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Reportaje:LA GRAN PLAGA

El hombre que plantó cara al sida

Gay, ex prostituto y enfermo, Zackie Achmat se ha convertido en una leyenda en la lucha contra la pandemia

Los padres de Zackie Achmat eran musulmanes conservadores. Cuando él tenía 14 años prendió fuego a su colegio, se fue de casa y se ganó la vida durante una época como prostituto homosexual. Ateo declarado, con ideas políticas forjadas a base de una intensa lectura de las obras de Marx, Lenin y Trotski, contrajo el sida a los 28 años y fundó el primer movimiento de su país defensor de los derechos de gays y lesbianas. Su padre se fue a la tumba odiándole; su madre nunca logró sobreponerse a la vergüenza. Sin embargo, hoy, el propio Nelson Mandela le ha calificado como un héroe nacional en el país más golpeado por el sida del mundo. Porque no existe ninguna otra persona en Suráfrica, ni seguramente en ningún otro país, que haya dedicado tanto tiempo y energía, que se haya entregado de forma tan desinteresada a la guerra contra el sida; que haya sacrificado tanto para ayudar a tantos.

Achmat es un emblema de la lucha global contra un virus que ha infectado a 40 millones de personas
900 personas mueren cada día en Suráfrica por sida, y otras 1.000 resultan infectadas
"El riesgo de difusión del sida es mayor en países en los que hay excesos sexuales pero no libertad sexual"
"El hijo de Mandela murió de sida, y él lo anunció al mundo para combatir el tabú del sexo y el sida"
La inmigración y la desigualdad entre sexos favorece la enfermedad en India, China y Rusia
"Si disminuye la violencia contra las mujeres, el resultado será una contención de la epidemia"

Achmat, nacido en 1962, despierta la misma admiración fuera de su país y es reconocido entre los activistas del sida como un emblema de la lucha global contra una enfermedad que hoy padecen 39,5 millones de personas, 4,3 millones más que a finales del 2005, según la ONU. Mañana mismo,

Achmat, que ha sido nominado para el Premio Nobel, hará una intervención ante el Banco Mundial en Washington en la que propondrá que combatir el sida no debe ser sólo prioridad para los países pobres más afectados -o incluso países grandes en peligro como China, India y Rusia -, sino que tiene que ser una responsabilidad compartida. Todos deben aportar apoyo político y económico, dirá, porque no hacerlo en un mundo interdependiente, de fronteras más y más porosas, impactará de manera imprevisible en la prosperidad y seguridad de todos.

Achmat, coincidiendo con el inminente Día Internacional del Sida, hizo un análisis para EL PAÍS de la situación actual. Destacó que, aunque el número de víctimas del virus no deja de crecer, hay motivos para el optimismo, principalmente debido a que los avances científicos se empiezan a aplicar por fin en África, donde viven tres cuartas partes de las víctimas, pero un millón de personas ya tiene acceso a los medicamentos antirretrovirales que hace tiempo son accesibles a todos en los países ricos.

Achmat lleva ocho años dirigiendo una organización llamada Campaña de Acción para el Tratamiento (en inglés, TAC), que se ha dedicado en gran medida a presionar a su Gobierno, a la industria farmacéutica y a la opinión internacional para que se acabe con la desigualdad en el acceso al tratamiento para el sida en países ricos y pobres. La TAC es al sida lo que el partido gobernante de su país, el Congreso Nacional Africano (ANC), del ex presidente Mandela, fue al apartheid. Y así como en los tiempos de lucha de Mandela, Suráfrica era símbolo mundial de la discriminación racial, hoy Suráfrica ofrece el ejemplo más deplorable de cómo reaccionar ante la epidemia.

Mandela declaró en una famosa ocasión que estaba dispuesto a dar la vida por su causa. Achmat ha estado todavía más cerca que Mandela de dar la suya. Durante años se negó a tomar la medicación antirretroviral que podía salvarle la vida porque los fármacos no estaban al alcance de los surafricanos pobres. Mandela le pidió personalmente en 2002 que cediera, pero hubo que esperar al año siguiente, cuando el Gobierno de Thabo Mbeki relajó su perversa postura contra el tratamiento antisida, para que Achmat -con la enfermedad plenamente desarrollada y al borde de la muerte- empezara a tomar las píldoras de Lázaro.

