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Reportaje:MEMORIA HISTÓRICA

Lo que falta para terminar la Guerra Civil

El historiador Malefakis analiza la reconciliación pendiente de los dos grandes sectores políticos españoles

Este año doblemente conmemorativo -del nacimiento de la Segunda República y del estallido de la Guerra Civil- llega a su fin. Creo que ha sido un año estimulante y útil, que se ha aprovecha

do para aclarar asuntos oscuros y ver cosas ya conocidas desde perspectivas nuevas. Pero lo que no ha conseguido es un mayor acercamiento a lo que debe ser nuestro objetivo común: la reconciliación de los dos grandes sectores políticos que se enfrentaron en los años treinta del pasado siglo. Esta reconciliación tan deseable no puede ocurrir mientras las derechas y las izquierdas no tengan el coraje y la sabiduría para reconocer y condenar los crímenes y los errores de sus precursores. Ésas siguen siendo las asignaturas pendientes.

Según los cálculos más fiables, entre 1939 y 1948 fueron ejecutados oficialmente alrededor de 50.000 españoles que habían sido condenados en consejos de guerra
Por desgracia para la derecha (definida en un sentido amplio, que incluye partidos como el PP), sus miembros son quienes tienen más cosas de las que arrepentirse
La represión de Franco en la posguerra es uno de los aspectos menos conocidos, y ha sido objeto de escasa atención durante el año que ahora se termina
Realizar un proceso de autoliberación será mucho más difícil para la derecha que para la izquierda. A ésta le beneficiaría emprender un proceso parecido
Sería imprescindible una revisión de la figura de Largo Caballero; su política revolucionaria a partir de 1933 y las provocaciones a la derecha fueron muy costosas

Las medidas a tomar son obvias: primero, el reconocimiento abierto por ambos bandos de las transgresiones que se originaron dentro de sus filas; después, una fuerte condena de estas acciones; por último, una afirmación solemne de que se va a hacer todo lo posible para que no vuelvan a ocurrir cosas parecidas.

Por desgracia para la derecha (definida en un sentido amplio, que incluye partidos de centro-derecha como el PP), sus miembros son quienes tienen más cosas de las que arrepentirse. Necesitará una dosis extra de valentía y sabiduría para enfrentarse con su desafortunado pasado del segundo tercio del siglo XX. ¿Cuáles son los hechos históricos que hacen triste ese pasado? A mi juicio, los cuatro principales son: a) haber precipitado la Guerra Civil con la insurrección militar del 18 de julio; b) haber llevado a cabo una política de terror centralizado y sistemático contra la población civil desde el principio hasta el final de la guerra; c) haber rechazado, sin estudiarlas seriamente, las propuestas que hizo Negrín a partir de mayo de 1938 para lograr una paz negociada. Tales negativas prolongaron innecesariamente la guerra y costaron decenas de miles de vidas; d) no haber buscado la reconciliación después de que el Ejército republicano cayera derrotado, y haber continuado durante los años posteriores a su rendición la política bélica de terror contra la población civil, con la instauración de una represión tan generalizada y feroz que fue casi equivalente a una guerra unilateral de los vencedores contra unos vencidos completamente indefensos.

Los dos primeros hechos mencionados están bien estudiados. El tercero, la negativa a explorar la posibilidad de una paz negociada, no ha recibido la atención que merece, quizá porque es más difícil estudiar las cosas que no ocurrieron que las que ocurrieron, incluso aunque las primeras sean tan importantes o más que las segundas.

Sin embargo, aquí deseo centrarme en la cuarta serie de transgresiones mencionada: la represión de Franco en la posguerra. Es uno de los aspectos menos conocidos de la Guerra Civil, y ha sido objeto de escasa atención durante el año conmemorativo que ahora terminamos, si bien siempre ha tenido una presencia implícita en el movimiento para la recuperación de la memoria histórica.

¿Por qué no se conoce mejor la represión de la posguerra? La principal razón es que se produjo cuando Franco ya estaba en el poder y, por consiguiente, la censura pudo distorsionar o negar por completo los hechos aún más que los que habían sucedido antes de la victoria nacionalista, cuando todavía había otras fuentes de información.

A partir del 1 de abril de 1939, la prensa nacional quedó completamente amordazada y la prensa extranjera abandonó España para trasladar su atención a la Segunda Guerra Mundial, que estaba a punto de comenzar. Tampoco se hicieron posteriormente estudios importantes sobre la represión, dado que la dictadura de Franco los impidió durante casi cuarenta años. Además es un tema deprimente, sin ningún elemento teatral ni de esperanza. Nunca hubo un momento en el que habría sido posible dar la vuelta a las políticas represivas, ninguna persona ni institución que luchara abiertamente contra ellas. Lo único que hubo fue una barbarie unilateral, repetitiva e interminable por parte de las autoridades, y una falta de voluntad de otros elementos de la sociedad -entre ellos la Iglesia- de atreverse a exigir políticas más humanas.

