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Reportaje:RELEVO EN EL KREMLIN

La incógnita Medvédev

Pilar Bonet

Enfundado en un ligero gabán, Dmitri Medvédev esperaba a Vladímir Putin a la intemperie en las afueras de la ciudad siberiana de Krasnoyarsk. Era el mes de noviembre de 2007 y el presidente ruso y su delfín, aún no designado como tal, fueron a inspeccionar una carretera antes de una reunión del Consejo de Estado dedicada a los transportes. Cuando Putin llegó a las obras se encerró durante largo rato con unos obreros, mientras Medvédev seguía esperando, muerto de frío. Conducido a la mejor peletería de la ciudad, se gastó 500.000 rublos (unos 14.286 euros, un poco menos de un tercio de su promedio de ingresos anuales durante los últimos cuatro años) en un abrigo forrado de pieles. "Estaba tan helado que tuve que comprármelo", dijo después, antes de entrar en la reunión.

Hoy por hoy, el rasgo más acusado de su perfil es que evita perfilarse y expresar su individualidad
Medvédev es un admirador del grupo Deep Purple y de la Red. Se levanta y se acuesta con Internet
Medvédev no olvida los agravios, asegura un analista. Que se preparen quienes le trataron como al chico de los recados
Los malentendidos con Putin se han evitado porque un solo aparato administrativo atiende a ambos
Se bautizó a los 23 años y defiende la familia tradicional, con la mujer sin trabajar, en casa y cuidando a los hijos
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El canal de televisión TVK informó sobre la apertura de la "boutique más importante más allá de los Urales, en la que se ha reunido una colección de ropa y calzado de marcas mundiales" y señalaba que "los precios también impresionan" y que "entre sus primeros compradores" se encuentra Medvédev". La boutique, Plaza Moda, tiene abrigos de cachemir franceses con forro de comadreja y cuello de visón por 499.990 rublos. Sin embargo, la dependienta entrevistada aseguraba que el viceprimer ministro y futuro inquilino del Kremlin no les honró con su visita.

Si se teclea la combinación Medvédev y abrigo en los buscadores de Internet en ruso, aparecen decenas de miles de referencias (cerca de 40.000 en Google el pasado miércoles) que reflejan un animado -e indignado- debate, acompañado de fotos de brutales matanzas de focas bebé, la supuesta materia prima de la prenda adquirida por el alto funcionario. El asunto, prácticamente inadvertido por la prensa central, empaña la reputación ecológica del hombre seleccionado por Putin para sucederle al frente del Estado, previo trámite hoy de una cita formal con las urnas.

El pasado febrero, ya como favorito, Medvédev volvió a Krasnoyarsk para presentar su programa de desarrollo económico hasta 2020. A Serguéi Kim, director de la cadena televisiva Afontovo, el delfín le indicó que no era indiferente al revuelo causado por la compra del abrigo. "Yo entiendo que las boutiques modernas y caras utilizan cualquier método para atraer clientes, pero para mí fue muy desagradable ver esto en los medios de comunicación", le confesó.

Poco antes de la última visita de Medvédev a Krasnoyarsk, varios centenares de obreros de una fábrica de aluminio del consorcio Rusal declararon una huelga espontánea para reivindicar subidas salariales. En Rusal, los trabajadores cobran un promedio de 24.443 rublos al mes, por encima del sueldo medio de la región (15.464 rublos, 442 euros), así que un obrero de este sector debería trabajar más de 20 meses para comprar un abrigo como el del primer vicejefe de Gobierno. Pero esas cifras resultan insignificantes si se comparan con la fortuna de Oleg Deripaska, el rey del aluminio, considerado el hombre más rico de Rusia, con un capital de 28.000 millones de euros.

¿Quién es en realidad Medvédev, ese jurista petersburgués de aspecto aniñado? Paradójicamente, hoy por hoy, el rasgo más acusado de su perfil es que ha evitado perfilarse y expresar su individualidad. "Para mí es especialmente importante ser una persona normal y moderna en cualquier situación", afirmaba en una entrevista pagada por su fondo electoral.