Desde entonces ha sufrido un ataque al corazón que volvió a ponerle al borde de la muerte. Sin embargo, durante la entrevista celebrada esta semana, irradiaba el optimismo y la buena salud de un hombre que ha visto sus esfuerzos recompensados, que ha ganado batallas contra su Gobierno y contra la industria farmacéutica internacional, ya que ha ayudado a dividir por 25 el precio de los fármacos antisida en Suráfrica desde que fundó la TAC, en 1998. Que las cosas parezcan estar cambiando, que el Gobierno surafricano esté sacando, por fin, la cabeza de debajo del ala, se debe más que nada al activismo de Achmat, que vivió buena parte de su adolescencia en la cárcel (incendiar su colegio fue uno de los muchos actos de protesta política y por el que estuvo nueve meses incomunicado cuando tenía 15 años) por su militancia en el ANC, que pasó los años ochenta en la clandestinidad en nombre del ANC y que ha dedicado los ocho últimos años de su vida a combatir la postura del Gobierno del ANC respecto al sida. Y está ganando.

Mbeki parece aferrarse todavía a la posición de "negar la evidencia" cuando asegura que el virus del sida no mata, que los fármacos antirretrovirales hacen más mal que bien y que la remolacha y el ajo son la mejor cura para la enfermedad. Pero la presión política en su país y fuera de él -en gran parte generada por la TAC- ha alcanzado su masa crítica, y tanto él como, sobre todo, los futuros aspirantes a la presidencia dentro de su propio partido se han visto obligados a cambiar de rumbo y sumarse a la ortodoxia internacional sobre la materia. Hay muestras de una revolución silenciosa en la política sobre el sida dentro del Gobierno de Mbeki, indicios de que se preparan medidas radicales para mejorar el acceso a tratamientos antirretrovirales y para que el Gobierno abandone su retórica confusa, engañosa, cuyas consecuencias muchos consideran criminales dentro y fuera de Suráfrica.

A pesar de que el número de personas infectadas de sida es sólo comparable al de India, un país con una población 25 veces mayor, el panorama nunca ha sido tan esperanzador para la campaña de la TAC. Tanta energía positiva desprende Achmat -lleva, como siempre que aparece en público, una camiseta negra con las palabras HIV-Positive estampadas en el pecho, en grandes letras blancas-, que incluso logra sacar algún consuelo de las abominables cifras del sida en Suráfrica, las peores en un continente al que se atribuyen dos tercios de los casos mundiales; un país en el que 900 personas mueren de la enfermedad y 1.000 resultan infectadas cada día; que alberga a 5,5 millones de los seropositivos de todo el mundo; en el que el sida ha acabado ya con 1,5 millones de vidas.

"Las víctimas del sida, sólo en Suráfrica, son mucho más numerosas que las de la guerra de Irak", explica Achmat, que habla del tema sin parar durante cuatro horas -primero en un restaurante, ante una cena baja en colesterol (por su corazón) y sin alcohol (por el sida), y luego en su casa hasta altas horas de la noche-, con buen humor, con lucidez y con una pasión inagotable. "Pero aquí hemos hecho tan mal las cosas, somos un ejemplo tan claro de cómo no actuar ante la epidemia, que ofrecemos una buena lección al mundo que todos los gobiernos deberían estudiar".

"La gran lección sobre cómo no hacer las cosas está aquí". Lo que Achmat recomienda es estudiar el caso de Brasil, el país en vías de desarrollo que ha afrontado la enfermedad de forma más admirable.

Suráfrica y Brasil se parecen en muchos aspectos: los dos países tienen inmensas desigualdades entre ricos y pobres, son prósperos y dinámicos en comparación con sus vecinos y, a principios de los noventa, estaban prácticamente en el mismo nivel de sida. Para explicar lo que ha sucedido desde entonces, qué radicalmente distintos han sido los métodos utilizados por los dos, Achmat recurre a un gráfico que ha incluido en la intervención programada para mañana ante el Banco Mundial. El gráfico muestra dos curvas; una es la incidencia de la muerte por cada 100.000 mujeres entre 15 y 64 años en Brasil, y otra la del mismo grupo en Suráfrica. La curva brasileña es la que se podría esperar en cualquier país normal: asciende lentamente y se hace más brusca cuando el grupo de edad supera los 50. La curva surafricana es tan pronunciada cuando las mujeres están en plena edad fértil como a los 60 años.

En general, el número de muertes entre los hombres y mujeres del grupo de edad de 30 a 34 en Suráfrica es más elevado que ningún otro. "Nosotros nos hemos equivocado en todo y Brasil ha acertado en todo: unos dirigentes que han sentado un claro ejemplo, haber sabido combinar la prevención con el tratamiento, invertir el dinero necesario, mostrar, como sociedad, una actitud saludable respecto al sexo. Lo que quiero decir es que a Brasil no le acompleja que sus habitantes practiquen mucho el sexo. A diferencia de Suráfrica, donde también hay mucho sexo pero se ve la hipocresía y el rechazo desde las alturas". Achmat lo explica con una fórmula: "Beatería pública y permisividad privada". Mientras que en Brasil, dice, la permisividad es tanto privada como pública. "El problema, el riesgo de difusión del sida, es mayor en los países en los que hay excesos sexuales pero no libertad sexual; en los que es tabú hablar de sexo, pero a las mujeres se las trata de manera abominable".

