_
_
_
_
_
Reportaje:MEMORIA HISTÓRICA

El exilio más ilustrado

Los republicanos que llegaron a EE UU fueron profesores que impulsaron el hispanismo

Miguel Ángel Villena

El 15 de enero de 1954, Salvador de Madariaga, que había sido embajador en Washington de la República española, publicó un artículo en el primer número de la revista Ibérica, editada en Nueva York por Victoria Kent, para difundir los valores de la España democrática. Resumía el estado de ánimo de todos los exiliados: "Esperanza de los desterrados. La frase es buena, mejor de lo que se imaginaban los que la inventaron. Porque hoy en día todos los españoles son desterrados. Antes de 1936, todos los españoles vivían en España y en libertad. Hoy, unos cientos de miles viven en libertad desterrados de España; y el resto vive en España desterrado de la libertad".

No obstante, la mayoría de exiliados que llegó a Estados Unidos después del final de la Guerra Civil, del que ahora se cumplen 70 años, lo hizo de la mano de universidades norteamericanas, como fueron los casos de Luis Cernuda, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez o Fernando de los Ríos. Su destierro fue agridulce, quizá menos terrible que el de muchos de los emigrantes a México, Francia u otros países. Por el contrario, su proyección no resultó tan relevante durante la dictadura, ya que no contaron con el arropamiento de los centros políticos del exilio como México, Toulouse o Moscú. Al llegar la Transición, muchos de ellos tuvieron que esperar años hasta lograr el reconocimiento que merecían. Sumidos en el olvido y republicanos liberales sin un partido detrás, no tuvieron, pues, el respaldo de grandes organizaciones políticas o sindicales.

"A pesar de sus años de residencia en EE UU, nunca llegaron a dominar el inglés", dice Antonio Muñoz Molina

"El exilio español a Estados Unidos fue, está claro, menos conocido que otros porque fue menos numeroso y porque la mayoría se dedicó a la enseñanza, una actividad más oscura y privada que la política". Las manifestaciones de Antonio Rivero Tarabillos, autor de una biografía de Cernuda y un experto en el asunto, destacan también que aquellos republicanos que recalaron en EE UU procedían de las filas liberales y no de organizaciones marxistas. "Se encuadraban", añade, "en una clase media-alta ilustrada; es decir, que procedían de la burguesía republicana".

La nómina de aquella generación que llegó, sobre todo, a Nueva York y a otras ciudades de la costa este, y que vivió y trabajó durante décadas en Estados Unidos, resulta impresionante y va desde los intelectuales ya citados hasta historiadores como Juan Marichal y Américo Castro, novelistas como Ramón J. Sender y Francisco Ayala, filósofos como Juan Ferrater Mora o científicos como Severo Ochoa. Sin embargo, la aureola que rodeó a otros exiliados no acompañó a los españoles yanquis a su regreso a España. "De entrada, representó un exilio menos novelesco", comenta Antonio Muñoz Molina, escritor y ex director del Instituto Cervantes en Nueva York. "Se integraron y, a veces, desaparecieron en un ambiente universitario como el norteamericano, muy aislado, poco abierto a la sociedad, como ocurre en Europa o en América Latina. Ellos vivieron en su mundo y algunos resultaron incluso incómodos porque, desde su absoluto compromiso con la República, mostraron lucidez sobre una larga pervivencia del franquismo. También es destacable que, a pesar de que muchos exiliados vivieron largo tiempo en EE UU, nunca llegaron a dominar el inglés, fueron bastante impermeables a la lengua de acogida. De cualquier modo, a partir de los departamentos de español, escritores como Salinas, Cernuda, Guillén y otros ejercieron una notable influencia sobre una generación de profesores norteamericanos que impartieron lengua y literatura españolas".

Sin duda, la barrera idiomática del inglés y la inmensidad de un país como EE UU impidieron que los exiliados republicanos formasen piñas, como ocurrió en Francia o en México. Favorecidos por el auge del hispanismo y la capacidad de absorción de las universidades estadounidenses, aquellos ilustrados se recluyeron cada uno en su guarida, "sin nostalgias grupales", como cuenta Luis Muñoz, poeta y estudioso de aquel exilio tan desconocido. "En cierto modo", señala, "algunos prefirieron instalarse en Estados Unidos antes que en México, por ejemplo, para evitar en parte ese aire de naufragio que persiguió a muchos perdedores republicanos. En cartas de Salinas a Guillén se pone muy de manifiesto esta actitud, junto a la satisfacción por vivir en una sociedad rica y acomodada como la estadounidense". Esta condición de exilio dulce hizo aparecer a algunos de estos intelectuales como elitistas o burgueses a los ojos de militantes de la izquierda que achacaban poca combatividad a gentes que se habían dejado tentar por universidades de las capitales del Imperio y se implicaban poco en la lucha contra la dictadura de Franco. Según Luis Muñoz, experto en el tema, los republicanos de EE UU se volcaron en su obra, que se vio beneficiada por ese alejamiento de España y del español.

A pesar de todo, la trayectoria de aquellos republicanos no dejó margen para dudar de su militancia democrática y antifranquista. Cuando Victoria Kent escribe en 1958 en la revista Ibérica la necrológica de Juan Ramón Jiménez -que había obtenido el Premio Nobel de Literatura dos años antes, cuando residía en Puerto Rico- proclama una declaración de principios.

"Una vez más", afirmó la abogada y política republicana, que residió más de 30 años en Nueva York, "debemos señalar que Juan Ramón Jiménez no fue político, que no es en ese campo donde nadie puede ni debe situarle, pero sí hemos de subrayar que estuvo siempre al lado de la razón popular, de todo lo popular. Desterrado voluntario de la España franquista, no ha podido esa España hacerle entrar sino muerto, eso es lo que puede recuperar una dictadura de un hombre libre. Se marcha una meridiana conciencia española y una conducta; ellas quedarán, seguirán siendo una lección viva para las generaciones futuras". Setenta años después del final de la Guerra Civil, aquellas frases de Victoria Kent cobran hoy todo su sentido. -

Luis Cernuda, en Massachusetts en 1948, junto a dos amigas.
Luis Cernuda, en Massachusetts en 1948, junto a dos amigas.CENTRO CULTURAL DE LA GENERACIÓN DEL 27

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_