Medvédev, de 42 años, y Putin, de 55, no están cómodos en su condición de bajitos, sobre todo cuando conversan con gente más alta que ellos, como saben los cámaras, que buscan el "enfoque correcto" para no incurrir en las iras del Kremlin. Aparte de esto y de cierto mimetismo de Medvédev, ambos son muy diferentes, comenzando por sus orígenes en Leningrado (hoy San Petersburgo), la ciudad natal de los dos. Si Putin se crió en una familia trabajadora y jugando en pandilla por los viejos patios del centro, Medvédev lo hizo en un hogar de intelectuales (el padre era profesor de matemáticas, y la madre, de ruso) que en 1968 recibieron un piso de 40 metros cuadrados en Kupchino, un barrio dormitorio considerado hoy como uno de los más xenófobos de San Petersburgo. "El paisaje de su infancia ha cambiado muy poco", dice el historiador Daniil Kotsiubinski, que se crió en esta zona del sur de la ciudad en la misma época que Medvédev, mientras deambulamos por un desangelado entorno de aspecto soviético un día lluvioso de esta semana. "Antes esto era un pueblo, y cuando éramos pequeños aún había vacas. Luego se construyeron edificios de viviendas de cinco pisos, algo mejoradas respecto a la época de Nikita Jruschov, y después, de nueve", prosigue. "Habiendo vivido en Kupchino no es sorprendente que Medvédev pueda estar a favor del rascacielos que Gazprom proyecta levantar en el centro", afirma mordaz. Medvédev es el presidente del consejo de directores del monopolio del gas.

De niño, a Putin le gustaban las películas sobre espías soviéticos y los cuentos populares rusos. Medvédev ha dicho que su libro favorito fue Los hijos del capitán Grant, de Julio Verne. Siendo un adolescente, anhelaba unos vaqueros de marca (Levi's, Wrangler) y los discos de Pink Floyd (The wall) y de Deep Purple. Hace poco, en la fiesta del 15º aniversario de Gazprom, escuchó a este grupo en el Kremlin. Luego posaron juntos los viejos rockeros de melenas clareadas en sus camisetas raídas y Medvédev, sonriendo como un crío, en traje y corbata.

Putin soñaba con ser admitido en el KGB; Medvédev no perteneció aparentemente a los servicios secretos. Los dos estudiaron Derecho en la misma Facultad de la Universidad de Leningrado, donde Medvédev se licenció en 1987. Dima (el diminutivo de Dmitri) no hizo la mili, sino que acudió a clases teóricas en la cátedra militar de la facultad y luego hizo prácticas en un campamento, donde estuvo a punto de saltar por los aires al descargar unos explosivos mal empaquetados.

El presidente y su delfín tienen actitudes diferentes ante Internet. En 2001, en una conferencia de prensa en este medio, Putin dijo que lo utilizaba poco, por pereza y por tener otros canales de información. Medvédev, en cambio, afirma que se levanta y se acuesta con Internet y que mira las páginas de oposición.

Entre 1987 y 1990, mientras preparaba la tesis para el nivel previo al doctorado, Medvédev dio clases en la universidad y también trabajó durante dos años como jurista retribuido en el Complejo de Viviendas Juveniles (MZHK en su abreviatura rusa) Megalópolis, explica Alexéi Tretiakov, un ex dirigente del Komsomol (las juventudes comunistas) de Leningrado, que preside hoy una asociación de pequeños empresarios. El MZHK, una forma de organización social para solucionar el acuciante problema de la vivienda, era una de las actividades económicas que el Komsomol desarrolló en los años ochenta y que sirvieron de entrenamiento a futuros oligarcas. Así pues, Medvédev se inició en el mundo profesional en el marco de las juventudes comunistas, al igual que el petrolero hoy encarcelado Mijaíl Jodorkovski, dos años mayor que él.

"Dmitri vino a Megalópolis en 1988 y era responsable del consultorio jurídico de nuestra revista, Noticias del MZHK-Nuestra Casa. Era una buena forma de familiarizarse con los problemas concretos de la gente", dice Tretiakov, que recuerda a Medvédev como "honrado y profesional".

La perestroika de Mijaíl Gorbachov abrió nuevas oportunidades. En 1989, Medvédev ayudó a Anatoli Sobchak, profesor de la Facultad de Derecho, a luchar por un escaño en el Parlamento de la URSS y, al imprimir octavillas, llegó a sentirse como Lenin, según la viuda del desaparecido político, Ludmila Narúsova. Cuando Sobchak fue elegido alcalde de Leningrado, en 1990, Medvédev se convirtió en su ayudante, tras defender su tesis en la universidad, donde siguió dando clases hasta 1999.

Fue en el entorno de Sobchak donde se produjo el encuentro clave de su vida, que él relataba con cierto tono literario: "Temprano por la mañana (...) sonó el teléfono de casa. Llamaba un hombre que se presentó como Vladímir Putin. Dijo que necesitaba que nos reuniéramos para ver la posibilidad de trabajar juntos".