A Achmat, cuya militancia le ha ganado el odio de peligrosos radicales musulmanes en Suráfrica, le horroriza lo que considera la peligrosa insensatez de las religiones que no son capaces de abordar con honradez la cuestión del sexo. "Lo malo es que se confunde moralidad con sexo, se eleva el sexo a la categoría de máxima inmoralidad. Y todavía peor es cuando la gente es permisiva pero pretende que no lo es. Lo que ocurre, yo creo, es que luchamos cada día para tener una nueva Ilustración. Porque la Ilustración significa democracia, razón, ciencia, igualdad, respeto al individuo. En la guerra contra el sida debemos librar esa batalla cada día".

Para Achmat, el gran defensor de esa Ilustración de nuestros días ha sido Nelson Mandela. "¡Eso es ser un dirigente! Ningún otro político surafricano ha hablado más abiertamente ni con más prudencia sobre el sida. En 2003 apareció en el estrado, en una concentración de la TAC, con una de estas camisetas de HIV-Positive. ¿Sabe lo que significa eso en un hombre que se crió en los años veinte y treinta, en un hogar tradicional, rural, aristocrático, que estuvo 27 años en prisión y que, en muchos sentidos, se comporta como un caballero victoriano del siglo XIX? ¡Y luego su hijo muere de sida y él da una rueda de prensa para anunciarlo al mundo, precisamente para combatir el tabú del sexo y el sida! En cambio, aquí, en Suráfrica, mueren 1.000 personas al día y nuestros dirigentes actuales, ni una palabra".

Sin embargo, las cosas están cambiando en Suráfrica. "Ha habido una gran transformación, y el próximo presidente no tendrá más remedio que hacer que el sida sea una gran prioridad. En comparación con 1988, el año en el que se celebró el primer Día Internacional del Sida, hemos avanzado enormemente en cuestión de tratamientos, uso de condones, investigación, y -cosa muy importante- cada vez se es más consciente de que existe una relación entre desigualdad entre sexos y sida; que si se disminuye la violencia contra las mujeres y ellas adquieren más independencia económica, el resultado será una contención de la epidemia".

También se dedica mucho más dinero a combatir el sida. Pero no es suficiente, el 50% de lo que se necesita en todo el mundo, dice Achmat, que considera "obscena, escandalosamente obscena" la desproporción entre el gasto dedicado a la llamada guerra contra el terrorismo y el dedicado al peligro mucho más claro e inminente representado por el sida y otras enfermedades que siegan la vida de los pobres, como la malaria y la tuberculosis.

No obstante, Achmat termina las cuatro horas de conversación en un tono esperanzado, como corresponde a un momento en el que parece encontrarse en el umbral de una famosa victoria, la de haber contribuido a cambiar por completo las políticas sobre el sida que han hecho de Suráfrica un caso perdido y un ejemplo vergonzoso para el resto del mundo. "Creo que el movimiento creado en torno al sida, no sólo aquí, sino también en el resto de África, ha engendrado un grado de solidaridad social y motivación común que no se había visto ni siquiera hace 50 años, durante los movimientos africanos de independencia. Creo que sobre las cenizas del sida podemos construir unas sociedades más democráticas y fuertes, como ocurrió en Europa tras la II Guerra Mundial".

La gran injusticia -una de las más grotescas del mundo- es que una enfermedad que ya es sólo crónica y en gran medida asintomática en Europa y en Estados Unidos, sigue siendo mortal en África. El gran objetivo es que se deje de discriminar a los países pobres en materia de salud; que tanto en África como en otros continentes en los que existe la amenaza de que el sida adquiera dimensiones africanas se logre la igualdad.

Achmat sabe que la victoria está lejos, que la guerra será larga, que todavía existen grandes peligros y será preciso matar más dragones, pero él mismo ha resurgido de las cenizas. Es inteligente, ambicioso, astuto y dinámico, y después de haber logrado victorias en el campo de batalla del sida más duro de todos, el de Suráfrica, después de haber derrotado él mismo a la propia muerte, su fe de ateo le dice que, a pesar de tanto sufrimiento, todo es posible.

Aún hay salvación para China, India y Rusia

LOS GOBIERNOS de China, India y Rusia, tres países que Achmat considera al borde de una catástrofe sin precedentes por lo que respecta al sida, aún tienen tiempo de actuar. "Los conocimientos y los tratamientos médicos están mucho más avanzados que cuando empezó a extenderse la enfermedad en Suráfrica, hace 10 años, y los medicamentos son muchísimo más baratos". Los motivos de alarma en estos países no tienen que ver sólo con que los casos de sida estén aumentando. "Tienen en común con Suráfrica dos factores que favorecen la epidemia: vastos movimientos de mano de obra inmigrante y una terrible desigualdad entre los sexos", explica Achmat.

