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PRODIGIO DEL AJEDREZ

El genio que no quiere serlo

Leontxo García

"Mi potencia mental me importa un bledo", dijo hace 20 años el indio Viswanathan Anand, de 40 años, actual campeón del mundo, tras unas pruebas médicas que revelaron una capacidad cerebral extraordinaria. "Me siento idiota en muchas ocasiones", recalcó Magnus Carlsen, de 19, el número uno más joven de la historia. Lo dijo hace dos meses cuando Michael Robinson intentó que el noruego hablase de su gran inteligencia en una entrevista para Canal+. Anand y Carlsen son superdotados, y probablemente hubieran triunfado en campos muy distintos al ajedrez. Pero han encontrado la felicidad en un fascinante mundo de 64 casillas, y no quieren ejercer de portentos.

Genio: capacidad mental extraordinaria para crear o inventar cosas nuevas y admirables, dice la Real Academia. Basta disfrutar de las partidas de Carlsen (o de Anand) para comprobar que responde a esa definición. Aunque él mismo aportó otra el 17 de enero de 2008, cuando murió el carismático estadounidense Bobby Fischer, campeón del mundo en 1972: "Lo que más admiro en él es su capacidad para que nos parezca fácil lo que en realidad es muy difícil. Yo intento imitarle".

Pero tampoco hay duda de que Carlsen es un superdotado en general, no sólo para el ajedrez, aunque él no quiera saber su cociente de inteligencia. Por citar una muestra, a los cinco años memorizó las capitales, la superficie y el número de habitantes de casi todos los países del mundo, y datos similares de todos los municipios de Noruega. En principio, un superdotado es un privilegio para sus padres, pero también puede ser una pesadilla si se aburre mucho en clase y no se adapta a un mundo organizado para personas de mucha menor capacidad mental. Los padres de Magnus acertaron al llevarle, junto a sus hermanas, a viajar por el mundo durante un año cuando tenía 13. Si viajar es siempre una excelente escuela de vida, mucho más en un caso como el suyo. Para entonces ya era el gran maestro (categoría similar al cinturón negro en yudo) más joven del mundo, por lo que acudió con su selección nacional a la Olimpiada de Ajedrez de 2004 en Calviá (Mallorca), donde las azafatas no le dejaban pasar al escenario porque no creían que aquel niño fuera el mejor jugador de Noruega.

Los superdotados tienden a huir de las masas y a ser muy tímidos. Hace tres años, Magnus apenas hablaba con nadie que no perteneciera a su entorno más íntimo. Ahora, tras recorrer muchos miles de kilómetros, jugando cientos de partidas por todo el mundo y atendiendo -a regañadientes, eso sí- a multitud de periodistas, el precoz número uno ha comprendido que atender a la prensa forma parte de sus obligaciones, aunque lo haga con cuentagotas.

A pesar de que los tópicos hagan pensar lo contrario, la mayoría de los ajedrecistas de élite son bastante sociables. Carlsen es una de las pocas excepciones, a pesar de ser ya un ídolo nacional, y huye cuanto puede de la exposición a los seres humanos que no forman parte de su círculo más próximo. Las partidas de futbolín nocturnas con otros ajedrecistas, sin salir del hotel, suelen ser la única manera de verle fuera de su habitación o de la sala del torneo. Vive en su mundo, muy basado en Internet: partidos del Real Madrid de sus amores, torneos de póquer, conversaciones con sus amigos y lecturas de periódicos a través de la Red.

Magnus Carlsen parece razonablemente feliz, quizá porque sabe que millones de aficionados aprecian mucho la belleza y profundidad de sus partidas. Aunque habla un inglés perfecto, su idioma natural es el ajedrez, y en él ha volcado su asombrosa inteligencia, que en realidad le importa un bledo, como a Anand.

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Sobre la firma

Leontxo García
Periodista especializado en ajedrez, en EL PAÍS desde 1985. Ha dado conferencias (y formado a más de 30.000 maestros en ajedrez educativo) en 30 países. Autor de 'Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas'. Consejero de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) para ajedrez educativo. Medalla al Mérito Deportivo del Gobierno de España (2011).

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