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Reportaje:SOCIEDAD

La ausencia sonora de Maddie

El mundo entero vibró durante meses con el caso de Madeleine McCann, la niña inglesa desaparecida en Portugal. Y el misterio continúa

Al contrario que los demás protagonistas del año 2007, lo que hace de Madeleine McCann un personaje con mayúsculas es su ausencia. Su misteriosa desaparición. No es Maddie el personaje, sino el vacío que ha dejado. La cama deshecha en la habitación del apartamento 5A del complejo turístico Ocean Club, en el sur de Portugal, de donde fue, supuestamente, raptada el 3 de mayo. La cama intacta en la habitación a la que no ha vuelto, de la casa familiar de Rothley, un suburbio acomodado de Leicester, en la Inglaterra central. Su falta es la que ha convertido en celebridades a un puñado de personas que giran en esta historia alrededor de una niña que no había cumplido los cuatro años cuando se esfumó. Una historia que, con toda probabilidad, quedará sin resolver.

Sus decisiones están dictadas más por la necesidad de limpiar su imagen que por su fe en recuperar a su hija
El caso queda en una situación de vida vegetativa. Hay inspectores, pero la investigación no avanza
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'El caso McCann'

El caso Madeleine es todo un paradigma del poder de la imagen y de los medios que la difunden y la explican. En cierto modo, Maddie es sólo un personaje virtual, como lo han sido durante buena parte de 2007 sus padres, Gerry y Kate. Distanciados ahora del caso, los McCann, ambos de 39 años, cardiólogo él, médica de familia ella, han empezado a recobrar su apariencia de pareja real, padres de dos hijos gemelos, Sean y Amelie, de dos años de edad. Aunque el regreso a la realidad será lento.

Los dos son parte del caso Madeleine y lo serán durante mucho tiempo. Su imagen seguirá asociada a la del Ocean Club, la urbanización turística británica en Praia da Luz, en el Algarve, de la que desapareció la niña. Y al bar de tapas donde cenaron con otros siete amigos, la noche del 3 de mayo, mientras los niños dormían solos en el apartamento. Y a la gigantesca campaña mediática orquestada alrededor del presunto secuestro. Todo empezó aquella misma noche. Por algún motivo, la noticia de la desaparición de Madeleine llegó antes a la redacción de la cadena Sky News, en Londres, que a la comisaría de la vecina Portimao. Los tabloides se movilizaron de inmediato. Se reservan centenares de vuelos con destino a Faro, la ciudad más próxima a Praia da Luz. Los McCann reciben el apoyo inmediato de su país. Se monta a su alrededor un dispositivo de apoyo, con el embajador británico en Lisboa, Clarence Mitchell, y un psicólogo. Las hermanas de Gerry, Philomena y Trish, y su cuñado Sandy Cameron se movilizan en Escocia. El propio canciller del Exchequer, y hoy primer ministro, Gordon Brown, se interesa por el drama de la pareja.

Al mismo tiempo, el informático Calum McRae monta una página web que servirá de contacto interactivo con miles de personas interesadas en la suerte de Maddie, y dispuestas a aportar dinero para financiar la búsqueda. La presentadora de televisión y miembro del Partido Conservador, Esther McVey, amiga de Kate, promueve la creación de la fundación ad hoc que hay detrás de la página web, con la que se recauda en poco tiempo un millón de libras (1,37 millones de euros). Y así comienza la gigantesca campaña "en busca de Madeleine".

Los McCann no se dan reposo. Convocan ruedas de prensa, comparecencias públicas; emprenden una serie de viajes a diversos países de Europa y del norte de África con la foto de su hija en la mano. Se lanzan a la mayor campaña de proselitismo que ha visto la historia. En teoría, sólo pretenden que la gente se familiarice con el rostro de su hija y sea capaz de reconocerla en manos de sus hipotéticos raptores. En realidad, se trata de que la gente crea en su historia, se solidarice con su dolor y comparta su fe en el regreso de Maddie.