Los trabajadores que están lejos de sus familias no sólo tienden a mantener relaciones sexuales superficiales en los centros urbanos en los que trabajan, sino que, cuando vuelven a sus hogares rurales de vacaciones, contagian la enfermedad a sus esposas. Por eso es por lo que el VIH, además de extenderse por toda Suráfrica, ha causado "estragos", según Achmat, en países pobres y exportadores de mano de obra del sur del continente, como Malaui, Lesoto y Mozambique. "Si se piensa que, en los momentos de máxima afluencia, Suráfrica ha tenido 1,5 millones de trabajadores inmigrantes, y que en China hay 135 millones, que en su mayoría viven en grandes recintos urbanos, y muchos de los cuales son -un factor de riesgo más- mujeres en edad de tener una vida sexual activa, es fácil ver las posibilidades de catástrofe".

Por lo que respecta a India, no sólo existen también grandes migraciones internas, sino que las clases medias viven en un rechazo de la realidad que es peligrosamente retrógrado. "Las clases medias jóvenes y florecientes siguen pensando que el VIH es cuestión de los homosexuales y de las trabajadoras del sexo", dice, al tiempo que destaca que hace 15 años la gente pensaba lo mismo en Suráfrica, pero que hoy las mujeres jóvenes de su país tienen cuatro veces más posibilidades de resultar infectadas que los hombres. "Lo irónico es que India es el mayor productor mundial de fármacos para el tratamiento del sida y, sin embargo, la gente es muy ignorante sobre la enfermedad". Por ahora, India está empatada con Suráfrica en cuanto al número de infectados, alrededor de 5,5 millones cada una. "Dado que tienen más de 1.000 millones de personas, esa cifra es menos del 0,5% de la población. Imagínese si alguna vez llegara al 10%, como aquí... E imagínese si tuviéramos porcentajes semejantes en China, las consecuencias que eso tendría en países como Vietnam, Camboya, Birmania, tal como hemos visto con los vecinos de Suráfrica. Por no hablar de la sangría de recursos a medida que la demanda de tratamiento adquiera proporciones masivas".

Rusia, cuyas posibilidades de desastre también ha estudiado Achmat, posee además un enorme problema de consumo de drogas por vía intravenosa, que se suma a un machismo desenfrenado y a inmensas oleadas migratorias de trabajadores que van del campo a unas ciudades en plena expansión. "Está claro con qué fuerza se está propagando la enfermedad en Europa del Este", advierte Achmat, que empezó a predicar la catástrofe en su país a principios de los noventa y que trágicamente ha resultado tener razón.

"El gran temor es que esos países sigan los pasos de Suráfrica, así que más vale que confiemos en que lo ocurrido aquí les sirva de advertencia", dice Achmat. "Una de las mejores cosas que pueden hacer todos los países en peligro de sufrir una epidemia similar", según Achmat, "es estudiar con detalle el ejemplo de Suráfrica".

Un Plan Marshall contra el sida

Achmat explica el argumento que piensa plantear mañana en el Banco Mundial y en el que seguramente va a seguir insistiendo, todavía con más fuerza, en años venideros: que lo que se necesita ahora en esta África asolada por el sida es el equivalente al Plan Marshall en Europa. Y que tiene sentido económico crear un fondo de reconstrucción para levantar "sociedades más democráticas, más responsables, en las que estos horrores no vuelvan a producirse".

"Contamos con las herramientas básicas para iniciar un Plan Marshall en África. Tenemos a la gente de nuestro lado", asegura el activista surafricano, que ha trabajado más que nadie para concienciar a la población sobre el sida y movilizar a los ciudadanos para que luchen por sus derechos. "Lo que necesitamos ahora es la dirección y los recursos necesarios". Es decir, como explicará mañana en Washington, que los países ricos deben dar más dinero, que hay que gravar con impuestos especiales a las clases medias y ricas, que las grandes empresas tienen que pagar, que los científicos tienen que colaborar y no competir -como ahora- para hallar una vacuna contra el sida, y que los Gobiernos deben ofrecer incentivos para animarles a hacerlo. Y que todo esto lo deben hacer los países ricos no sólo por obligación moral, sino por lógica política y económica.

Partiendo de la premisa de que las enfermedades como el sida que devastan los países africanos contribuyen a la pobreza, eliminando a la gente joven, de cuya mano de obra depende el progreso, Achmat argumenta que pagar ahora representa ahorrar mucho más a medio y a largo plazo. En una época en la que la migración masiva de los países pobres a los ricos genera tantos problemas, unirse de manera decidida a la guerra contra el sida es, para los países ricos, una cuestión de proteger sus propios intereses.

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