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Reportaje:PERFIL

El general tenaz

Adolfo Nicolás, nuevo 'superior' jesuita, nunca tira la toalla. Tendrá que dirigir la mayor orden católica vigilado por el Papa

Modesta Pachón murió con la certeza de que Adolfo, el tercero de sus cuatro hijos, dirigiría un día la Compañía de Jesús. No era una simple presunción de madre amorosa. "El padre Arrupe se lo dijo: 'Su hijo me sucederá". Lo cuenta Félix Nicolás, empleado de banca jubilado, cuatro años mayor que su hermano Adolfo. Aunque la profecía no salió de la esfera doméstica, Adolfo Nicolás sonaba desde tiempo atrás como posible sustituto de Peter-Hans Kolvenbach. Fue a raíz de su participación en la 34ª Congregación General, que se reunió en 1995. Kolvenbach quería aprovecharla para retirarse, pero Juan Pablo II, escarmentado por sus desencuentros con Pedro Arrupe, le obligó a seguir. La alternativa Nicolás quedó aparcada, hasta el cónclave del pasado 19 de enero, que encumbró a este palentino nacido en Villamuriel de Cerrato el 29 de abril de 1936. "Nos pidió que rezáramos por él, para que no saliera en las votaciones", cuenta José, de 69 años, psicólogo clínico, el hermano menor. "Es una tarea de mucha responsabilidad para una persona de su edad".

Ya en el noviciado era brillante. Lo mismo se le encontraba leyendo a Píndaro en griego que jugando al balonmano

La mayor orden religiosa católica, con sus 19.200 miembros, necesita una urgente reorganización interna, y un líder que marque el camino a seguir por los senderos vanguardistas de la Compañía. El momento no es fácil. Se han suavizado las tensiones con el Vaticano, pero el Papa está ahí, vigilante, tal y como dejó constancia en la carta enviada a Kolvenbach hace un par de semanas. Espera que los jesuitas no se desvíen un ápice de la línea dogmática de la Iglesia, que no vayan por libre en materia de moral sexual ni politicen su mensaje. Nicolás viene, como Arrupe, del continente asiático, pero nadie sabe si terminan ahí las coincidencias.

"No es ingenuo como Arrupe, que tampoco tenía su preparación teológica", dice José María de Vera, de 79 años, portavoz de la curia generalicia, que conoció al nuevo prepósito general en Japón.

Hay otra diferencia fundamental. El añorado Arrupe tomó las riendas de los jesuitas con 58 años, en la cúspide de sus facultades. Nicolás tiene 13 años más. "Es una persona vigorosa intelectualmente. Acostumbrado a convivir con otras culturas y otras religiones. En la Universidad Santa Sofía de Tokio, donde ha dado clases mucho tiempo, hay budistas y sintoístas; los católicos son minoría", dice Luis López-Yarto, viceprovincial de España en funciones, que coincidió con él en el noviciado de Aranjuez en los años cincuenta. "Era muy brillante y al mismo tiempo de lo más normal, era fácil ser su amigo". Lo mismo se le encontraba leyendo a Píndaro en griego que jugando al balonmano, una de sus especialidades deportivas.

Un chico obediente, tenaz, con sentido del humor. Sus hermanos José y Félix (el mayor, Antonio, vive en Nueva York y es profesor universitario emérito) aseguran que ha salido luchador como su madre, una castellana muy religiosa que les interrogaba a la vuelta de misa, los domingos, sobre los detalles de la casulla del cura, para asegurarse de que habían asistido.

Adolfo Nicolás vivió los años duros de la posguerra con cierto desahogo económico. Su padre, un guarnicionero que se había enrolado en el ejército al terminar la Guerra Civil, fue trasladado a Santander, luego a A Coruña, luego a Barcelona, finalmente a Madrid. En Barcelona despuntó su vocación. Adolfo estudió en el internado de la Compañía en Roquetes (Tarragona), y luego en el colegio de Areneros, hoy sede del Icade. "Llegó a ser príncipe, que era una dignidad que daban a los mejores. A mí me conocían como el hermano de Adolfo", comenta, siempre bromista, José. De allí pasó al noviciado de Aranjuez. El edificio existe todavía, pero ya no alberga a jóvenes aspirantes a soldados de Jesús; ahora es una residencia de ancianos.

En Aranjuez le conoció López-Yarto, que no escatima elogios sobre el nuevo general, convencido de que guarda cartas en la manga que sorprenderán. "¿Progresista? No sé lo que eso significa. Le veo con una mentalidad profética, incluso en lo tocante a las instituciones, y eso es revolucionario". Dicho en términos menos crípticos, es alguien convencido de que la reputación de la Compañía no debe descansar sólo sobre ejemplos extraordinarios, sino sobre el trabajo diario y el ejemplar funcionamiento de la institución. No se trata de abandonar las universidades ni los colegios de élite, sino de dejar constancia también en ellos de la verdadera misión de la orden: estar con los desfavorecidos. Nicolás vino a decirlo en su homilía del domingo pasado en la deslumbrante iglesia de Jesús, en Roma: ya no se trata de expandirse por el mundo, de llegar a todas las naciones geográficas, sino a las verdaderas naciones de nuestro tiempo, las de los excluidos, los pobres, los inmigrantes.

La experiencia directa de estos problemas la tuvo en el rico y desarrollado Japón, un país en el que ha pasado media vida. En Tokio -donde fue ordenado sacerdote en 1967, estudió teología y adonde regresó con un doctorado en el bolsillo por la Gregoriana de Roma, para dar clases en la Universidad Santa Sofía- vivió siete años como provincial de Japón. "No quiso instalarse en la residencia que le correspondía. Yo fui a visitarle una vez y me lo encontré viviendo en un piso diminuto, con otro compañero. Todo modestísimo, y desordenado", cuenta su hermano José. En un barrio periférico donde vivían en condiciones durísimas los inmigrantes filipinos. También optó por una casa austera en Manila, su último destino, ya como coordinador de Asia. En Roma le espera un escenario opuesto. Magnificencia y grandes espacios. "Pero ya conoce usted el chiste", bromea José. "Roma es la ciudad con más fe del mundo, porque todo el que llega se la deja allí". Claro que a su hermano no le ocurrirá. Alguien que ha viajado de Villamuriel a Japón está vacunado contra todo espejismo. -

En la fotografía superior, Adolfo Nicolás el día de su ordenación sacerdotal, en 1967. Abajo, foto familiar de 1948, con él en la fila de atras, a la derecha. En la otra imagen, convertido ya en superior general de los jesuitas.
En la fotografía superior, Adolfo Nicolás el día de su ordenación sacerdotal, en 1967. Abajo, foto familiar de 1948, con él en la fila de atras, a la derecha. En la otra imagen, convertido ya en superior general de los jesuitas.FOTOS CEDIDAS POR LA FAMILIA NICOLÁS / AFP

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