_
_
_
_
_
Reportaje:CRÍMENES Y CRIMINALES Y 5 / LA ENVENENADORA DE MELILLA

Unas gotas de veneno en cada sopa

Paqui Ballesteros administró durante meses cianamida cálcica a toda su familia para fugarse con un amante que había conocido por Internet

Mónica Ceberio Belaza

Juan, el carnicero que subía el pedido a casa de Paqui Ballesteros una o dos veces a la semana, no entendía por qué la mujer no llevaba a su hija al médico. El aspecto de la niña era cada vez peor. Siempre medio dormida, sucia, con la cara amarilla. Un día la encontró agonizante, con los labios morados, sin conciencia. Tenía problemas para respirar. Ofreció a Paqui llevarla en su coche al hospital de Melilla, pero ella se negó. Balbuceó que su suegro se estaba ocupando de todo. Ante la insistencia de Juan, aceptó llamar al 061. "Mi hija tiene fiebre alta y depresión", fue lo único que alcanzó a explicar. Los médicos no pudieron salvarla. Tenía 15 años cuando murió, el 4 de junio de 2004.

Paqui dio gotitas de Colme a su primera hija, Flori. El bebé murió con cuatro meses

La muerte dejó intranquilo a Juan, que había presenciado el gradual deterioro físico de la niña ante la indiferencia de Paqui, que entonces tenía 35 años. El carnicero recordó que la mujer no dejaba que las compañeras de colegio de la niña entraran en la casa, ni permitía a sus suegros llevarla al médico. "No hay camas libres en el hospital", llegó a asegurarle a una vecina preocupada. Siempre decía que estaba a punto de llamar a una ambulancia, pero nunca lo hacía. Juan decidió contarlo todo a la policía. No estaba seguro de lo que estaba pasando en esa familia, pero le parecía todo muy raro. El hijo menor del matrimonio, de 12 años, tenía también muy mal aspecto, y Antonio González, el marido de Paqui, había fallecido a principios de año.

Los médicos no habían logrado dar con la causa de los males de Antonio, que pasó meses enfermo antes de morir. Lo ingresaron varias veces en el hospital, de donde entraba y salía ante el desconcierto de los especialistas. Un buen día dejó de pedir ayuda. Tenía dolores y vómitos, pero estaba siempre en casa, medio dormido. Parecía no enterarse de nada. Falleció seis días después de Reyes, el 12 de enero. "Fracaso multiorgánico", dijeron. No se hizo autopsia. Su mujer solo aventuró que quizá a Antonio le había sentado mal una reciente fumigación de la casa para acabar con las cucarachas.

En el primer interrogatorio de la policía, después de la denuncia de Juan, Paqui Ballesteros lo confesó casi todo. Sí, había envenenado a la niña. Lo había hecho con Colme, un medicamento con cianamida cálcica para tratar el alcoholismo que, si se toma durante un tiempo prolongado, destroza el hígado y provoca la muerte. "Mi hija estaba triste, quería morirse y marcharse con su padre", dijo a los agentes con frialdad, como si fuera una de las viejecitas de Arsénico por compasión encargadas de aliviar de la vida a aquellos cuya existencia ya no tenía sentido.

Poco después admitió que había asesinado también a su marido y envenenado a su hijo pequeño. En realidad, llevaba administrando Colme a toda la familia desde agosto de 2003. Ponía unas gotitas dos veces al día en los zumos y sopas que les preparaba. A su marido le daba ración extra. El medicamento, sin color, sin sabor, no se nota. Cuando empezaban a estar muy enfermos, les hacía tomar somníferos y relajantes para que no fueran capaces ni siquiera de pedir ayuda o de llamar a un médico. Por eso quedaban todos semiinconscientes semanas antes de morir.

La justificación de los asesinatos fue cambiando con el tiempo. Paqui dijo primero que su marido era alcohólico y que por eso había empezado a darle Colme. Pero nadie le había visto beber más copas de la cuenta. Después aseguró que era un maltratador y que por eso lo había matado. Tampoco consiguió que nadie corroborara esta versión. Lo que sí logró probarse es que en diciembre de 2003, un mes antes de que su marido muriera envenenado, ella había viajado desde Melilla a Tenerife. Iba a encontrarse con otro hombre con el que estaba planeando iniciar una nueva vida.

