_
_
_
_
_
Reportaje:MUJERES

Una bofetada de realidad

La cineasta Icíar Bollaín, que viajó con la vicepresidenta a Níger, ilustra la discriminación que sufre la mujer en África. Una desigualdad tan abrumadora que sobrepasa, afirma

El viernes 9 de mayo embarcamos en la base aérea de Torrejón las participantes españolas, el equipo del gabinete de la vicepresidenta del Gobierno y todos los que han puesto en marcha este gran esfuerzo de llevar a Níger el III Encuentro de Mujeres Africanas y Españolas. Escoltas, periodistas, traductores, protocolo; la tropa que desembarca en un Niamey nocturno y caluroso es enorme. Mientras la vicepresidenta cumple su agenda oficial de encuentros bilaterales, las 25 participantes españolas disponemos de dos días para conocer el lugar. Pero antes, una bofetada de realidad; la visita a primera hora de la mañana a un centro de acogida para mujeres aquejadas de fístula, ese desgarro interno de la vagina que sufren las mujeres, más bien niñas, casadas antes de los 10 años, que se encuentran dando a luz cuando sus cuerpos apenas están desarrollados. Lo que en España no supondría mayor problema, en África acarrea años de infección y espera para ser operadas. Y el repudio. Porque este problema obstétrico resume como pocos la falta de derechos básicos de las mujeres africanas. La prensa que nos acompaña recogió la visita, pero la foto que llamó la atención fue la del coche de la vicepresidenta atascado en la arena y empujado por los escoltas. Hay cosas que venden y cosas que no. Y los temas de mujer no suelen vender mucho, aunque lo que se maneja en este encuentro afecta a millones de africanos. Porque son las mujeres las que sustentan las economías familiares. Las consecuencias de la crisis alimentaria, que estuvo presente en casi todas las ponencias del encuentro, tuvieron un resumen demoledor en boca de la presidenta del Parlamento Panamericano: "La mujer africana come poco y come la última, después del marido y los hijos. Si hay escasez, dejará de comer. Si la mujer africana se muere, África se muere".

La mujer africana come poco y come la última, tras el marido y los hijos. Si hay escasez, dejará de comer

En los mercados se ve la precariedad de la vida en Niamey. Y también la enorme riqueza cultural en sus tallas, sus esculturas, sus instrumentos y en los preciosos trabajos en plata de los tuaregs. Las idas y venidas en autobús nos dejan entrever una ciudad de casitas bajas, de calles de arena, con árboles aquí y allá. Pocas mujeres por la calle y poca actividad. Una ciudad a medio gas, capital de uno de los países más pobres del continente. Un paseo en pequeños cayucos por el Níger nos muestra algo de la vida en sus orillas: cómo pescan, cómo se bañan y lavan en el río, cómo cultivan sus huertos. En otro viaje por carretera atisbamos algo de la vida en el campo. De nuevo, contemplando las chozas de paja, los graneros levantados sobre palitos retorcidos, constatamos lo extremadamente básico de la vida aquí. La tierra está removida, a mano, y sembrada con mijo para su propio consumo. Pura subsistencia.

Algunas de las participantes españolas tienen reuniones previas con las participantes africanas. Nuestras parlamentarias asesoran a un grupo de colegas sobre cómo valorar la aplicación de las leyes que protegen los derechos de las mujeres. Porque no se trata sólo de hacerlas, sino de que se cumplan. Algunas constituciones contemplan ya la prohibición de la ablación y la mutilación genital, pero en la práctica se ignoran. La desigualdad aquí resulta tan abrumadora que sobrepasa. Pero es también lo que tiene de distinto y de reto este encuentro y la inversión en cooperación que se está planteando: atacar la desigualdad desde todos los ámbitos, la educación, la salud, la economía, las leyes. Empezando por las de Níger, donde, cuando el marido muere, el hermano hereda la casa, las tierras y a la mujer, que no tiene acceso a la propiedad. Ni al estatus de ciudadano, ni a la dignidad. Es, casi, como el debate que sostuvo Bartolomé de las Casas sobre los indios allá por el siglo XVI. Las mujeres aquí sí tienen alma. Pero poco más. Por eso hay otro objetivo en el encuentro; el empoderamiento, la toma de conciencia del poder individual y colectivo de las mujeres. Que estén presentes donde se toman las decisiones. Que las mujeres y sus problemas no sean invisibles. Pero no es fácil, porque, a pesar de la envergadura de los temas que se tratan, de nuevo es una anécdota, la foto de la vicepresidenta con el señor polígamo y sus mujeres, lo que más trasciende.

En las mesas redondas se van desgranando los temas. En una de ellas, la consejera económica experta de UNIFEM es contundente: "Los problemas de África no se deciden en África". En una dura crítica a las políticas económicas marcadas por los organismos internacionales, asegura que la crisis alimentaria es una consecuencia de 30 años de ajustes. Producimos para la exportación, privatizamos las tierras y las mujeres cada vez están más lejos de la producción, aseguraba, llamando a las mujeres a hablar también allí donde se deciden esas políticas, en el BM y el FMI. Pero en este último foro, como analizaba en The Guardian el periodista George Monbiot hace unos meses, esas políticas ni siquiera las deciden todos los países, sino unos pocos, los ricos del G-7, que acaparan el 45% del voto. Así, mientras se conseguía en el año 2000 un plan para que en 2015 todos los niños del mundo tuvieran acceso a la educación primaria, se aprobaba por otro lado reducir el gasto público en los países pobres. En el encuentro se ha mencionado en muchas ocasiones la educación como palanca para salir de la pobreza. Una de las ponentes llamaba a las mujeres africanas a mandar a sus hijas a la escuela. ¿Pero a qué escuelas, si los países más ricos están prohibiendo contratar maestros? Según ese mismo periodista, la ratio de maestro / alumno es de 57 a 1 en Malawi, de 72 a 1 en Mozambique y de 74 a 1 en Sierra Leona. Profesores mal pagados, mal formados y sin material escolar. De modo que la tarea de las mujeres que quieren cambiar las cosas en este continente es hercúlea, porque no se trata sólo de trabajar en sus propios países, sino también donde se deciden las políticas económicas. Mujeres para cambiar el mundo por arriba y por abajo. Y por dentro; la tradición, las costumbres, la religión, losas para las mujeres tan pesadas como la pobreza. La ex presidenta del Tribunal Supremo de Níger lo dijo muy claro: el derecho islamizado no permite la igualdad.

En las pausas se discute, se bromea, se toma café, agua y los abanicos aletean con furia. No hay quien combata el calor sofocante. Algunos periodistas lamentan que el contenido de las mesas va a ser lo más difícil de vender. Un montón de señoras sentadas en un palacio de congresos, hablando. ¿A quién le interesa?... A toda la humanidad, respondo mentalmente. -

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_