer cuando ésta avanza tierra adentro desde el mar y se va disipando."

El aire turbulento y descendente en el centro y la cara posterior de la nube ha de evitarse a toda costa. Cuando los surfistas pierden pie sobre la típica ola marina, se mojan. Si a un piloto de planeador le pasa lo mismo a mil y pico metros de altura mientras surfea sobre una Gloria Matutina, el resultado es bastante más grave: "Allá abajo lo que hay es un paraje aislado... y está lleno de cocodrilos -advirtió Bowie-. Si tienes que utilizar el paracaídas, nadie va a darse prisa por ir a buscarte."

Pese a sus peligros, o quizá a causa de ellos, la Gloria Matutina ofrece a los pilotos la oportunidad de batir récords tanto de distancia como de velocidad. Y eso es algo de lo que Dave Jansen, un piloto de Qantas de Mooloolaba, al norte de Brisbane, estaba en posición de hablar. Había viajado a Burketown por primera vez, y sabía más que nadie acerca de batir récords: no sólo había sido campeón de Australia de vuelo sin motor cinco veces, sino que era además el encargado de registrar récords de la Federación de Vuelo sin Motor. Era responsable de verificar cualquier reivindicación nacional de haber batido un récord.

Todo parecía indicar que por la mañana haría su aparición otra Gloria Matutina: la brisa del mar se había mantenido todo el día, las mesas de café tenían las esquinas torcidas de forma espectacular y, plantados en la barra del pub de Burketown, Frankie Wylie y yo concluimos que era innegable que había escarcha en las puertas de las neveras. La certeza era absoluta.

La única cuestión que me daba vueltas en la cabeza era si la nube llegaría a una hora menos infame. No me preocupaba lo de levantarme tan temprano, sino que los pilotos de los planeadores no podrían despegar y hacer surf en la Gloria Matutina a menos que la nube fuera lo bastante considerada como para aparecer a la luz del día.

Todos los sospechosos habituales estaban presentes en la pista para cuando llegué a las cinco en punto. Ayudé a Rick Bowie a secar el rocío de las alas de su Pik 20E. Aunque se trataba de una buena señal, de que había humedad suficiente en el aire para que se formara la nube, me explicó, el rocío cambiaba la forma en que el aire fluía sobre las alas y dificultaba el control del aparato. Paul Poole había acudido también a la pista de aterrizaje, y accedió a llevarme en su avioneta Cessna 187 para que viera la nube de cerca. "Definitivamente hay una ahí fuera", dijo observando el horizonte iluminado por el alba con ojos entornados. En cuanto hubo suficiente luz para volar, los pilotos se precipitaron hacia sus aeroplanos y despegaron en rápida sucesión hacia el sol saliente. Paul y yo los seguimos de cerca.

Treinta kilómetros al norte del pueblo, llegamos a la costa. Y allí, rodando hacia nosotros, no había una Gloria Matutina sino tres. La que iba delante tenía una superficie lisa y sedosa que la hacía parecer un enorme y níveo glaciar suspendido a doscientos metros del suelo. La segunda y la tercera eran nubes rugosas y amontonadas que se propagaban en la estela de turbulencia de la primera.

Desde el aire, advertí la enorme longitud de las nubes, que serpenteaban en ambas direcciones a lo largo del golfo. Sobre la isla de Bentinck, por donde una sección de la primera había pasado, su progreso se había vuelto más lento comparado con el de las partes sobre el agua alrededor, lo que hacía curvarse claramente la línea de la nube. Antes de despegar habíamos quitado la portezuela lateral de la Cessna de sus bisagras, para que no hubiese cristal entre la nube y yo. Se veía tan limpia, lisa y brillante que sentí deseos de saltar sobre ella.

Los planeadores parecían minúsculos contra la nube principal. Como surfistas en la ola más grande que pudiese producir la playa de Waimea en Hawai, los pilotos descendían planeando por su cara anterior. Cobraban velocidad como si realizaran un picado con sus aparatos pero, en la continua corriente ascendente delante de la ola, se trataba de un picado sin pérdida de altitud. Luego remontaban el gradiente de la cara de la nube, ladeaban una ala y describían una curva cerrada para volar de nuevo en la dirección opuesta.

En la distancia, vi a Rick Bowie rizar el rizo delante de la cara nubosa. Geoff Pratt cobró altura y saltó sobre la nube principal para cabalgar sobre la segunda y la tercera. Las alas del velero lanzaban destellos, como tablas de surf enceradas bajo el sol bajo del amanecer en su avance a través de aquella inmensa ola de la atmósfera.

Pensé en lo furioso que se habría puesto Ken Jelleff de saber lo que se había perdido ese año. "Cuando llevas diez o quince minutos de vuelo -me había contado-, el sol sale por encima de la nube. Cuando vuelves la vista hacia esa enorme ola de algodón, con el sol dorado asomando tras ella, parece algo pintado por los italianos del Renacimiento. Jurarías que estás en el cielo. Es así de fantástico."

Y Jelleff tenía razón. La nube resplandecía. "Hasta que experimentas lo que es planear en esta nube -había comentado con entusiasmo Geoff Pratt el día anterior-, no comprendes lo especial que es. A veces tengo que pellizcarme sólo para saber que de verdad lo estoy haciendo".

Yo había cruzado el mundo para encontrarme con esa nube y, por fin, ahí estábamos, cara a cara. Me llevé la mano a los ojos para protegerlos de los brillantes rayos ahora que el sol estaba muy por encima del horizonte en el nordeste. Y los rayos caían en cascada por la cara de la nube, proyectando sombras cálidas y alargadas en las ondas de su superficie. Las ondulaciones se elevaban suavemente con la evolución de la nube antes de desaparecer sobre su cresta.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_