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Reportaje:CRÍMENES DE GUERRA

El hombre que llevaba los niños a la muerte

El 'señor de la guerra' congoleño Thomas Lubanga es el primer encausado por la Corte Penal Internacional

Isabel Ferrer

Thomas Lubanga, antiguo presidente de la Unión de Patriotas Congoleña, lloró el pasado marzo al abordar el avión del Ejército francés que le llevaría custodiado desde Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, a la ciudad holandesa de La Haya, sede de la Corte Penal Internacional (CPI). Un año antes, este licenciado en Psicología, de 46 años, que se presenta como político y no como miliciano, había sido arrestado por cascos azules de la ONU por un presunto delito contra la infancia: reclutar niños soldado. Acusado formalmente esta semana de crímenes de guerra por llevar al combate a menores de 15 años, rechaza unos cargos que suponen el estreno del primer tribunal permanente dedicado a perseguir también el genocidio y los crímenes contra la humanidad.

"Ha habido las peores matanzas e incluso canibalismo, pero sólo se procesa a Lubanga", protesta el defensor
La acusación detalla las amenazas de muerte y tortura a las familias de los niños si no obedecían

Si el lenguaje corporal y el atuendo sirven para averiguar el estado de ánimo en momentos decisivos, a Lubanga le han traicionado ambos. Desde el año 2000 y hasta su detención, exhibía una sonrisa permanente y un porte seguro. Como primer acusado de la CPI se presenta ahora con los llamativos ropajes de su tierra, pero su mirada refleja una sorpresa impensable hace meses. Ya fuera vestido de soldado o de impecable paisano, las fotos tomadas en su tierra le mostraban relajado con sus camaradas de la Unión de Patriotas Congoleños, un movimiento rebelde que fundó con ayuda de Uganda y Ruanda.

Joven e instruido, Lubanga luchaba por controlar la provincia de Ituri, su tierra natal, situada al noreste de la República del Congo. Era la época en que su milicia ganaba terreno en el control de las minas de oro locales y llegó a tomar en 2002 la ciudad de Bunia, la más importante de la zona. El país estaba sumido en una guerra civil que él y sus 4.000 leales mantuvieron viva incluso después del cese oficial de hostilidades en 2003. Un escenario atroz en el que la figura del hoy reo de la justicia internacional comandaba asimismo el brazo militar de su grupo, esto es, las Fuerzas Patrióticas para la Liberación del Congo.

Lo que empezó en 1999 como una pugna por la tierra y los recursos naturales, acabó transformándose en una lucha entre dos grupos étnicos rivales. De un lado peleaban los hema -y Lubanga entre ellos-, granjeros y ganaderos en origen. Del otro respondían los agricultores lendu, más numerosos. Durante cinco años, e incitados alternativamente por las vecinas Uganda y Ruanda, sólo en Ituri perdieron la vida más de 50.000 personas. En todo el Congo, la guerra causó al menos cuatro millones de muertos.

Hasta el verano de 2003, la sonrisa y las victorias de Lubanga no cedieron. A partir de entonces, su suerte cambió al aumentar la presencia de cascos azules. Antes de caer, sin embargo, hizo gala de su temeridad ante los enviados de la propia ONU. Les recordó la importancia de "juzgar a cada grupo rival por los actos que haya cometido y de castigarles si hubieran llegado al genocidio". Una frase que se reveló premonitoria en 2005, cuando fue capturado por esos mismos interlocutores. Otro tanto ocurriría poco antes con Floribert Ndjabu, responsable lendu del Frente Nacionalista e Integracionista, la milicia rival.

Cuando Lubanga fue detenido, John Tinanzabu, secretario general de la Unión de Patriotas Congoleños, protestó asegurando que el líder "llevaba un año viviendo en Kinshasa y era un político, no un guerrero". Jean Flamme, su abogado, comparte esta opinión y la ha explicado de forma muy gráfica. "Ituri ha sido el escenario de las peores matanzas del mundo. Ha habido incluso casos de canibalismo. Sin embargo, sólo se persigue a Tomas Lubanga por el asunto de los niños soldado, una práctica de siempre y de tantos grupos político-militares. Es una injusticia. Es un político y un pacificador, no un miliciano, y no estaba directamente relacionado con lo que hacían las tropas", dijo en la sede del Tribunal Penal cuando se leyeron los cargos ahora confirmados.

La fiscalía lo presenta, por el contrario, como el comandante de las operaciones militares de la Unión de Patriotas, el jefe que coordinó y controló un plan deliberado para reclutar (por la fuerza), alistar (sin amenazas, pero igualmente delito por ser menores) y enviar a la guerra a niños y niñas a veces de 10 años. Según el artículo 8 del Estatuto de Roma fundacional de la CPI, por todo ello podría ser condenado a 30 años de cárcel.

¿Y los niños? El acta de acusación detalla las visitas de inspección de Lubanga a los campos de entrenamiento. Sus arengas para que entraran en combate y no diferenciaran entre civiles y militares lendu al atacar; ni tampoco entre mujeres, ancianos o niños. Sus amenazas de tortura, muerte o destrucción de sus familias si no obedecían. Un panorama desolador resumido por Ekkehard Withopf, jurista de la fiscalía, con una reflexión no menos abrumadora: "Muchos perecieron en el frente. Todos lucharon y mataron".

Thomas Lubanga (sentado), en Bunia (Congo), en 2003, protegido por un guardaespaldas.
Thomas Lubanga (sentado), en Bunia (Congo), en 2003, protegido por un guardaespaldas.KAREL PRINSLOO

De la escuela al frente con un fusil al hombro

LA ONU CALCULA que al menos 300.000 menores participan en guerras. Son niños y niñas obligados a empuñar fusiles, utilizar machetes o servir de esclavas sexuales en países como Sierra Leona, Liberia, Sudán, Sri Lanka o Afganistán. Cerca de 30.000 lo hacían en el Congo cuando actuaba Thomas Lubanga, el líder miliciano acusado ahora de crímenes de guerra ante el Tribunal Penal Internacional por reclutar a una parte de ellos. Dirigía la Unión Congoleña de Patriotas. Sus caras difieren, pero no así su aspecto. Vestidos con ropas de comando, aparecen entre retadores y atemorizados en un escenario inaudito para lainfancia. Perdidos en su mayoría para las familias y en manos de adultos que les amenazan, manipulan e incluso drogan para que luchen, sus relatos no habían aparecido de forma independiente en los tribunales. El caso de Lubanga sentará un precedente al haber incluido a tres familias, con cinco hijos en total, que ejercitarán una acción directa durante el juicio. Apoyados por su propio equipo legal, contarán cómo se llevaron a sus pequeños, y pedirán, si cabe, una indemnización. La fiscalía aportará, por su parte, las historias de tres niños y tres niñas que reflejan lo ocurrido con todos los demás. Así, se cuenta el caso de un chico de 15 años que disparó contra el enemigo para no ser asesinado por sus jefes. "Herido en un pie, regresó al frente en cuanto se hubo curado". A otros menores les decían que podían violar a las mujeres enemigas y saquear sus casas. Una niña de 13 años, raptada, vio morir a tres chicos y a otra muchacha en uno de los ataques. Y un chico tuvo que atarle los genitales con un alambre a un prisionero, que luego pereció. Una tercera parte de los niños soldados del Congo se quedaron sin padres, amigos y escuela. En un país devastado, otros que lograron huir acabaron regresando a la milicia, que les explotaba para poder comer.

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