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Reportaje:EL AUGE DEL RACISMO

A golpes de extremismo

El populista Geert Wilders, que proclama su "odio al islam", pasa de único diputado a líder de la tercera fuerza de Holanda. Ahora es el peligroso árbitro de la política en su país

Isabel Ferrer

A Geert Wilders se le reconoce enseguida por su mata de pelo oxigenado. Un estilo que le ha valido el apodo de Mozart, por lo mucho que se parece a las pelucas lucidas por el músico de Salzburgo. El líder de la derecha populista holandesa llama también la atención por sus acompañantes. Amenazado de muerte debido a sus críticas al islam, es el único de sus colegas rodeado permanentemente de guardaespaldas: al menos cinco agentes protegen sus movimientos. También sus noches son distintas de las del resto de los políticos holandeses: Wilders duerme cada día en un lugar distinto, una situación que no le desea "a nadie". Hasta los encuentros con su esposa, una antigua diplomática húngara a la que conoció en una recepción, se someten a las medidas de seguridad que marcan su vida.

"Los extranjeros que no sean occidentales pueden casarse o vivir juntos. Pero no en Holanda", sostiene Wilders
El populista está siendo juzgado por islamofobia. Si gana, irá de campeón de la libertad; si pierde, de mártir incruento

Sin embargo, lo más llamativo de este antiguo alumno de una escuela católica de Venlo, al sur de Holanda, experto en seguros de enfermedad y que no llegó a terminar Derecho, son sus polémicas expresiones. Frases directas y llanas hasta lo castizo como la siguiente: "El problema es el islam fascista, la enfermiza ideología de Alá y de Mahoma, tal y como aparece en el Corán, que es el Mein Kampf musulmán". O bien esta otra: "No le niego a nadie el derecho a formar una familia. Ni siquiera a los extranjeros que no sean occidentales. Pueden casarse o vivir juntos. Pero no en Holanda".

Su habilidad para conectar con los votantes, incluso los que le desprecian, le ha convertido en el político más famoso de su país. Y en el único reconocible fuera de Holanda. En el plazo de seis años ha pasado de ser el solitario miembro de su propio partido en un Parlamento de 150 escaños, a convertirse en la tercera fuerza política. Ahora tiene 24 diputados, encabeza el Partido de la Libertad, y la nueva coalición formada por liberales y democristianos no puede gobernar sin su apoyo parlamentario. Una auténtica escalada que no parece decaer, a tenor de las encuestas. Su grupo político crece sin cesar en los sondeos.

Para los amantes de las biografías con un toque antropológico, la fijación de Wilders con la inmigración musulmana tendría un origen íntimo. En un artículo publicado en 2009 por Lizzi van Leeuwen en el semanario De Groene Amsterdammer se explica esa furia como una revancha por las injusticias sufridas por sus abuelos maternos. Johan Ording fue un administrador financiero en Indonesia durante la era colonial holandesa. Perdió su fortuna, y luego su empleo, y pudo recuperarse al final gracias a su nombramiento como director de una cárcel. Su esposa, Johanna Ording-Meijer, había nacido en una familia de origen judío e indonesio. Ella sufrió la desventura pos colonial de buena parte de los mestizos que emigraron a Holanda, la metrópoli. Aunque se consideraban patriotas holandeses ajenos al islam, en Holanda, acabaron con la etiqueta de minoría. Igual que los inmigrantes turcos y marroquíes que empezaban a llegar a las empresas textiles y electrónicas. De modo que, según la autora, el nieto Geert sería el producto de las ideas conservadoras y la tradición colonial fundada en los valores europeos de sus antepasados.

Wilders no acepta esta teoría, y en la biografía que muestra al público aparece como el hijo de un gerente de la firma de impresoras y copiadoras Océ, que huyó del sur de Holanda con la invasión de los nazis y que durante cuarenta años fue incapaz de viajar a Alemania por culpa del trauma. El (ahora) político, después de una educación secundaria fragmentada, quiso ver mundo y viajó a Israel. Allí trabajó hasta convertirse en un gran amigo del país, simpatía que mantiene en la actualidad. De sus visitas posteriores a los países árabes guardó el recuerdo de "la falta de democracia". A su regreso, acabó metiéndose en el partido de los liberales de derecha, como escritor de discursos. Su verbo fácil y la labor como asistente de Frits Bolkestein, el primer político holandés que alertó sobre los "retos de la inmigración masiva", marcaron su carrera posterior. Desencantado con el apoyo liberal a la candidatura de Turquía a la UE, se marchó. Su fuerza radicaba en su facilidad de palabra, y la explotó. "Quiero un nuevo artículo 1 de la Constitución que reconozca la cultura occidental. Puede haber escuelas cristianas y judías, pero no musulmanas", dijo en 2007. "No odio a los musulmanes. Odio el islam. Es la ideología de una cultura atrasada", añadió en 2008.

Para entonces, su Partido de la Libertad había hecho eclosión y su figura era ya famosa. Su corto Fitna, que califica de "paseo por el Corán, que considero una amenaza", puso los pelos de punta a las autoridades holandesas. Hasta entonces, Wilders había sido el heredero natural de Pim Fortuyn, otro líder populista de difícil clasificación, asesinado en 2002 por un ecologista radical. Como Fortuyn, Wilders pide el cierre de fronteras a la inmigración musulmana; defiende a los homosexuales, se opone a la opresión de la mujer en el islam radical, y critica a la élite política por su lejanía respecto al ciudadano. A medida que gana adeptos, Wilders ha ido más lejos calificando de "aficiones izquierdistas" la ayuda al desarrollo y las contribuciones a la UE. En ambas parcelas ha conseguido que el nuevo pacto de Gobierno proponga ahorros sustanciales.

Y es que en estos momentos, su satisfacción es completa. Ha pasado de ser casi un detalle en la inmensidad parlamentaria a participar en las negociaciones del Ejecutivo que se avecina. Para lograrlo, no ha tenido inconveniente en firmar un documento donde califica el islam de ideología. Sus interlocutores, liberales y democristianos, dicen que es una religión. El documento resulta cuando menos curioso fuera del contexto holandés, pero la fuerza de consenso es tal -solo igualada por las ansias de gobernar de los tres grupos- que ha servido para tranquilizar a todos. Y cuando el acuerdo estaba sellado, y las muchas facetas de Wilders le convertían en el líder poliédrico por excelencia, llega la traca final: el juicio por islamofobia, que él califica de proceso político. Muy cauto, ha optado por guardar silencio ante los jueces. Si gana, se presentará como el campeón de la libertad de expresión. Si pierde, será su mártir incruento.

Geert Wilders, acusado de islamofobia, en un momento del juicio celebrado en Ámsterdam. La imagen es del 6 de octubre de 2010.
Geert Wilders, acusado de islamofobia, en un momento del juicio celebrado en Ámsterdam. La imagen es del 6 de octubre de 2010.AP

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