Putin pasó a ser colega de Medvédev y luego fue ascendiendo hasta vicealcalde y jefe del Comité de Exteriores del Ayuntamiento. Medvédev, en cambio, decidió no entregarse "totalmente" a la labor de funcionario, se concentró en la enseñanza y siguió colaborando por libre con el comité presidido por Putin, al que iba a ver "un par de veces por semana" para debatir proyectos sobre "el desarrollo de la ciudad y la creación de nuevas empresas mixtas". Como "jurista competente, joven y agresivo" cumplía las misiones que Putin le encomendaba en aquellos "tiempos interesantes y buenos", explicaba. Fuentes citadas por el semanario The New Times afirman que Medvédev, por orden de Putin, controlaba las transferencias para proyectos de construcción, a través del banco Rossía, de los hermanos Kovalchuk.

Personas que conocieron a Dima en aquella época lo recuerdan como un chico atento. "Era un buen profesor, que se centraba en lo esencial e insistía en que aprendiéramos los términos en latín", dice Katia Panchenko, a la que Medvédev dio clase de Derecho Romano entre 1998 y 1999. "En una ocasión, antes de un examen, dijo a los estudiantes: 'Mi tiempo es muy valioso. Así que los que no estén preparados, mejor que vuelvan cuando lo estén'. Cuando regresaron, Medvédev les formuló las cuestiones precisas para medir exactamente su conocimiento", señala uno de sus alumnos.

Su biografía oficial no recoge su trayectoria en la empresa privada, aunque ésta tal vez podría ser un ejemplo para los emprendedores rusos si Putin y los suyos no hubieran decidido distanciar su imagen de aquella época en la que era imposible hacer negocios transparentes. En 1993 y 1994 estuvo vinculado a la empresa forestal ruso-suiza Ilim Pulp Enterprise (IPE), de la que fue director jurídico, fundó la firma FinTsell, que se integró después en IPE, y las compañías Sibrast y Balfort. En 1998 fue elegido miembro del consejo de directores del complejo forestal Bratsk (Irkutsk), y su actividad económica cesó aparentemente cuando Putin, recién nombrado jefe de Gobierno, le invitó a ir a Moscú en 1999. Medvédev fue nombrado vicejefe de la Cancillería Gubernamental y luego vicejefe de la Administración Presidencial en el Kremlin. En 2000 dirigió el equipo que dio a Putin su primera victoria electoral como presidente de Rusia.

Pocos días después de la detención de Jodorkovski, en octubre de 2003, le nombraron jefe de la Administración, y de ahí, en noviembre de 2005, pasó al Gobierno, en calidad de primer vicejefe responsable de los llamados proyectos nacionales, con los que trata de compensar las fracasadas reformas sistemáticas en el campo de la sanidad, la educación, la vivienda, la agricultura y la demografía. Los proyectos nacionales son "unas lastimosas migajas", en comparación con las posibilidades reales del Estado, afirman el ex viceprimer ministro Borís Nemtsov y el ex viceministro de Energía Vladímir Milov.

Medvédev representa los intereses de Gazprom en acontecimientos importantes y domina sus temas, pero el hombre fuerte del monopolio no es él, sino Putin, según afirman en su libro Gazprom, la nueva arma rusa, Valerii Paniushkin y Mijaíl Zygar. Con Medvédev a la cabeza, Gazprom ha realizando negocios que han revertido en provecho del banco Rossía, presidido por Yuri Kovalchuk, amigo de Putin. El hijo de Kovalchuk, Borís, de 31 años, fue ayudante de Medvédev en 2006 y ahora dirige el departamento de proyectos nacionales. "Es un hombre engreído y poco eficaz, que debe el puesto a las conexiones de su padre", señala una fuente del Kremlin.

Comparado con Putin, Medvédev es más envarado y, aunque ha mejorado mucho, le cuesta conectar con el ciudadano de a pie y ser persuasivo. "Tiene tendencia a jerarquizar las relaciones y a transformar las expresiones coloquiales y emotivas en clichés jurídicos y burocráticos. Con las cifras es muy puntilloso", constatan fuentes de su entorno. "Se hizo mayor en un ambiente funcionarial, y el funcionariado en Rusia impone determinadas reglas de juego e imprime carácter; hay que mantener la boca cerrada y saber que lo que digas puede malinterpretarse y ser transmitido de forma tergiversada a tus jefes. El funcionariado ruso no perdona a quien se distingue", señala Andréi Konstantinov, jefe de la Agencia de Investigación Periodística de San Petersburgo.