Durante cuatro meses, los McCann viven entregados a su papel de padres destrozados, pero en Portugal empiezan a asomar dudas. El inspector Gonçalo Amaral, que dirige la investigación sobre la desaparición de la niña, tiene su propia tesis. Una tesis que choca frontalmente con la hipótesis del secuestro. La prensa portuguesa se hace eco de estas teorías. Los rumores, como un río crecido, van aumentando de volumen, hasta que el 7 de septiembre el caso da un vuelco. Kate McCann primero, y su marido después, son incluidos en el registro de sospechosos (arguidos). El inspector Amaral cree que la niña murió el día de su desaparición en el apartamento 5A y que los padres tienen algo que ver en su muerte.

Kate McCann soporta estoicamente interrogatorios de 16 horas; su marido, también. La policía les dice que los dos perros traídos de Inglaterra, especializados en detectar olor de sangre y a cadáver, han reaccionado positivamente al oler el Renault Scenic alquilado por los McCann tres semanas después de desaparecer su hija. Que en el coche se han recogido restos de "fluidos biológicos". El perro cadáver ha detectado algo en las ropas de Kate. Para entonces, el equipo de campaña de los McCann ha reaccionado ya. Kate acude a declarar acompañada por el mejor abogado portugués, Carlos Pinto de Abreu. Sus asesores de prensa declaran que la pareja está tranquila, no tienen nada que ocultar. Permanecerán en Portugal hasta que su hija sea encontrada.

No lo hacen. Inesperadamente, el domingo 9 de septiembre toman un avión rumbo a Inglaterra. Las autoridades portuguesas han sido informadas; la policía, también. Pero la marcha se parece demasiado a una fuga, por más que los portavoces de la familia lo nieguen. Kate y Gerry volverán a Portugal en cuanto el juez les reclame, aseguran. Una vez en su casa de Rothley, sin embargo, los McCann mueven una ficha que presagia todo lo contrario. Contratan al abogado Michael Caplan, famoso por evitar la extradición a España del dictador chileno Augusto Pinochet, y a un experto en preservar reputaciones, Angus McBride.

Su situación judicial y social se ha complicado. La inmensa notoriedad adquirida se ha vuelto contra ellos. La gente que donó dinero a la web de Madeleine se opone a que sus padres lo utilicen para defenderse de la justicia. Muchos de los que les aplaudieron les miran con suspicacia, casi con odio. Otros, especialmente en el Reino Unido, se mantienen en sus trece. Los McCann son inocentes. Tienen que ser inocentes. Hasta Downing Street parece compartir este sentimiento. Es la policía portuguesa la que intenta crucificarles. Clarence Mitchell vuelve a su lado. Ahora, a título privado. Su sueldo lo paga un magnate anónimo que cree en los McCann. El dueño del grupo Virgin, Richard Branson, les apoya también públicamente y contribuye con 100.000 libras a su defensa.

Lo que ya no está tan claro es que la pareja necesite defenderse de nada a estas alturas. Las investigaciones de la policía portuguesa parecen estancadas. Amaral se queja en un periódico de que sus colegas británicos favorecen a los McCann, y es relevado de su puesto el 9 de octubre. Un nuevo inspector, Paulo Rebelo, experto en narcotráfico, toma las riendas de un caso que parece depender ahora de una sola prueba: el análisis de los "fluidos biológicos" encontrados en el Renault Scenic de los McCann. Los restos están en manos de los especialistas del Laboratorio Científico Forense de Birmingham. Y su veredicto será doblemente inapelable. ¿Cómo dudar del más reputado centro forense de estas características si además es británico? Lo malo es que los resultados tardan. Tanto, que cuando llegan a manos de la policía judicial portuguesa, a principios de diciembre, ya nadie se acuerda de ellos. La noticia de que las pruebas no han sido concluyentes apenas recibe atención. El caso queda en una situación de vida vegetativa. Hay inspectores a su cargo, pero la investigación no avanza.

Los McCann han vuelto casi a la normalidad, aunque siguen buscando a Maddie. Han contratado incluso los servicios de una agencia española de detectives, Método 3. La impresión, sin embargo, es que hace tiempo que sus decisiones están dictadas más por la necesidad de limpiar su imagen de padres en entredicho que por su fe en recuperar a su hija. Mientras, la inmensa audiencia cosechada a lo largo de ocho meses busca nuevas historias, resignada a que el caso Madeleine puede no tener final. -

Madeleine McCann
Madeleine McCannAP

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