La represión

La falta de información detallada sobre la represión es lamentable porque, sin ella, no se puede juzgar debidamente el conflicto fratricida en su conjunto. Y no hay duda alguna de que esta represión formó parte de la Guerra Civil, aunque ocurriera después de que ésta hubiera acabado oficialmente. Es más, desde el punto de vista moral fue su capítulo más reprobable. Los demás excesos llevados a cabo por ambos bandos se habían cometido, al menos en parte, en defensa propia. La represión de la posguerra se debió a un espíritu de venganza y un deseo casi genocida de erradicar a los elementos antiespañoles de la sociedad.

Gracias a los numerosos esfuerzos actuales para recuperar la memoria histórica, sabemos algo más de las atrocidades de la represión. Pero se trata de esfuerzos muy parciales, que se ocupan de individuos o grupos de víctimas concretos. Una forma más rápida de hacerse una idea general sobre aquel horror es revisar los cálculos estadísticos ya existentes desde una perspectiva comparada.

Para la mayoría de la gente, los números son una abstracción que no suscita tantas emociones como las palabras, a no ser que se refieran específicamente a personas y objetos que les son queridos. La muerte de dos soldados estadounidenses en Irak tiene más impacto emocional en Estados Unidos que la de sesenta o setenta iraquíes. Por consiguiente, para entender verdaderamente cómo emplearon las fuerzas franquistas su poder indiscutido durante la década posterior a su victoria militar, hay que comparar lo que pasó con lo ocurrido en otras tragedias españolas o mundiales.

Según los cálculos más fiables, entre 1939 y 1948 fueron ejecutados oficialmente alrededor de 50.000 españoles que habían sido condenados en consejos de guerra. Esta cifra no incluye las muertes causadas por el hambre, las condiciones sanitarias o el tratamiento brutal de algunos guardias en los campos de concentración y en las apiñadas cárceles del nuevo régimen. Dado que por estas instituciones pasaron centenares de miles de personas, no sería de extrañar que las muertes de este tipo, indirectamente causadas por el franquismo, ascendieran a la tercera parte de los 50.000 ejecutados. Pero no voy a incluir en mis cálculos a las víctimas indirectas y me limitaré a hablar sólo de las que fueron objeto de acciones premeditadas por parte de la dictadura.

Cincuenta mil personas es mucha gente. Se aproximan a la población de Toledo y superan las bajas sufridas por los Ejércitos de España en todas las guerras de los siglos XIX y XX en Marruecos, para no hablar de las bajas en los frentes de combate en Cuba y contra Estados Unidos durante la guerra de 1895-1898. Para los creyentes católicos, la cifra de 50.000 quizá sea más significativa si se dan cuenta de que es siete veces mayor que el número de eclesiásticos asesinados en la zona republicana durante la guerra. En comparación con Paracuellos de Jarama, la peor atrocidad individual cometida por los republicanos, es 20 veces mayor que los 2.500 que fueron injustamente asesinados allí. En comparación con la Revolución de Octubre de 1934, que los revisionistas consideran el verdadero origen de la guerra, los 50.000 ejecutados entre 1939 y 1948 son 111 veces más numerosos que los 450 asesinados por los revolucionarios, y 47 veces más que las 1.050 muertes causadas por la represión militar de la revolución. Para los que hoy se oponen a cualquier proceso de paz negociada con ETA porque consideran que es una organización tan aborrecible que no debemos ni hablar con ella, la represión de la posguerra ejecutó a 58 veces más personas que los 850 asesinados por ETA hasta el momento. ¿Cómo pueden estos señores conciliar este dato con su política actual?

Comparación escandalosa

Si regresamos a los años treinta, la comparación más escandalosa, que en mi opinión resulta inmensamente reveladora de lo innecesaria que fue la Guerra Civil, es la siguiente. La insurrección militar de julio que precipitó la guerra se justificó (y sigue justificándose) por el insoportable desorden político y las luchas callejeras de la primavera de 1936. Sin embargo, durante los cinco meses en los que gobernó el Frente Popular, no hubo más que 330 muertos en enfrentamientos políticos; es decir, 151 veces menos que los ejecutados en la represión franquista de la posguerra. ¿Cómo es posible tomar en serio a los seudohistoriadores revisionistas que escriben libros enteros denunciando los desmanes menores de la primavera de 1936 y casi nunca mencionan los inmensos crímenes estatales de 1939 a 1948?

Las insensateces de los revisionistas son poco importantes; su popularidad actual es un fenómeno pasajero. Mucho más significativo es que el PP, el mayor partido de centro-derecha, no condene políticas catastróficas promovidas por sus precursores como las que acabo de mencionar. Pocos se atreven ya a defenderlas abiertamente, pero su incapacidad de denunciarlas en voz alta (hace poco demostrada de nuevo con el caso de Julián Grimau) da aliento a los grupos reaccionarios dentro de sus filas y provoca recelos entre las demás fuerzas políticas.