Paqui tenía problemas de obesidad y quería hacerse una operación de reducción de estómago. Dijo a su familia que se iba a Málaga para una revisión médica. Nunca llegó a la Península. Aterrizó en Tenerife y se citó con un hombre al que había conocido meses antes por Internet. Ella llevaba un tiempo frecuentando chats en los que tenía varios cibernovios. Allí era Fogosa, una viuda que había perdido a su marido e hijos en un desgraciado accidente de tráfico. Paqui y su amante pasaron la noche en el hotel Anega. Ella le explicó que tenía que volver a Melilla para resolver unos asuntos y vender la casa. Después podría marcharse con él para siempre.

Tenía tres obstáculos para dejar Melilla: su marido y sus dos hijos. Pero ya se había puesto manos a la obra para que su macabra fantasía de librarse de su familia se hiciera realidad. No era la primera vez que usaba el Colme como veneno. Lo había hecho ya una vez, muchos años antes, después de dar a luz a su hija Flori. La pequeña nació enferma. Tenía ataques epilépticos. Paqui dio gotitas de Colme al bebé hasta matarlo, con tan solo cuatro meses, el 4 de agosto de 1990. "Yo tenía 20 años y no sabía cómo cuidarla", intentó explicar después la envenenadora a la policía. "Tenía miedo de no poder hacerme cargo de ella".

El trato que dispensó a sus hijos antes de morir fue inhumano. A la hija mayor la encontraron los médicos de la ambulancia en un sofá, entre restos de heces y de orín, con manchas de menstruación resecas y secreciones y hongos en la boca. No podía hablar. Sufrió una larga agonía antes de morir. El hijo sobrevivió de milagro. Tras la denuncia de Juan, lo ingresaron en el hospital y no dejaron a su madre que se acercara a él. Logró salir adelante, pero tardó 259 días en recuperarse del todo. Llevaba meses ingiriendo veneno.

El chico tiene ya 18 años. Después de que condenaran a su madre a 84 años de cárcel por asesinar a su padre y a su hermana, y por intentar hacer lo mismo con él, se fue a vivir con uno de sus tíos paternos. Ahora vive solo, en la misma casa en la que su madre los envenenó a todos, una vivienda de clase media en un edificio marrón y beis de tres plantas. Es el presidente de la comunidad de propietarios. Los vecinos dicen que el chaval parece estar bien para lo que ha pasado. Está pensando en entrar en el Ejército.

"Paqui era una mujer rara que iba muy desarreglada, pero a los hijos los llevaba siempre muy limpios y bien vestidos", recuerda alguien cercano a la familia. "Los llevaba a todas partes y les compraba de todo. Siempre estaba pendiente de ellos. Cuando todo salió a la luz, no entendimos nada". Cuando la policía llamó por teléfono al amante de Paqui para contarle lo ocurrido y recabar información, el hombre reaccionó con una especie de horror y alivio. "Madre mía, yo podría haber sido el próximo", dijo a los investigadores. Les explicó que, a veces, cuando hablaba con Paqui oía de fondo a unos niños. Ella le decía que eran sus sobrinos.

El padre de Paqui había muerto años atrás en extrañas circunstancias. Se cayó en una bañera. La policía de Melilla sospechó que quizá también lo había envenenado, pero este presentimiento nunca se confirmó. Lo único que ella reconoció fue que conocía el Colme porque su madre y ella se lo habían dado a escondidas a su padre alcohólico para que dejara la bebida. Él fue el primero de la familia de Paqui Ballesteros en tomar, sin saberlo, el líquido mortal.

Arriba, Paqui Ballesteros el día de su boda con Antonio González, a quien envenenó durante meses hasta causarle la muerte. Abajo, al llegar a los juzgados de Melilla.
Arriba, Paqui Ballesteros el día de su boda con Antonio González, a quien envenenó durante meses hasta causarle la muerte. Abajo, al llegar a los juzgados de Melilla.Foto: Melilla Hoy

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_