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Entrevista:Dilma Rousseff | Presidenta electa de Brasil | LOS ROSTROS DE 2010

Una gestora de mano firme

Soledad Gallego-Díaz

Es difícil pensar en dos personalidades más distintas que la nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, y su antecesor, Luiz Inacio Lula da Silva. Él es el presidente más popular de la historia de Brasil, el obrero metalúrgico convertido en sindicalista y político, que abandona el cargo tras ocho años en el poder, con un insólito índice de popularidad del 80%. Ella, una mujer fundamentalmente seria, con un carácter fuerte, casi arisco, poco dado a los baños de multitudes ni a los encuentros llenos de encanto y de fascinación que prodigaba el hombre al que va a suceder el próximo primero de enero. Y sin embargo, es esta mujer, completamente diferente, la elegida por Lula y por los brasileños para hacerse cargo, como mínimo durante los próximos cuatro años, de un Brasil en plena expansión y crecimiento, un país solo algo más pequeño en tamaño que China o que Estados Unidos y que tiene la quinta población más numerosa del mundo. Si tiene éxito, será ella, Dilma, la hija de un inmigrante búlgaro apellidado Rusév, la antigua militante de una organización guerrillera, la joven estudiante de Economía detenida y torturada durante los años de plomo de la dictadura militar, la que dirigirá la consolidación de una auténtica y nueva potencia mundial, tanto desde el punto de vista económico como político.

"Sustituir a Lula no será fácil, pero hacerlo en este momento es probablemente una de las tareas políticas más apasionantes que puedan existir en el mundo", escribía hace pocos días un analista británico. Rousseff será la segunda mujer (después de Indira Gandhi, que gobernó India, un país con más de mil millones de habitantes) en hacerse cargo de una de las mayores democracias del mundo. La nueva presidenta de Brasil nunca se había presentado a unas elecciones hasta que Lula la impuso como candidata presidencial del Partido de los Trabajadores (al que se había afiliado hacía pocos años) y se obstinase en conseguir que triunfara con el 56% de los votos, frente al mucho más experimentado José Serra, líder de la oposición socialdemócrata.

A Dilma Rousseff le espera uno de los años más difíciles en muchas décadas para el conjunto del mundo y uno de los más excitantes y prometedores para la historia de su propio país. Moverse en esa contradicción le exigirá una inteligencia y una responsabilidad muy especiales. En medio de la inestabilidad general, Brasil puede aprovechar la nueva década para aumentar su papel como una de las grandes potencias emergentes. Tiene casi todo lo que se necesita para ello, incluidos enormes yacimientos de petróleo (el llamado pre-sal, recientemente descubierto), y una fabulosa capacidad agrícola, con los que financiar su definitivo despegue industrial; incluso, un estado de ánimo optimista y una población convencida de que tiene al alcance de la mano la posibilidad de mejorar su vida y la de sus hijos. Lo ocurrido en otros países demuestra que todo eso no basta: hace falta, además, un Gobierno que acierte y políticos astutos, comprometidos con objetivos claros.

Rousseff, de 63 años, parece reunir esas condiciones pero necesitará también habilidades muy especiales porque Brasil es un país políticamente muy complicado en el que el presidente está obligado a tejer continuamente extenuantes alianzas y acuerdos. Lula, su mentor, lo logró casi siempre, apoyado en una popularidad imbatible y en una formidable capacidad personal de diálogo y enredo político. Ese será el gran desafío de su sucesora, que tiene mucha experiencia como gestora y negociadora en el ámbito económico, pero muy poca en el campo de la política directa. Además, Lula fue siempre capaz de mantenerse por encima de las acusaciones de corrupción y de nepotismo que han perseguido a muchos miembros de su Administración (llegaron a apodarle Teflón porque nada se le quedaba pegado), mientras que Dilma ha demostrado ya ser mucho más vulnerable a esas recriminaciones. De hecho, durante la campaña electoral sufrió el impacto de las acusaciones de corrupción lanzadas contra su mano derecha, Erenice Guerra, que tuvo que presentar la dimisión para enfriar el escándalo.

Desde que fue elegida, en segunda vuelta, el pasado 31 de octubre, Rousseff se ha dedicado a organizar el gabinete con el que arrancará su presidencia. Todos los ojos estaban puestos en el equipo económico, que quedó cerrado esta misma semana. La mayoría de los analistas brasileños considera que los nombramientos clave garantizan la continuidad de la línea seguida tanto por Lula como por su antecesor, Fernando Henrique Cardoso, pero que a Dilma Rousseff no le ha temblado la mano a la hora de asegurarse de que será ella, la presidenta, la que controle siempre la situación. "Hasta ahora ha existido un comandante en el Ministerio de Hacienda y otro en el Banco Central. Ahora va a haber un solo jefe: Dilma", explicó inmediatamente después de conocerse los nombramientos el economista Roberto Troster.

Lula la conoció en 2002, cuando era una economista de 54 años, especializada en asuntos energéticos. "Llevaba siempre a cuestas un ordenador donde parecían estar todos los datos, todos los planes y todas las preguntas", explicó años después a una revista brasileña. Ese mismo año la llamó para hacerse cargo de la cartera de Energía y desde ese momento no dejó de estar a su lado, como jefe de su Casa Civil (especie de ministerio de la Presidencia) o directamente como su heredera. Gilberto Carvalho, un peculiar y poderoso personaje de la política brasileña, contó que ella era la persona con la que más había hablado Lula a lo largo de estos años, todos los días, varias veces al día, incluidas las vacaciones. "Cuando la eligió como sucesora sabía lo que hacía y lo que Dilma pensaba", aseguró.

En su primer discurso, la misma noche de su victoria electoral, Dilma Rousseff apuntó ya algunas de sus ideas para impulsar una nueva etapa de desarrollo en Brasil. "No podemos contar con el empuje de las naciones más desarrolladas, que están atravesando una crisis enorme. Solo podemos contar con nuestras propias políticas, nuestro propio mercado, nuestras propias decisiones". La nueva presidenta es una seria administradora, pero dejó claro desde el primer momento que su trabajo no consistirá solo en eso. "Nuestro gran objetivo es eliminar la pobreza y elevar el nivel educativo de los brasileños y brasileñas", prometió, aunque no puso plazo a ese compromiso de sacar de la miseria a los 21 millones de brasileños que aún están por debajo de los mínimos niveles de ingresos. "No aceptaré que los ajustes afecten a los programas sociales, los servicios esenciales o las inversiones necesarias", mantuvo. "Nadie ha puesto nunca en duda su pasión social, su decidida voluntad de cumplir, a través de métodos escrupulosamente democráticos, objetivos de su juventud", aseguraba en la campaña electoral una de sus asistentes personales.

Dilma Rousseff, la nueva presidenta electa de Brasil, tras conocer su victoria.
Dilma Rousseff, la nueva presidenta electa de Brasil, tras conocer su victoria.Reuters

Equipo femenino

Rousseff se ha declarado siempre feminista. La campaña y los duros ataques de la oposición por su pretendido apoyo al derecho de las mujeres a abortar, la llevaron a adoptar posiciones ambiguas. Aun así, en su primer discurso insistió en que sentía un compromiso especial con las mujeres de su país y con el reconocimiento de sus derechos, sin mayores precisiones. En su primer Gobierno figurarán varias mujeres, entre ellas la economista Tereza Campello, la socióloga Luiza Helena de Bairros, la periodista Helena Chagas o la cantante y compositora Ana de Hollanda, hermana de Chico Buarque, además de políticas como Miriam Belchior, Izabella Teixeira o la senadora Ideli Salvati.

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