El PP no podrá ganar el apoyo pleno de sectores importantes de la población hasta que no sea capaz de romper definitivamente con los aspectos negativos de la derecha tradicional y la derecha dictatorial en el pasado. Ya lo ha hecho hasta cierto punto desde 1976. Lo que aún le falta es el coraje y la sabiduría que necesita para dar el último paso. Tarde o temprano se verá obligado a hacerlo. Si son ya tan fuertes las presiones para que rectifique, imaginemos cómo serán en 2009, cuando se conmemore el 70º aniversario del final de la guerra y el comienzo del régimen franquista. Sin duda, una ruptura total con el pasado tendrá costes inmediatos pero, a la larga, será un acto saludable y liberador. Como siempre ha mantenido la doctrina de la Iglesia católica, la autocrítica y el arrepentimiento sincero pueden aliviar el peso psicológico de las transgresiones más terribles en las personas. Lo mismo puede pasar en un grupo colectivo, como demuestra el caso de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial.

Como dije antes, el proceso de autoliberación será mucho más difícil para la derecha que para la izquierda y centro-izquierda, pero a ésta también le sería beneficioso emprender un proceso parecido. La historia sigue demostrando que la izquierda española cometió menos crímenes y errores que la derecha durante el segundo tercio del siglo XX, pero tampoco fue completamente inocente. Sus transgresiones principales -la Revolución de Octubre de 1934, el no haber hecho más esfuerzos por impedir los asesinatos de curas durante los primeros meses de la guerra y Paracuellos de Jarama- ya han sido mencionadas. Pero existieron más matanzas incontroladas, de menor envergadura que la de Paracuellos. Y no hemos mencionado en absoluto los lamentables errores políticos de la izquierda que contribuyeron de forma indirecta al estallido de la Guerra Civil.

Una cosa imprescindible sería una revisión profunda de la figura de Largo Caballero, cuya política revolucionaria a partir del verano de 1933 y cuyas constantes provocaciones a la derecha fueron muy costosas para España. La figura de Prieto necesita ajustes menores, pero en algunas crisis clave, como cuando se apuntó en 1933-1934 a la política suicida de Caballero, su ambigüedad y su ambivalencia le hicieron equivocarse.

Revisión de Azaña

Ahora bien, la revisión más importante ha de ser la de la figura de Manuel Azaña. Verdadera alma de la República progresista y su estadista más capaz entre el otoño de 1931 y la primavera de 1936, padeció una extraña transformación personal a partir de la victoria electoral del Frente Popular, y especialmente después de ser elegido presidente de la República en mayo de 1936. A partir de ese momento perdió su fuerza y su capacidad de actuación, y se transformó en una figura distante, irresponsable y casi irrelevante. La causa de esta transformación, cuyos efectos se prolongarían durante toda la guerra, es difícil de entender. Probablemente, se trató de una combinación del inmenso cansancio acumulado durante sus trabajos hercúleos de los años anteriores y el desánimo producido al ver cómo se marchitaban sus sueños de progreso pacífico ante las brutales realidades políticas que se estaban imponiendo.

Otra cosa que debe reexaminar la izquierda es la política partidista adoptada por los Gobiernos del Frente Popular. En un intento de compensar a las organizaciones obreras por los tiempos tan duros que habían vivido, los Gobiernos les favorecieron demasiado, cosa no peligrosa en cuanto al PSOE, pero muy arriesgada en relación con la UGT y, sobre todo, con las Juventudes Socialistas. Los falangistas no fueron los únicos que promovieron la violencia callejera que se utilizó para justificar la insurrección militar. También lo hicieron afiliados socialistas, que podían actuar con cierta impunidad gracias al partidismo del Gobierno.

La motivación principal que debe tener la izquierda para hacer una crítica profunda de su historia y un arrepentimiento sincero de las transgresiones y los errores que encuentren en ella es que, como en el caso de la derecha, sólo así podrá liberarse a sí misma de los rancios mitos heredados del pasado y afrontar el futuro con la cabeza clara.

Pero la izquierda española tiene otra razón más para emprender el proceso de aclaración. Para ella es más fácil, porque tiene menos transgresiones de las que arrepentirse. Además, aunque los franquistas ganaron la guerra militarmente, hace ya mucho que los republicanos la ganaron moralmente. Como vencedores en esta esfera, deben hacer lo contrario de lo que hizo Franco, y ser generosos con los vencidos. El momento es propicio, y no sólo por la época de conmemoraciones en la que hemos entrado.

Una característica admirable del PSOE de Zapatero es que no le asustan las iniciativas algo aventureras si pueden desbloquear situaciones estancadas. Si el PSOE toma ahora la iniciativa en el proceso de autocrítica de arrepentimiento, puede facilitar el comienzo de un proceso liberador similar en el PP y, de esa manera, cerrar por fin algunos de los constantes debates que deforman gravemente la vida intelectual española.

Edward Malefakis, historiador, es profesor emérito en Columbia University y está actualmente asociado con el Instituto Ortega y Gasset. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

El presidente de la República, Manuel Azaña (al fondo, con abrigo negro); Juan Negrín, jefe del Gobierno (con gabardina blanca), y los generales Rojo y Miaja (detrás y al lado de Negrín), en 1937.
El presidente de la República, Manuel Azaña (al fondo, con abrigo negro); Juan Negrín, jefe del Gobierno (con gabardina blanca), y los generales Rojo y Miaja (detrás y al lado de Negrín), en 1937.FUNDACIÓN JUAN NEGRÍN

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