Medvédev no olvida los agravios, y, ahora, todos aquellos que le trataron como si fuera el chico de los recados o se pasaron de listos pueden ir preparándose, opina Konstantinov. El oligarca Oleg Deripaska, obsequioso con Medvédev en su calidad de anfitrión del foro de Krasnoyarsk el pasado febrero, tal vez no las tenga todas consigo. Según el politólogo Stanislav Belkovski, Medvédev controló hasta hace poco tiempo un gran paquete de acciones de IPE y salvó a esta compañía de la bancarrota cuando fue atacada por las estructuras de Deripaska, que está emparentado con la familia del fallecido presidente Borís Yeltsin. "En la guerra entre Deripaska e IPE, que acabó en 2004, cada parte se gastó cerca 1.500 millones de dólares", calcula una fuente familiarizada con el tema.

Desde la Administración Presidencial, Medvédev medió para que Deripaska e IPE enterraran el hacha de guerra, pero IPE perdió la fábrica de celulosa y papel del lago Baikal. El pasado diciembre, pocos días después del nombramiento de Medvédev como sucesor de Putin, Oleg Mitvol, vicejefe del organismo de supervisión del uso de los recursos naturales, pidió a los tribunales que incoaran un juicio contra aquella papelera perteneciente al imperio de Deripaska por contaminar el lago. Toda una señal, si se considera que Mitvol, con sus argumentos ecológicos, fue el arma utilizada por el Kremlin y por Gazprom contra las petroleras occidentales, que, como Royal Dutch Shell en Sajalín, insistían en mantener las ventajas legales logradas en época de Yeltsin.

¿Será Medvédev el presidente real de Rusia, tal como establece la Constitución, o asumirá el papel de fachada para Putin, que seguirá mandando desde el cargo de jefe de Gobierno? Un país como Rusia sólo "puede ser dirigido con ayuda de un poder presidencial fuerte. (...) Si Rusia se convierte en una república parlamentaria, desaparecerá", ha dicho Medvédev. "Rusia siempre se construyó alrededor de una rígida vertical ejecutiva. Estas tierras se han reunido durante siglos y no es posible dirigirlas de otro modo", afirmó. "Nuestro país fue y seguirá siendo una república presidencial. No hay otro camino". E insistió: "No habrá dos, tres o cinco centros. A Rusia la dirige el presidente y, de acuerdo con la Constitución, éste sólo puede ser uno".

El tándem formado por Medvédev como presidente y Putin como primer ministro, al margen de sus indudables buenas relaciones personales, es considerado poco estable. Los que se opongan a decisiones concretas del presidente pueden tratar de influir en el curso de los acontecimientos agrupándose en torno al jefe de Gobierno, y eso finalmente repercutirá en la armonía entre ambos. El analista Dmitri Furman afirma que la existencia de dos centros de poder, algo ajeno a las tradiciones rusas, generará inevitablemente problemas. Pero el hecho de que Putin no haya violado la Constitución para seguir en el Kremlin un tercer mandato es algo positivo si lo comparamos con los usos de las dictaduras de Asia Central. En los noventa, a Rusia la medían por los problemas a superar para convertirse en una democracia de corte occidental.

Los malentendidos entre Putin y su sucesor se han evitado hasta ahora gracias a la existencia de un único aparato administrativo que atiende a ambos y que ha inhibido las potenciales rivalidades entre dos grupos de funcionarios, señala una fuente del Kremlin. Medvédev, sin embargo, tiene a su gente, compañeros de facultad, que se han ido colocando en puestos de la Administración del Estado, en parte tras foguearse en empresas de Gazprom. De su curso son Antón Ivanov, presidente del Tribunal de Arbitraje (antes vicedirector del grupo de medios de comunicación del monopolio), Iliá Eliséiev, vicepresidente de Gazprombank, y Konstantín Chuichenko, que representa a Gazprom en el intermediario para la venta de gas a Ucrania. A su equipo pertenecen también Dmitri Vinichenko, ex fiscal que dirige el servicio de Policía Judicial, y Mijaíl Krótov, que trabajó en el grupo de medios de comunicación de Gazprom y es ahora representante del presidente Putin ante el Constitucional.

Este Alto Tribunal, que ahora se basa en Moscú, va a ser trasladado a San Petersburgo, y Medvédev coordina la mudanza. Se trata de un despilfarro injustificado, tanto más en cuanto que la sede moscovita del Constitucional acaba de ser lujosamente renovada, según el juez Vladímir Yaroslávtsev, un petersburgués que se opone rotundamente a la medida. Los gastos del traslado, que inicialmente se calculaban en menos de 300 millones de rublos, se han disparado (6.000 millones, según el jefe del servicio de gestión económica del Kremlin, Vladímir Kozhin). A Yaroslávtsev le parece un escándalo que los dirigentes se gasten sumas como éstas para favorecer a San Petersburgo y no encuentren 2.000 millones para subir las pensiones de los jubilados de aquella ciudad, ni para construir el centro hematológico infantil prometido por Putin.

"Como juez del Constitucional le digo que las elecciones son una farsa y yo no voy a participar en ese espectáculo. Las autoridades y los servicios de seguridad se han escapado del control de la sociedad", afirma. "Nunca la corrupción había florecido tanto, ni en época soviética ni en época de Yeltsin. No funciona ninguna institución democrática, ni el Parlamento, ni el Poder Judicial independiente". A la afirmación de Medvédev sobre la necesidad de superar el "nihilismo político", replica Yaroslávtsev que "el Kremlin debe comenzar por sí mismo, porque todo el nihilismo legal se concentra allí". Según el juez, el Kremlin no comprende que, al imponer a sus leales, está creándose enemigos, jueces y fiscales, que "con mucho gusto se ocuparán de ellos después". "Mi paradoja", prosigue, "es que algún día yo aseguraré que esa gente tenga un juicio justo. En nombre de sus futuros intereses, deberían reanimar la institución de la justicia independiente", afirma.

¿Tiene Medvédev planes propios para la presidencia, más allá de la política pactada con Putin? ¿Es la democratización de Rusia parte del programa oculto del delfín? El politólogo Vladímir Rudakov piensa que Medvédev es un continuador de la línea de Putin en todos los puntos que él considera imprescindibles para la estabilidad del país, es decir, una política exterior de afirmación de los intereses nacionales ("enseñar moderadamente los dientes", ha dicho Medvédev): el mantenimiento del equilibrio entre los intereses económicos de las familias en el poder, el control férreo de las regiones, la atención a los militares para que se recuperen material y moralmente del trauma de los noventa, y la inmunidad de determinadas personas. En política exterior, Medvédev ha apoyado a Serbia esta semana en Belgrado, ha manifestado que el Consejo Británico y otras instituciones semejantes practican "el espionaje" y que Estados Unidos puede considerarse "un agresor financiero y un terrorista económico por imponer su propia divisa y sus criterios empresariales al mundo". Uno de los puntos de su programa es hacer que el rublo se convierta en una divisa de reserva regional, en la que se paguen los suministros energéticos, con el fin de proteger la economía rusa de turbulencias externas. También ha dicho que "la libertad es mejor que la falta de libertad" y se ha pronunciado por la separación de poderes, la independencia de los jueces y la sustitución de los altos funcionarios en las empresas estatales por ejecutivos contratados. Si Medvédev asegura el cumplimiento del programa de Putin, podría permitirse, de desearlo, una liberalización para complacer a las insignificantes minorías que sueñan con un sistema de corte occidental, afirma Rudakov, pero las prioridades hoy tienen que ver con el consumo, no con la democratización.

En lo que a la vida familiar se refiere, Medvédev resulta bastante convencional. Se casó con Svetlana, compañera de colegio y novia de toda la vida, con la que tiene un hijo, Iliá. Svetlana, que estudió finanzas, es presentada en algunas publicaciones como una mujer mandona y ambiciosa, que gusta de fiestas, veladas benéficas y desfiles de moda. Medvédev, que se bautizó como cristiano ortodoxo a los 23 años, defiende una familia tradicional, donde la esposa no trabaja, para cuidar a los hijos, y considera que las mujeres ministras "adornan" las sesiones del Gobierno. El heredero de Putin se ha presentado como un ruso de pura cepa, para salir al paso de los rumores que circulan en medios nacionalistas sobre la existencia de antepasados judíos, y ha dicho que tanto su abuelo como él mismo se parecen a Nicolás II. Los Medvédev viven en una casa de 367,8 metros cuadrados en un bloque de élite de Moscú, donde los gastos de comunidad ascienden a 5.000 dólares mensuales, según Nóvaya Gazeta. Según este periódico, Medvédev tiene también otro piso en la capital, de 174,40 metros cuadrados, que no figura en su declaración de ingresos y patrimonio publicada por la Comisión Electoral Central. Uno de los datos curiosos es que Medvédev tiene un primo hermano matemático, Artiom, que ha hecho carrera en Estados Unidos como experto en ordenadores y que reside en Florida, junto con su tía, la hermana gemela de la madre de Dmitri.

Putin y Medvédev charlan mientras asisten a un festival deportivo en Penza, a 700 kilómetros de Moscú, el pasado 23 de enero.
Putin y Medvédev charlan mientras asisten a un festival deportivo en Penza, a 700 kilómetros de Moscú, el pasado 23 de enero.REUTERS

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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